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lunes, 6 de junio de 2022

2022 18ª etapa: Iraklion - Sitia. Estado de sitio (1998)



Lunes, 6 de junio

Después de un par de días en el puerto de Heraklion, no demasiado cómodos, tenemos ganas de seguir viaje y continuar el recorrido por Creta, para luego saltar al Dodecaneso. 

Saliendo de Heraclion se aprecia lo cerca que está el aeropuerto de la ciudad


Creta se te hace larga. Es una isla con ciudades interesantes, pero monótona para navegar, sin islas, con una costa casi recta que no da resguardo del noroeste que sopla inclemente, haciéndonos difícil velear con un mínimo de comodidad.

Seguimos la costa hacia el este, con las paradas previstas en la famosa laguna de Spinalonga  y en el puerto de Sitia.

Sin novedades, a media tarde llegamos a Spinalonga, que nos recibe con rachas violentas. Según las guías, lo normal. Spinalonga es una laguna salada entre la península del mismo nombre y un gran golfo en la costa (el golfo de Elounda).

Muy bonita y muy turística. Rodeada de montes relativamente altos y con una isla fortificada guardando la entrada. Isla que sirvió hasta hace poco como lugar de confinamiento de leprosos y ahora, incomprensiblemente, se ha convertido en atracción turística. Masas de curiosos se bajan de una flotilla de barquitos que pulula por la bahía y hacen cola para ver las casas de los leprosos. Turismo de horrores. Puro morbo.  

La isla de Spinalonga y sus murallas es lo primero que se distingue al acercarse al golfo de Elounda 


Al entrar, la laguna recuerda un embalse entre montañas. Laderas con casas y urbanizaciones, y el pueblo de Elounda en la cabecera. El agua, también como la de un embalse, verdosa y ligeramente turbia, similar a otros sitios donde hemos estado en el pasado (Vathy, AmvrakikosLivadhi). Tira un poco para atrás bañarse aquí.

Además, Spinalonga tiene muy poco calado. Más que suficiente para un velero, pero hay que moverse con precaución y mantenerse en el centro de la laguna, porque la profundidad máxima son unos cuatro metros. Y otra peculiaridad: rachas espectaculares de viento catabático, marca de la casa.

Tenemos ocasión de experimentarlo. Fondeamos en una pequeña ensenada al este que, según las guías, da la máxima protección. Después de una tarde más o menos apacible, en la madrugada nos despiertan rachas bruscas de vientos que nos hacen bornear y tiran violentamente de la cadena. Una noche inquieta, en la que tengo que levantarme un par de veces para comprobar el fondeo y ajustar las drizas.

No nos impresiona Spinalonga. Por la mañana decidimos renunciar a quedarnos un par de días, como habíamos previsto. El parte no es tranquilizador para la travesía, pero sólo nos llevará cuatro horas y los 25-30 nudos que se anuncian son, en principio, manejables.

El último, y triste, destino de la isla de Spinalonga ha sido servir de leprosería. Desde primeros del siglo XX desterraban allí a los enfermos, condenándolos a llevar vidas miserables. Durante muchos años los dejaron a su suerte, sin ningún tipo de asistencia, por si el dolor de la enfermedad y el estigma social no fueran suficiente. Un indigno final para una isla que fuera un bastión colosal, la última fortaleza veneciana en rendirse a los turcos en 1715, cuando ya toda Creta llevaba en manos otomanas casi medio siglo. 

Spinalonga viene del griego “stin Elounda”, a Elounda, y no siempre fue una isla. Los venecianos le adaptaron el nombre a algo más familiar para ellos, allá por el siglo XV, cuando empezaban a explotar el golfo para extraer sal. También fueron los venecianos los que, habiendo entendido el valor estratégico de esta costa, “cortaron” un trozo del final de la península y se fabricaron una isla, que fortificaron brutalmente para hacerla inexpugnable. 

El último reducto italiano de Creta también fue el postrer refugio de sus conquistadores: los últimos turcos salieron de Spinalonga en 1903. Y, como si de un concurso se tratara, Spinalonga ostenta además el dudoso récord de haber sido una de las últimas leproserías de Europa en cerrar sus puertas, en 1957. 

Por la mañana, cuando salimos de Spinalonga, la isla está plagada  de turistas y, sus inmediaciones, de los barcos que los traen en excursiones de día.


La navegada hasta Sitia es incómoda, no tanto por el fuerte viento, sino por la mala mar, agitada y de olas confusas que rompen entre sí haciendo difícil el gobierno. 

Por la tarde, descubrimos que Sitia es un puerto amplio y agradable. Por fin un sitio en el que poder descansar. Encontramos hueco sin problemas en el muelle de transeúntes, casi en la bocana, no sin algunas dificultades para amarrar por el viento duro de costado. 
Vista del puerto, la playa y el pueblo desde la carretera que va al castillo


Sitia, la última ciudad del este de Creta, justo antes del estrecho de Kasos. Un lugar distinto a los que hemos visitado en esta isla. Una ciudad pequeña, tranquila, agradable, con ambiente playero pero más bien local, sin las aglomeraciones ni los excesos de Chania o Heraklion.

Playa urbana de Sitia


En el puerto sólo hay sitio para cuatro o cinco barcos transeúntes, el resto está copado por pesqueros y barquitos locales. Al llegar coincidimos con otros tres veleros más, pero zarpan tras la primera noche y nos dejan casi el resto de la semana solitarios en el muelle.


La estancia en Sitia es muy agradable. Un puerto ridículamente barato (poco más de siete euros por noche, que poca gente se molesta en ir a pagar a la oficina del ayuntamiento), con acceso a electricidad y agua dulce. Limpio, silencioso, sin chunda-chunda nocturno, junto a la playa y al centro de la ciudad. No podemos pedir más, sobre todo teniendo en cuenta que la amable funcionaria a la que voy a pagar las tasas me recibe con pastas típicas y dos botellas de aceite de promoción de una marca local, a título de bienvenida. Otra vez Grecia.

Las lanchas de pesca comparten el muelle con los veleros transeúntes 


Sitia es empinada. Ocupa una ladera de una de las tantas montañas que en Creta bajan suaves hasta el mar. Sus calles hacen cuestas imposibles o, simplemente, desaparecen y se convierten en escaleras. 




Sitia tiene un castillo en lo alto, como casi todas las ciudades aquí. Solo que el castillo de Sitia es pequeñito y humilde, no se distingue apenas desde desde abajo, salvo que te fijes bien. 

Puerta de acceso al castillo. Está acondicionado para conciertos y espectáculos al aire libre 


Sitia tiene piscifactorías de la época romana, pero no se ven. Están en el puerto, a los pies del castillo. Y están bajo el agua, porque los terremotos han hundido Creta un metro por la zona este, el mismo metro que la elevaron por el oeste.
 
En esta zona embalsada del puerto, al pie del promontorio del castillo, los romanos construyeron diez piscinas circulares en las que mantenían peces vivos para el consumo.  


Sitia tiene un museo arqueológico, pequeño y coqueto, bien cuidado, como todo en esta ciudad. Recoge muestras del arte minoico en los yacimientos cercanos de Zakros, de Petras o de Palekastro, todo lo que el museo de Iraklion no se llevó. Curiosamente, no hay ni una sola referencia al arqueológico de la capital ni al yacimiento de Knossos. Aquí la influencia de Evans no se ha dejado notar.

En la vitrina, la figura del Kuros de Palekastro, una figura minoica de marfil y oro del 1450 AC y el principal objeto del museo arqueológico de Sita

Piezas representativas del arte minoico: los cuernos de consagración y las hachas dobles 


Sitia tiene tiendas, bullicio laboral, gente amable, dos iglesias, playa con sombrillas, un paseo peatonal al borde del mar, flores, arbolado, atardeceres espectaculares, bares y tabernas, bodas con música griega en directo e invitados que bailan hassapiko.




Y Sitia tiene un poeta, el poeta más relevante de la literatura de Creta. Un poeta que en el s.XVII escribió, en dialecto cretense y en más de 10.000 versos decapentasílabos, la epopeya de Erotokritos, una especie de Romeo con final feliz.

Sitia es una ciudad de cuento.

Monumento dedicado al poeta Vikenkios Kornaros, en el paseo marítimo de Sitia. Impresos, los últimos versos de su obra Erotokritos, en los que habla de sí mismo


Pasamos seis días en Sitia. En realidad estamos bloqueados por una gran borrasca que está afectando a toda Grecia y hace complicado cruzar el estrecho de Kasos, paso obligado hacia el Dodecaneso. Pero es una cárcel benigna, en la que volvemos a vivir sin economizar agua, con microondas, Nespresso y secador de pelo, sin preocupación por la carga de las baterías. Como en casa. Activamos el “modo turista terrestre” y volvemos a tener tiempo para leer, escribir, ver series y hasta visitar el museo arqueológico local.

En un café del paseo, viendo la vida pasar

Sala de las lárnax o sarcófagos de arcilla minoicos. Somos, literalmente, los únicos visitantes del museo

Paseo del puerto contiguo a las antiguas piscifactorías 


Una semana de tranquilidad en la que estamos solos la mayor parte del tiempo. Pasamos varios días siendo el único barco transeúnte en el puerto, y no tenemos demasiadas interacciones con los locales. Hacia el final de nuestra estancia, llegan a puerto dos Oyster 49 que viajan en flotilla y con los que podemos confraternizar: el Zebahdy (inglés) y el Unconditional (USA). Debbie, Boyd, Sarah y Tom comparten con nosotros los últimos días de espera para el cruce y nuestras próximas etapas.

Incluso en un puerto cómodo como Sitia, seis días de espera se acaban haciendo largos. Finalmente nos decidimos a salir de nuestro particular "Estado de Sitio en Sitia" (valga el juego de palabras, digno de Matías Prats). La borrasca ha pasado, pero el viento sigue duro en el estrecho y no parece que la situación vaya a cambiar a corto plazo.

La última noche en Sitia es la noche anterior a la superluna de junio, la "luna de fresa". Una luna casi llena sale por la proa del Zebahdy de Debbie y Boyd.


Salimos del puerto a las siete de la mañana. Nuestros nuevos amigos son más rápidos y prefieren no madrugar. Excepto Boyd que, amablemente, viene a ayudarnos con las amarras en la maniobra de desatraque. Y ocurre lo que nunca antes nos había pasado. Boyd empuja el barco más de la cuenta... y se va al agua. Afortunadamente sin más consecuencias que un teléfono móvil a reemplazar. Pobre Boyd.

Lucía y yo debatimos si no deberíamos cambiar la película de la etapa por Splash, pero decidimos que no. Bueno, sí. Mmm, mejor no. Pobre Boyd. 


Martes, 14 de junio











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