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lunes, 5 de septiembre de 2016
Días 27 y 28: El Albir - Santa Pola. Home sweet home
miércoles, 17 de agosto de 2016
Día 26: Formentera - El Albir. El último cruce
martes, 16 de agosto de 2016
Días 24 y 25: Es Trenc - Formentera. Cuatro islas.
Embarcarnos a Irene, que ha hecho algo de compra en el súper del puerto, incluidas dos bolsas del magnífico hielo industrial español que habrá de durarnos varios días, a diferencia del de Carloforte, que, al doble de precio, no ha resistido más de unas horas.
Ni lo uno ni lo otro. Llegamos a la vez otro Dufour y el nuestro, y recorremos la ensenada buscando boya como coche buscando aparcamiento. Ya desistimos y vamos hacia la salida cuando, de repente, queda una libre, la última boya de espera. Los dos Dufour salen disparados al unísono, en una carrera desigual, porque nosotros estamos mucho más cerca. Nos encontramos ya peleando con la boya, disfrutando del triunfo, cuando "los otros" se acercan y nos piden compartirla. No tengo claro que sea muy legal pero somos buenos chicos y aceptamos. Si nos echan, ya se irán ellos.
Siempre quiero volver a Cabrera. Es una lugar mágico, como ya conté en el blog del año pasado. Irene no ha estado nunca y me apetece compartirlo con ella. Esta vez está mucho más concurrida que todas las ocasiones anteriores, fuera de temporada o, como el año pasado, tras una de esas tormentas de agosto que disuaden a tantos navegantes de navegar, como las nevadas disuaden a los esquiadores de esquiar. Nos resignamos a compartir boya ("prohibido en las rojas, pero bueno" como nos informa amablemente el vigilante del parque, horas después). Y a compartir risas, gritos y baños con las dos familias del Dufour, al que echamos un cabo a popa en lugar de abarloarnos. Para mí contento, son extraordinariamente educados y la estancia es agradable a pesar de la cercanía.
Pasadas las seis, cuando ya se hacen evidentes las luces de los Freus, despierto a Luis para hacer el último tramo juntos, y sobre todo para decidir si, pasado el Freu, caemos a babor, hacia Formentera, o a estribor, a Ibiza. Gana esta última, tanto Manel como Ignacio están en Ibiza y tenemos opción de coincidir con alguno de ellos. Cuando la cobertura lo permite, descubrimos que Manel ha optado por el norte de la isla, huyendo del mar del sur. Nos queda Ignacio.
Nos encontramos con nuestro amigo Ignacio, del Pérfida Albión, que nos obsequia con un extraordinario atún de una captura reciente, y que dedica buena parte de la mañana a hacer equilibrios subiendo al palo, con una agilidad que, la verdad, da envidia.
Ha llovido a intervalos a lo largo del día, haciéndonos desistir de nuestros planes de pasar la jornada en la cala y bajar a tierra a disfrutar de la experiencia del Blue Marlin. De hecho, muchos barcos se van y la playa aparece desierta. Nosotros también decidimos levar anclas, Pérfida Albión en dirección Cala Tarida, Sargantana rumbo a Formentera.
Y ya por la tarde fondeamos con otros chiquicientas embarcaciones en Illetes. Buen fondeo, de no ser por las olas que levantan los barcos que entran y salen de puerto. Obviamente no supone gran problema para dormir, teniendo en cuenta que llevamos ya tres noches seguidas haciendo guardias y que, a estas alturas, tenemos el cuerpo más marinizado que Kevin Costner en Waterworld.
Irene y Luis se van en el dinghy a buscar provisiones a La Sabina y yo me quedo en el barco, disfrutando del espectáculo de las decenas de barcos de todo tipo y tamaño aquí fondeados. Reconozco un par de ellos que estaban esta mañana en Cala Yondal. Hay yates enormes y veleros venerables. Un tranquilo patín catalán, salido de otra época, pasa a mi lado rumbo a la playa.
Cenamos el magnífico atún regalo de Ignacio y nos vamos a dormir. Mañana saldremos pronto en dirección a la península.
domingo, 14 de agosto de 2016
Días 22 y 23: Carloforte - Es Trenc
Los cruces entre las Baleares y Cerdeña tienen un encanto especial. Son los más largos (240 millas), tienen la meteorología potencialmente más complicada por el efecto del Golfo de León, y son las que marcan la salida y la vuelta a casa. Vuelta a los puertos y calas habituales, a los paisajes habituales, a los partes de Salvamento Maritimo, a encontrar hielo. Vuelta a casa.
No hay mucho tráfico por esta zona. De hecho vemos más veleros que cargueros, aunque, por alguna ley gravitacional desconocida, los que vemos casi todos pasan muy cerca y hay que estar pendiente de ellos en los cruces. En realidad, no es molesto. Supone una novedad en la monotonía de dos días con poco que hacer, y que yo aprovecho para procesar el cúmulo de emails pendientes en el trabajo y para leer un poco.
Lo único llamativo de este cruce ha sido encontrar dos barcos mercantes totalmente parados en medio del Mediterráneo. Seria el equivalente a encontrar un señor sentado en una silla de camping en medio del desierto del Sahara. Totalmente absurdo. Supongo que estarán esperando órdenes por el teléfono satélite, pero no deja de ser llamativo estar al pairo en una zona en la que con frecuencia se montan carajales de olas de 10 metros, en medio de la noche, con todas las luces puestas, como árboles de Navidad. No dejan de recordarme al Titanic de la película, un mar de luz en un mar de icebergs, pero supongo que, en vez de Kate Winslet y Leonardo di Caprio buscando bote salvavidas, allí no habrá más que cuatro marineros filipinos jugando a las cartas y un capitán durmiendo la mona en camiseta, como Humphrey Bogart en La Reina de Africa.
A todo esto, la crónica da poco de sí. Salimos a las 0730 con poco viento en Carloforte. Podemos sacar el gennaker un par de horas que nos vienen bien para coger experiencia. Después, el viento rola al N y luego al NW y veleamos rápido al través de estribor. Pasa hora tras hora sin ninguna novedad y las millas caen una tras otra.
Adiós, Carloforte
Son etapas hipnóticas. Hablamos poco. Los dos estamos sumergidos en algún libro o simplemente en ese estado catatónico que produce el mar en travesía. Es curioso cómo dos tripulantes de un barco pequeño se sincronizan de forma automática después de unos pocos días de travesía. Tenemos hambre o sed a la vez. Hacemos las pocas maniobras necesarias, bajar o subir vela, pequeños trimados, de forma milimétricamente coordinada, sin necesidad casi de hablar, como si a estas alturas fuésemos ya piezas del Sargantana que de alguna manera nos controla y nos sincroniza.
Puesta de sol en un cielo limpio de nubes. Es la noche después de las Perseidas y todavía deberían verse bastantes estrellas fugaces. Pero hoy tenemos luna casi llena, a diferencia del año pasado, y el espectáculo no merece la pena. Hago la primera guardia con todo el trapo arriba, pero cerca de las tres el viento sube y hay riesgo de trasluchada en el rumbo que llevamos. Así que aviso a Lucía, ponemos al Sargantana a navegar a la francesa, y me voy a dormir.
El segundo día es también tranquilo. El viento ha rolado al NE y nos entra suave por la aleta, con muy poca ola. El Sargantana se desliza suavemente, veloz, pero sin violencia. Prácticamente no ponemos motor, sólo a ratos para recargar baterías, ya que las placas solares dan poco rendimiento yendo hacia el Oeste, las velas les hacen sombra.
Llegamos a Es Trenc ya de día, recién amanecido. Estoy de guardia desde las tres. El olor a madera y a bosque del sur de Mallorca en estas primeras horas del día te revive de las horas de guardia nocturna y te da vida. Pero ya toca fondear. Irene llegará en un par de horas. Hay que dormir algo antes de empezar un nuevo día.
Qué distinta la llegada a Es Trenc de la de hace un año. Hemos tardado lo mismo, pero el año pasado habíamos salido una hora antes, con lo que llegamos a la playa aún de noche y me impresionó el campo de decenas de lucecitas temblonas. Este año son poco más de las seis y media, acaba de salir el sol, y hay muchos menos barcos.
Luis me despierta cerca de la costa para preparar juntos el fondeo. En el mismo instante, Irene me avisa por Whatsapp de que ya está en la sala de embarque. Curiosa sincronía.
Echamos ancla cerca de la bocana del ya familiar puerto de Sa Rápita y nos tumbamos a dormir un par de horas. Qué ganas de ver a mi chica. Espero que los días que tenemos por delante le sean amables y se acerquen a la idea de la travesía que, seguramente, habrá forjado en su imaginación como un plácido discurrir por aguas en calma de azul intenso, con una agradable brisa que aplaque el calor, mientras toma el sol en la bañera.
viernes, 12 de agosto de 2016
Día 21: Capo Spartivento - Carloforte. Otro día tranquilo
jueves, 11 de agosto de 2016
Día 20: Porto Giunco - Capo Spartivento. Solos de nuevo.
miércoles, 10 de agosto de 2016
Días 17, 18 y 19: Trapani - Porto Giunco. Un vistazo a las Égadas
domingo, 7 de agosto de 2016
Día 16: Trapani. A la espera
sábado, 6 de agosto de 2016
Día 15: Palermo - Trapani. En conserva
viernes, 5 de agosto de 2016
Día 14: Palermo.
Palermo es una ducha siciliana. Al menos en agosto. Un lugar tórrido, húmedo, de luz cegadora, con aspecto polvoriento y un poco descangallado. Es un gran horno con calles estrechas llenas de coches y motorinos, que se entrecruzan en un caos extrañamente ordenado. Hoy vamos a dedicar todo el día a visitar Palermo. Lucía ha estado diseñando cuidadosamente la visita y ya me dice desde el principio que un día no es suficiente para ver ni siquiera todo lo “imprescindible” de Palermo, y que tendremos que elegir. Resolvemos buscar un tour turístico que nos dé una vuelta por la ciudad antes de decidir qué visitar o no. La oficina del puerto nos da mapa publicitario de un tour en trenecito que tiene la primera parada no lejos (bueno, no demasiado lejos) de donde estamos, y allá que nos vamos. Yo estoy empapado de sudor antes incluso de subir al tren.
Palermo es la ciudad del arte y de la mierda. Una sucesión de palacios y caserones señoriales, catedrales, iglesias y edificios oficiales de distintos estilos arquitectónicos, pero con la gracia que sólo las ciudades italianas le saben dar a la arquitectura. La apoteosis de la arquitectura religiosa. Pero todas esas maravillas están mezcladas con callejones estrechos, casi todos ellos empedrados con piedras antiguas, grandes y lisas. Dejamos el trenecito en la Puerta nueva, en el Palacio de los Normandos en la larguísima Via Vittorio Emanuele. Durante la mañana visitamos la catedral, magnífica (sobre todo por fuera), y con una brillante mezcla de estilos; los Quattro Canti, en la plaza Vigliena; la fontana de la Piazza Pretoria, o más comúnmente, la Piazza della Vergogna, por sus estatuas desnudas; la iglesia de La Martorana, o Santa Maria dell'Ammiraglio, con su espectacular interior; la iglesia de San Cataldo, con sus tres cúpulas rojas. Pero para ello hemos tenido que pasar calles malolientes, sucias, descuidadas, con basura almacenada y excrementos de perro poblando las aceras, y hemos tenido que abrirnos paso entre una multitud de turistas de camiseta, bañador y chancletas, sudorosos y malolientes (como probablemente nosotros), con ojos de agobio y respiración jadeante, que llenan las calles y bloquean los estrechos cruces para hacerse selfies.
jueves, 4 de agosto de 2016
Día 13: Filicudi - Palermo.
miércoles, 3 de agosto de 2016
Día 12: Panarea - Filicudi. Cicones y lotófagos
La noche en Panarea ha sido mucho peor de lo que esperábamos. Un campo de boyas que suponíamos tranquilo se convirtió en la antesala de una discoteca y el Sargantana estaba literalmente en primera línea de fuego. Y lo malo no era sólo la música. El trasiego de lanchas auxiliares yendo y viniendo entre los barcos fondeados y la disco era continuo, y las olas que generaban nos hacían balancear. Imposible dormir.
Dormimos, o lo intentamos, hasta las 10, y zarpamos hacia la isla de Filicudi. El plan de hoy es pasar por Salina, una de las islas más bellas (dicen) de las Eólicas, repostar gasoil y continuar hasta Filicudi.
Y así ocurre. Poco que contar sobre la travesía. Repostamos 87 litros de combustible (que me parecen demasiado pocos desde la última vez en Mallorca).
Antes de arrumbar a Salina, decidimos dar una vuelta a la Isola de Basiluzzo para observar de cerca sus inquietantes formaciones de lava vieja.
Salina es una isla subyugante. Dos conos de volcán perfectos, uno en cada extremo de la isla, con sus laderas de lava en forma de herradura apuntando en direcciones opuestas. No en vano los griegos la llamaron Didyme, Géminis. El rumbo que nos acerca a la gasolinera de Santa Marina no permite apreciar sino uno de los dos enormes conos, Fossa delle Felci, el monte más alto de las Eolias, con 961m, superando en poco más de 50m al mítico Strómboli.
Bordeamos la isla por el sur, a motor. Poco a poco se va mostrando el segundo volcán, hasta que tenemos una perspectiva perfecta de las dos elevaciones, con el valle de Valdichiesa en el centro y el pueblecito de Rinella desparramándose al mar.
Aún nos queda la sorpresa de la Punta Perciato, en la costa oeste de Pollara, allá al fondo de la bahía al pie del volcán en la que me doy un baño en aguas profundas de un azul extraordinario.
Llegamos a Filicudi donde comprobamos a) que no hay buen fondeo libre, porque todo está ocupado por boyas de pago a 50 euros/noche; b) que Filicudi está en fiestas, porque hay una banda de música en el puerto en plan comité de bienvenida; c) que hay una quedada de barcos de macarrillas franceses que llevan todos la bandera de "The French Fleet". Los franceses están empeñados en una especie de competición de esquí acuático tirado por velero de 50 pies, con grandes muestras de alborozo etílico.
No hace falta explicar que a) los frenchfleet acabaron en las boyas al lado de la nuestra (Murphy); b) se montaron su discoteca particular en dos barcos abarloados; c) el jolgorio continuó hasta las tantas.
La bronca nos persigue. Tengo todas las ganas de dejar las Eólicas, que han dejado de ser un país de aventuras pacíficas marineras y se han convertido en exactamente lo mismo de lo que huimos en agosto en Baleares.
Viene a cuento el capítulo de Ulises en el país de los lotófagos. Ulises llega con su tripulación a una isla donde sus habitantes se alimentan de flores que les producen unos ciertos "estados alterados de la conciencia". Vamos, que estaban colocaos todo el tiempo. A Ulises le cuesta un congo sacar a sus hombres de allí, porque en poco tiempo se habían hecho adictos a los pétalos.
Siguiendo el ejemplo de Ulises, nos vamos de las Eólicas. Volvemos a Palermo.