La etapa de Corinto es especial. Incluso este año, aunque no tenga ya la novedad del primer cruce. El canal es la puerta de entrada al Egeo, la meta presentida de nuestra travesía desde Cartagena (que no el fin de nuestra temporada). Pasar Corinto supone dejar atrás el largo traslado del Sargantana por el Mediterráneo, por rutas y lugares conocidos, recorriendo como Pulgarcito el sendero de migas de pan para salir del bosque y llegar por fin a navegar aguas nuevas y explorar islas desconocidas. Confiamos en que pasar Corinto cierre de una vez la puerta a las borrascas del Peloponeso y nos libre de la bruma y la calima agobiantes del Jónico.
La etapa de Corinto es necesariamente larga porque no hay buenos fondeaderos cercanos al canal, ni antes ni después. No queda otra que madrugar y contar cuidadosamente las millas hasta tu destino. Evaluar la velocidad que te dejará hacer el viento y navegar sin pausa si quieres llegar a tu resguardo antes de caer la noche. Raramente puedes permitirte el lujo de entretenerte o de hacer bordos. O el viento te deja velear rápido y directo o se hace inevitable ir a motor.
Hoy es miércoles y salimos de Sykia Bay antes del amanecer, camino del canal. Hemos prolongado una jornada el fondeo para acompasarnos con los vientos favorables del oeste que cambiarán por fin la tendencia de los últimos días. El viento tarda en levantarse pero acaba confirmando los pronósticos. A medio camino ya surfeamos la ola que nos llega por la popa.
Este año el cruce es rápido y sin esperas. Anunciamos nuestra llegada tres millas antes a "Corinth Canal”, como manda el protocolo, y descubrimos que ya hay un par de barcos esperando pacientemente el turno de paso. Una motora nos adelanta rápida por estribor para unirse a la flotilla. Parece que seremos cuatro. Llegamos los últimos al convoy que aguarda motores en marcha, navegando al pairo. "Corinth Canal" asigna posiciones y da la orden de paso. La motora, obviamente, lidera el grupo, seguida de los tres veleros por orden de llegada. Nos toca a cola de pelotón. Perfecto, menos agobios.


Volvemos a disfrutar de este pequeño desfile entre las paredes altísimas del canal, observados por los curiosos que se apostan en las orillas de la entrada y la salida. También en el puente que cruza en lo alto, todos con su móvil en ristre, sacando fotos y saludando mano en alto.
Una especie de pasarela Cibeles no demasiado glamourosa, diría yo. En el convoy no hay ni cargueros, ni ferries ni megayates, pero incluso este desfile de un puñado de enanitos parece interesar al turísteo local (a juzgar por el número de autobuses aparcados y la devoción con la que nos saludan).
Nosotros hacemos lo que podemos para corresponder al cariño de nuestro público. Pasamos despacito, sobre todo porque el velero alemán (que va en segunda posición) decide -por su cuenta- tomarse el paseíllo con calma, como gustándose, tirando fotos al respetable que contesta con ovaciones mientras “velero tres” (un griego) se desespera y hace sonar la bocina porque debe llegar tarde a merendar. Nosotros (velero cuatro) nos lo tomamos con calma, no solemos merendar. "Traffic Control" tampoco dice ni mu, no debe tener barcos esperando al otro lado. Qué diferencia con el año pasado, en que no hacía más que meternos prisa en cuanto bajábamos de siete nudos.






A la salida del canal el viento sube, como ya apuntaba el parte, y levantamos velas para ir rápido hacia un fondeo. Descartamos nuestra primera opción, la isla de Égina, por falta de buenos lugares protegidos del oeste y continuamos hasta la isla de Salamina, adonde llegamos todavía con sol. Localizamos una bahía excelente, Lefteri, no muy bien puntuada en las guías, pero que encontramos amplia y tranquila, con sólo tres barcos y agua muy clara. Cena rápida y a la cama, que ha sido un día largo y de muchas emociones. Ya estamos en el Egeo.
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