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domingo, 9 de agosto de 2015

Día 16. Cala di Pula - Porto Ponte Romano. Y llegó el Mestrale

El mestrale y el levante son los dos vientos predominantes en Cerdeña. Sobre todo el mestrale, que llaman mistral en Francia y que nosotros también llamamos mistral (o maestral o cierzo), sobre todo en las costas del valle del Ebro. Es un viento del noroeste, duro y relativamente frío, que se forma por el encajonamiento del viento producido entre los Pirineos y los Alpes, cuando un anticiclón se instala en el Golfo de Vizcaya. En Cerdeña afecta sobre todo al estrecho de Bonifacio, donde se forman ventarrones brutales del W, y en general a toda la costa oeste, donde el viento sopla duro del NW durante varios días seguidos.

El mestrale es típico de invierno y primavera y es el responsable de que toda el área del Golfo de León tenga fama de zona complicada y peligrosa para navegar. No es corriente en verano, pero de vez en cuando llega a hacer una visita. Hoy, por ejemplo.

Y con el mestrale llega la épica, no todo iban a ser días de fiestas y de navegación "en chancletas ". Bueno sea, después de todo hemos venido a navegar.

El día, sin embargo, vuelve a amanecer plácido en Cala di Pula, donde llegamos ayer ciñendo contra el SW, justo al borde del crepúsculo. El viento desapareció casi por completo durante la noche, en ese momento de calma que se produce antes y después del paso del frente. Al levantarnos ya se han ido muchos de los barcos fondeados, y los pocos que quedan se dedican al baño y otras actividades lúdico-festivas. El plan de hoy es ir hasta Carloforte, el famoso puerto en el extremo SW de la isla, para preparar el salto de vuelta a las Baleares.

Una vez listos para un "día de navegación", nos acercamos a echar in vistazo a la zona de restos arqueológicos, terrestres y submarinos, de la ciudad romana de Nora, en el extremo W de la Cala di Pula. Aunque para ser sinceros se ve entre poco y nada, ni en tierra ni bajo el agua, al menos desde un barco. Salimos hacia mar abierto...




Y el viento sube, y mucho. Un aliciente para navegar a vela. Nos dedicamos alegremente a dar bordos de ceñida, buscar trimados, y a hacer regatitas improvisadas con otros barcos. Pero avanzamos demasiado poco. El zigzag de los bordos nos hace ganar muy poco al viento.

Para cuando llegamos a la altura del cabo Spartivento ya es evidente que no podemos llegar a Carloforte. El viento está ya en 22 nudos y la ola de frente empieza a resultar molesta. Nos queda pasar otro cabo y después, con toda probabilidad, una ceñida muy dura. Observamos cómo las decenas de veleros de esta época en esta parte de la isla se apiñan como moscas en los pocos abrigos disponibles. Hay miedito.

Quizás pecamos un poco de osadía, pero decidimos seguir. Tenemos que poner motor y vela mayor y encarar el viento. Tratamos de ganar barlovento como posesos.

Pero al pasar el cabo Teulada nos damos cuenta de que el esfuerzo es inútil. Nos quedan 22 millas pero no llegaríamos, en el mejor de los casos, hasta muy de madrugada. Buscamos un plan B. Hay uno, el puerto Ponte Romano, que está en el fondo del Golfo di Palmas, a unas 12 millas hacia el norte. En cualquier caso tenemos que seguir ciñendo, pero podríamos llegar de día. Llegar de día a un puerto no conocido es primordial.

Las cosas no van demasiado bien. El viento sube a más de 30 nudos sostenidos y la ola también es cada vez más difícil de saltar sin pantocazos. Los bordos son muy penosos, con rociones continuos que nos obligan a que ponernos trajes de agua. Estamos tan mojados que nuestros dispositivos MOB (unas balizas que llevamos prendidas a los arneses de los chalecos salvavidas y que se activan automáticamente si uno de nosotros cae al agua, Man Over Board, emitiendo de forma continua alertas radio con nuestra posición) se activan automáticamente. Aprendemos que en condiciones de muy mala mar hay que llevarlas en el bolsillo.

En ese momento todo es un poco caótico. El bimini se desencaja por la fuerza del viento, es de noche y no se ve gran cosa porque los continuos rociones me llenan las gafas de agua. Pero el principal problema no es ese. Pronto o tarde acabaremos llegando al puerto. De hecho vemos ya relativamente cerca el faro que hay junto a él.

El principal problema es que Porte Romano no es un puerto habitual. Para empezar, no es un puerto de pago. Es el puerto local que usa la gente de la zona: pesqueros, transporte y algunos barcos de recreo. Además no tiene estructura habitual. No es un recinto cerrado protegido por rompeolas, sino unos simples muros contra los que es posible abarloarse (si hay sitio). Y una explanada relativamente pequeña rodeada por bancos de arena de poco calado. Nuestro libro de derroteros advierte que hay un estrecho canal que dragan de forma regular y por donde es imprescindible pasar para no embarrancar. Se supone que hay unas luces verdes y rojas que lo marcan en la oscuridad, pero aún así el tema da respeto. De hecho, en algún momento se me pasa por la cabeza dejarlo, volver sobre nuestros pasos y arrumbar a Carloforte. Sería una noche completa de navegación en esas condiciones, aunque con seguridad la entrada sería menos problemática.  Pero hay que seguir, al menos hasta ver cómo de complicada es la entrada al puerto. Después ya decidiremos.

No sé a que hora, pero llegamos al puerto. Afortunadamente tenemos una tablet con Navionics, un programa de navegación por GPS, además del sistema del barco. Las luces rojas y verdes se ven, por supuesto, pero es imposible entender nada, todo es un maremágnum de luces y reflejos. Finalmente conseguimos entrar y allí bajan rápidamente el viento y la ola.

Por supuesto el puerto está totalmente desierto. No se ve un alma. Es domingo por la noche y esto es lo más parecido a un polígono industrial un domingo por la noche. Afortunadamente hay espacio de sobra. Vemos tres o cuatro veleros arrejuntados en un rincón, lejos de los pesqueros y de los muelles preparados para grandes mercantes, junto a la Capitanía del puerto cerrada a cal y canto. Nos disponemos a atracar junto a ellos. Tenemos dificultades para lanzar cabos a los norays, colocados de una forma muy curiosa en unos nichos abiertos en los muelles. Debe ser medianoche.

En esto aparece un individuo corriendo por el muelle hacia nosotros, en camiseta y calzoncillos, descalzo. Es un alemán, tripulante de uno de los barcos vecinos, que ha seguido nuestras maniobras y que ha salido de la piltra para ayudar. Una de esas pruebas fantástica de solidaridad marinera que tanto encuentra uno cuando navega. Atracar con alguien que te ayude desde tierra, al que puedas tirar un cabo para que lo sujete a un noray, es infinitamente más sencillo. Nos cuenta que el puerto es público, que él también se ha refugiado aquí huyendo del mestrale, que no hay que pagar pero tampoco hay agua ni electricidad.

No nos importa mucho. Esta noche todo lo que queremos es un sitio seguro para el Sargantana, comer algo y, sobre todo, dormir. El puerto está desierto y parece el escenario del final de Terminator II, pero para nosotros es, simplemente, la gloria.





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