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sábado, 25 de marzo de 2023

Leros. La llegada

Ha sido todo un invierno de preparativos, especialmente los últimos dos meses. Nada que ver con otros años.

Muchas horas de estudiar las mejores rutas para recorrer el galimatías de las Cícladas de la forma más lógica. Muchas horas calculando y cuadrando fechas, buscando y comprando billetes de avión y los mil repuestos que necesita el barco. Muchas horas planificando milimétricamente las actividades necesarias para dejarlo operativo, con sus prelaciones y sus dependencias, con estimaciones de duración y del día en el que ejecutarlas. Cualquiera diría que Lucía y yo hemos sido project managers y hemos trabajado en informática…

El tiempo pasa rápido. Y, de repente, un día de marzo en el que los griegos celebran su independencia de los turcos, te das cuenta de que el proyecto 2023 ya ha empezado. Ese día en que por fin llegamos a Leros en un vuelo desde Atenas que se hace muy corto (en esta época de la vida ya casi todo se te hace demasiado corto). Un 25 de marzo azul, tranquilo y luminoso, un día de primavera temprana.




El varadero tiene un aspecto muy distinto al que dejamos. El descampado árido y pedregoso de agosto, batido por el meltemi día y noche, se ha convertido en un bosque mágico y espeso de barcos, la mayoría veleros. Todos muy juntitos, con poco más que un pasillo angosto para que el tractor pueda maniobrar para meter y sacar barcos del agua. Los campos de los alrededores están ahora verdes, húmedos y llenos de flores. Y, sobre todo, no hay viento, es muy pronto para el meltemi. Artemis parece otro.

Foto de la cuenta Facebook del Artemis Leros Boatyard en 2019

Y allí, perdido en ese bosque, lo encontramos. Sepultado en tercera fila de una jungla de quillas, timones y soportes metálicos, como un cachorrito curioso que se aleja demasiado de casa y se pierde en la espesura. Con la cubierta inexplicablemente limpia (parece que aquí no llueve tanto barro como en Cartagena) y sin desperfectos apreciables. Un alivio. Dentro del barco nos embarga la extraña felicidad del regreso después de tantos meses, las sensaciones y el olor característico de los sitios que llamamos casa.



Esperábamos un varadero frenético de patrones preparando sus barcos, y no lo encontramos: Artemis está silencioso y tranquilo. Sólo parecen activos los belgas del Cecilia, justo en nuestra proa, y tres o cuatro tripulaciones más, perdidas en el mar de veleros. Claramente somos los más madrugadores de la temporada.

Y ese mismo día comenzamos la cuenta atrás. D-9. Nueve días para salir. No hay tiempo que perder, nos espera una hoja Excel con mil actividades. Hay que deshacer todos y cada uno de los preparativos de la varada de julio, reparar averías pendientes, hacer el mantenimiento anual de los motores, montar velas, pintar la cadena del ancla, limpiar, limpiar, limpiar… Y, sobre todo, colocar todo en su sitio de acuerdo con el orden milimétrico que nos permite llevar media vida a cuestas en un espacio tan pequeño como el Sargantana.



El tiempo sigue pasando rápido. Los nueve días se hacen cortos, descubrimos que montar lleva mucho más tiempo que desmontar. Aparecen contratiempos. El motor de gasolina de la neumática está atascado. Trato de desmontarlo, pero no soy capaz de separar el eje de su anclaje en el motor. Algo he hecho mal o la corrosión ha hecho su trabajo. Difícil de reparar aquí y en estas condiciones. Un contratiempo inesperado y caro. Decidimos comprar un motor eléctrico que nos permita obviar las incomodidades y la suciedad de la gasolina, los cambios de aceite y las revisiones anuales.



Después del primer fin de semana en Leros, seco y agradable, el tiempo se complica. Vuelven el frío y el viento, llueve a ratos. Vivir en un barco sobre un andamio es todavía menos agradable en marzo que en el verano. Los días se hacen plomizos y acabamos hartos de subir y bajar para ir al baño los trece peldaños de la escalera que tenemos apoyada en la popa.


Una semana gris. La única nota reseñable es el mecánico de Artemis al que finalmente encargamos hacer un chequeo y prueba en seco del motor del barco. Un chaval encantador y extraordinariamente competente, rápido y preciso. Me tranquiliza salir al agua después de haber visto cómo revisa concienzudamente todos los elementos que pueden causar problemas, tanto en el motor como en el saildrive. Le regalo el motor inservible de mi neumática. Él nos corresponde con un pulpo excelente de los que pesca su familia.

Llega el día de la salida. Al final casi nos pilla el toro, todavía estamos acabando cosas cuando la cuadrilla de operarios de Artemis se acerca con el tractor y las carretillas eléctricas y desmonta en unos pocos minutos todo el entramado de pilares de acero que sostienen al Sargantana. 




A las nueve en punto la comitiva está preparada como en una procesión (al fin y al cabo estamos en Semana Santa). Delante, el gran tractor amarillo paseando el barco con los andares majestuosos de un paso por las calles de Triana. En el medio, la carretilla elevadora que parece hacer ofrecenda a Eolo de nuestra neumática (y digo a Eolo porque se ha levantado un oeste cruzado que barrunto nos puede dar problemas a la hora de sacar el barco del pantalán). Y detrás, el grupo de afanosos tripulantes al que se han añadido Santi y Enric, del Xinxu, unos colegas de Barcelona que también salen al agua esta mañana. Se nos une un par más de operarios de Artemis. Con unos velones y unos capirotes pareceríamos una hermandad en procesión por Sevilla o Cartagena. Se echa en falta una saeta.

Vamos al agua.








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