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jueves, 20 de agosto de 2015

Días 26 y 27. Torrevieja - Cabo de Palos - Cartagena. Back home

Las dos últimas jornadas son como la etapa de los Campos Elíseos del Tour. Vistosas, tranquilas, nostálgicas e intrascendentes. Pasan pocas cosas, el paisaje es familiar y conocido, y hasta el viento y el mar se cansan de ponerlo difícil y dejan aquí de venir de frente. Por fin navegar algo en portantes.

Podríamos haber saltado directamente desde Torrevieja hasta Cartagena, pero,  como siempre, hacemos un alto en Cabo de Palos, nuestro puerto favorito. Es un puerto pequeño sin amarres de pago para transeúntes, pero con un muelle libre justo a la entrada, que no siempre tiene un hueco en temporada alta.

Éste es el caso hoy, pero la gasolinera está cerrada (parece que cierra los miércoles) y eso nos permite quedarnos a pasar la noche. La maniobra de atraque se complica por nuestra propia imprevisión, no llevamos todos los cabos y defensas preparados como deberíamos, pero sobre todo porque otro barco que también busca amarre se empeña en pasar entre nosotros y el muelle. Un par de personas se acercan a ayudarnos, uno de ellos el cofrade Corfú de La Taberna del Puerto.



Cabo de Palos es un lugar familiar y querido. Probablemente porque fue mi primer puerto de recalada, en mi primera salida en velero no hace tantos años, aunque a mí me parezcan toda una vida. Cabo a secas, no necesita apellido. Cabo se anuncia desde muchas millas antes, con su faro conspicuo, de una armonía y serenidad llamativas sobre la punta de peñascos negros y pequeñas calas donde, dicen, la vida marina es excepcional. 


Desde aquella primera vez hemos pasado muchos y buenos momentos en Cabo, incluidos las múltiples visitas de fin de semana este invierno en que consideramos comprar allí un pequeño apartamento. Llamo al llegar a Diego, que tiene casa alllí. Estoy segura de que estará, o bien en tierra o bien navegando, pero seguro allí, huyendo de Madrid. Con su amabilidad habitual, se deja invitar a una cerveza en la bañera y tiene unas palabras de elogio para Sargantana, a pesar de que el suyo sí es un buen barco, pilotado por manos expertas y curtido por los años.

De entre todos los restaurantes que se alinean frente al muelle, hemos acabado por preferir el Miramar. Quizá no tan famoso como La Tana, pero el único en el que no hemos tenido alguna decepción relevante.

Pablo, Irma y los chicos vienen a cenar con nosotros. Celebramos la llegada a Murcia con mojetes, calderos y cafés asiáticos. Y después de medianoche Satur y su Arca Náutica aparecen por la bocana y el patrón se apunta a otra velada en cubierta.


Y llega el último día de travesía. Rapidísimo, todo en portantes. Llegamos a la hora de comer a Cartagena y nos dirigimos al Club de Regatas, donde tenemos una reserva y donde pensamos dejar al Sargantana.



Pero las cosas no son como esperamos. Las plazas disponibles no nos convencen. Están muy expuestas, con oleaje continuo de los barcos que pasan, y parecen ruidosas. Estamos pegados a un trasatlántico y enfrente de una fila de bares y restaurantes, con clientes en las terrazas soportando estoicamente a un saxofonista callejero que perpetra sin piedad una sucesión de atentados terroristomusicales. Sorprendentemente, la policía se pasea por allí sin proceder a su inmediata detención y puesta a disposición judicial. Un poco más allá entran y salen, alegres y coloridos, los barcos de turistas con sus motores a toda y sus familias diciendo adiós a voz en grito. La base de submarinos de la Armada esta justo enfrente...

Visto lo visto, vamos a tener que considerar otras opciones. El Yacht Port está un poco más al este y no parece en la zona de influencia del Saxofonista Loco. Cierto, está más cerca del puerto mercante y sus grúas cantarinas, pero sin duda las preferimos a los atentados musicales.

Alberto, el contramaestre, nos recibe y nos ayuda a atracar. Todo son facilidades y decidimos quedarnos.

Fin de trayecto. Casi 1.500 millas de navegación, 180 horas de motor, 9 noches en puerto, 5 noches navegando, 14 noches fondeados. Mucho sol. Bastante viento. Alguna tormenta.
Lamentablemente, las vacaciones se terminan. No podremos repetir algo parecido hasta el año que viene.


martes, 18 de agosto de 2015

Día 25. Altea - Torrevieja. Tenemos invitados

El náutico de Altea es una maravilla de puerto en una maravilla de pueblo. Hoy nos levantamos tarde, más tarde de lo normal. El entorno ayuda, y mucho, muy tranquilo aun bien entrada la mañana. Lástima que los precios de estancia sean acordes con la calidad y excelente situación.




Además, dedicamos bastante tiempo a solucionar definitivamente el problema con el enrollador del génova, que nos ha dado guerra en los últimos días. Una avería trivial: se había partido la cinta del enrollador. Pero nos llevó bastante tiempo extra desmontar y montar nuevamente todo el mecanismo.




El plan es llegar a Torrevieja. Son 52 millas, si bien vamos a parar a recoger a Pablo, Irma y sus chicos en Santa Pola y navegarán con nosotros hasta Torrevieja, así que el día será largo.

El viento vuelve a ser favorable. Después de días y días de ceñir, tenemos un través continuo de 11 a 13 nudos, muy cómodo, que nos hace devorar millas con poco esfuerzo. Agradecemos el día de tranquilidad después de los ajetreos recientes.

Embarcamos a nuestros invitados a eso de las 7 y aprovechamos para repostar gasoil. El puerto de Santa Pola es un verdadero caos de barcos de todo tipo, incluyendo "velas ligeras" y piraguas.





De ahí a Torrevieja, con la rueda en manos de Adrián y Pablo. Llegamos pasadas las 2200 a Marina Salinas, un puerto correcto pero impersonal y bastante alejado del pueblo.

Cena con Pablo, Irma y los chicos en un mesón más que aceptable en Torrevieja, que en estas fechas está en plena marea alta de turistas de sol y playa, con las habituales atracciones de feria y terrazas abarrotadas.

Y para acabar el día, una copa en el barco con Sátur, al que encontramos aquí de paso, patroneado un barco de chárter. Una delicia poder pasar unas horas con él después de un año sin vernos. 

Nuestra última semana de travesía está ofreciéndonos inesperadas compañías después de tantas jornadas de no hablar prácticamente con nadie.

lunes, 17 de agosto de 2015

Días 23 y 24. Cabrera - Altea. La etapa reina

Curiosamente la etapa más dura no fue ninguno de los dos saltos a Cerdeña, a priori las más duras por distancia y por la amenaza del Golfo de León y sus vendavales. Lo más complicado ha sido volver desde Mallorca a Ibiza en esta semana de tormentas.

Despertamos con sol radiante tras una noche plácida en la idílica bahía de Cabrera. El barco totalmente quieto encima de la boya, los vecinos respetuosos y silenciosos. El cielo, que la noche anterior había puesto un punto de amenaza con un festival de relámpagos lejanos, al amanecer es radiante y azul.
 
El plan es pasar a Formentera. Quizá bajar a cenar si fondeamos frente a Sa Sequi y disfrutar de la mejor puesta de sol de Formentera. Con suerte llegamos todavía con sol.

Pero el cántaro de leche se nos cae de la cabeza justo al salir de Cabrera. Hace tiempo que no reviso el nivel del tanque de gasoil. Mierda: menos de un cuarto. Con eso no llegamos ni a Ibiza si hay que poner motor. Y no es en absoluto seguro intentar la travesía con tan poco combustible. Toca volver a Mallorca a repostar, doce millas de retroceso. Cuatro horas. Adiós, Sa Sequi. Además el viento sigue siendo poco complaciente, sopla justo desde Formentera. Es menor rodear Ibiza por el norte en vez de por el sur.

Cambiamos los planes. No es muy sensato tratar de fondear de noche en una cala desconocida del norte de Ibiza. Es mejor cruzar a la Península de un tirón. Un palizón, pero la mejor alternativa. Los pronósticos son buenos para este lunes, si bien mañana vuelven las tormentas y los chubascos a Baleares.

La travesía es lineal pero no muy tranquila. Ceñimos contra 15-20 nudos y una ola incómoda que hay que gestionar bien para no dar pantocazos. Lucía duerme toda la tarde para prepararse para la primera guardia, y se queja de los botes que pegamos. 



Y tiene toda la razón. Cuando me toca a mí, durmiendo en proa, tengo sueños extraños que seguro tienen que ver con que voy pegando saltos encima del colchón. Me levanto con la espalda dolorida como su hubiese cavado una zanja.

Además ésta sí es una zona concurrida. Hay que gestionar cruces con un buen número de cargueros en la oscuridad. Si durante el día, y dependiendo de las trayectorias, no supone demasiado estrés, de noche, y yendo a vela con ola, el asunto da más respeto. Lucía interrumpe uno de mis sueños de camas elásticas para que le eche una mano en un cruce avisado por el AIS. Por supuesto, tenemos preferencia, y para el carguero seria un esfuerzo mínimo desviarse unos pocos grados para esquivarnos. Pero en el mar es bien sabido que los cargueros desprecian a los veleros, o, mejor dicho, para ellos son invisibles y pueden llegar a pasarles por encima si se interponen en su camino. Hay que aceptarlo, como también hay que aceptar que los veleros son un estorbo para los pesqueros atentos a su faena y sin tiempo que perder en contemplar a los pequeños barcos, que a su vez se sienten hostigados, amenazados y a veces agredidos por ellos, como si de matones de barrio se tratara. El Sargantana se pregunta cómo se llevan y cómo se tratan entre sí cargueros y pesqueros. En realidad le importa más bien poco. Allá se peleen entre ellos.

El día y la noche han sido tranquilos en lo meteorológico. El viento, algo incómodo pero bueno para navegar rápido, sin poner motor. Hasta las 4 de la mañana. A esa hora, al norte de San Antonio, los relámpagos vuelven a aparecer a lo lejos por la proa. Y vienen hacia a mí.

Yo estoy haciendo la guardia y decido que no quiero meterme en otro lío, así que llamo a Lucía. Recogemos génova y ponemos motor a toda, rumbo sur hacia el puerto de San Antonio. Tenemos dos horas. Con suerte no nos pilla.

Afortunadamente éste no viene a por nosotros y pasa limpiamente por nuestra popa en dirección Mallorca. Por un pelo. Volvemos a rumbo hacia el Cabo de la Nao y la Península, donde esperamos acabar este juego de gatos y ratones del que estamos un poco cansados.

Se hace de día. Seguimos rápido, aunque la dirección del viento no ayuda y hay que poner motor. El canal de Ibiza que nos separa de la Península está lleno de nubes de evolución y nos toca estudiar y esquivar tormentas todo el día, lo que sigue siendo agotador y desagradable. 



La etapa reina concluye en Altea, un pueblo precioso y un puerto excelente. Buenas instalaciones, exquisito trato, muy cómodo. Llevamos cinco noches seguidas navegando y fondeando y necesitamos un restaurante, un arroz, una lavadora...






sábado, 15 de agosto de 2015

Día 22. Es Trenc - Cabrera. La tormenta

Meterse en un lío casi siempre es un error de planificación. Vaya por delante que hoy nos hemos metido en un lío de los gordos, afortunadamente bien resuelto, y que un estudio más profundo del parte meteorológico podía haberlo evitado.

Hoy madrugamos. El plan es ir a Ibiza y fondear. Sabemos que es imposible encontrar amarre en ningún puerto, pero no  debería haber problema para fondear, bien en el  norte de Formentera, bien al sur de Ibiza, dormir y continuar hacia el Cabo de la Nao y la Península.

La mañana es tranquila y fresca. Ha llovido por la noche pero el parte anuncia "una baja en las Baleares desplazándose hacia el este. Viento moderado con aguaceros". El cielo está cubierto por nubes altas pero parece clarear en dirección Ibiza. No hay dudas. Salimos.

Durante dos horas veleamos en rumbo 280 hacia el oeste. Buen viento. Sargantana se  mueve rápido, a 6-7 nudos. Excelente. Podemos llegar a Ibiza con tiempo para un baño antes de cenar. Lucía baja a la cabina y yo estoy al timón.

Pero al cabo de un rato las nubes sobre la parte norte de Ibiza se hacen más densas. Es evidente que hay una tormenta importante entre el norte de Ibiza y el norte de Mallorca. Mejor cambio el rumbo, vamos al suroeste, hacia Formentera, para evitar la tormenta. A lo lejos, en la proa, el cielo está claro. A estribor (mi derecha) la nube es un nimbocúmulo enorme y negro como los del día anterior. Si nos movemos deprisa pasaremos por el costado del monstruo sin que nos  toque. Un error.

Conecto el radar y sigo con atención la trayectoria de la nube. En la pantalla aparece como una gran mancha que aparentemente no va a cruzarse en mi  camino. Jugamos al ratón y al gato.

Pero por si acaso hay que tomar precauciones. Aviso a Lucía y quitamos génova. Continuamos con el motor y mayor, a toda máquina. Lucía conecta con Palma Radio y les pide que nos monitoricen. 

Quince minutos más tarde es evidente que la tormenta no es un juguete como las del día anterior. No se desplaza, simplemente crece y se expande. Todo el cielo es ya gris oscuro. Caen las primeras gotas. Vemos relámpagos y oímos truenos. Cerca. Estamos a unas 20 millas de la costa. Otra vez vamos a verle los colmillos al lobo, pero esta vez es un lobo muy, muy salvaje.



Lucía y yo nos movemos frenéticos. Quitamos mayor, decidimos que, a pesar de todo, preferimos afrontar el temporal a palo seco. Recogemos capota. Tratamos de desmontar el bimini, pero el viento es duro y no podemos sujetar la estructura metálica que cae sobre mis dedos y me lastima. No estoy seguro de no tener roto alguno. Duele pero los puedo mover. No hay problema.

En realidad sí hay problema. El viento se desata y llueve a cántaros. Después graniza. No llevamos trajes de agua. Lucía baja a ponerse el suyo.

Los relámpagos están justo encima. Veo uno caer en proa. No se a qué distancia, quizá a 200 metros. Después uno por babor, mucho más cerca. Conduzco por puro instinto. Creo que caigo a estribor, pero ya no soy capaz de leer el rumbo en los instrumentos. Estoy bajo una ducha tremenda que me arranca las gafas de la cara. Las guardo como puedo.

En algunos momentos tengo olas grandes, como de metro y medio, pero en general son manejables. El Sargantana, a palo seco y a toda máquina, se balancea nervioso pero responde. El mar está blanco de espuma y el viento dibuja líneas sobre ella. Con el motor avante sigo la dirección de las olas, lo que en argot marinero se llama "correr el temporal". Todo irá bien si no me cruzó al viento y a las olas. Estoy seguro de tener mucho espacio libre a sotavento, cualquiera que sea. Estoy empapado, pero noto con claridad cambios en la temperatura del aire, a veces muy frío y otras bastante templado. En algún momento tengo que cambiarme de ropa. La visibilidad es muy limitada, no más de 20 metros, pero eso me preocupa poco. Estoy muy lejos de la costa y dudo que haya ningún zumbado que se haya metido en este fregado.

Lucía aparece en la puerta de la cabina y me pregunta a gritos si estoy bien. Con el  viento y el agua no estoy para mucha conversación. Se da cuenta de que me cuesta respirar con la lluvia a chorros que me abofetea la cara.

Decidimos hablar de nuevo con Palma Radio para asegurarnos de que nos monitorizan con su radar. En realidad dudo que a esa distancia nos vean, y tampoco nos pueden ayudar gran cosa, pero quizá tengan alguna sugerencia sobre cómo salir de esta maldita ratonera. Nos pasan con Salvamento Marítimo de Palma. Nos tienen un rato en standby porque parece que no somos los únicos en problemas. Hay quien además de la tormenta tiene una vía de agua. Duplex y treinta y una. No hay mus.

Le pido a Lucía un relevo para cambiarme de ropa, ponerme otra vez las gafas y apagar la condenada baliza MOB que vuelve a dispararse ella sola por el agua que le cae encima. Además, el entorno empieza a mejorar ligeramente. Llueve, pero ya no diluvia como antes. Ya se ve algo en la oscuridad de las nubes. No hay relámpagos. Hemos salido de la caldera.

Extrañamente, no me he puesto nerviosa. No me he asustado ni he entrado en pánico, como en aquel ya lejano incidente de Ons. Sé lo que está pasando y sé cómo hay que actuar. Y confío en Luis, que se ocupa de la parte más dura de la tormenta, la de los picos de 52 nudos que registró nuestro equipo electrónico. El mar cubierto de espuma blanca sólo lo veo desde dentro de la cabina, mientras trato de comunicarme con gran dificultad con Palma Radio y con Salvamento Marítimo de Palma para que sepan que hay un velero corto de tripulación que, aunque no tiene problemas, ahí está, solo en mitad de la nada, capeando el temporal. Temporal se aplica a los fuerza 8 en la escala de Beaufort. Y sí, durante unos minutos, es un temporal. Yo le llamo tormenta por el canal 7, porque no quiero que piensen que estoy tan asustada que exagero la situación buscando una ayuda imposible. Sólo quiero que me tomen en serio y estén pendientes de Sargantana.

Cuando salgo a relevar a Luis el viento ya ha bajado a 25 nudos. El agua sigue azotando por todas partes, pero sin el pedrisco de tamaño canica que nos ha caído encima minutos antes. Y no hay rayos. Lo que sí hay en mi estribor es un carguero que no tengo fácil esquivar mientras siga tratando de correr la tormenta. El que me esquiva es él. Nunca he tenido la experiencia de un barco de ese tonelaje cambiando su rumbo por un barquito, y he vivido cruces a vela donde la maniobra era bien complicada para el velerito que, a pesar del carguero, tenía preferencia. Pero éste sí lo hace. No me dan los sentidos para cogerle el nombre o el MMSI y llamarle por radio y darle las gracias. Estoy segura de que él sí lo hizo, sí cogió mi nombre del AIS y sí llamó por radio, pero a Salvamento Marítimo, porque en ese instante se oye en la radio a SM dirigiendose a Sargantana y preguntando si todo va bien. Mi agradecimiento desde aquí a ellos y a Palma Radio por su profesionalidad. 

En la cabina, ya algo más seco y con el  traje de agua puesto, hablo un momento con Salvamento Marítimo por la radio. No pueden darme una salida, les veo tan desbordados como nosotros, seguro que no somos los únicos en problemas. Me recomiendan buscar un puerto porque "la tormenta está por todas las Baleares" y no me pueden decir cómo salir de ella.


Bueno, se ha intentado. Tras un vistazo a la carta es claro que nuestra opción más cercana es refugiarnos en la isla de Cabrera, a algo más de 12 millas. No es un puerto pero sí un magnífico abrigo con boyas para amarrarse. Probablemente todas llenas en un día como hoy, pero seguro que encontraremos alguna manera de fondear y recuperar el resuello.

Y el día acaba ahí. Dos horas más tarde entramos en la bahía de Cabrera. Muchas boyas libres. Sin lluvia. Sin apenas viento. Vuelves a estar seco y a tenerlo todo bajo control. O por lo menos lo crees así. 



Más tarde, amarrados a una boya para pasar la noche, que nos asignan porque alguien reservó y decidió no venir, bajamos en la neumática a la cantina de Cabrera. Un lugar mágico, difícil de describir. Bebemos tinto de verano acompañado de unas tapas extraordinarias, le contamos nuestra historia al guarda que ejerce también de cantinero... Disfrutamos del momento y de la vida. Hoy más que nunca, si cabe.

Mañana cruzamos a Ibiza. Si Eolo lo permite, por supuesto.

Cabrera es un sitio especial. Te entra por todos los sentidos, te inunda de una sensación difícil de explicar, mezcla de grandeza, de Naturaleza, de sobrecogimiento. Y hoy más que nunca, puesto que resulta un bálsamo después del caos. 

Llegamos a Cabrera y allí no hay apenas nadie: media docena de barcos y la siempre presente solidaridad del mar, la de los franceses en la cubierta de su velero que nos ven aparecer agotados, empapados, con los trajes de agua y el barco alborotado, y se echan al mar en su neumática para ayudarnos a tomar una boya. 

Disfruto la tarde placentera que ha seguido al tumulto de la mañana y aún disfruto más la visita al puertecito en dinghy para tomarnos algo en la cantina. Allí me espera la siguiente sorpresa del día: encontrarnos a Eduardo, nuestro vecino de pantalán de Valencia, que es de los pocos que no se ha arredrado ante el mal tiempo y ha seguido adelante con sus planes.

viernes, 14 de agosto de 2015

Día 21. Es Trenc. Descansando

Tras el palizón de ayer decidimos quedarnos todo el día en Es Trenc, descansar y tratar de pasar a Ibiza mañana.

Nos levantamos tarde. Es mediodía y el panorama en Es Trenc ha cambiado totalmente. El bosque luminoso de mástiles fondeados que vimos al llegar se ha esfumado, los veleros se han ido. En su lugar ha llegado una multitud de pequeños barcos, semirígidas y motoras de gente local, que viene desde los puertos cercanos a pasar el día. La playa está llena de veraneantes, aunque estamos tan lejos de la orilla que no podemos apreciar los detalles ni (lo mejor) el bullicio. Decido bajar en la neumática a por hielo y comida aprovechando que Ses Covetes está relativamente cerca y debe tener algún supermercado abierto.




Pero la excursión a tierra tiene que esperar. Algo nos hace ponernos en guardia. Una enorme nube negra en tierra parece venir hacia aquí. Vemos a lo lejos que suelta bastante agua y de hecho, al acercarse a la playa, causa una desbandada que vacía las sombrillas de bañistas. Muchos barcos vecinos levantan el fondeo y se van. Hay que preparar al Sargantana para afrontar el chubasco. Largar toda la cadena posible al ancla. Estibar todo y dejar el barco a son de mar. Preparados para encender motor y ayudar al fondeo y evitar el garreo. Monitorizamos la lluvia en el radar. El viento sube y cae algo de agua pero finalmente la tormenta pasa de largo.


 





De hecho toda la jornada es una sucesión de tormentas pequeñas pero intensas, que se se mueven de norte a sur, y de sur a norte, pero siempre por tierra, sin llegar a afectarnos, lo que nos permite pasar un día tranquilo de fondeo. Cosas del final del verano en el Levante.



Poco más que destacar en el día. Bajada a tierra a por provisiones, con dificultad a la vuelta por las olas rompientes, cena en el barco y a dormir pronto para madrugar mañana. 


Durante la noche, entre sueños, oigo llover ahí fuera, pero por la ventana no se aprecia demasiado viento y la alarma de garreo no salta, así que dormimos sin problemas.

jueves, 13 de agosto de 2015

Días 19 y 20. Carloforte - Mallorca. La noche de las Perseidas

Toca dejar Cerdeña y dar el salto de vuelta. Las previsiones meteorológicas son inmejorables, con vientos moderados del través y sólo una pequeña encalmada a mitad de camino. Se cumplen al milímetro.




Zarpamos poco después de las seis. Habíamos acordado eso con Alberto del Capitán Teach, que quiere llegar a dormir al día siguiente a Es Trenc, en Mallorca. La idea es hacer la travesía "en conserva", es decir, juntos, aunque está por ver que seamos capaces de seguirlos. Ellos ponen siempre motor para reforzar las velas y su barco tiene mayor eslora, así que seguramente irán más rápido.

Poco después de salir se confirma. Aun con muy buen viento, el Sargantana sólo es capaz de hacer algo más de 6 nudos a vela. Insuficiente para seguir al Capitán Teach, que va tomando progresivamente ventaja y al que dejamos de ver a media mañana. Seguimos en contacto por radio, pero incluso eso se hace imposible después de caer la noche.


En realidad todo el plan resulta poco práctico para nosotros. La travesía total nos llevará un mínimo de 40-45 horas, y eso nos hará llegar al fondeo muy de madrugada. Aunque conocemos Es Trenc, una playa enorme y magnífica, sin obstáculos o rocas, y un excelente tenedero de arena, no es conveniente fondear de noche. Mirado retrospectivamente, quizá hubiese sido mejor salir algo más tarde y asumir desde el principio dos noches de travesía, para llegar a Es Trenc ya de día.

La travesía es agradable y monótona. Viento constante y cómodo para velear, piloto automático y lectura a tope. Siestas para preparar las guardias nocturnas. Unos pocos cruces lejanos con cargueros y veleros que no requieren demasiada atención.


Quizá el mayor aliciente fue disfrutar del mejor observatorio de las estrellas fugaces de la noche de San Lorenzo (Perseidas). Luna nueva, en alta mar, oscuridad absoluta, poco que hacer y mucho tiempo. Obviamente vimos estrellas hasta aburrirnos del todo. Cientos.

La travesía continúa monótona al día siguiente, con el viento ya del sur. Como esperábamos, nos es imposible llegar a Es Trenc antes de la noche. De hecho la travesía en esa segunda noche se complica bastante. El viento arrecia y se pone de cara, con bastante ola. Eso nos obliga a poner motor y avanzar trabajosamente contra el viento. Cuando queremos llegar a Es Trenc y fondear, ya son mucho más de las cinco de la mañana y el día empieza a clarear.

Día agotador. Ganas de dormir. Cambio y corto.


martes, 11 de agosto de 2015

Día 18. Carloforte. Preparando el regreso.

Carloforte es totalmente distinto a Alghero. Un pueblo pequeñito en la Isola de San Pietro, al suroeste de Cerdeña. Da la sensación de vivir exclusivamente del turismo. Tiene un puerto grande pero exclusivamente ocupado por yates de recreo y una gran cantidad de ferries que entran y salen continuamente llevando peIr a tu lista de blogsrsonas y vehículos.

Cuando recalas en un puerto tu percepción del lugar se ve muy limitada. Salvo que alquiles un coche, poco puedes ver más allá de unos cientos de metros alrededor del muelle. 


Afortunadamente en esos lugares la vida transcurre sobre todo ahí, como en el caso de Carloforte. Un gran paseo con árboles donde se suceden restaurantes y tiendas. Todo el pueblo está formado por casas bajas de dos alturas que hacia el interior se elevan en calles estrechas, muchas de ellas con largas escaleras.


A diferencia de Alghero, con un ambiente medieval y muy catalán, Carloforte es claramente Italia y del sur, con nonnas sentadas tomando el fresco en las plazas y casas de película neorrealista. Está mucho más colapsada por los turistas de lo que vimos Alghero, con parecido número de gelaterias, menos tiendas de souvenirs y muchas más pizzerias a 7 euros. El conjunto apabulla un poco, sobre todo por el "paseo maritimo", pero se hace agradable en cuanto te pierdes por las callejuelas semi vacías.


Hoy hacemos poca cosa. Primero intendencia, porque necesitamos reponer casi de todo en las despensas. Paseamos por el pueblo. Hacemos alguna pequeña reparación, aunque últimamente el Sargantana ha sufrido pocos rasguños. Nos tumbamos a la sombra a leer y escribir. Hago mi habitual expedición para buscar hielo, en este caso resuelta razonablemente bien porque, aunque no hay ningún sitio que venda cubitos de hielo, sí hay una pescheria que vende botellas de agua congelada. Supongo que es la opción sencilla no teniendo una fábrica de hielo cerca.



Esta noche hemos quedado con Lola y Alberto, del "Capitán Teach", y Jordi, que les acompaña de vuelta en su travesía a Grecia. Han recalado en otra marina de Carloforte, también esperando una ventana de meteo propicia, y van camino de Benalmádena, su puerto base.

Conozco a Alberto, o más bien a su seudónimo "Capitán Teach", desde hace años por el foro de La Taberna del Puerto y sobre todo por su blog (desdelapopa.blogspot.com) que relata sus travesías y en el que claramente se inspira éste. Aunque él no lo sepa, he aprendido mucho de él, y no sólo de navegación. Me gusta su enfoque vital, la manera en que ha buscado y ha conseguido compatibilizar una profesión liberal (la arquitectura) con la pasión de navegar. Y me gusta que haya decidido contarlo, y servirnos de referente a mí y seguro que a muchos otros a los que ni siquiera conoce.

Cenamos en una pizzería cercana con Lola, Alberto y Jordi y hablamos de barcos, y de travesías, y de Ítaca, y Vulcano, y Lípari. Y de la vida. Esa que pasa demasiado rápido y que hay que exprimir a tope, como se caza una escota en ceñida. Esa que pasa sin que nos demos cuenta porque vamos demasiado deprisa, estamos demasiado ocupados y somos demasiado estúpidos

Termina la cena y quedamos en sincronizar la salida, a primera hora de la mañana. No es probable que podamos hacer juntos todo el camino. Su barco tiene más eslora y sobre todo tienen mucha más urgencia en llegar. Quizá podamos vernos en Es Trenc. Por si acaso, hasta otra Lola, Alberto, Jordi.  Buena travesía y que el Cabo de Gata sea benévolo esta vez. Seguro que nos vemos.

lunes, 10 de agosto de 2015

Día 17. Porto Ponte Romano - Carloforte. Cabalgando el mistral

Después de la accidentada travesía de ayer decidimos no madrugar en exceso. Para cuando me asomé a cubierta, a eso de las ocho, la imagen del puerto había dejado de tener el aspecto solitario y siniestro de la noche anterior. Justo enfrente del Sargantana hay coches aparcados y la oficina de "Circomare" tiene ya evidente ajetreo. Es curioso lo temprano que empieza la actividad en Italia (o al menos en Cerdeña) comparado con España. Los otros barcos refugiados junto a nosotros también tienen ya tripulantes en cubierta dedicados a tareas varias, y todo en general parece más luminoso y menos amenazante.






Según el alemán de la noche anterior, lo mejor es quedarse en el refugio un par se días hasta que pase el mestrale, pero nosotros no lo tenemos tan claro. El pueblo está relativamente lejos, al menos a dos kilómetros, y lo único que hay cercano, aparte de la oficina de Capitanía y de unos cuantos almacenes cerrados y en ruinas, es un bar pequeño con unas pocas mesas y sombrillas fuera, que inmediatamente bautizamos como Bagdag Café. Dos días más aquí se nos van a hacer largos.




Pero lo peor es la falta de agua. Llevamos muchos días sin repostar y nos queda apenas un tercio de sólo uno de los depósitos. Hago una aproximación a uno de los tripulantes de la lancha de la Guardia Costiera que tenemos a pocos metros y se niega en redondo a darnos agua. Mala suerte. Sin agua no hay duchas. Y el agua del puerto no es la más cristalina del mundo para darse un chapuzón.

En esas condiciones lo ideal es tratar de llegar a Carloforte y esperar allí la ventana de buena meteo para dar el salto. El problema, por supuesto, es volver a ceñir 20 millas contra el mestrale, aunque según los partes de hoy el viento debería bajar un poco respecto a ayer, a partir del mediodía. Decidimos salir y hacer un intento. Siempre hay tiempo de volverse si la cosa se pone fea.

Salimos a las 1300 y la travesía resulta  extraordinaria. Unos pocos nudos menos de viento convierten en divertida la navegación dura y penosa del día anterior. De hecho, vamos todo el tiempo a vela, haciendo bordos continuos de ceñida. Lucía gobierna casi todo el camino, y se dedica a perfeccionar la técnica de surfeo. Consigue un excelente andar en el que el Sargantana salta suavemente las olas con un siseo continuo, sin pantocazos ni golpes. Llegamos a Carloforte a las 1900, pero no nos hubiese importado tardar un par de horas más.



Antes de la llegada busco en Internet y, de las distintas marinas del puerto de Carloforte, decido llamar a Marina Tour y reservar un amarre. Con este mestrale debe haber mucho barco acochinado en tablas y no las tengo todas conmigo. Pero todo va sin problemas en el primer intento, y con un precio razonable (50€), al menos para lo que hemos visto hasta ahora. La experiencia en Marina Tour, fantástica. El habitual marinero en gommone nos viene a recibir a la bocana y nos ayuda a atracar en una plaza enorme cerca del ferry. Cierto que tienen un único pantalán y sin duchas cerca (que en realidad ya nunca necesitamos), pero la calidad de las instalaciones y el trato son excepcionales.

Como no podía ser de otra manera, salimos a cenar. Nos queda poco en Italia y hemos cenado muy pocas veces fuera. Los precios son bastante razonables en general y encontramos una pizzería muy agradable siguiendo indicaciones de unos amigos. Mañana no hay que madrugar. Al mestrale le queda un día antes de retirarse y mañana nos tomaremos la jornada de relax en Carloforte.

domingo, 9 de agosto de 2015

Día 16. Cala di Pula - Porto Ponte Romano. Y llegó el Mestrale

El mestrale y el levante son los dos vientos predominantes en Cerdeña. Sobre todo el mestrale, que llaman mistral en Francia y que nosotros también llamamos mistral (o maestral o cierzo), sobre todo en las costas del valle del Ebro. Es un viento del noroeste, duro y relativamente frío, que se forma por el encajonamiento del viento producido entre los Pirineos y los Alpes, cuando un anticiclón se instala en el Golfo de Vizcaya. En Cerdeña afecta sobre todo al estrecho de Bonifacio, donde se forman ventarrones brutales del W, y en general a toda la costa oeste, donde el viento sopla duro del NW durante varios días seguidos.

El mestrale es típico de invierno y primavera y es el responsable de que toda el área del Golfo de León tenga fama de zona complicada y peligrosa para navegar. No es corriente en verano, pero de vez en cuando llega a hacer una visita. Hoy, por ejemplo.

Y con el mestrale llega la épica, no todo iban a ser días de fiestas y de navegación "en chancletas ". Bueno sea, después de todo hemos venido a navegar.

El día, sin embargo, vuelve a amanecer plácido en Cala di Pula, donde llegamos ayer ciñendo contra el SW, justo al borde del crepúsculo. El viento desapareció casi por completo durante la noche, en ese momento de calma que se produce antes y después del paso del frente. Al levantarnos ya se han ido muchos de los barcos fondeados, y los pocos que quedan se dedican al baño y otras actividades lúdico-festivas. El plan de hoy es ir hasta Carloforte, el famoso puerto en el extremo SW de la isla, para preparar el salto de vuelta a las Baleares.

Una vez listos para un "día de navegación", nos acercamos a echar in vistazo a la zona de restos arqueológicos, terrestres y submarinos, de la ciudad romana de Nora, en el extremo W de la Cala di Pula. Aunque para ser sinceros se ve entre poco y nada, ni en tierra ni bajo el agua, al menos desde un barco. Salimos hacia mar abierto...




Y el viento sube, y mucho. Un aliciente para navegar a vela. Nos dedicamos alegremente a dar bordos de ceñida, buscar trimados, y a hacer regatitas improvisadas con otros barcos. Pero avanzamos demasiado poco. El zigzag de los bordos nos hace ganar muy poco al viento.

Para cuando llegamos a la altura del cabo Spartivento ya es evidente que no podemos llegar a Carloforte. El viento está ya en 22 nudos y la ola de frente empieza a resultar molesta. Nos queda pasar otro cabo y después, con toda probabilidad, una ceñida muy dura. Observamos cómo las decenas de veleros de esta época en esta parte de la isla se apiñan como moscas en los pocos abrigos disponibles. Hay miedito.

Quizás pecamos un poco de osadía, pero decidimos seguir. Tenemos que poner motor y vela mayor y encarar el viento. Tratamos de ganar barlovento como posesos.

Pero al pasar el cabo Teulada nos damos cuenta de que el esfuerzo es inútil. Nos quedan 22 millas pero no llegaríamos, en el mejor de los casos, hasta muy de madrugada. Buscamos un plan B. Hay uno, el puerto Ponte Romano, que está en el fondo del Golfo di Palmas, a unas 12 millas hacia el norte. En cualquier caso tenemos que seguir ciñendo, pero podríamos llegar de día. Llegar de día a un puerto no conocido es primordial.

Las cosas no van demasiado bien. El viento sube a más de 30 nudos sostenidos y la ola también es cada vez más difícil de saltar sin pantocazos. Los bordos son muy penosos, con rociones continuos que nos obligan a que ponernos trajes de agua. Estamos tan mojados que nuestros dispositivos MOB (unas balizas que llevamos prendidas a los arneses de los chalecos salvavidas y que se activan automáticamente si uno de nosotros cae al agua, Man Over Board, emitiendo de forma continua alertas radio con nuestra posición) se activan automáticamente. Aprendemos que en condiciones de muy mala mar hay que llevarlas en el bolsillo.

En ese momento todo es un poco caótico. El bimini se desencaja por la fuerza del viento, es de noche y no se ve gran cosa porque los continuos rociones me llenan las gafas de agua. Pero el principal problema no es ese. Pronto o tarde acabaremos llegando al puerto. De hecho vemos ya relativamente cerca el faro que hay junto a él.

El principal problema es que Porte Romano no es un puerto habitual. Para empezar, no es un puerto de pago. Es el puerto local que usa la gente de la zona: pesqueros, transporte y algunos barcos de recreo. Además no tiene estructura habitual. No es un recinto cerrado protegido por rompeolas, sino unos simples muros contra los que es posible abarloarse (si hay sitio). Y una explanada relativamente pequeña rodeada por bancos de arena de poco calado. Nuestro libro de derroteros advierte que hay un estrecho canal que dragan de forma regular y por donde es imprescindible pasar para no embarrancar. Se supone que hay unas luces verdes y rojas que lo marcan en la oscuridad, pero aún así el tema da respeto. De hecho, en algún momento se me pasa por la cabeza dejarlo, volver sobre nuestros pasos y arrumbar a Carloforte. Sería una noche completa de navegación en esas condiciones, aunque con seguridad la entrada sería menos problemática.  Pero hay que seguir, al menos hasta ver cómo de complicada es la entrada al puerto. Después ya decidiremos.

No sé a que hora, pero llegamos al puerto. Afortunadamente tenemos una tablet con Navionics, un programa de navegación por GPS, además del sistema del barco. Las luces rojas y verdes se ven, por supuesto, pero es imposible entender nada, todo es un maremágnum de luces y reflejos. Finalmente conseguimos entrar y allí bajan rápidamente el viento y la ola.

Por supuesto el puerto está totalmente desierto. No se ve un alma. Es domingo por la noche y esto es lo más parecido a un polígono industrial un domingo por la noche. Afortunadamente hay espacio de sobra. Vemos tres o cuatro veleros arrejuntados en un rincón, lejos de los pesqueros y de los muelles preparados para grandes mercantes, junto a la Capitanía del puerto cerrada a cal y canto. Nos disponemos a atracar junto a ellos. Tenemos dificultades para lanzar cabos a los norays, colocados de una forma muy curiosa en unos nichos abiertos en los muelles. Debe ser medianoche.

En esto aparece un individuo corriendo por el muelle hacia nosotros, en camiseta y calzoncillos, descalzo. Es un alemán, tripulante de uno de los barcos vecinos, que ha seguido nuestras maniobras y que ha salido de la piltra para ayudar. Una de esas pruebas fantástica de solidaridad marinera que tanto encuentra uno cuando navega. Atracar con alguien que te ayude desde tierra, al que puedas tirar un cabo para que lo sujete a un noray, es infinitamente más sencillo. Nos cuenta que el puerto es público, que él también se ha refugiado aquí huyendo del mestrale, que no hay que pagar pero tampoco hay agua ni electricidad.

No nos importa mucho. Esta noche todo lo que queremos es un sitio seguro para el Sargantana, comer algo y, sobre todo, dormir. El puerto está desierto y parece el escenario del final de Terminator II, pero para nosotros es, simplemente, la gloria.





sábado, 8 de agosto de 2015

Día 15. Porto Corallo - Cala di Pula. El Sur

Igual que Icíar Bollaín fantasea con El Sur en la película de Víctor Erice, seguimos esperando que esta costa casi rectilínea del este de Cerdeña acabe por abrirse al oeste y lleguemos, por fin, después de tantos días, al Sur.

Hoy salimos de Puerto Corallo de buena mañana, con viento que nos acompañará  casi todo el día. Suave y mantenido del este por la mañana, muy ligero al mediodía, duro por la tarde, ya en el Golfo de Cagliari.

Hasta el paso de la Isola dei Cavoli, en la esquina sudeste de la isla, poco que reseñar. Nada distinto de los últimos tres días. Sol, tranquilidad, lectura. 




Faro en la Isola dei Cavoli

Más allá del paso se abre el amplio Golfo de Cagliari, y el viento aumenta hasta caso 20 nudos. De repente vuelve la multitud de barcos de todo tipo, casi como en el norte de la isla, las calas abarrotadas, el estar muy pendiente de no llevarte a alguien (o que se te lleven) por delante.



Decidimos ir a fondear a la Cala di Pula, en la parte oeste de la Bahía de Cagliari. La cala es la mejor opción que tenemos para pasar la noche. La ciudad de Cagliari no parece demasiado atractiva y tratar de ir más lejos no nos garantizaría  un fondeo al que llegar de día. Así que, volando, en una ceñida a 6 nudos, con una hora final a motor y contra el viento, llegamos a la cala con la última luz del crepúsculo, justo a tiempo para una cena en cubierta. No somos los últimos: el Dufour mellizo de Sargantana que conocimos en la cala de Santa Reparata llega dos minutos después de nosotros. Distingo decenas de barcos fondeados, pero no hay problemas de espacio. Ya estamos en El Sur.


Fondeo en Cala di Pula

viernes, 7 de agosto de 2015

Día 14 - Arbatax - Porto Corallo. Un Mayday en Cerdeña.

Salimos tarde de Arbatax. La etapa de hoy es corta, unas 30 millas hasta Porto Corallo. El día es claro, como casi cada día, y con poco viento. Otra jornada más para costear sin esfuerzo y leer tranquilamente. El plan es llegar hasta Porto Corallo y fondear o atracar en el puerto.




Nos entretenemos gran parte del día en seguir la gestión larguísima de una llamada de socorro de un velero francés, el Eclair, que aparentemente ha pasado la noche en el puerto de Arbatax. Sobre el mediodía el Eclair anuncia en inglés, por el canal de socorro, que tiene una vía de agua. Están achicando con las bombas manuales y la situación "is not under control". Muy elegante, tono pausado aunque claramente estresado, inglés muy claro, si bien un poco entrecortado, y un leve acento francés.

Al otro lado, Circomare responde, aunque es evidente que el operador no es precisamente Shakespeare. Se pasa minutos y minutos preguntando una y mil veces los datos de referencia: que cuál es su posición,  que de dónde vienen, que a dónde van, que cuántos son los tripulantes (tres adultos y un "small dog"), el color del barco... Entre las dificultades de comunicación por radio y el inglés macarrónico del operador, todo recuerda al "Encanna" de Martes y Trece. Nosotros, y probablemente toda la flota, estamos a la escucha... 

A todo esto el francés, con voz ya más aburrida que alarmada, dice que han parado el motor y que ya no entra agua, y que la situación está ya "under control". Pueden seguir a vela, pero no hay viento, así  que no se mueven. Que qué hacen...

El operador a estas alturas ya no se entera de nada (porca miseria). Llama a un colega que, este sí, habla inglés. Pero claro, es el nuevo, y tiene que preguntar todo otra vez: posición, tamaño del barco, color, lo del perro, que de dónde vienen, que a dónde van. Claramente son colegas de mis amigos los aduaneros de Alghero, de los que disfrutan rellenando formularios. Los de la flota seguimos a la escucha... ¡¡Por Dios!! ¡¡Que salven ya a ese perro!!

Finalmente, cuando se le acaban las casillas del impreso, el operador les informa de que les envían un barco de remolque (ya podía haberlo hecho antes) y que tardará una dos horas.  Todos tragamos saliva...

El pobre francés dice que tienen velas, pero que no se mueven. Lógico, no hay viento. Notamos ya en el francés una  voz temblorosa, algo como la del "¿pero hay alguien más?" del chiste de Eugenio.

El italiano les pide que reporten posición y estado cada "treinta minuti". El francés a estas alturas debería estar ya llamando a su embajada para pedir apoyo de algún portaaviones, o lo que sea, que esté por el Mediterráneo. Da igual dónde, seguro que llega antes.

Nosotros seguimos hacia el sur y después de comer avistamos por fin Porto Corallo. Hay un buen fondeo cerca de la bocana, así que consideramos quedarnos fuera. En cualquier caso entramos a echar un vistazo y comprobamos que es un puerto pequeño, con yates, motoras y unos pocos pesqueros, todos mezclados. No parece haber ninguna tienda ni restaurante dentro del puerto. Definitivamente, mejor quedarse fuera y disfrutar de un fondeo en solitario.




Bajo en la neumática a buscar provisiones. Nos vendrían bien hielo y pan, después de haber fondeado ya la noche anterior. Explorando más allá del puerto encuentro un camping no demasiado lejos, con una tienda que vende de todo, hielo incluido.

Esta noche volvemos a unos tagliatelle con salsa arrabiata y berberechos, y uno de los pocos riojas que nos quedan. Hay que pensar en volver a casa....