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jueves, 29 de julio de 2021

Etapa 13: Meganisi - Kalamos. Zorba, el Griego (1964)





- Zorbaenséñame a bailar - Y Zorba sonríe, remanga su camisa blanca, levanta los brazos, y baila.

En Kalamos, Zorba el Griego no es Anthony Quinn. Se llama George. Y George enseña a bailar a los barcos cuando entran y cuando salen de puerto. De su puerto. Porque George es el director absoluto de una coreografía de locos sobre una sinfonía en dos actos, uno por la tarde y otro por la mañana.




Primer acto: La entrada

Son las cuatro de la tarde. Llegamos a Kalamos desde nuestro fondeo en Meganisi, una travesía corta y sin viento. George espera en el muelle bajo el sol abrasador de final de julio, vestido de blanco y azul, con sombrero de paja. Nos llama desde el final del muelle de entrada, junto a la roja, con el brazo levantado. No hay nadie más a la vista. Nos hace señas para que entremos e iniciemos la maniobra de atraque.

- Welcome my friend

El puerto está casi vacío. Kalamos no es un puerto grande. Según la guía, tiene 50 plazas para barcos de paso y una zona pequeña para un ferry y unos pocos botes de pesca. Poco más, casi todo vacío. Tres o cuatro veleros, italianos y holandeses, perfectamente colocados costado con costado, en el muelle pegado al rompeolas.

George inicia su actuación. Mueve sus brazos como un director de orquesta para indicarnos hasta dónde llegar, dónde girar la rueda, a qué velocidad movernos por la dársena, dónde parar.

De repente, manos abajo. George habla:

- Lady, anchor down!

Lucía obedece sin rechistar. Cómo no, George está al mando

Y el Sargantana retrocede suavemente hacia el muelle. Baila hasapiko en el puerto de Kalamos, en el calor imposible de esta tarde de julio, entre el canto de las cigarras y el estruendo continuo de la cadena del ancla, que va cayendo. Baila bañado en sudor como un purasangre. 

Llegamos junto al muelle. George sonríe. 

- Perfect mooring, my friend

Recoge nuestras amarras  y nos las ofrece de vuelta.

- I am George. My taverna is over there

Lucía está exultante después de una maniobra rápida y precisa, y le promete directamente cuatro clientes para la cena. George sonríe y asiente.

- Welcome to Kalamos

Porque George es Zorba, y también es Kalamos, y, por extensión, George es Grecia. George enseña a bailar a los barcos, pero también alimenta a sus tripulaciones. Ese es el trato. Amarre, ayuda en la maniobra, incluso agua. Todo gratis. Pero, si puedes, cena en mi casa.


Pasamos la tarde bañados en sudor, bebiendo cerveza  y observando la función de George, que continúa casi hasta la puesta de sol. Los barcos entran ahora en una sucesión casi vertiginosa. La mayoría, veleros de una o dos flotillas de holandeses charteristas. Como en un crescendo, George sigue dando órdenes a diestro y siniestro, como un director de orquesta. Ahora ya desde su motora se mueve deprisa para ordenar movimientos y coordinar tripulaciones. “Anchor down here, my friend”. Cuando es necesario, a topetazos, coloca los barcos de los que no saben o no pueden bailar en esta dársena, cada vez más llena.



Míramos el espectáculo embobados, con la boca abierta. Echo de menos un fondo musical, quizá las Valkiryas. Definitivamente, algo de Wagner.

El puerto ya está lleno. No quedan más sitios. Los barcos siguen llegando. George los coloca en sitios imposibles. Dobles filas, triples filas. Decenas de cadenas de ancla están tendidas en el fondo, con toda seguridad montadas las unas sobre las otras. 


Cae la tarde. Acabó la función. Me baño entre las grandes rocas del rompeolas. Caminamos por Kalamos, con calles empinadas y casi vacías. En verano, Kalamos es el puerto. Es George



Cenamos, cómo no, en la taverna de George. Decepción. La comida no está mal, es el menú habitual de todas las tavernas. Elijo, como muchas otras veces, moussaka. Aceptable. Pero la taverna de George no tiene ni infraestructura ni personal para dar de cenar a tanta gente. Los fllotilleros holandeses están sentados en largas mesas y esperan pacientemente sus platos. Nosotros igual. Los camareros, probablemente los hijos de George, corren entre las mesas sudorosos, con platos y bandejas, ofreciendo disculpas

Segunda función: La salida

Por la mañana nos levantamos tarde, justo para la función de la mañana. La noche ha sido tropical y sin viento, y hemos dormido poco. Nuestros vecinos holandeses (nos aclaran que no forman parte de la flotilla, faltaría más), están ya en la proa con sus tazas de café. Se abre el telón.

Y George vuelve a hacer su magia. Va sacando todos  los barcos, uno a uno, atendiendo las peticiones de salida en riguroso orden. En cada maniobra George acompaña al barco en su lancha y se las compone para sacar su cadena y su ancla del amasijo del fondo.


Ni un aspaviento, a veces lo hace incluso mientras habla por el móvil. Todo es suave y armonioso. En menos de una hora quedamos sólo unos pocos barcos que llenamos de agua los depósitos, cortesía de George, cómo no.

También volveremos a Kalamos, mejor fuera de temporada. Me gustaría tener tiempo para tomar despacio un ouzo con George. George, el Griego. 




martes, 27 de julio de 2021

Etapa 12: Cefalonia — Meganisi. Cuando ruge la marabunta (1954)



Salimos de Atheras en dirección Norte, camino de la costa sur de Lefkas. Volvemos a recuperar nuestro plan original que incluye recaladas en Lefkas y Meganisi.

Pero no es un plan muy preciso. Al llegar aquí te das cuenta que todo parece estar muy cerca, que no hace demasiada falta planificar las etapas de forma lineal, buscando optimizar el recorrido. Las alternativas de fondeo son siempre muchas, demasiadas, y la decisión de una u otra se toma un poco sobre la marcha.


Para la primera noche elegimos el puerto de Syvota. Unas pocas casas, y un pequeño puerto, al Sur de Lefkas. La bahía es muy profunda y resguardada, bonita y elegante. 


Queremos cenar en alguna de las varias tavernas locales. Según la guía, las tavernas ofrecen amarre gratuito en sus pantalanes. Todo parece perfecto, idílico, excepto por… la marabunta.

En el Jónico la marabunta no son hormigas. Son holandeses en flotilla. Se desplazan todos muy juntos, de puerto en puerto, de cala en cala. Se apiñan en barcos de charter que se mueven al unísono a las órdenes de quién sabe qué capitán holandés pirata. Claramente una flotilla ha elegido Syvota como su primera parada de la semana. Oh my god.

Cuando la marabunta ruge, arrasa con todo. A su paso desaparecen los amarres, los lugares en las calas, las mesas de las tavernas, el hielo y la cerveza de las tiendas… y, obviamente, la tranquilidad.

No se me malinterprete. No son mala gente. Son educados y no demasiado ruidosos (nos preguntamos cómo podría ser una flotilla española y nos entran sudores fríos). Son muy altos y muy delgados, y los hay que llevan zapatos con calcetines cuando navegan. Impresionante. Muchos, la mayoría, sabe navegar. Pero claro, hay de todo, así que el espectáculo está garantizado.


Al entrar en Syvota nos damos cuenta de que las opciones de fondear son remotas. Hay varios barcos en el medio que parecen estar en el centro de una rotonda, como un Séptimo de Caballería rodeado de indios, en este caso de flotilleros holandeses que sufren para encajarse de mala manera en sus amarres (en muchos casos, un poco “creativos”).

Porque la imagen idílica del dueño de taverna que te ofrece un amarre a cambio de una cena, no es tal. Aquí todo el mundo apoquina 35€, lo tomas o lo dejas. Eso sí, agua y luz incluidos. 

Nos ofrecen un lugar al extremo de un pantalán. Por un momento creo que es Jorge Javier Vázquez, el de Tele5, vestido de marinero. No es. Nos vacilamos un poco mutuamente mientras trato de sacarle un descuentillo en una mezcla ininteligible de italiano e inglés. Jorge Javier gana, claro, son muchos años de lidiar con “Sálvame” para que te lleve al huerto un novato. 

Cenamos en la Taverna Ionion. Buen sitio. La marabunta parece haber elegido algún otro. Disfrutamos de un Syvota cada ve más tranquilo al caer la noche.



En los siguientes días fondeamos en Meganisi un par de noches, relativamente tranquilas. Descartamos Nadir y Vlycho. El primero, porque la famosa Tranquil Bay tenía bastante de Bay pero poco de Tranquil. El segundo, porque el agua es turbia y no invita nada al baño. Los dos son lugares míticos, pero quizá para visitar en otro momento, no precisamente cuando ruge la marabunta.
 
En Vlycho fondeamos un rato para bajar en la neumática a comprar algunas botellas de agua y una bolsa de hielo. El calor es infinito en este país y Vlycho no se queda atrás. El pueblito, desierto un lunes a mediodía, no es gran cosa. En el puertito hay atracados algunos barcos de trabajo. La bahía podría pasar por bonita, si no fuera por el aspecto más bien repulsivo del agua, verdosa y sucia.




En el trayecto hacia el fondo de la bahía pasamos por Nydri, sorteando centenares de veleros y catas al ancla. Vemos las características hileras de barcos abarloados por docenas unos a otros en mitad del fondeo, que ya otros capitanes escritores de blogs griegos relataron con sorpresa.

Meganisi es quizá la isla más bella de todas, al menos desde el agua. Una colección de fiordos profundos, llenos de calas y recovecos. Garantía total de protección.

La costa noreste de Meganisi tiene forma de cornamenta de alce. Es divertido entrar entre los “cuernos” para descubrir sus infinitos rincones, la mayoría aptos para el fondeo. La costa cae muy rápidamente al agua, lo que permite acercarse con el barco y poner cabos por popa. 

Para la primera noche elegimos una cala con pocos barcos, en la que practicamos por primera vez el fondeo con cabo a tierra. No nos sale tan mal, Juan Pedro y yo en el dinghy, Luis al timón y Eva pendiente del cabo. Me queda de recuerdo un enorme morado por la caída de culo en las rocas resbalosas de la orilla y algún que otro arañazo de los rosales silvestres. Pero el barco quedó bien amarrado.


El agua está increíblemente limpia y tranquila. Nos da para inflar el kayak y remar y nadar durante horas. Las orillas son deliciosas. Tomo nota de los distintos artilugios de fondeo que despliegan nuestros compañeros de cala, a los que me acerco nadando. Uno de ellos es español, con matrícula de Barcelona. Saludo desde el agua al capi, también en remojo, y ya en el primer hola reconozco por el acento a un paisano asturiano. Resulta ser de Gijón. Estamos por todas partes. 

Al día siguiente, descartado el baño en Vhlyko, nos damos un chapuzón al final de los cuernos, en la bahía de Elia, un lugar virgen en el que están promocionando edificaciones de apartamentos. Se ve que en Grecia también hay especulación urbanística y los correspondientes ecologistas con pancartas en defensa del atropello. 

No nos sirve de fondeo de noche porque hay poco sitio en arena para estar a la gira y hay demasiada posidonia para fondear con cabo a tierra con seguridad. De hecho, el italiano que llega después de nosotros viene con un cargamento de “lechuga” en el ancla que había tirado en la bahía anterior, y garrea una y otra vez. Deshacemos fondeo y nos dirigimos al tercer “cuerno”, Atherinós, adonde, al menos hoy, no ha llegado la marabunta.

Muchos barcos, pero espacio más que suficiente. Nos gusta la bahía de Atherinós y en una de sus dos tavernas ensayamos torpemente unos pasos de sirtaki (la verdad es que no han servido de mucho tantos ensayos durante el invierno - hay que practicar más).

domingo, 25 de julio de 2021

Etapa 11: Preveza - Cefalonia. Capitanes intrépidos (1937)



Salimos de Preveza (de nuevo), hacia el Sur. Esta vez definitivamente. Nuestro objetivo es recoger a Eva y Juan Pedro, nuestros amigos Capitanes Intrépidos, que van a pasar una semana con nosotros y están volando a Cefalonia. El punto de encuentro es la cala de Atheras, en la costa Oeste de la isla. 


Dejamos Preveza algo tarde, sobre las 15:30. Es buena hora, justo cuando el térmico se arranca. Confiamos en poder velear hasta Lefkas y pasar en la apertura del puente de las 1700.

Confiamos en llegar a tiempo y que el puente abra, porque dos días antes… no abrió. En el regreso del golfo de Amvrakikos para arreglar las baterías, que relatábamos en la etapa anterior, nuestra primera intención había sido hacerlo en Lefkas. La llegada hasta la entrada al canal había sido tranquila y solo unos pocos barcos aguardábamos delante del impresionante bastión rodeado de espectaculares playas de arena blanca. 


Ju

Sabíamos (todos lo sabíamos) que el puente abre a las horas en punto. Pero ese día el “puentero” debía estar perezoso o no tuvo un compañero que le relevara para el almuerzo. El caso es que nos dijo por radio, tan tranquilo, que no iba a abrir hasta las 1400. Eso sí, hubo que preguntarle cuando, a las 1310, las tripulaciones de la media docena de veleros, cada una en su idioma, empezábamos a ponernos nervisos, los croatas del velero azul más que ninguno…  Ese día desistimos y preferimos volver a Preveza, valor seguro para nuestras necesidades de baterías, y que tan buenas experiencias nos guardaba. 

Y llegamos justo a tiempo. Es viernes por la tarde y el canal de Lefkas es una gran procesión de veleros de charter que van hacia la marina para el cambio de semana. Todos en fila de a uno, por su carril, como pasos de Semana Santa en este canal estrecho. Son muchos, probablemente más de 200, eso no augura mucha paz, la verdad. Nosotros vamos solos hacia el Sur, pero todos esos barcos harán la procesión Sur seguramente mañana. 


Me impresiona esta procesión por el canal, pero más me impresiona el tamaño de la Marina de Lefkas y el incesante entrar y salir de veleros y catamaranes, sobre todo catamaranes. El que ha de abandonar la fila para entrar en la marina tiene que calcular con antelación, y confiar en que ningún otro haya tenido la misma idea. Los veleros no tienen intermitentes como los coches, con lo que los demás han de adivinar tus intenciones cuando inicias la maniobra. 




Varios barcos intentan fondear en la bahía de entrada a la marina, lo que obliga a los que les rodean a hacer maniobras bruscas. La fila de ida y vuelta, tan ordenada, contrasta con el aparente caos de la marina y sus aledaños. Definitivamente, la presión del alquiler de veleros ha destrozado un entorno que, de otro modo, sería encantador. Una pena, pero no paramos a ver la ciudad, que a todas luces merece la pena, y salimos de allí huyendo rumbo al sur. Otro año confío en podamos llegar fuera de temporada y demorarnos en conocer la zona. 




El canal de Lefkas recuerda al Canal del Estacio (en La Manga), salvo porque aquí el puente para los coches no es levadizo, sino que se desplaza lateralmente. La diferencia es que el canal de paso para llegar al puente es muy largo, tiene más de tres millas. Impresiona cómo pudieron dragar tanta longitud durante la dominación romana. El canal convierte a la peninsula de Lefkada en una isla, aunque sea intermitentemente, cada hora en punto.


Poco que reseñar de esta etapa. Eso sí, nos hace conscientes de que al sur del canal estamos ya en el gran mar interior del Jónico, donde las islas míticas (Itaca, Cefalonia, Meganisi…). Un entorno que sobrecoge un poco por lo apretujado de las islas. De hecho, la sensación es algo claustrofóbica, como de navegar en un gran embalse, viendo siempre tierra por todas partes. Y barcos, muchos barcos.

Elegimos para pasar la noche en la cala que nos ha recomendado Ivana, del Krait, unas millas al sur del canal: Vathyavali. El vídeo de aguas turquesas que me manda anticipa un entorno único. Y así es. Una  docena de barcos, agua trasparente y tranquilidad. 

Tranquilidad que solo rompemos los tres barcos españoles. El Brío, que hace esta parte del viaje con el Krait, tiene problemas de motor y la tripulación del Krait se afana en ayudarles a solucionarlo. Cuando lo logran, la victoria hay que celebrarla. Cae una botella de “ouzo” griego en la bañera del Sargantana, que acoge a las tres tripulaciones bajo la luna de la noche mágica del Jónico.





A la mañana siguiente seguimos viaje hasta la bahía de Atheras. La costa oeste de Cefalonia no nos impresiona como otras islas, y vemos pocos abrigos y fondeaderos. Atheras es una playa vulgar, pequeña, atestada de coches y de turistas griegos pasando el sábado a remojo en grupos que hablan a gritos entre ellos. Es curioso cómo nos parecemos.  



En Atheras descubrimos las avispas. Acuden por decenas al barco. Luego entenderemos que las avispas son visitantes habituales de esta parte del Jónico, casi más que los veleros de charter. Cuando la playa se vacía y cae la tarde, las avispas nos dejan tranquilos, que pero empieza el “swell”. Mañana recogeremos a nuestros amigos y saldremos pitando a un fondeo más atractivo, en una isla menos inhóspita. 

Eva y Juan Pedro son nuestros queridos Capitanes Intrépidos. Nos conocemos y nos queremos desde hace más años de los que puedo recordar. Juntos hemos pasado momentos inolvidables en aquellos veleros de alquiler que nos vieron aprender a base de equivocarnos, hasta que ellos decidieron cambiar su destino y dejaron España por unos años. Era obligado volver a juntarnos en el mar. 






jueves, 22 de julio de 2021

Etapa 10: Preveza y Golfo de Amvrakikos. Gente corriente (1980)


Solemos navegar solos. En pareja. Nuestros viajes en el Sargantana son casi siempre solitarios, introspectivos, íntimos, casi de retiro espiritual (incluso cuando costeamos y tenemos cobertura). Somos dos y basta. No sobra nadie, pero tampoco falta nadie.

Pero curiosamente una de las maravillas de una travesía larga es la manera tan intensa con la que, a veces, llegamos a relacionarnos con otra gente. En ciertos puertos, o incluso en fondeos, te encuentras con gente que, por alguna razón inexplicable, se te queda prendida como jirones en un clavo. Se pueden llamar Marcel y Lena, o Domingo y Liliana, o Mitxel y Olga, o Manel, o Kiko. Da un poco igual. Gente corriente que no se cruza contigo como barcos en la noche, Gente que aparece en tu vida por una secuencia de azares y de casualidades, y que se queda. Amigos que trae el mar a tu playa como restos de un naufragio. Gente de mar.

Estos últimos días los hemos pasado en Preveza y alrededores, y se nos han quedado grabados por el contraste entre soledad y compañía, entre tranquilidad y frenesí.

Salimos de Preveza a media mañana camino del Golfo de Amvrakikos. Hemos solucionado (creemos) los problemas con las baterías. Han sido dos días frenéticos de pruebas, de reparaciones, de compras en el supermercado, de trabajar sin pausa, pero estamos contentos de que, por fin, el barco parece estar en condiciones de navegar sin problemas.



No hemos hablado con nadie. Bueno, sí, con el mecánico que nos ha cambiado el aceite y los filtros. Un tipo que nos han recomendado en Navily, un poco siniestro, aunque probablemente competente. No acabamos demasiado satisfechos. En su haber, que, además, nos ha detectado y arreglado un problema en nuestro circuito de refrigeración (teníamos una fuga de la que no éramos conscientes). En su debe, que el precio fue bastante más del que esperábamos y, sobre todo, que se negó a ponerse mascarilla dentro del barco. Acabó teniendo un incidente con Lucía. Quizá el único griego antipático que hemos encontrado hasta ahora. Aparte de este tipo y de la gente de las tiendas, nuestra actividad social en Preveza ha sido casi nula.

El Golfo de Amvirakikos es un lugar poco corriente. Un inmenso mar interior que conecta con el Jónico a través de un estrecho canal en Preveza. No es un destino turístico habitual, pero nos atrae porque nos recuerda un poco al Mar Menor, aunque sabemos que sus aguas son verdosas, mucho menos transparentes que el agua del Jónico, y sin calas o playas famosas. 


Lo habíamos apuntado en nuestra hoja de ruta como un lugar interesante a conocer y no nos decepciona. Lo recorremos de Oeste a Este, con un viento de aleta que nos hace prácticamente volar, solo con el génova, hasta el final del estuario. 


Fondeamos en una cala muy amplia pero muy resguardada, casi en completa soledad, con el único sonido de las cigarras y de los rebaños de ovejas de los campos cercanos. Pueblos lejanos, pero nadie a la vista. Paz total.



Pero paz que dura muy poco porque, cómo no, las baterías vuelven a fallar y se quedan a cero durante la noche. Se veía venir. Decidimos que ya está bien de pruebas y de dudas. Hay que cambiarlas inmediatamente, sea en Preveza o en Lefkas.

Y volvemos a Preveza. Y sí, por fin cambiamos las baterías. Y nos volvemos a quedar otro par de días, aunque esta vez todo es diferente. Nuestros amigos del Krait están en la ciudad, amarrados al muelle municipal junto con otro par de barcos españoles. Nos uniremos por unos días a la flotilla.



Es nuestra primera experiencia en un puerto griego “de los de verdad”. Amarre con ancla y cabos al muelle, que nos aseguran Carlos (del Krait) y un tipo anónimo que pasaba por la calle. Porque los puertos griegos son así. Necesitas a alguien que te amarre unos cabos a tierra y aparece un vecino, o incluso un paseante, a echarte una mano. Nada que ver con las marinas pulcras y asépticas (y caras) como Marina Preveza, con baños nuevos y relucientes y marineros solícitos que te ayudan a atracar. Precios ridículamente bajos. Ocho euros noche frente a 55 en Marina Preveza.

Contrastes. Pasamos otros tres días en el muelle de Preveza. Intensos, sociales, con la popa literalmente a tres metros de un paseo marítimo por el que cada tarde pasean familias griegas al completo. Los barcos se suceden en una fila infinita, costado con costado, y los paseantes nos miran como se miran escaparates, con la curiosidad del que pasea por un zoo.





Pero no nos importa. Ni eso ni el ruido continuo que sólo se apaga de madrugada y a la hora de la siesta. El muelle es como un gran zoco. Los vendedores pasan en triciclos ofreciendo de todo, desde agua o hielo, pescado y aceitunas, hasta gasoil a domicilio en camionetas con tanques pequeños. Un pandemónium vital y maravilloso que te hechiza.


Y nuestra vida social se dispara. Salimos a cenar con nuestros compañeros de flotilla. Conocemos a Liliana y Domingo y descubrimos que nuestras respectivas vidas son curvas llenas de tangentes y de coincidencias, y que compartimos algo más que un café en el bar de un puerto remoto.




Disfrutamos Preveza de una forma totalmente distinta a la de hace unos pocos días, en compañía. Metidos de lleno en la ciudad, en sus ruidos infinitos y sus olores a pescado a la brasa. Entre gente de mar.

Volveremos, sin duda. La opción de invernar el Sargantana aquí, en Marina Cleopatra, es atractiva; nos cuentan que los precios están bien y la calidad y el cuidado de los barcos son muy buenos. Pero, sobre todo, es que nos gusta Preveza.

Cómo no prendarte de una ciudad que acogió los últimos 32 días de la vida de Kostas Karyotakis, uno de los poetas griegos más importantes de la generación de 1920. De la ciudad que presenció sus dos suicidios: el primero, fallido por nadar demasiado bien; el segundo, de un tiro bajo un cafetal. De la ciudad que da nombre a uno de sus últimos (deprimentes y desesperanzados) poemas.

Placa en la casa en la que vivió el poeta

«Preveza»

Muerte son los grajos que se baten
contra los negros muros y las tejas:
muerte las mujeres que son amadas
mientras pelan cebollas.

Muerte las sucias, insignificantes calles
con sus nombres ilustres y ostentosos,
el olivar, el mar en torno, incluso
el sol, muerte de muertes.

Muerte el policía que envuelve,
para pesarla, una porción «escasa»:
muerte los jacintos del balcón
y el maestro y su periódico.

Base y Guardia de Préveza. Pelotón de seis.
El domingo escucharemos la banda.
He abierto en el banco una cartilla:
de treinta dracmas mi primer depósito.

Caminando lentamente por el muelle,
dices: «¿Existo?», y al punto: «¡Tú no existes!».
Llega un barco. Izada la bandera.
Quizás quien viene es el señor Prefecto.

Si al menos entre esta gente
uno muriera de hastío…
Silenciosos y tristes, recatados,
nos divertiríamos todos en el funeral.

Kostas Karyotakis, 1928

martes, 20 de julio de 2021

Etapa 9: Petriti - Preveza. La reina de Africa



Una etapa larga, no tanto por recorrer muchas millas, sino porque ha incluido una recalada larga en Paxos. La etapa nos ha llevado desde la isla de Corfú (Petriti) hasta Preveza en la costa continental, pasando por las islas de Paxos y Antipaxos.

Pero la imagen de esta etapa es la de Humphrey Bogart, en La Reina de Africa, tratando de arrancar desesperadamente el motor estropeado de su barca, sudoroso y cubierto de grasa, y echándolo a andar finalmente a base de golpes con una llave inglesa.

En nuestro caso los problemas no han sido con el motor, sino con las baterías. Habían comenzado ya saliendo de Mandrakis, con una alerta en el sistema de “batería baja”, y fueron evidentes en Petriti. A pesar de llevar placas solares y de poner el motor para recargarlas en caso de necesidad, nuestras flamantes baterías de servicio Victron, de 170 AH cada una, parecían haber dicho basta y se habían estropeado las dos a la vez. Extraño. Y solo después de un año. Muy extraño.



Así que en Paxos me dediqué casi todo el tiempo libre a desmontar nuestro espacio de estiba (que está justo encima del compartimento de baterías), y a hacer pruebas intensivas, con consultas a Mitxel y Manel que en casos como este son mis ángeles de la guarda. Conclusión preliminar: nos toca cambiar las baterías. Los síntomas son un poco confusos y contradictorios, pero no parece haber opción. Tras cargar las baterías con motor o las placas solares, se descargan en pocos minutos, tanto juntas como por separado. Un palo, porque no son precisamente baratas. En fin, estas cosas pasan.





Paxos y Antipaxos. Dos islas magnificas, de una belleza salvaje y explosiva. Grandes paredes de roca caliza que parecen haberse derrumbado sobre el mar sólo hace unas horas, blancas, verticales. Cuevas enormes. Playas espectaculares. Todo ello con el mismo decorado verde lleno de árboles (sobre todo cipreses) que nos acompaña desde la llegada a las Jónicas.



Son dos islas muy pequeñas, de hecho circunnavegamos Paxos en poco más de cuatro horas. Nos movemos despacio y muy cerca de tierra a lo largo de su espectacular costa Este, con sus famosas acantilados blancos y la gran cueva azul. Una maravilla. 


Fondeamos dos noches en Paxos. Una en una pequeñísima cala en la bahía de Port Gaios y otra en Mongonisi.

Salimos de Petriti con el mar tan en calma que, en contra de nuestra costumbre, nos animamos a arrastrar la auxiliar en vez de subirla al barco.


Gran error de previsión. A eso de las dos de la tarde se levantó un NW que fue subiendo en intensidad hasta alcanzar rachas de más de 20 nudos. Creo que ya no se nos va a olvidar cómo es el térmico aquí… 



Aunque el plan inicial era ir a Lakka, en la punta NW de la isla, ceñir contra tanto viento no resulta nada agradable. Así que nos dirigimos hacia puerto Gaios. Hemos leído en Navily sobre fondeos tranquilos fuera del puerto. No nos apetece que nuestro primer atraque al ancla sea en un sitio tan estrecho y abarrotado de barcos como Gaios. La opción de estar fuera nos parece más atractiva. Acertamos. Conseguimos ser los primeros (y los únicos) en una pequeña cala en el islote Agios Nikolaos, donde solo cabe un velero. Es una delicia de sitio, salvo por alguna lanchita que cruza por el paso somero entre el islote y la islita de Panagiá, al este.



Pongo una foto de Google Earth para que se vea bien la curiosa configuración de este pueblecito (y puerto) de Gaios, extendiéndose por el estrecho canal que forma Paxos con el islote Agios Nikolaos. El puntito azul a la derecha de la foto somos nosotros ;)




Por la tarde una visita con la auxiliar a Gaios. Un pueblo de pocas casas escondido en un estuario detrás de una isla. 





Pocos puertos recuerdo tan bonitos y con un ambiente más marinero. Una larga hilera de barcos amarrados a puerto por popa y unas calles estrechísimas, llenas de tavernas y de tiendas de turistas. Bastante gente, pero sin agobios. Es claro que este año el COVID ha reducido el número de visitantes en Grecia. 







Al día siguiente, despertar en el fondeo es una delicia. No nos hemos agitado en toda la noche, aunque el viento ha cambiado y hemos borneado hasta amanecer popa a tierra. Estaba previsto y la sonda no es un problema.



Después de navegar sin prisa alrededor de la isla de Paxos, llegamos a comer a nuestro siguiente fondeo: Mongonisi, en la parte sureste. Desde fuera nada anticipa la entrada a la bahía, y es al acercarse cuando se abre de golpe ante tus ojos. Se trata de una estrecha lengua de agua en forma de uve, con una playita, un pequeño embarcadero y un par de bares al fondo. Algunas villas salpican la ladera, camufladas entre los árboles. 

Hoy es un sábado de mitad de julio. El embarcadero está lleno de lanchitas que han amarrado allí para comer. Hay cuatro barcos fondeados en línea a lo largo de la cala y nos situamos muy al fondo, justo antes del último. Pienso que con nosotros se ha cubierto el cupo, pero no: al caer la tarde llegan al menos media docena de veleros más, en busca de fondeo, y un yate de chárter, a renovar pasaje. Los veleros compiten entre ellos por las posiciones, se adelantan, se maniobran, echan cabos a tierra, los cobran, sueltan cadena, se bloquean el paso. Desde nuestro lugar de excepción los contemplamos divertidos. Un italiano, un francés, un noruego, un griego. Como en el chiste. 

El fondeo que levantamos a la mañana siguiente ha sido en un lodo negruzco que cuesta limpiar del ancla y nos deja el pozo hecho unos zorros. 
  



Desde Paxos nos dirigimos a Preveza, una ciudad grande en la costa del continente. Famosa por muchas razones. Este es el lugar de la batalla que decidió el futuro del Imperio Romano tras el asesinato de Julio César. Aquí se enfrentaron los ejércitos y las flotas de Marco Antonio Octavio Augusto (después de la poco honorable “salida por piernas” de Cleopatra, de su ejército… y del propio Marco Antonio, que claramente no tenía el día).

De camino a Preveza navegamos despacio por la costa este de Antipaxos. Domingo. Increíble la cantidad de barcos de turistas de día que se agolpan en las playas de Vrikas, Mesovrikas y Voutoumi, al NE.  


En cambio, el sur, de llamativas formaciones rocosas, vacío.




Preveza está situada en el estrecho que separa el Jónico del inmenso golfo de Amvrakikos, una versión a escala ampliada del Mar Menor (y mucho más bonita). Hay que entrar por un canal balizado y dragado. A la entrada, en el lado de estribor, la gigantesca Marina Cleopatra (como no), en la que se almacenan miles (sí, miles) de barcos durante el invierno; bueno, y en verano.

Canal de acceso al golfo de Ambrakikos

Marina Cleopatra. Más de 3.000 barcos en tierra.

Marina Preveza. De reciente construcción y explotación privada.




En Preveza nos dedicamos básicamente a quehaceres del barco. Reabastecimiento, limpieza, cambio de aceite al motor y, como contaba al principio, a investigar el problema de las baterías. 

Puedo lavar en la batería de lavadoras y secadoras Miele nuevecitas de las estupendas instalaciones de esta marina. También podemos hacer la compra en un súper grande y bien abastecido de las afueras de la ciudad. Aquí, como en todas partes desde que llegamos a Grecia, la gente es encantadora, amable, cordial, cercana, dispuesta a ayudar. Las señoritas del super nos consiguen un taxi cuya tarjeta guardamos y que días después nos ha venido tan bien.

No cenamos fuera por pura falta de tiempo y cansancio, pero sí dimos un par de paseos por el muelle y las calles peatonales contiguas. La ciudad bulle de turismo y lugareños, y también de barcos atracados “popa a tierra” a lo largo del largo muelle municipal.








Y una última mención al problema de las baterías. Al estudiarlo en Preveza contando con conexión a 220v del puerto parece que las baterías “han vuelto a la vida” y el problema se ha resuelto solo. Llego a la conclusión (equivocada) de que quizá las baterías están bien y el problema puede ser debido a alguna tuerca mal apretada en la instalación eléctrica.

Reconozco que casi siempre en mi vida he pecado de demasiado optimista. En momentos de agobio como este, estando en un barco con problemas serios, en un lugar sin mucho tiempo ni facilidades para investigarlos, uno se agarra a lo que puede. Quizá apretar mejor la tuerca de conexión de un fusible haya solucionado el problema ¿por qué no? Como Bogart en La Reina de Africa. 

¿Quien dijo que esto de navegar es aburrido?