martes, 7 de septiembre de 2021

Etapa 24: Carloforte - Andratx. Alien, el octavo pasajero (1979)



El salto entre Cerdeña y Baleares, da igual el sentido, es la etapa de la excitación, de los nervios de noche de Reyes, de las mariposas en el estómago

Es la etapa del Golfo de León, en la que la meteo puede cambiar al repentinamente. Es en la que sustituyes tu pabellón de cortesía en la cruceta de estribor. Donde cambias los mensajes de la costera española, tan familiares, a veces en un inglés tan macarrónico, por la cháchara continua del Circomare italiano. O al revés. Es en la que sales de casa por primera vez, y es en la que vueles a tu entono conocido, 

Una etapa de emociones, en la que anticipas el olor a pino en Cap de Salines o el fondeo en Es Trenc o en Cabrera. 

Zarpamos de Carloforte a las 7:20


Son las tres de la mañana de la primera noche en el mar de Cerdeña. El día ha ido bien. Viento perfecto, través de unos 15 nudos desde el principio. El que le gusta al Sargantana, con el que puede galopar furiosamente, con rizo y trinqueta, a siete nudos, saltando la olas.

Lucía y yo leemos y, sobre todo, escribimos. Este blog exige horas, muchas horas, y etapas largas y solitarias como ésta te dan margen para ponerte al día. 

Después de cenar, habitualmente, hago yo la primera guardia. Me gusta la primera porque prefiero irme a dormir cuando (literalmente) me caigo de sueño. 

A las tres de la mañana el viento ha ido reduciéndose mucho, Según el parte, durante la noche bajará a cero y habrá que seguir a motor.

Despierto a Lucía y le propongo arriar velas antes del cambio. El viento ya es casi nulo, la noche oscura y sin luna. Lucía va hacia la proa con su arnés, enganchada a la línea de vida y con la luz del frontal. Yo preparo las drizas para bajar trinqueta y mayor. Reduzco revoluciones, aproo el barco. Como siempre. Rutina. A ver si acabamos pronto, que tengo sueño.

De repente, un grito. 60 decibelios por encima del zumbido suave del motor.

“Aaaaaarggg, Luiiiiisss, ¿qué es esto? Un bichoooooooo.”

Lucía bate su propio récord de desplazamiento entre proa y bañera. “Yo ahí no vooyyyyy.”

“Pero ¿qué clase de bicho?”

“No séee. Uno muy grandeeeee. ¡Hace ruidooo!"

Lógicamente pienso en algo como el alien de la película.

La teniente Ripley me pasa el frontal. “Hala majo, a proa vas tú.”

Y para allá voy yo, asumiendo el riesgo de ser devorado. Enfoco la trinqueta con el frontal. La muevo. De entre los pliegues a medio bajar aparece el bicho, nuestro alien. Lamentablemente no tenía el móvil a mano para hacer una foto, pero lo que salió de allí se parecía mucho a... una libélula. Grande, muy grande, pero libélula. 

El bicho se pierde entre la sombras de la cubierta. Creo que tanto él como yo sólo necesitábamos unas horas de sueño esa noche.

El caso es que nuestro alien no se ha ido. Varios días después del “incidente” le seguimos viendo de vez en cuando revoloteando por el barco. Sospechamos que nos ha adoptado. Ya veremos lo que hacemos al llegar a Cartagena. No nos hemos puesto de acuerdo en un nombre, así que la llamamos “el bicho”. Y hemos conseguido (algún día después) grabar algún vídeo cuando sale a pasear por el barco. No tenemos ni idea se dónde se ha hecho su camarote, esperamos que sea fuera, o cualquier noche tendremos otra movida.

Lo bueno de la segunda guardia es, a pesar del frío, el amanecer, que ahora en septiembre se produce cerca de las 6am. Mucho antes empieza a clarear por popa y, poco a poco, se van dejando de ver las estrellas hasta que rompe la luz en el horizonte. No me canso de anocheceres y amaneceres en alta mar, siempre iguales pero siempre distintos. 

Amanecer a mitad del cruce. 



Llegamos a Andratx a las 9 de la mañana, después de sortear con ansiedad anticipatoria el cabo de la Mola, un imponente bastión detrás del cual se abre la bahía de Andratx.

Cap de sa Mola



Ya en la bahía, nos acercamos despacio a la zona de boyas y fondeo donde sabemos que están, desde hace un par de días, nuestros amigos del Mekatxis. Los buscamos con sigilo entre los veleros silenciosos que atestan la ensenada.  

Y, de repente, lo oímos. El estruendoso y larguísimo toque de una bocina de niebla. Y allí está ella, Olga, sobre la cubierta del Mekatxis, agitando la mano al grito de "Bienvenidos, Sargantana, ¡bienvenidos a España!". A pesar del pudor de haber despertado a la mitad de las tripulaciones del puerto, me pueden las emociones. Me doy cuenta de golpe de que estamos ya en casa, después de tantas semanas de otros mares, de otras costas, de otros idiomas. Y el cansancio acumulado de la última travesía se desborda en lágrimas.




No hay sitio para fondear en la bahía. Hemos llamado a Ports IB y nos ofrecen plaza en el puerto, pero no podemos entrar antes de las 12:00h. Nos vamos a Cala Egos a hacer tiempo y a dormir unas horas con la tranquilidad y la ilusión de sabernos casi en casa. 

Fondeo en Cala Egos


Ya instalados en el puerto, fracasamos en nuestros intentos de quedar a comer con Manel o con la tripu del Mekatxis. Tienen la nevera averiada, les hace falta ir a Mercanautic a por un repuesto, necesitan tiempo para intentar la reparación. Nos dan largas. Todos parecen absortos en la tarea y no encuentran un momento para nosotros. Ofrecemos ayudar y no necesitan más manos. Qué se le va a hacer. Nos resignamos a pasar el día solos, esperando ver a alguno de ellos antes de partir al día siguiente para Cartagena.Y vaya si les vemos... 





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