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sábado, 25 de marzo de 2023

Leros. La isla de Artemis

Hoy es el Día de la Independencia y volamos a Leros, la isla de Artemis, diosa de la caza y hermana de Apolo. Leros pertenece al archipiélago del Dodecaneso, cuyo nombre hace referencia a las doce islas que lo integran (aunque entre grandes y pequeñas son, en realidad, 163).  

El Día de la Independencia conmemora la "guerra santa" contra los turcos, la revolución que culminó con el reconocimiento del estado griego en 1830. Ese estado griego no incluyó entonces el Dodecaneso, en manos turcas hasta 1912 y luego enclave estratégico en las dos guerras, con ocupaciones sucesivas de italianos, ingleses y alemanes, hasta su anexión a Grecia en 1948

No deja de ser paradójico haber elegido esta fecha para viajar a Leros. Me pregunto si en estas islas celebrarán el Día de lndependencia con la misma intensidad y fervor que el resto del país. Todo en la isla está cerrado a cal y canto en este sábado de final de marzo, pero en los pequeños pueblecitos no hay rastro de desfiles ni fuegos artificiales. Unicamente la plaza peatonal de Agia Marina aparece un tanto adornada de banderas. 

Hemos alquilado un coche que nos espera en el aeropuerto. Las distancias no son grandes, pero no hay apenas infraestructura de transporte público. Tener el cochecito nos permite abastecer el barco de comida y agua (y alcohol) para los próximos días y hacer las mil pequeñas compras para los mil pequeños contratiempos que van surgiendo. 

Cochecito alquilado


Nos permite llevar la capota anti rociones a recoser a un tapicero de Lakki recomendación de Joan, uno de los navegantes españoles en Grecia con el que coincidimos el año pasado y con el que compartimos grupo de WhatsApp. Y me permite ir a recoger mi iPad perdido, que llega a Agia Marina en barco a la oficina de Elta, el "correos" griego, y ahí se queda, a pesar de que el envío se hizo con entrega en el varadero (!).

Capota con sus plásticos nuevos, recién instalada


Vivir en el varadero es como estar en un camping. Con la diferencia de que aquí todos estamos de paso, por el mínimo tiempo posible, afanados en salir lo antes que se pueda. "Y vosotros, ¿cuándo vais al agua?" es la pregunta habitual cuando te cruzas con tus vecinos en los baños o en las lavadoras. 

Baños del varadero


Cada día vemos aterrizar y despegar al avión de hélice del único vuelo que une la isla con Atenas. El varadero está pegado al aeródromo. Hace mal tiempo después del calor casi veraniego del fin de semana y algunos días no habrá avión. Igual que el año pasado, cuando nuestro vuelo de regreso se canceló porque el comandante que venía de Atenas desistió de sobrevolar las Cícladas azotadas por el meltemi.

El avión que hace el trayecto entre Atenas y Leros, sobrevolando las piscifactorias que cada vez abundan más


Los muchos trabajos en el barco absorben toda nuestra atención y dedicamos poco tiempo a visitar la isla, más allá de los sucesivos viajes en busca de tiendas y supermercados. Lakki, la ciudad moderna construida por los italianos, dista mucho del encanto de Agia Marina, la capital, con sus calles empinadas que se hacen difíciles para un cochecillo como el nuestro. El castillo bizantino que domina la bahía atestigua el pasado de la isla, poblada ininterrumpidamente desde hace más de 5000 años. Por doquier hay restos que recuerdan su pasado militar reciente, como el cementerio de Agia Marina o los restos de naufragios de barcos de la segunda guerra mundial que plagan la isla y que hacen de ella un atracción para los buceadores.

Agia Marina


Muchos restaurantes no están aún abiertos, pero encontramos un pequeño local que hace nuestras delicias, con un dueño extraordinariamente amable que nos habla de los platos como si fueran hijos suyos y que no cesa de disculparse por no tener pan sin gluten porque "yesterday, Independence Day, you know". Va a ser que sí, que es su fiesta.






Leros. La llegada

Ha sido todo un invierno de preparativos, especialmente los últimos dos meses. Nada que ver con otros años.

Muchas horas de estudiar las mejores rutas para recorrer el galimatías de las Cícladas de la forma más lógica. Muchas horas calculando y cuadrando fechas, buscando y comprando billetes de avión y los mil repuestos que necesita el barco. Muchas horas planificando milimétricamente las actividades necesarias para dejarlo operativo, con sus prelaciones y sus dependencias, con estimaciones de duración y del día en el que ejecutarlas. Cualquiera diría que Lucía y yo hemos sido project managers y hemos trabajado en informática…

El tiempo pasa rápido. Y, de repente, un día de marzo en el que los griegos celebran su independencia de los turcos, te das cuenta de que el proyecto 2023 ya ha empezado. Ese día en que por fin llegamos a Leros en un vuelo desde Atenas que se hace muy corto (en esta época de la vida ya casi todo se te hace demasiado corto). Un 25 de marzo azul, tranquilo y luminoso, un día de primavera temprana.




El varadero tiene un aspecto muy distinto al que dejamos. El descampado árido y pedregoso de agosto, batido por el meltemi día y noche, se ha convertido en un bosque mágico y espeso de barcos, la mayoría veleros. Todos muy juntitos, con poco más que un pasillo angosto para que el tractor pueda maniobrar para meter y sacar barcos del agua. Los campos de los alrededores están ahora verdes, húmedos y llenos de flores. Y, sobre todo, no hay viento, es muy pronto para el meltemi. Artemis parece otro.

Foto de la cuenta Facebook del Artemis Leros Boatyard en 2019

Y allí, perdido en ese bosque, lo encontramos. Sepultado en tercera fila de una jungla de quillas, timones y soportes metálicos, como un cachorrito curioso que se aleja demasiado de casa y se pierde en la espesura. Con la cubierta inexplicablemente limpia (parece que aquí no llueve tanto barro como en Cartagena) y sin desperfectos apreciables. Un alivio. Dentro del barco nos embarga la extraña felicidad del regreso después de tantos meses, las sensaciones y el olor característico de los sitios que llamamos casa.



Esperábamos un varadero frenético de patrones preparando sus barcos, y no lo encontramos: Artemis está silencioso y tranquilo. Sólo parecen activos los belgas del Cecilia, justo en nuestra proa, y tres o cuatro tripulaciones más, perdidas en el mar de veleros. Claramente somos los más madrugadores de la temporada.

Y ese mismo día comenzamos la cuenta atrás. D-9. Nueve días para salir. No hay tiempo que perder, nos espera una hoja Excel con mil actividades. Hay que deshacer todos y cada uno de los preparativos de la varada de julio, reparar averías pendientes, hacer el mantenimiento anual de los motores, montar velas, pintar la cadena del ancla, limpiar, limpiar, limpiar… Y, sobre todo, colocar todo en su sitio de acuerdo con el orden milimétrico que nos permite llevar media vida a cuestas en un espacio tan pequeño como el Sargantana.



El tiempo sigue pasando rápido. Los nueve días se hacen cortos, descubrimos que montar lleva mucho más tiempo que desmontar. Aparecen contratiempos. El motor de gasolina de la neumática está atascado. Trato de desmontarlo, pero no soy capaz de separar el eje de su anclaje en el motor. Algo he hecho mal o la corrosión ha hecho su trabajo. Difícil de reparar aquí y en estas condiciones. Un contratiempo inesperado y caro. Decidimos comprar un motor eléctrico que nos permita obviar las incomodidades y la suciedad de la gasolina, los cambios de aceite y las revisiones anuales.



Después del primer fin de semana en Leros, seco y agradable, el tiempo se complica. Vuelven el frío y el viento, llueve a ratos. Vivir en un barco sobre un andamio es todavía menos agradable en marzo que en el verano. Los días se hacen plomizos y acabamos hartos de subir y bajar para ir al baño los trece peldaños de la escalera que tenemos apoyada en la popa.


Una semana gris. La única nota reseñable es el mecánico de Artemis al que finalmente encargamos hacer un chequeo y prueba en seco del motor del barco. Un chaval encantador y extraordinariamente competente, rápido y preciso. Me tranquiliza salir al agua después de haber visto cómo revisa concienzudamente todos los elementos que pueden causar problemas, tanto en el motor como en el saildrive. Le regalo el motor inservible de mi neumática. Él nos corresponde con un pulpo excelente de los que pesca su familia.

Llega el día de la salida. Al final casi nos pilla el toro, todavía estamos acabando cosas cuando la cuadrilla de operarios de Artemis se acerca con el tractor y las carretillas eléctricas y desmonta en unos pocos minutos todo el entramado de pilares de acero que sostienen al Sargantana. 




A las nueve en punto la comitiva está preparada como en una procesión (al fin y al cabo estamos en Semana Santa). Delante, el gran tractor amarillo paseando el barco con los andares majestuosos de un paso por las calles de Triana. En el medio, la carretilla elevadora que parece hacer ofrecenda a Eolo de nuestra neumática (y digo a Eolo porque se ha levantado un oeste cruzado que barrunto nos puede dar problemas a la hora de sacar el barco del pantalán). Y detrás, el grupo de afanosos tripulantes al que se han añadido Santi y Enric, del Xinxu, unos colegas de Barcelona que también salen al agua esta mañana. Se nos une un par más de operarios de Artemis. Con unos velones y unos capirotes pareceríamos una hermandad en procesión por Sevilla o Cartagena. Se echa en falta una saeta.

Vamos al agua.








Atenas. Abre los ojos

Atenas. Sábado. Siete y cuarto de la mañana. Es el gran día, hoy volamos hacia Leros y en unas pocas horas estaremos (con suerte) en el Sargantana.

Hay que correr. Nuestro hotel está muy cerca de la plaza Syntagma, la de las manifestaciones de Syriza, el centro-centro de esta ciudad sorprendente y embriagadora. El próximo autobús X95 hacia el aeropuerto sale en cinco minutos desde la plaza.

Dejamos a toda prisa el hotel después de un desayuno express y de hacer checkout. El sol asoma en este momento en Syntagma, justo enfrente, y nos deslumbra. No hace frío.

La calle Mitropoleos sube recta hacia la plaza. Llevo una bolsa pesada a la espalda y una mochila en el pecho. Otra bolsa en la mano. Pesan. Lucía resopla detrás de mí, con otra mochila a la espalda y arrastrando trabajosamente una bolsa enorme con ruedas.

La calle está desierta. Ahora me doy cuenta. Algo no cuadra. Esta calle es siempre un maremagnum de coches, de gente, de tiendas, de restaurantes. De día y de noche. Como la Gran Vía en Madrid. Un momento…

Abre los ojos… No hay absolutamente nadie, ni coches, ni personas. Abre los ojos…  Todo está cerrado a cal y canto en este sábado luminoso de marzo. Abre los ojos… Es Eduardo Noriega en el amanecer de la Gran Vía. 

No hay tiempo para pararse y tratar de entender lo que está pasando. La plaza está muy cerca y las mochilas pesan mucho, demasiado. Y el tiempo va pasando. Si perdemos este autobús tendremos que esperar al menos media hora. Mal asunto, vamos justos.

No hay nadie, pero Syntagma no está en silencio. Se oye un murmullo sordo, un retumbar extraño, que crece y crece. Inconcebible a esta hora de la mañana.

Llegamos a la plaza. Está totalmente vacía. Acordonada con cintas blancas. En el cruce, un policía que nos mira inquisitivo. Nos acercamos. Le pregunto lo que ya sé: “Where is the bus stop?”. Me responde: “No buses”. No entiendo… Me señala hacia la izquierda de la plaza. “Stop. You must wait”.

Aparecen por el extremo de la plaza, por donde indica el policía, y vienen hacia nosotros. Van a cruzar justo por delante. Una fila compacta de carros de combate. Interminable. A toda velocidad. Con soldados que nos miran muy serios y muy erguidos desde las cimas de las torretas. El policía se cuadra y les saluda. 

En un minuto me da tiempo a pensar en Tianammen, en Zelenski reclamando leopards, en Putin bombardeando Kiev, en la cabra de la Legión trotando por la Castellana en un doce de octubre y en Milans del Bosch recorriendo Valencia…

El policía se ha aburrido de saludar. Demasiados blindados que pasan y pasan sin hacerle mucho caso. Nos mira. Creo que le caemos simpáticos, con nuestras mochilas enormes y nuestra cara de turistas espantados. Me dice: “You go to airport? Bus closed. Better take the metro…”.

Se me queda mirando. Intuye la pregunta que casi prefiero no hacerle (no vaya a ser). Me responde.

“Independence Day”.

jueves, 23 de marzo de 2023

Atenas. Más allá del Partenón

En las ciudades que visitamos nos gusta callejear. Y Atenas no iba a ser una excepción. 

El primer día decidimos ir a la Acrópolis, visita obligada. Pero el segundo nos dedicamos literalmente a vagabundear por las calles y los barrios y, si entramos en el Ágora Antigua, es porque nos la tropezamos en nuestro deambular y nos parece que el recinto es un sitio magnífico para pasearlo.


Primera vista que tienes del Partenón cuando accedes al recinto de la Acrópolis por su lado oeste


A la Acrópolis vamos a última hora de la mañana, cuando hay menor afluencia de gente según las guías. Para ser marzo está bastante concurrido. Grupos organizados de diferentes nacionalidades y, lo más divertido, varios "instagrammers” y "youtubers" retransmitiendo la visita con sus equipos fotográficos y sus ayudantes. 

Acceso a la Acrópolis por las escaleras del Propileo


Luis había venido hace unos años y nota el avance en las obras de reconstrucción del Partenón, que fuera literalmente destruido en el siglo XVII, en una de las interminables guerras que ha vivido este país. Los turcos lo usaban como santa bárbara cuando, en un ataque de los venecianos, un proyectil cayó accidentalmente en él, volándolo por los aires. La verdad es que visitar un sitio arqueológico en donde sabes que la mayor parte de las piezas son "de pega" deja un sabor de boca un tanto agridulce. Aun así, disfrutamos la experiencia en esta jornada de primavera loca, en la que hay que ir quitándose y poniéndose ropa alternativamente al pasar del sol a la sombra o al atravesar las zonas azotadas por el viento. 
Fachada oeste del Erecteion, con la Tribuna de las Cariátides mirando hacia el Partenón. Las cariátides son copias de las originales, cinco de ellas expuestas en el museo de la Acrópolis y, oh sorpresa, la sexta en el Museo Británico


Y bajamos de la Acrópolis y, ahora sí, nos perdemos callejeando por las barrios que rodean la colina. Es en este primer recorrido cuando consigo por fin situar mentalmente nuestro hotel Amazon (sí, Amazon), ubicado cerca de Syntagma, en la calle Mitropoleos que corre paralela a Ermou, la calle peatonal famosa por sus tiendas. Y empiezan a encajar en mi cabeza los diferentes barrios del centro de Atenas, las principales calles, iglesias y plazas.

La bulliciosa calle Pandrossou, en Monastiraki, con un aspecto totalmente diferente hoy, fuera de temporada: sin sus característicos toldos y con la mayoría de los comercios cerrados.


La famosa calle Ermou de las tiendas, en el barrio de Plaka, poco concurrida en esta época del año

A mitad de la moderna y comercial calle Ermou se abre inesperadamente una plaza y te tropiezas con la iglesia ortodoxa de Panagia Kapnikarea, una de las más antiguas de Grecia


El viernes amanezco con los labios hinchados. Mi urticaria sigue extendida y molestando, pero no me inhabilita, así que nos echamos a la calle. El recinto del Ágora Antigua está prácticamente vacío, se conoce que los turistas prefieren apelotonarse en la Acrópolis. Disfruto enormemente del paseo, que me recuerda al de hace casi un año por Olimpia. Si aquella era la cuna de los juegos olímpicos, esta lo es de la democracia

Stoa de Attalos, en el Ágora Antigua. Reconstruida en los años 50, en su interior alberga el museo


Un ejemplo de democracia: Kleroterion, en el museo del Ágora. En las ranuras se introducían plaquitas (pinakion) con los nombres de los atenienses. En el tubo a la izquierda se introducían bolitas negras y blancas. Dependiendo de si la bola que salía era de un color u otro, una fila de ciudadanos era o no llamada a formar parte de un jurado. 


Es un parque enorme que parece fuera del tiempo, te olvidas de estar en el centro de una ciudad de 700 mil habitantes. A lo lejos, en lo alto, el imponente templo de Hefesto, uno de los mejor conservados de Grecia, domina el recinto y atrae la vista. Lo dejamos para lo último, como ese trocito de pastel que esperas paladear despacio al final de la comida.

El recinto del ágora con el tempolo de Hefesto al fondo

Templo de Hefesto


El resto del día nos da para recorrer de nuevo con calma los barrios que atisbamos ayer, pasear más despacio por las calles del "flea market", entrar en las tiendas de antigüedades del "rastro" de Atenas y volver a reírnos y hacernos fotos en el mercado central entre las cabezas de cerdo y los entresijos de cordero colgados de ganchos. 

Puestos y tiendas en el mercadillo de antigüedades de la plaza Avissinias


Carnicería en el mercado central de Atenas


Casquería en el mercado central de Atenas


Nos sumergimos en Psiri, una mezcla estrambótica de edificios avejentados plagados de grafiti, y de cafés y tiendas con fachadas adornadas profusamente con flores de plástico multicolor. No es la primera vez que vemos plantas, flores y hasta árboles de plástico adornando las terrazas y tabernas de la ciudad pero, aquí, en Psiri, el famoso café temático Little Kook ha batido todos los records. 

Calle Aristofanos, en Psiri. Como todas en este barrio hippie, llena de pintadas 


Sumergida en el cuento de Alicia creado por Little Kook en el callejón Karaiskaki 


Fachada principal de Little Kook. Toda la decoración cambia en función del cuento elegido, menos el dragón del tejado, que lleva ahí desde el primer día. Está en restauración :(


En una de sus peculiares calles consigo localizar, escondida y sin apenas un letrero que la anuncie, la pequeña cafetería "gluten-free" de la que había leído una reseña. Como recordaba de las gentes de Grecia, la dueña es afable, cercana, simpática, y compartimos curiosidades sobre la vida en el mar. Me doy el capricho de comprar un tiramisú que tomaré luego con un café en una de los centenares de terracitas en las que, al sol, ya se puede estar. 

Cafetería gluten-free Nudie Foodi, en Psiri


Mañana nos vamos temprano. Cenamos pronto y, con una copa en uno de los bares nocturnos de Plaka, nos despedimos de esta ciudad de mezclas, demasiado grande, demasiado caótica, demasiado turística, pero encantadora y subyugante

Vista de Atenas desde la Acrópolis





martes, 21 de marzo de 2023

Cartagena. Comienza el viaje

Hoy viajamos. Hoy empieza la aventura de 2023. Sargantana está en Leros, en el varadero Artemis, al norte de la isla. Lo dejamos allí en julio pasado, cuando terminamos la temporada. Vamos a buscarlo.

Es la primera vez que invernamos el barco en tierra y la primera vez que nos separamos de él durante tanto tiempo. Cuando oyes de otros navegantes que tiene el barco en Grecia no llegas a entender lo que significa, no imaginas el negocio, tan extendido y tan habitual en aquel país, de las marinas secas que guardan centenares (si no miles) de barcos en tierra, en camas de hierro, perfectamente colocados unos junto a otros, como si de un inmenso parking se tratara.

Los barcos han sido diseñados para estar en el agua, no para que su orza y una decena de puntos en el casco soporten sus ocho toneladas. No acabas de estar convencido de que sea una buena idea. Además, en Leros hace mal tiempo en invierno, con mucha lluvia y vientos fuertes de hasta 100 km/h. No dejas de pensar en que puede entrar agua, o en que el viento puede jugar una mala pasada. De hecho, conocemos una pareja que perdió el velero, estrellado contra el suelo en Valencia en una mala tarde de varadero. 

Sea como sea, ya han pasado los casi ocho meses que habíamos planeado en tierra y toca volver a Grecia. Completamos todos los preparativos con antelación y los últimos días se convierten en una espera rara, anticipatoria, con la casa prácticamente desmontada, sintiendo que los lazos que te unen a tu rutina de Cartagena se desvanecen. 

Haremos el trayecto nocturno en autobús hasta la T4 de Barajas, para coger un vuelo a la mañana siguiente a Grecia. Las combinaciones Madrid-Atenas-Leros en esta época del año no son demasiado buenas, así que planeamos tres días de turismo en Atenas. 



El viaje resulta accidentado: me ha brotado una urticaria muy molesta por todo el cuerpo y me he dejado olvidado el iPad en el autobús. La urticaria y la posterior hinchazón de la cara tardará unos días en irse, previo paso por la sala de urgencias de un hospital en Atenas y por la consulta en remoto con una alergóloga de España. El iPad tardará unos días más en llegar: Jesús lo habrá dejado en Correos y yo iré rastreando desde el móvil su periplo, primero en avión hasta Atenas y luego en barco desde el Pireo hasta al puerto de Agia Marina en Leros.


Así que la primera media jornada en Atenas tiene poco que contar y muchas horas perdidas entre el larguísimo trayecto en autobús desde el aeropuerto hasta la plaza Syntagma, el registro en un hotel modernizado pero en los mínimos más absolutos, la búsqueda de un hospital por internet y con la ayuda como intérprete de la recepcionista, el trayecto en metro, el tiempo eterno en el box...


Nos desquitamos del cansancio del largo día con una buena cena al sur de Plaka, con vistas a la Acrópolis. Entre que se nos hace tarde para los horarios griegos y no hay casi clientes y que hace frío en la terraza a pesar de las estufas, el lugar resulta un tanto desangelado. Pero es un restaurante "gluten free" con muy buenas recomendaciones, el camarero habla español, sirven especialidades que nos reconectan con la gastronomía que aprendimos a apreciar el año pasado y tienen cerveza sin gluten. Qué más se puede pedir.