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sábado, 7 de agosto de 2021

Etapa 15: Ítaca - Cefalonia. En el estanque dorado (1981)



Dejamos atrás Vathi. Un lugar lleno de barcos, de gente, de amigos, de ruido, de tiendas (y de calor, no lo olvidemos), y cruzamos a Cefalonia, la gran isla al sur de Ítaca, donde, por alguna razón desconocida, nos hemos encontrado pocos barcos y poca gente. Mucha más tranquilidad de lo esperado y también algo menos de calor, que ya está bien, para variar.

Han sido, quizá, demasiados días en Ítaca, obligados por los vientos térmicos, que han soplado muy duro durante casi todo el día. Algunas noches fondeados en la bahía. Otras, en puerto, con la ventaja de tener agua y electricidad, pero algo incómodas por la cantidad de barcos y de gente. 

A estas alturas del viaje nos sentimos un poco atrapados. Echamos de menos navegar, sacudirnos la pereza. Necesitamos tranquilidad, y en esta nueva etapa decidimos recorrer la costa de Cefalonia despacio, sin prisas. Hacemos muy pocas millas cada día. Fondeamos cuatro noches seguidas en lugares bonitos, pero casi desiertos y un poco desolados, tratando de encontrar buenos refugios que nos protejan del térmico de cada tarde, en noches sin luna ni compañía.



Anclamos frente a las playas de Skala y Spartia, en el extremo norte del golfo Livadhi y en la playa de Xi. Siempre fondeos silenciosos y solitarios, con el único sonido del viento noroeste ululando en cada anochecida y el crujir de la cadena del ancla sujetando el barco en los borneos.

No bajamos a tierra. No lo necesitamos. La costa este y sur de Cefalonia es muy tendida y echamos el fondeo muy alejados de la orilla. Es tiempo de recuperar lectura, de volver a una cierta tranquilidad. Etapas tranquilas, sin mucho más horizonte que llegar, dentro de unos días a Argostoli, donde tendremos invitados. Etapas de transición, como en las grandes vueltas ciclistas, donde nadie quiere correr, ni competir. En el estanque dorado, como Katherine Hepburn y Henry Fonda, dejando pasar el tiempo.


Playa de Scala, en la costa este de Cefalonia

De Ítaca bajamos a Cefalonia por el este y llegamos a fondear a la playa de Scala, en una protuberancia de la costa que es, prácticamente, una playa continua. Tiene la particularidad de que, con esa forma, está protegida del viento oeste dominante. El baño y el fondeo fueron magníficos; la sucesión de playitas, una delicia (sobre todo las más inaccesibles, sin sombrillas ni chiringuitos ni gente); el agua,  tremendamente transparente. El fondo es de arena salpicada de roca y posidonia y cae con muy poca inclinación. Hay que acercarse con mucho cuidado, pues hay rocas no marcadas en la carta. 

Aguas transparentes y calma absoluta frente a la playa de Scala.

Al día siguiente salimos en dirección oeste. Hay que dar mucho respeto al cabo, al menos 1,8 millas, pues las rocas se extienden hacia el mar. Antes de que se abra el golfo de Argostoli, la costa dibuja un saliente protegido del viento NW que nos parece adecuado para pasar la noche. Fondeamos frente a Spartia. La playa se extiende a los pies de un acantilado blanco vertical que corta la respiración. Pienso en cómo las playas observadas desde el mar, no tienen nada que ver con cómo se perciben desde la sombrilla. A Spartia, desde tierra, la falta de perspectiva probablemente la convierte en una playa vulgar. Sin  embargo, desde el barco, a mí me subyugó y el fondeo de esa noche me pareció encantador, a pesar del puntito de mar de fondo que se hizo notar a partir de que paró por completo el viento. 

La playa de Spartia vista desde el mar.


Al día siguiente, de camino a Livadhi, paramos en el puerto de Lixouri a hacer compra. Lixouri está a la entrada del golfo, enfrente de la bahía de la capital de la isla, Argostoli. Un servicio de ferries recorre cada media hora las pocas millas que separan ambas ciudades, cruzando personas y coches por poco más de tres euros. Este servicio de ferries hace de Lixouri un puerto realmente feo, ruidoso e incómodo, con solo unas pocas plazas de amarre para veleros de paso, la mayoría vacías. Un puerto sin carácter y un pueblo sin ningún encanto. Nos abastecemos de lo más perentorio y nos vamos rumbo N, al fondo del golfo.

Puerto de Lixouri

El golfo de Livadhi nos decepciona. La comunidad de Navily ha dejado tan buenos comentarios mencionando la tranquilidad del lugar, el avistamiento de tortugas y de focas monje, las bondades de la taberna en la playa noroeste,... que en nuestros planes es uno de los fondeos imprescindibles de Cefalonia. Pronto entendemos que dista mucho de ello. Es un golfo de agua verdosa y turbia, con una carretera que bordea la costa, playitas de dudosa calidad y una cantera en explotación que genera una nube de polvo muy molesta. La famosa taberna está a distancia impracticable y las tortugas brillan por su ausencia. De las focas, ni hablamos. Echo de menos algo parecido a las antiguas guías verdes Michelín, donde alguien con bastante criterio asignaba estrellas a las ciudades, a los edificios, a los parajes naturales, a los museos,... y sabías de antemano qué cosas "justifican el viaje" y cuáles visitar "sólo si tienes tiempo". 

Fondo del golfo de Livadhi, con la cantera visible 

Después de una noche de calma absoluta, nos movemos de nuevo al sur, hasta la entrada del golfo. La playa de Xi es un regalo para los sentidos. Fondeamos en el extremo este, que es virgen salvo por unas villas que han construido (demasiado) cerca de la costa. La arena es fina y rojiza, y contrasta enormemente con las lomas de arcilla blanca que hacen las veces de pequeño acantilado. Una docena de nidos de tortuga están marcados y vallados con cinta roja. Más tarde, en Argostoli, descubriré que es obra de los chicos de “Wildlife Sense”, una asociación para la defensa de las tortugas marinas de Cefalonia. Estos voluntarios, de diferentes nacionalidades, pasan su verano ojeando nidos, marcándolos, inventariando ejemplares. Se turnan cada dos horas para intentar presenciar la eclosión de los huevos y contabilizar el número de pequeñas crías que llega al mar. Nos cuentan que las tortuguitas que salen de día están más expuestas a los depredadores, pero las que salen de noche tienen más posibilidades de despistarse por las luces. En el tríptico de la asociación piden a los turistas que no enciendan luces, ni fogatas, que no claven su sombrilla, que no hagan ruido ni molesten a las tortugas que puedan avistar. Es maravilloso cómo les brillan los ojos y con qué entusiasmo y pasión hablan de su trabajo, de los más de 150 nidos que llevan avistados y protegidos este verano y cómo, según sus cálculos, la población de tortuga marina está creciendo en la isla.

Playa de Xi, llamada así por la forma de la bahía, que recuerda a la letra griega (se pronuncia “khi”, con la hache aspirada)









jueves, 12 de agosto de 2021

Etapa 16: Argostoli - Preveza. Apolo 13 (1995)



Houston, ¡tenemos un problema!

Apolo 13 es la película que mejor refleja lo que nos pasa en este momento. Tres astronautas camino de la luna en una misión casi rutinaria. Una explosión en un tanque de oxígeno del módulo de mando que les deja sin combustible y sin energía. La misión deja de ser viable. No hay posibilidad de alunizar, y todo el esfuerzo se centra en regresar sanos y salvos a la tierra, usando el módulo lunar como improvisado bote salvavidas. Frustración. Miedo. Un drama de los años 70 con final feliz (dentro de lo que cabe) y que ha dejado una frase para la posteridad: “Houston, we have a problem” (por cierto, en realidad fue “Ok, Houston, we've had a problem here”).

Bueno, lo nuestro igual no es tan dramático, pero casi. En una revisión rutinaria encuentro agua mezclada con el aceite de nuestro saildrive. El saildrive viene a ser como la transmisión en los coches, el dispositivo en el que se inserta la hélice del Sargantana y que incluye los mecanismos de transmisión con el motor. No sabemos desde cuándo puede estar así, probablemente desde hace varios días. 

Para nosotros es una avería complicada, sobre todo por dónde y cuándo la detectamos. Es justo antes de la semana que vamos a pasar en Cefalonia y Zakynthos con JaviCani y Patricia. Y estamos al sur de Cefalonia. De golpe nos damos cuenta de que las islas griegas del Jónico son un lugar apartado y remoto. No hay un astillero o un puerto con instalaciones adecuadas donde llevar a reparar el barco en 80 millas a la redonda. Un problema.

La avería consiste en que los mecanismos de enganche con la hélice (retenes) están dejando pasar (por la razón que sea) agua de mar al interior del saildrive, que está lubricado con aceite. El aceite se emulsiona con el agua y se convierte en una especie de mayonesa que pierde su función lubricante. Tenemos propulsión, pero los engranajes no están protegidos. Continuar usando el motor en estas condiciones puede provocar la corrosión galvánica de los engranajes, o, incluso, un grip de la transmisión, una avería muy grave (y muy cara de reparar) que nos podría dejar sin capacidad de gobierno del barco, limitados a lo que podamos hacer a vela.

La varilla del aceite del "saildrive" muestra la emulsión 

Y eso cambia completamente la etapa, y todo el viaje. Lo que iba a ser una agradable visita a calas y puertos de dos de las islas más bonitas del Jónico se convierte en una etapa de soledad y, sobre todo, de incertidumbre. Como en el Apolo 13. Houston, tenemos un problema. Volvemos a tirar de nuestra red de amigos, nuestro Houston. Pedimos ayuda y consejo, y es lo que recibimos. A todos, gracias.

Son cuatro días de espera. El Sargantana ya no es el barco fiable que necesitamos. Tratamos de cambiar el aceite desde dentro pero no sirve de gran cosa. Es un parche. No podemos ir a Zakynthos y, después, hacer 1500 millas hasta Cartagena en estas condiciones.

Operación de extracción con una bomba del aceite contaminado, para luego reponerlo. Esto sólo permite sacar un 60% del aceite total; para cambiarlo entero hay que hacerlo desde debajo del barco, con él fuera del agua

Hay que tomar decisiones. No queda más remedio que sacar el barco del agua cuanto antes (que es caro y complejo) para reemplazar el lubricante contaminado y reparar las juntas (retenes) dañadas.

Houston, tenemos un problema. Por un momento nos hace sentir desvalidos y vulnerables. Y eso convierte esta etapa especial en cuatro días sombríos, preocupados, de buscar en internet casos similares, de preguntar a Houston. De ponernos en el caso peor, un fallo de motor durante una travesía, que el saildrive se haya dañado irreversiblemente. De fantasmas. De miedo.

Nuestra recalada para los próximos días es Argostoli, capital de Cefalonia. Hemos dejado el fondeo de Xi a toda prisa para llegar pronto y tener sitio en el puerto. Aunque hoy es domingo y, a diferencia del resto de días que pasamos allí, sitio es lo que sobra.

Lo primero que capta la atención desde el barco, a la entrada de la bahía de Argostoli, es un faro de forma muy peculiar (el "fanari" de Agioi Theodoroi) y una construcción que parece un restaurante, y que más adelante descubriremos enmarca los famosos “Sumideros de Argostoli”.

Edificio del faro de Argostoli, visto desde tierra

Restaurante en los "Sumideros de Argostoli", visto desde tierra

Ya llegando, unas inmensas construcciones en el puerto de ferries hacen entender que allí atracan también cruceros. Y de los grandes.  

Argostoli está al fondo de la bahía. Enseguida llama la atención su brillante paseo de palmeras con adoquinado en negro sobre blanco, que hace las veces de paseo y de muelle municipal. 

Vista del paseo-muelle de Argostoli, con su característico pavimento en forma de ondas

Allí se mezclan los barcos de recreo y los de alquiler, los turistas, los paseantes, los coches, las barcas de pescadores y las tortugas, las grandes tortugas marinas que acuden a las sobras que les echan de comer los pescadores, quienes las usan de reclamo para atraer potenciales compradores a su exigua oferta.


La vida se organiza alrededor del paseo y de los grandes mercados de fruta y verdura al aire libre que se extienden al final del paseo, antes del puente, entremezclados con la gasolinera, los talleres y las tiendas de pescado, en un caos llamativo de polvo, bullicio, colorido y calor.


Al caer la tarde y la noche, los turistas colonizan los bares del paseo y las calles del interior, llenas de tiendas y restaurantes. Parece imposible que una ciudad tan pequeña albergue tantísima gente como se desparrama por las terrazas de las callejuelas y, sobre todo, de la gran plaza.

La parada obligatoria nos permite tomarnos la ciudad de Argostoli con calma y pasear, pasear mucho. 

El paseo de Argostoli, increíblemente tranquilo en domingo

Paseamos el puente de Bosset, hoy peatonal, que fue construido en el sigo XIX durante la época de dominación inglesa y parece tener el récord de ser el puente de piedra sobre el mar más largo de Europa (casi 900 metros).


El puente, diseñado por el ingeniero De Bosset, construido en madera en 1812 y revestido en piedra a lo largo de los siguientes casi 30 años. Vista desde su extremo norte, con la ciudad de Argostoli al fondo

Hacia el centro del puente, un obelisco recuerda la dominación inglesa de la isla


Paseamos sus calles de iglesias, cuyo número nos sorprende, como ha venido sorprendiéndonos durante todo el viaje la abundancia de iglesias y capillas en todas las ciudades, pueblos y rincones apenas habitados. 

Iglesia Panagia, en el paseo de Argostoli frente al puente

Iglesia de San Nicolás (Agios Nikolaos)

Iglesia en la confluencia de Minos y Asklipiou

Paseamos hasta Katavothres, los “Sumideros de Argostoli, esos agujeros por donde la isla “se traga” el agua de la bahía para expulsarla al otro lado, después de catorce días de viaje por sus recovecos cársticos. Una maravilla geológica convertida en las terrazas de un restaurante y afeada por papeles, botellas y todo tipo de basura que la gente arroja a los agujeros y que, pienso, el restaurante debería estar obligado a recoger a cambio de la concesión.

Un cuidado cartel explica el fenómeno de los sumideros 

El único vestigio de los molinos de grano construidos por Mr. Stevens en 1835 para aprovechar el movimiento del agua, absorbida por los agujeros, es una pala que gira en vacío para los turistas. Los molinos originales fueron destruidos en el terremoto de 1953. Tenían el sugerente nombre de "molinos de mar".

no
Los "agujeros" se han urbanizado para albergar mesas y sillas de la terraza del restaurante

Los sumideros están en un estado de conservación cuestionable, con cantidades de basura acumulada

Paseamos hasta el "fanari", el faro de San Teodoro, donde hacemos fotos bonitas de la bahía entre sus columnas y fotos tristes de un edificio que refleja  la desidia, el abandono y la falta de educación ambiental que ya es un clásico de este viaje. 

Vistas de la bahía desde el faro de Argostoli, levantado en 1863, destruido por el terremoto de 1953 y reconstruido en 1960 fiel a su diseño original de 20 columnas dóricas en un edificio de 8 metros de alto.  

El  faro de Argostoli está vandalizado, sucio y descuidado, a pesar de que sigue en funcionamiento


Para llegar al los sumideros y al faro hay que recorrer un sendero entre pinares al borde de la carretera, en las afueras de Argostoli. El paseo nos descubre dos o tres pequeñas playitas de agua increíblemente transparente, aprovechadas por un turismo local que recuerda al turismo español de los años 60 y 70 


Cuatro días amarrados al puerto de Argostoli. Conocemos allí a unos nuevos amigos, Jordi y Cristina, del Yemayá, que nos prestan la bomba con la que tratamos se cambiar el aceite.

Llegan Javi, Cani y Patricia. No podemos movernos y eso aborta muchos planes y la posibilidad real de unas vacaciones conjuntas. Adiós Zakynthos. Una pena.

Así que nos convertimos de nuevo en terrícolas. Visitamos en coche la isla y descubrimos sus secretos. Que Myrthos es una playa espectacular en la distancia, pero incómoda, llena de gente, con el agua bastante turbia y colapsada por coches mal aparcados.

Playa de Myrthos, desde el mirador

No es una exageración. Al dejar la playa nos encontramos en un bloqueo absoluto de la carreterita estrecha que baja hasta casi la misma arena, con coches aparcados a ambos lados y solo un estrecho carril que los que subían y bajaban luchaban por conquistar, hasta producir un embotellamiento sin solución. Luis se bajó del coche y, desde lo alto de la cuesta, con su sombrero y su pantalón de guarda forestal, dando órdenes en inglés y sin encontrar ninguna resistencia, sacó hacia arriba uno a uno a los vehículos que intentaban bajar, hasta desbloquear la parte alta para los que subían.

Descubrimos que Fiskardo, a las tres de la tarde de un día de agosto, es como un campo de batalla en la que hordas de turistas se alejan en sus ferries dejando un rastro de mesas llenas de platos y vasos sucios en las tavernas.

Los barcos que no caben en el muelle de Fiscardo fondean con cabo a tierra

Pero también descubrimos que Cefalonia, como Ítaca, es una isla bella, aunque quizá algo deslucida por tanto turismo de agosto.

Los turistas hacen cola para fotografiarse en el cartelón de Argostoli (excepto en domingo)


Finalmente dejamos Argostoli un miércoles a mediodía. Ha entrado por fin un poco de viento sur y en esta situación queremos aprovecharlo para velear, y usar el motor lo menos posible. Navegamos hacia el norte, otra vez camino de Preveza, en busca de un travelift y un mecánico. Muy a nuestro pesar nos despedimos de Javi, Cani y Patricia en la playa de Xi. Este año no llegaremos a Zakynthos como los astronautas del Apolo 13 no llegaron a la Luna. 

Aprovechamos el ligero viento sur para recorrer la costa oeste, desierta, descarnada, sin un alma, sin cobertura, en rumbo norte. Son casi 80 millas y navegamos día y noche, aprovechando al máximo el viento vespertino y arrancando el motor sólo en la encalmada de la noche, muy, muy despacio, mimando al Sargantana.

Lucía y yo hablamos poco. Tengo una sensación de mal sueño, de desaliento, de preocupación por todo lo que puede pasar y que, felizmente, no pasa.

En mi guardia sigo leyendo a Gómez-Jurado hasta que casi amanece sobre el canal de Preveza. Lucía duerme arrebujada en cubierta, después de la suya. Huele a tierra y a pino mientras las luces de la ciudad se acercan poco a poco.

Atracamos en el puerto que tan bien conocemos poco después de amanecer. Sin contratiempos. El Sargantana está algo maltrecho pero ahí sigue y nos ha dado un viaje tranquilo hasta nuestro refugio en el muelle municipal de Preveza, donde esperamos encontrar un travelift y un mecánico que le vuelvan a convertir en el barco que nos devuelva a casa sanos y salvos. Como el Apolo 13.

Houston, over and out.







lunes, 4 de julio de 2022

2022 24ª etapa: Kalymnos - Patmos. Apocalypse Now (1979)





Martes, 5 de julio

Madrugamos mucho para salir de Emborio, camino de Leros y de Patmos. A quien madruga, el meltemi le ayuda. 

Zarpamos sin un plan claro. Recorreremos Leros, pero sólo como una meta volante, camino de Patmos. Volveremos aquí en unas semanas para dejar el barco en tierra durante el invierno, y seguro que, entonces, tenemos tiempo. 

En cualquier caso Leros es muy parecida a Kalymnos. De hecho casi son la misma isla, están separadas por un estrecho muy angosto. Igual de rocosa y agreste, aunque quizá en Leros las paredes de roca no parecen tan propicias para los escaladores. Y, al igual que Kalymnos, no ofrece muchas alternativas de fondeo. Las tres o cuatro grandes bahías protegidas están cubiertas de posidonia y sembradas de boyas, algunas de pago y otras ofrecidas por tavernas que buscan clientes, como en Emborio. 

Llevamos ya muchos días seguidos en boya y rodeados de gente, y echamos de menos un sitio tranquilo. Por eso decidimos fondear en Agia Marina, al este de la isla. Tiene boyas de pago aunque, según las guías, también es posible echar el ancla en algunas (pocas) manchas de arena en la pradera de posidonia. Vemos que hay un barco y nos dirigimos hacia esa zona. Las balizas de protección de la playa nos obligan a fondear a más de trece metros de profundidad. Cuesta un poco, pero parece que por fin lo logramos. So far so good.

No estamos convencidos del todo. Hay que bajar a por provisiones y, por si acaso, Lucía se queda en el barco. Ya en el súper, Lucía me avisa por Whatsapp: el barco se mueve, nuestra ancla está garreando. Muy despacio, unos pocos metros por hora, pero no acaba de clavarse. En cuanto vuelva al barco hay que rehacer el fondeo.

Lo intentamos de nuevo, pero la maniobra no funciona. Ya hay más barcos fondeados y no tenemos tanto sitio libre como para probar alternativas. Tratamos varias veces, sin éxito. Cada nuevo intento es peor que el anterior. Son las cuatro de la tarde y hemos de tomar una decisión, porque el meltemi ya está soplando duro después del descanso de esta mañana. Hay que largarse, a pesar de los 25 nudos de cara, con corriente en contra y arrastrando la neumática.

Afortunadamente, en menos de un par de horas encontramos la cala de Blefoutis, cerca del aeropuerto y de nuestro futuro varadero, un sitio que ni habíamos considerado, pero que resulta ser un fondeadero excelente, con muy pocos barcos, totalmente protegido del viento y de la ola.

Llegar a un fondeo tranquilo, por la tarde, y después de un rato de lucha contra el viento es una maravilla que sólo puede entender el que lo ha hecho. Hay una playa, con su taverna correspondiente, si bien lo único que nos apetece es darnos un baño y organizar una cena con vino en cubierta. Esos pequeños placeres de la vida que siempre recuerdas.

Bahía de Blefoutis. Está abierta al norte, pero un gran islote protege la entrada y la bahía entera del meltemi. Unas pocas lanchas de pescadores y media docena de veleros

Miércoles, 6 de julio

Pero la etapa sigue. Al amanecer continuamos hacia Patmos. El viento nos deja ceñir con un rumbo aceptable, aunque con dos rizos y trinqueta. La ventaja es que, en esta zona, la ola siempre es razonable, aun con vientos frescos. Hay tantas islas e islotes que nunca se forma demasiado fetch. Antes de las doce estamos entrando en Skala, el puerto de Samos.

Como es habitual, nos tocará atracar a mediodía, con el meltemi otra vez a tope. Sabemos que tenemos sitio en el puerto: nuestros amigos Sergi y Rosi (del Narganá Dos) llegaron ayer y nos han ido dando referencias. De hecho, nos esperan en el muelle para ayudarnos con las amarras. Maniobra complicada por el viento cruzado, pero, a estas alturas, tenemos ya algo de práctica. Hay que procurar entrar a tu lugar de amarre deprisa y marcha atrás, soltando cadena. Asegurar que no te estampas con el barco de sotavento (en este caso, un catamarán de los grandes) y tratar de que, en todo caso, sus defensas te sostengan mientras vas acercándote al muelle colgado del ancla, más despacio, para acabar la maniobra. Todo esto es la teoría, claro. En la práctica, atracar a la griega con viento cruzado es una actividad bastante estresante, que lleva tiempo y que ofrece muchos momentos de entretenimiento y diversión a las multitudes de paseantes y curiosos de los puertos municipales. Afortunadamente, en nuestro caso salimos del trance sin estragos (tanto desde el punto de vista hardware, es decir, en el casco del barco, como software, es decir, en nuestro orgullo de navegantes pretendidamente expertos).

Volvemos a encontrarnos con Sergi y Rosi por primera vez desde nuestras aventuras pasadas en Zakinthos, hace una eternidad (mes y medio). Una alegría enorme volver a ver a nuestros amigos de correrías y compartir unos días con ellos.



Patmos es una isla interesante. Una de las favoritas de la jet set y del turismo chic. Lugar de escala de cruceros, con un puerto amplio y protegido en el que se pueden ver barcos deportivos y pesqueros, pero también barcos militares, guardacostas y grandes ferries. Un enclave que merece más de una visita, con playas muy bonitas y un ambiente "ibicenco".

Patmos es famoso también por su historia, con las consabidas idas y venidas de bizantinos, venecianos y, más recientemente, italianos y alemanes, como en las otra islas del Egeo. Pero Patmos es, sobre todo, la isla adonde fue desterrado San Juan Evangelista y donde tuvo las visiones que relató en el Libro del Apocalipsis. De hecho, se puede visitar la cueva donde se tumbaba sobre una roca y dictaba a su acólito. También es famosa Patmos por su impresionante monasterio de San Juan Evangelista, en el municipio de Chora, en la cima de la colina.

Chora con el monasterio en lo alto


Pasamos varios días en la isla. Muy cómodos, en un puerto barato, agradable y bien comunicado. Con la posibilidad de salir a cenar con nuestros amigos y de vivir sin prisa, de dejar pasar el tiempo. De vivir la vida hasta el siguiente salto.

La travesía hasta Patmos es dura, pero no tanto como otras que vendrán. La última parte, sobre todo, nos cuesta. Tenemos que quitar velas e ir a palo seco, lo que hace que el barco pierda sostén y avance mucho más lento. Llegamos mojados de los rociones y cansados, pero llegamos. Cuando nos vemos amarrados, podemos darnos una ducha y descansar. Por poco tiempo, porque el barco pide a gritos agua dulce para librarse de la sal y nuestra ropa, acumulada de varios días, también pide a gritos una lavadora industrial como la que encontramos en el puerto, bien cerquita de nuestro atraque.

Cenamos con Rosi y Sergi, y también con Enric, del Xingu, que lleva unos días allí varado. El pueblecito de Skala resulta ser una monada, con sus calles peatonales de casitas blancas y azules. Se nota más estilo que en otros sitios turísticos que hemos conocido en este viaje: joyerías por doquier, boutiques de ropa cara, restaurantes de nivel y chillouts. 

En lo alto de la colina que domina el puerto y la isla se encuentra Chora (léase "Hora", con la hace aspirada). Chora es una pequeña ciudad medieval de casas blancas construidas alrededor de un monasterio del siglo XI. Es el asentamiento que veíamos desde el barco, al acercarnos a la costa. Desde el agua me daba la impresión de ser un castillo con un pueblito a los pies de sus murallas. No andaba muy desencaminada: es un monasterio fortificado. 

Molinos de viento a las afueras de Chora


Decidimos visitar Chora. La frecuencia de autobuses no nos encaja bien, así que cogemos un taxi que cuesta poco más que los dos billetes del bus. Nos deja a la entrada del pueblo. Callejeamos, en ese estilo nuestro de dejarnos ir sin mirar el plano: basta con seguir subiendo.

Calle de Chora


Curiosamente, las calles empedradas están llenas de talleres de artesanía y galerías de pintura y escultura. Recuerdan vagamente a las que en Altea suben hasta la iglesia, también plagadas de tiendas de artesanos, con la diferencia de que aquí llegan a un monasterio ortodoxo. Es el monasterio de San Juan Evangelista, declarado por la UNESCO Patrimonio de la Humanidad en 1999, junto con Chora y la Cueva del Apocalipsis. 

Paseando por las calles de Chora

Detalle de una casa de Chora


Llegamos arriba. A diferencia del último monasterio "no gratuito" que visitamos en Nísyros, pequeño, claustrofóbico y un tanto decepcionante, no nos importa pagar los cuatro euros que cuesta la entrada. El monasterio de San Juan es interesante, grande, espacioso, con patios, arquerías, estancias y capillas en una disposición laberíntica. 

Interior del monasterio


El fervor religioso que descubrimos en los visitantes locales nos deja un tanto sin palabras: gente que llega en peregrinación a besar la calavera del apóstol Tomás, que se extasía delante del icono de la Virgen entonando cánticos solitarios o que recorre el museo recitando a media voz lo que parecen oraciones o versículos de las escrituras. El museo expone decenas de códices de los más de mil volúmenes que alberga y objetos religiosos de primer orden, incluido el manuscrito original por el que el emperador bizantino encargó al hermano Christodoulos construir el monasterio. 

Patio con arquería del monasterio


Y es que la historia de Patmos es así de curiosa. En 1088 el emperador de Bizancio le regaló la isla a un monje guerrero, John Christodoulos, a condición de que edificara un monasterio, cosa que hizo en tres años. Y lo fortificó para que protegiera de los piratas a todo el que se refugiara allí. Y lo bautizó en honor al apóstol Juan, desterrado en esta isla, en cuya cueva tuvo la revelación divina que transformaría en el Libro del ApocalipsisPatmos ha adoptado hasta tal punto al que nosotros conocemos como Juan el Evangelista que le llaman Juan de Patmos. También le conocen por Juan el Teólogo, Juan el Divino o Juan el Revelador. Es una figura muy querida en la isla y está presente por doquier. 

Bajamos de Chora a pie por la calzada empedrada que llega hasta el puerto de Skala y por la que, en la semana santa ortodoxa, el pueblo sube en procesión hasta el monasterio. A mitad de camino encontramos el complejo de la cueva del Apocalipsis, que obviamos: ya hemos cubierto nuestro cupo religioso de hoy.

Calzada que baja desde el monasterio, con el puerto de Skala al fondo


Patmos fue declarada por el gobierno griego "isla sagrada" en 1988 y es uno de los siete lugares de peregrinación más importantes de Europa, con Santiago, Fátima o Lourdes. 

Y es en esta isla sagrada donde nos despedimos, por segunda vez y hasta el próximo año, de la tripulación del Narganá Dos, que deja el puerto unas horas antes que nosotros. 

Narganá Dos zarpa por la mañana; nosotros, por la tarde


Viernes, 8 de julio

Kalymnos - Leros

Leros - Patmos