Retomando el relato del episodio anterior, el Sargantana está cerca de la isla de Ústica, en las últimas horas del cruce desde Cerdeña a Sicilia. Tratamos de llegar a San Vito lo Capo, el único refugio viable antes de la tormenta.
Diporto Náutico Sanvitese es una de esas marinas deportivas minúsculas que sólo se pueden encontrar en Italia. No son puertos independientes sino, simplemente, uno o varios pantalanes flotantes (pontile) dentro de un puerto comercial o pesquero. Son explotados por una familia, o a veces por un club deportivo, como lugar de amarre para barcos transeúntes o barquitas turísticas Es habitual que haya varias pequeñas marinas de ese tipo en los puertos medianos o grandes, de hecho hay tres en el de San Vito lo Capo. Elegimos Sanvitese porque tiene mejores reseñas en Navily y precio razonable, aunque cuando reservamos nos advirtieron de que, en temporada baja, cierran la oficina a las 1930 y ni siquiera mantienen un marinero disponible para ayudar con el amarre.
Finalmente entramos en la dársena principal del puerto pasadas ya las 2030, casi en la oscuridad. Quizá sea por el frío y la proximidad de la lluvia, pero, a pesar de ser víspera de festivo (del 1 de mayo), no se ve un alma.
El problema de llegar a un puerto que no conoces, tan pequeño y atiborrado como este, con poco fondo (la mayoría son barquitas de pesca), sin tener la referencia de una plaza asignada y sin alguien que te guíe y te ayude desde tierra, es que te vuelves loco buscando dónde amarrar. Nadie a quien preguntar, en la oscuridad es difícil calcular las distancias y los espacios.
Tampoco ayuda que en San Vito las estachas de los “muertos” (los cabos que se utilizan para sujetar al fondo las proas de las barcas) salgan del agua muy horizontales. Y que algunos de los barcos pongan líneas de amarre adicionales en los costados que, en algunos casos, bloquean los huecos contiguos.
Vagamos por la dársena muy despacio, tratando de decidir qué hacer, buscando sitio. Hay algunos barcos con luz, pero nadie sale a ayudar. Voy pendiente de la sonda para evitar tocar en el fondo. Lucía en proa busca algún hueco y me advierte cuando me acerco demasiado a un “muerto” que no he visto.
Encontramos una plaza en la que parece que podemos entrar, y de hecho llegamos a meter el barco, pero descubrimos que tenemos un par de amarras “adicionales” de la embarcación contigua debajo de nuestra quilla, bloqueando el barco y con peligro de enredarse en la hélice. El muy animal tiene cabos sumergidos bloqueando las plazas contiguas que no se distinguen en la oscuridad.
Un tipo nos observa en calzoncillos, mientras fuma en la popa de su velero. Ha contemplado toda la maniobra en silencio. Por fin, ante nuestros apuros, tiene a bien ponerse unos pantalones y venir a echar una mano. Parece que es un local y conoce el puerto. Nos indica una plaza que parece libre. Y lo que es más importante, nos explica cómo llegar a ella sin tocar fondo. Eso sí, no queda más remedio que subir al barco vecino a cambiar sus amarras. Es un velero de Nueva Zelanda que aparentemente pasa el invierno aquí y que tiene (cómo no) cabos dobles bloqueando parcialmente “nuestro” hueco. Un coñazo.
Casi una hora después de entrar por la bocana tenemos por fin al Sargantana amarrado como se debe y podemos ponernos a cenar tranquilamente, cosa que se agradece después de dos largos días de travesía.
El entorno es espectacular. El pueblo está situado al pie del paredón vertical imponente de una montaña. Su playa parece ser famosa por tener “la mejor arena de Sicilia” y unas aguas especialmente claras. Las calles (por el día) son bulliciosas y peatonales, agradables de pasear. Pero no tenemos tiempo para quedarnos aquí, seguimos pendientes de los huecos de meteorología favorable y eso condiciona nuestro calendario. De hecho, sólo nos quedamos un día adicional, para dejar que pase la tormenta, comprar suministros e ir a la lavandería.
San Vito es uno de esos pueblines que un día vivieron de la pesca o de pequeñas industrias afines y que ahora dependen totalmente del turismo. Cierto, todavía quedan algunos barcos de pesca en uno de los muelles, pero el ambiente pesquero ha sido reemplazado por pizzerías a pie de puerto, casetas de alquiler de barcas y gommones y gelaterías artisanales de franquicia.