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viernes, 22 de julio de 2022

2022 27ª etapa. Arkoi - Leros. La isla del fin del mundo (1974)




Una última etapa totalmente distinta a la de otros años. Ya no doblaremos el cabo de Escombreras para enfilar la bocana del puerto de Cartagena, ni nos recibirá jubilosa la marinería del Yacht Port, como cada año. Esta temporada tenemos que preparar al Sargantana para quedarse en Artemis, un varadero al norte de la isla de Leros. Nuestra isla del fin del mundo.

Ocho meses en tierra, sobre una especie de andamio metálico, como uno más de un gran rebaño de veleros apiñados. Entre pequeños rebaños de ovejas y de cabras que ramonean tranquilamente en las parcelas vecinas. Ocho meses bastante solitarios en un lugar casi desierto en el que dicen que en invierno llueve a cántaros y hay mucho viento, y donde seguramente los barcos aprovechan para contarse historias de veranos de travesías y recaladas (y seguro que para ponernos a parir a los patrones). Esperemos que al Sargantana, como primerizo que es, le traten bien los veleros veteranos y no sufra mucho con las novatadas.

Lleva mucho tiempo preparar una varada. Posiblemente más que en arranchar el barco para una travesía. No sólo hay que endulzar y limpiar todo el exterior, la jarcia, la cabullería, el casco… Hay que lavar, secar y estibar para el próximo verano toda la ropa, las sábanas, los toldos y capotas. Hay que desmontar las velas, llevarlas al lavadero, lavarlas, secarlas y repasar con mimo las costuras para buscar posibles desperfectos. Hay que limpiar y engrasar todos los elementos metálicos, quitar el óxido, ajustar tuercas y tornillos, mover las roscas de los tensores de obenques y estays para evitar que sea azoquen...  Hay que deshinchar la auxiliar, envolverla y estibarla para el invierno. Hay que desmontar las placas solares y sus estructuras de soporte y preparar la electrónica y baterías para ocho meses sin atención. Hay que reparar todos esos pequeños desperfectos y averías que has ido dejando por pereza, falta de tiempo o repuestos, o que es necesario encomendar a un profesional. Un mundo.

Un trabajo inacabable y agotador que exige método, orden y precisión, y que además tiene un límite prefijado: la hora de salida del avión de vuelta. Calculamos una semana de trabajo a tiempo completo, predicción que finalmente resulta más o menos acertada (aunque quizá algo corta). Eso sí, en esto, como en casi todas las cosas, la experiencia es fundamental. Las próximas veces es seguro que optimizaremos bastante y podremos reducir tiempos (o ,al menos, la intensidad del trabajo).

Viernes, 22 de julio

Desde Arkoi volvemos a Patmos. Es el puerto más cómodo y barato que tenemos a tiro cerca del varadero. Después de una semana de retiro espiritual en la isla del amigo Trypas, necesitamos con cierta urgencia un supermercado y un puerto con agua dulce y electricidad. 

Puerto de Skala, en Patmos


Pero esta vez ya no haremos turismo por Patmos, no hay tiempo para subir a la Chora ni para vagabundear por sus calles. Después de un fin de semana de aprovisionamiento y lavadoras en Skala, el lunes tenemos una cita con el servicio oficial Volvo en Patmos Marina para hacer el mantenimiento del motor antes de llegar al varadero. Decisión que al final no resulta todo lo cómoda que hubiésemos querido. Pensando retrospectivamente, quizá hubiese sido mejor centralizar todos los trabajos en el barco, incluidos los de mecánica del motor, con el equipo técnico del varadero. Ya veremos para otro año. Como decía, cada temporada se aprende. Al final, navegar no es más que acumular experiencia, año tras año.


Lunes, 25 de julio

La segunda parte de la preparación de la invernada la completamos fondeados en la bahía de Blefoutis, ya en Leros, muy cerca del varadero. Un lugar tranquilo y cómodo, que ya conocemos, y al que regresamos para bajar velas y cabos, desmontar placas e investigar los problemas que hemos tenido las últimas semanas con las bombas de los wc marinos. Tres días en los que sólo tenemos la oportunidad de bajar una noche a cenar a la taverna local, un chiringuito totalmente recomendable, especializado como casi todos los de la zona en guiso de cabra.

Fondeo en Blefoutis. Estamos prácticamente solos y, curiosamente, no hay viento estos días. Uno de los barcos franceses está, como nosotros, desmontando velas. Luego seremos vecinos en el varadero. A ellos los sacan del agua justo a continuación de nosotros.
Bajamos velas, quitamos cabos y roldanas y hacemos fotos de todo





Viernes, 29 de julio

Y, finalmente, la experiencia de la varada en Artemis. Utilizan un tractor que sumerge un remolque por una rampa hasta emplazarlo bajo el barco. Un sistema hidráulico se eleva y levanta el casco lo suficiente para poder remolcarlo hasta el lugar de varada. Muy fácil y muy profesional, claramente un equipo que sabe lo que hace y en el que, a diferencia de otros sistemas basados en un travelift, los tripulantes no tienen que hacer absolutamente nada. De hecho, te piden que bajes del barco nada más llegar al muelle y no vuelves a subir hasta que está ya en su sitio en tierra y con una escalera de acceso acoplada a la popa.





Nos ha encantado Artemis. Gente simpática y cercana, que te hace la vida fácil. Quizá no es el más glamouroso, ni el mejor comunicado con ciudades y tiendas, pero en un varadero lo que buscas es que sea tu “guardería de confianza” más que un lugar de vacaciones para disfrutar de la estancia. Hasta el momento, todo perfecto. Ya veremos cómo va el invierno y la vuelta al agua en primavera.

Lavando velas


La semana ha transcurrido con pocas novedades que reseñar. Trabajo y más trabajo. No hay museos ni  restos arqueológicos que visitar, ni aventuras náuticas relevantes, ni playas o nuevos sitios que conocer. Pero, cómo  no, tenemos alguna movida que anima el cotarro y que da para cerrar este blog de anécdotas por este año.

Penúltimo dia por la tarde. Menos de 24 horas para el taxi al aeropuerto. Quedan muchas cosas, demasiadas, por hacer. Viene el electricista que se va a quedar a cargo de conectar el barco a la corriente de vez en cuando y de revisar el estado de las baterías. Al hacerle una demostración de la app de monitorización, veo que la batería está descargando. Por alguna razón no está cargando desde tierra

Chequeo el cable. Está todo bien, tenemos corriente. Chequeo el cargador. No carga. No sé si el problema es con el cargador o con la propia batería. Toda la electrónica del barco es mi proyecto del invierno anterior y lo conozco como la palma de la mano, pero en este momento no tengo ni idea de lo que está pasando.

Un problema importante que complica dejar el barco abandonado a su suerte durante ocho meses. No puedo dejar la batería de litio sin carga tanto tiempo. Consulto con Kiko y Manel, mis colegas y confidentes en las venturas y desventuras de los litios y los Victron. No encontramos ninguna causa posible que no sea que uno de los dos, cargador o BMS de la batería, se hayan estropeado de repente.

Investigo hasta las tantas y acabo encontrando el problema. Al abrir la caja de plástico de uno de los fusibles del cuadro, éste aparece requemado y fundido. No está clara la razón pero hay que tirar para adelante y al menos reemplazar el cableado y el fusible deteriorados. Este invierno la actividad eléctrica de la batería será muy pequeña, unas pocas horas de carga supervisadas cada mes y con corrientes muy bajas, así que probablemente el riesgo es mínimo. Una vez cambiado el cableado parece que todo vuelve a la normalidad. Alivio.

El culpable


Último día por la tarde. Acabamos la preparación del barco contra reloj, de hecho el taxi tiene que esperarnos un rato mientras cerramos los portillos y dejamos en condiciones, a toda prisa, los últimos flecos. Salimos a escape camino del aeropuerto. Pasamos el embarque. Todo va bien, mañana a mediodía, con suerte, en casa. De repente, entra la jefa del aeropuerto en la sala de embarque y suelta una perorata en griego. Todo el mundo se  queda en silencio un momento e inmediatamente se pone de pie y empieza a quejarse. Los hay que se van a toda prisa. No sabemos qué pasa, pero no puede ser bueno. Pedimos traducción de urgencia a un colega pasajero: han cancelado el vuelo por exceso de viento, el avión se ha dado la vuelta hacia Atenas. La última jugada del meltemi.

El aeropuerto de Leros es una pista de 1km y una pequeña sala de espera desde la que se ven los palos del varadero


No es la primera vez que a alguno de los dos nos cancelan un vuelo. Ambos hemos tenido que viajar mucho por trabajo y sabemos que estas cosas pasan. Pero no es lo mismo. Estamos en una isla remota, sin otra manera de llegar a Atenas. Perdemos la conexión a Madrid. Perdemos la conexión por tren a Cartagena. El último lío de la temporada en la isla del fin del mundo.

Afortunadamente Aegean se porta bastante bien. No nos ofrecen alojamiento (tampoco lo reclamamos) pero en poco tiempo nos procuran un vuelo extra para el día siguiente a las 0720. Tendremos que comprar billetes de tren nuevos, y coger más taxis de lo previsto, pero tampoco será una tragedia. Y además parece que Aegean nos reembolsará el precio del billete, así que ni siquiera perderemos dinero.

Despegamos a las 7 de la mañana del día siguiente


La penúltima anécdota de un viaje inolvidable. Un viaje en el que más o menos hemos cubierto nuestro plan previsto, en un Egeo maravilloso pero con el meltemi más cruel que recuerdan los locales. Un viaje distinto, muy distinto al del año pasado. Mucho más largo y con muchas mas islas. Sin tantos problemas técnicos como el año pasado en el Jónico. Una travesía en la que hemos tenido la oportunidad de conocer mucha gente, tanto en el mar como en tierra, y en la que hemos aprendido mucho, más que nunca (aunque es cierto que en el mar siempre se aprende).

La última anécdota son realmente dos: mi maleta no llega a Madrid (me la mandan a Cartagena unos días después) y volvemos ambos contagiados por covid.

Dejamos al Sargantana en Artemis como padres el primer día de guardería. Pórtate bien, haz caso a los marineros y no te metas en líos. Si los barcos llorasen habríamos acabado despertando a los pocos vecinos que dormían hoy en el varadero. Y es que dejarle abandonado, con nocturnidad y alevosía, a las seis de la mañana, y huir de mala manera camino del aeropuerto, es de patrones crueles y sin corazón.



Ya queda un día menos para continuar un viaje por el Egeo que no está ni mucho menos completo, en una fecha ya fijada: el 3 de Abril de 2023Stay tuned, que dicen los americanos. Y, sobre todo, gracias por leernos. Nos hace ilusión.

Over and out. Cambio y corto.

Jueves, 4 de agosto

Arkoi - Patmos - Leros (Blefoutis - Artemis)



   


PS: Las estadísticas de esta temporada:

Días totales: 96
Días de navegación: 41
Días en puerto/fondeo: 55
Horas de navegación: 445
Horas de motor: 305
Gasto en gasoil: 951€
Incidencias técnicas relevantes:
- bombas de desagüe de wc (ambos)
- fusible fundido en panel de batería de litio
- interruptor de conexión de nevera



viernes, 15 de julio de 2022

2022 26ª etapa: Samos - Arki. Robinson Crusoe (1954)


Viernes, 15 de julio

Después de varias etapas en puerto, en islas con infraestructuras turísticas grandes, queremos buscar otra perspectiva del Egeo. Nos vamos hacia Agathonisi y Arkoi.

Ambas están situadas al sur de Samos y en este momento eso tiene una indudable ventaja: ya no habrá que ceñir ganando barlovento (como se dice en terminología náutica). Se acabó tener que saltar olas, una detrás de otra.  En los próximos días iremos administrando nuestro bien ganado barlovento, en recorridos cortos entre islas próximas y siempre hacia el sur, con la vista ya en la última etapa que nos llevará al varadero en Leros en el que aparcaremos definitivamente al Sargantana. Se acaba la temporada 2022.

Salimos de Samos hacia Agathonisi a primera hora de la mañana, madrugando pero sin excesos. Zarpamos justo a continuación de nuestros nuevos vecinos de pantalán: la tripulación del Eden Mar (Edith y Denis), que también dejan Samos, aunque ellos han elegido ir directamente hacia la isla de Arkoi. El puerto de Samos se ha vaciado como por arte de magia. El parte anuncia un par de días moderadamente tranquilos después del pequeño temporal de esta semana y todo el mundo se afana en llegar a otro sitio en este juego del escondite inglés (o de las sillas musicales, que la analogía también vale). Además, es día de cambio de semana para los veleros de charter (la mayoría turcos) y todos están volviendo a sus bases para cambiar de tripulación.

Salida de Pythagorion 


La travesía hacia Agathonisi es corta, no llega a tres horas. Sólo con la vela de proa y sin mucha ola: un paseo. En estas últimas etapas nuestro plan de navegación es muy tranquilo, las travesías son saltos breves entre islas próximas. Pero, al llegar al puerto, la tregua del meltemi termina inesperadamente (una vez más) y la fiesta vuelve a empezar. Entramos con un viento fuerza 6 que hace difícil tomar decisiones. Además, el puerto parece completo: hay un par de veleros fondeados junto a la playa y las poquitas plazas en el muelle están llenas. Quizá nos hemos confiado demasiado y hemos salido algo tarde. Gajes del oficio: en estas islas pequeñas, con fondeaderos escasos y puertos pequeñitos, es difícil encontrar sitio libre a partir de media mañana. 

Agathonisi a la vista


En realidad no nos importa demasiado. Llevamos muchos días atracados en Samos y casi preferimos la tranquilidad de una cala protegida donde fondear. Encontramos un buen lugar sin muchos problemas a unas pocas millas. Ormos West tiene arena, está razonablemente a cubierto del viento y, de momento, sólo hay un barco. Nos convence para pasar una noche tranquila y mañana ya veremos.

De hecho, al día siguiente no intentamos volver al puerto de Agathonisi. Según va evolucionando el parte, parece que vamos a tener un único día bueno de navegación antes de que el mapa de viento se tiña de nuevo de naranjas y rojos. Lo invertiremos en tratar de llegar a la isla de Arkoi (léase Arki) a primera hora y echar la bonoloto diaria para conseguir un amarre en su mínimo puerto, en el que caben sólo siete u ocho barcos y que parece el más resguardado de los alrededores

Esta vez lo conseguimos, aunque por los pelos. Al llegar a Arkoi queda sólo un sitio libre. Bingo. No es el mejor, obviamente. Un hueco estrecho en el extremo oeste del muelle, muy justito para nuestra manga y que, para complicar las cosas, tiene unos escollos delante que dificultan la maniobra. El atraque nos sale perfecto, sobre todo porque todos los tripulantes de los barcos vecinos se movilizan para ayudar. Entramos con calzador, con las defensas tratando de saltar por encima de la regala. Una vez colocados, lo que te pide el cuerpo es no salir a navegar en unos cuantos días.

Puerto de Arkoi


Nada más llegar nos damos cuenta de que esta isla es totalmente distinta de las que hemos visto en esta travesía por Grecia. En Arkoi, como en la isla de Robinson Crusoe, se detiene el tiempo.

Es el sitio más tranquilo y la isla más pequeña en que hemos recalado este año. Tan pequeña que se recorre a pie sin ningún problema en un día. Aquí sólo viven unas cuarenta personas, un puñado de familias que se dedican a pastorear cabras, a pescar y, en verano, a vivir de los ingresos de un turismo mínimo: unos pocos yates como nosotros y unas decenas de veraneantes de a pie que vienen a comer en ocasionales barcos turísticos o que se alojan en pequeñas casitas desparramadas en la zona junto al puerto.

A Arkoi llega un ferry tres o cuatro veces por semana para traer suministros. No hay casi coches (tampoco hay carreteras), pero sí algunos carritos de golf. No hay agua, tienen una planta de placas solares y aparentemente desalan la que necesitan para vivir. Arkoi es otro mundo, un paraíso perdido. Aun con el impacto que claramente provocamos los forasteros en verano, Arkoi es la paz hecha isla.

Nos dedicamos durante varios días a recorrerla por caminos desiertos y algunas veces campo a través, trepando entres rocas, arbustos y algunos pinos. Buscamos sus playas más famosas (Tiganakia, Limnari) y nos dejamos ganar por su tranquilidad, la de una especie de comuna desconectada del mundo, un Walden Dos del siglo XXI en el que los que viven aquí se enorgullecen de no tener ni siquiera policía (desde hace muchos años) y de resolver todos los problemas de forma comunitaria.

Playa de Limnari

 
Nos gana Arki. Su puerto minúsculo, sin luz y sin agua, pero con unas pocas tavernas que ponen música de Pink Floyd Sade al atardecer (también en eso el tiempo se ha detenido), con sombrillas de paja, mesas y sillas de colores. Elegimos la de un tal Trypas (literalmente "el agujeros"), un individuo sonriente y un poco estrafalario, vestido invariablemente con pantalones y camisas multicolores de algodón y sombrero de ala corta. Una especie de hippie local que siempre sonríe, que te abraza nada más verte como si fueses su amigo de toda la vida y que se convierte en pocos minutos en tu guía particular de la isla y tu conseguidor de suministros. Cenamos en casa Trypas varias noches y comprobamos que se come muy bien. Su mujer es una excelente cocinera y eso nos da la opción de probar platos griegos no tan habituales, que esperamos intentar imitar en Cartagena este invierno.

Taverna de Trypas


Remoloneamos en Arkoi varios días. Quizá demasiados. A pesar de la maravilla de poder dejar pasar el tiempo, día tras día, en un sitio perfecto como éste. A pesar de disfrutar casi cada noche de la cocina de la familia de Trypas. Dolce far niente. Pero ya empieza a faltarnos agua en los depósitos y necesitamos pasar por un supermercado en condiciones. Es hora de dejar nuestro sitio en el puerto para que otros lo disfruten.

Y es hora de empezar la última etapa, la de preparar el barco para su invernada. Primero unos días en Patmos. Después, trabajo a bordo anclados en Leros. Poner el barco a punto lleva tiempo. 

Arkoi tiene tres tabernas, tres barcas de pesca, 450 cabras… y 40 personas que viven de todas ellas.

Arkoi pertenece a Patmos, pero no tiene conexión diaria con la isla. Arkoi no tiene ruinas, no tiene supermercado, no tiene banco, no tiene policía, no tiene río, no tiene coches, no tiene tiendas de souvenirs, 

Pero Arkoi tiene todo lo que necesitas para hacer un alto en tu camino y ser feliz por unos días: un muelle gratuito en el que sólo caben nueve barcos; un paisaje agreste, de suaves colinas pedregosas con muy poca vegetación; una dimensión que permite caminarla de punta a punta; una costa rocosa con entrantes y salientes inverosímiles; pequeñas playas solitarias; aguas cristalinas, verdes y azules, hipnóticas. En Arkoi el tiempo se para y tú con él. Lo único que en Arkoi no para es el viento, que azota sin pausa la isla la semana que pasamos en ella.

Playa de Taganakia


Nos hemos encajado literalmente entre un velero y el catamarán Roulette, en el que creemos el último hueco disponible. Sin embargo, unos días después descubriremos la capacidad de los patrones para encontrar un puñado de opciones adicionales, a cual más creativa. Y es que el puerto está lleno a diario. Si un barco se aventura a salir, no tarda en remplazarlo uno de los que esperan con cabo a tierra a unos metros. O uno de los que han usurpado la esquina del muelle en el que, de vez en cuando, atracan hasta dos barcos turísticos para descargar por tres horas un pasaje que se apresura a comer en alguna de las tabernas.

Con cabo a tierra sobre nuestras cadenas cuando no hay sitio en el puerto


Son los mismos barcos turísticos que vemos fondear indolentes frente a la playita de Taganakia, con el patrón atento al ancla, que en ese fondo no agarra, y los visjeros en el agua. "Durante su estancia en Patmos, coja un barco turístico y no se pierda la oportunidad de bañarse en las aguas cristalinas en la confluencia de Mikro Aspronisi y Makri Aspronisi. La experiencia le cortará la respiración". Así dicen las guías griegas. Y lo cierto es que los dos islotes frente a la playa forman una laguna salada de increíbles colores, donde el baño es una gozada, y ofrecen unas vistas fabulosas que no te cansas de admirar, aunque el lugar está un poco concurrido de más. 

Barco turístico frente a la playa de Taganakia


Nuestra "taverna" de recalada es la del Trypas. Leemos en las guías que es la mejor valorada y y no nos molestamos en probar otra. Y eso que su vecino Nicolás ha tenido la genialidad de haber llenado su rinconcito del muelle de deliciosas miniaturas de barcos hechos por él, fondeados con sus anclas diminutas y meciéndose con las pequeñas olas que levanta nuestro amigo el meltemi.

Puerto de Arkoi con las miniaturas de barcos

Detalle de los barcos en miniatura, tallados por el dueño de la taberna Nicolás


No es la más famosa ni la mejor valorada, pero a mí me fascina el baño en la diminuta playita de Limnari. De difícil acceso, virgen salvo por los dos tamarindos que alguien plantó hace años, como en todas las playas de esta zona del Dodecaneso, con agua clara como de piscina, pero fría como de deshielo. 

Playa de Limnari


Hay que armarse de ganas y calzado cómodo para llegar campo a través, dejando la pista que sube justo donde se sienta el pastor que te señala "por allí" antes incluso de darte los buenos días (kaliméra). El pastor que cuida de las decenas de cabras que se desparraman por todas partes y a las que no hay que ir esquivando, porque te esquivan ellas. Y que vende el magnífico queso que le compraran hace un par de semanas Rosi y Sergi, del Narganá Dos, y al que nos invitaran en nuestro último encuentro en Patmos.

Y hacia Patmos regresamos, en una mañana que se pronostica sin viento, la misma elegida por nuestros vecinos australianos del Roulette, Mandy y Graem, para "subir" a Samos.


Viernes, 22 de julio

Samos - Agathonisi - Arkoi



viernes, 8 de julio de 2022

2022 25ª etapa: Patmos - Samos. Match Point (2005)



Nunca he sabido a ciencia cierta en qué día nací. Un día de julio de hace muchos años, mi padre (primerizo) fue a inscribirme en el Registro Civil de Salamanca y tuvo que enfrentarse al formulario en el que especificar el día y la hora de mi nacimiento. Y eso supongo que fue un problema, porque ya desde el primer día me dio por complicarle la vida a la gente: no tuve mejor ocurrencia que nacer exactamente a las doce de la noche, entre los días 11 y 12 de julio. Ni antes ni después. Con las campanadas, como Cenicienta.

Mi padre, que era juez y, por tanto, un tipo responsable, debió pensar que "cuanto antes mejor" y me registró el día 11 de julio a las 23:59. Pero la verdad es que yo nunca lo he tenido del todo claro. En realidad, creo que todo fue un poco cosa del azar, como esa pelota de tenis que golpea la red y cae aleatoriamente a un lado o a otro del campo y que Woody Allen incluye en la primera escena de su película Match Point (por cierto, muy recomendable).

El caso es que hoy, en Samos, más de 60 años después, he celebrado por primera vez mi cumpleaños el día 12 de julio en vez del 11. Y me han cantado a coro el “cumpleaños feliz”. Por sorpresa. Y, por primera vez, en un restaurante. Los detalles son también cosa del azar. Cosas de un Match Point.

Viernes, 8 de julio 

Dejamos el puerto de Skala por la tarde y nos vamos a fondear a una de las calas cercanas. Eso nos permite, al día siguiente, agilizar la maniobra de salida.
 
El sábado llegamos a Samos después de una travesial algo inusual. Un día de pronóstico favorable, con viento suave del noroeste a primera hora de la mañana y que no debería arreciar hasta después del mediodía. Un día perfecto para velear las 30 millas que nos separan de Pitagorión (o Pythagoreio), en el sur de Samos. Si salimos pronto, claro. Zarpamos al amanecer, con viento totalmente en calma.

Pero los pronósticos aquí en Grecia son "de aquella manera". En poco más de una hora están avisando por la radio de que se ha formado una tormenta al sur de Samos. Y al rato (cómo no) nos pilla. Nubes y viento de treintaymuchos nudos, que toca gestionar con dos rizos y que ayudan a bajar el desayuno. Hora y media de festejo. Después, calma y a motor otra vez. Cosas del Egeo.

Llegada sin viento a Pythagoreio (léase “Pithagorio” con el sonido “th” similar al inglés)


Atracamos en Pythagoreio justo antes mediodía. El puerto está casi a tope. Es semana de fiesta en Turquía y además anuncian temporal (uno más) para los próximos días. Y, claro, el muelle municipal es una fila continua de barcos de bandera roja, media luna y estrella. Afortunadamente a esa hora es cuando se producen los pocos movimientos diarios y cazamos al vuelo un hueco excelente, justo enfrente del restaurante Knife & Fork, uno más de la hilera interminable de bares y restaurantes del muelle.

Barcos atracados de popa frente a los restaurantes del paseo peatonal


Samos es una de las islas más famosas de Grecia. Técnicamente no es parte del Dodecaneso, sino de las Espóradas Orientales, y está casi pegada a la costa turca. Tanto que, dicen, desde la isla se oyen los gallos de Turquía al amanecer (y viceversa, digo yo). Una isla de pendientes suaves y verdes, con abundancia de agua (hay hasta humedales) y con playas amplias y bonitas. Uno de esos destinos favoritos de los touroperadores. También uno de los lugares de llegada de pateras de refugiados sirios desde Turquía, pero esa es otra historia.

Desde el punto de vista histórico, Samos tiene quizá algo menos atractivo que otras islas del Egeo, como Rodos. En Samos no hay tantas grandes fortificaciones, ni tantas ciudades medievales o monasterios, ni fueron nunca una gran potencia militar. Sí hay ruinas y yacimientos arqueológicos por todas partes, un museo, y una escultura interesante que conmemora a Pitágoras, el samoense más famoso. Más que una isla de guerreros, Samos da la sensación de ser una isla de gente tranquila que no se mete con nadie y se dedica más bien a hacer teoremas.

Monumento a Pitágoras, en el extremo del muelle de pescadores. En la isla conservan como atracción turística la cueva en la que vivía y daba clase

Restos de una iglesia paleocristiana, al lado de la Iglesia y del cementerio 

Restos arqueológicos al lado del cementerio. Todo Pythagoreio está salpicado de restos de murallas y ruinas, la mayoría sin ninguna protección 

Torre del castillo de Lycourgos Logotheres, en la parte oeste de la ciudad, mirando al mar, cerca de la actual iglesia y del cementerio

Restos arqueológicos al lado del museo 
 

Pero, sobre todo, en Samos se puede visitar el fascinante túnel de Eupalinos, un acueducto de más de un kilómetro de largo construido a mano, bajo una montaña, en el siglo VI AC, y que tiene la particularidad de haber sido el primero en ser excavado por dos equipos simultáneamente desde los dos extremos. Y se encontraron a mitad de camino, algo que parece de ciencia ficción teniendo en cuenta la tecnología de la época. Y no por casualidad: Eupalinos desarrolló un algoritmo innovador para asegurar que eso ocurriese y diseñó planes detallados para abordar todas las contingencias que pudiesen ocurrir en la construcción, que duró diez años. Un genio de la ingeniería y de la gestión de proyectos.

Entrada sur al acueducto, en la colina sobre la ciudad, entre dehesas de encinas
  
El primer tramo de acceso en bajada al túnel no es apto para claustrofóbicos. En realidad el túnel está al servicio de un acueducto diseñado para alimentar de agua la antigua capital de la isla mediante un sistema invisible a los enemigos que buscaran sitiarla
  

La visita al tunel de Eupalinos es uno de los grandes hitos del viaje, una experiencia difícil de olvidar. Una caminata de más de un kilómetro por una galería muy estrecha, con casco (imprescindible, porque estás continuamente golpeándote la cabeza con el techo de roca), en fila de a uno y siguiendo a una guía con linterna. El recorrido nos lleva a la sala donde hace 25 siglos los esclavos que cavaban desde el norte se encontraron con los que cavaban desde el sur, con una precisión milimétrica. Difícil no impresionarse.

 Vista del túnel en uno de sus tramos. Voy la última de la fila y puedo sacar fotos, aunque sin flash. Tienen cubierto con esa rejilla metálica el acueducto escavado a más profundidad que el túnel y que es por donde, en una tubería de arcilla, discurría el agua desde el manantial en el norte hasta el otro lado de la montaña, ya dentro de las murallas de la ciudad 

El grupo camina la mayor parte del tiempo sobre la rejilla, con el acueducto abierto a los pies, que da cierta sensación de vértigo. Se nota mucho la corriente de aire, pero no hace frío. Sí humedad. En algunas zonas del techo el agua ha dejado depósitos de cal que forman pequeñas estalactitas. El acueducto se usó durante más de mil años hasta que los depósitos de cal lo acabaron cegando

Foto de rigor en la sala de encuentro de los dos equipos de excavación, a la luz de la linterna de la guía. Eupalinos había previsto ampliar en altura los dos ramales del túnel en el último tramo, para garantizar que se encontraran. Realmente no le habría hecho falta: los dos equipos llegaron con precisión al punto previsto.


Pasamos seis días en Samos. El puerto es de pago, pero no muy caro, y bastante cómodo. El meltemi se ha puesto duro nuevamente esta semana y toca refugiarse, como otras veces. Vemos aquí los sanfermines, puntualmente cada mañana en RTVE. Y pasamos aquí mi cumpleaños.

Paseamos mucho por Pythagoreio y su puerto. Nos da pereza alquilar un coche para ver la isla, que es muy grande y montañosa.. La mayoría de sus atractivos son playas y pueblitos de montaña, que, la verdad, no nos apetecen

Nos hacemos fotos en la calle azul, cómo no. Veo en Google que han publicado más de ¡1400 fotos! de una calle escondida al final del pueblo, cerca de los restos del castillo, de casas viejas y desvencijadas, cuyo único valor es la ocurrencia se sus habitantes de haberla pintado de blanco y azul 

Muchas casas en la calle azul están en condiciones cuestionables, como esta del banco pintado, marcada con una cruz amarilla que significa que no es habitable

El día de mi cumpleaños no es el mejor. Aprovechamos para hacer algo de turismo y nos acercamos en autobús a Vathi, la capital de la isla, para comprobar que no es un sitio que merezca mucho la pena. Damos una vuelta por el puerto comercial y por sus calles sin mucho encanto, casi desiertas bajo el sol y el viento inclemente del mediodía. 

La ciudad de Vathi, a quien todo el mundo aquí llama simplemente Samos, es la capital. Es más bonita de lejos, desde la carreterita de bajada, que vista de cerca.


Nos aburrimos. En menos de una hora renunciamos a seguir caminando y nos refugiamos bajo los toldos de una terraza a esperar el autobús de vuelta. Y en en ese momento Lucía echa en falta su cartera, que probablemente ha perdido en el autobús o durante el paseo. Un mal día, este 11 de julio.

Y la noche no va mucho mejor. Reservamos en el Knife & Fork, justo enfrente del barco. Resulta que, según las guías, es el mejor restaurante de la isla. Puro azar. A las nueve nos llevan a nuestra mesa y nos encontramos rodeados por grupos de turistas que nos invaden con carritos de niño y sillas adicionales demasiado pegadas a nuestra mesa. De golpe nos vemos en medio de un guirigay bastante incómodo, de gente que habla demasiado alto y camareros desbordados que luchan para pasar entre las mesas. Esperamos mucho tiempo y nadie nos hace caso. No es extraño, en el resto de mesas cercanas también parecen aburridos, esperando platos que no llegan. 

Claramente, tampoco es nuestra noche. No es así como esperaba celebrar mi cumpleaños. Se nos quitan las ganas de cenar fuera. Decidimos abandonar. Hay mucha gente esperando mesa, así que no creemos que les importe demasiado. Le decimos al camarero que lo sentimos, que no estamos cómodos. El pobre chaval nos mira con ojos como platos y expresión triste, trata de murmurar una disculpa.

Acabamos la noche con una cena tranquila, aunque un poco triste, en el Sargantana, con una botella del excelente vino blanco de Samos y eso nos reconcilia con un día que no ha sido el mejor. Después de todo, mi cumpleaños no es tal hasta las 12 de la noche. Hay tiempo.

Luna casi llena para acompañar el cumpleaños de Luis


Por la mañana, inesperadamente, se acerca a nuestra popa Manolis, el dueño del Knife & Fork. Estamos justo enfrente, claramente saben quiénes somos. Quiere hablar con nosotros. Está enfadado. Lucía se ha apresurado a poner una crítica dura e incendiaria en TripAdvisor a primera hora de la mañana. Manolis la ha visto. Se avecina temporal y esta vez no es el meltemi. 

La conversación es educada pero tensa, muy tensa. Como una final de Wimbledon. Manolis se queja de que no somos justos, de que lo que pasó ayer fue una excepción. Que todo su equipo trabaja muy duro para ofrecer una atención al cliente acorde con su reputación de mejor restaurante de la ciudad. Que probablemente ha sido error suyo, por darnos una reserva a la hora punta, pero que no entiende que le valoremos tan negativamente sin siquiera darle opción a disculparse.

- "FIFTEEN - LOVE" (15-0). Manolis sirve con precisión impecable. Golpe ganador en la red.

En la segunda bola, Lucía al resto, respuesta contundente: no es de recibo que se comprometan a atender más gente de la que pueden. Nos han arruinado la cena de cumpleaños. Lo sentimos mucho por la valoración, pero refleja nuestra experiencia... 

- "FIFTEEN ALL" (15-15). El resto de revés cruzado impacta claramente en la línea. No hace falta el ojo de halcón.

El partido continúa un buen rato. A raquetazos. Servicios duros, casi en la T. Drives liftados. Subidas a la red. Dejadas milimétricas. Passing shots endemoniados... Manolis nos pide que le demos a su equipo una oportunidad. Nos invita a cenar esta noche en desagravio, pues para él la relación con los clientes es lo primero. Lucía no está por la labor de hacer las paces...

- "THIRTY - FORTY" (30-40). La bola se va al pasillo de dobles. Ventaja al resto. Break point.

A estas alturas ya está claro que yo hago de juez de silla. He estado muchas veces en la situación de Manolis, defendiendo a su equipo ante un cliente implacable que no perdona errores. Y no me cabe la menor duda de que es un gran tipo. Un luchador. Un buen jefe que lucha con pasión por hacer las cosas bien. Que valora a sus clientes y sabe que lo más importante es construir relaciones. Un ganador. 

Como árbitro improvisado creo que el partido con Manolis merece ir al tie-break. La pelota no puede quedarse en campo propio. Quiero volver al Knife & Fork. Propongo aceptar su invitación a cenar esta noche, pero pagamos nosotros. Que nos invite a una botella de vino si quiere. Manolis protesta y se cierra en banda. Quiere invitarnos a cenar. Para él es una cuestión de honor. 

- "DEUCE" (40-40). Salvado el punto de break. 

Manolis sonríe. Y nosotros. A las siete y media, que es una hora más tranquila, volveremos al Knife & Fork. En la mejor mesa, podemos elegir. Seremos sus invitados

Esa tarde jugamos el segundo partido. Manolis y su equipo se desviven con nosotros. Su cocina hace honor a su reputación, es absolutamente fantástica. Se distingue de todos los restaurantes habituales en la zona, que ofrecen una calidad más que aceptable pero recurren sin excepción a lugares comunes: la cocina tradicional griega y los pescados al grill. El Knife & Fork se centra en recetas creativas y sofisticadas de pastas y carnes, y en una carta de vinos a la altura de cualquier gran restaurante. Discutimos quién paga, pero sin mucha convicción. Gana Manolis. Lógico, al fin y al cabo juega en casa... 

El punto final, el Match Point, es cuando Manolis y todo su equipo nos traen por sorpresa una tarta de cumpleaños. Y cantan a coro un "happy birthday to you" muy sentido, con todas las mesas aplaudiendo. La verdad es que me emociono un poco, no sé dónde meterme.

Tarta de cumpleaños a los postres 

Para ser mi primera cena de cumpleaños en un 12 de julio es absolutamente memorable. Punto, set y partido para Manolis y el equipo del Knife & Fork. Exigimos revancha: al día siguiente regresarenos, pero como clientes. Y, por supuesto, volvemos a disfrutar de una experiencia extraordinaria en un restaurante en el que ya somos como de la familia.

Nos despedimos de Manolis hasta el año que viene 

Hemos hecho una reserva en el Knife & Fork para abril de 2023. Después del cierre invernal, arrancan la temporada en la Pascua Griega. Esos días esperamos estar de regreso en Grecia para un nuevo recorrido por sus islas. Queremos ir a las Cícladas, a las Espóradas, al Sarónico. Pero antes volveremos sin duda a Pythagoreio, en Samos, la isla del vino blanco, de la estatua de triángulos de Pitágoras, de un túnel imposible construido hace 25 siglos, del restaurante de un tipo al que a estas alturas consideramos un colega.

Y brindaremos por mi padre, que seguro está en ese sitio donde te devuelven la memoria después del Alzheimer y que, si ha visto todo esto, seguro está preguntándose si no hubiese sido mejor registrarme el día 12.


Viernes, 15 de julio