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sábado, 29 de abril de 2023

Sifnos. Una revithada en Vathi

Nikos Franzeskaros es un emprendedor. Un tipo especial, uno de esos griegos del Egeo que vale la pena conocer porque representa la historia de un país.

Nikos, como tantos otros en estas islas, salió a buscarse la vida en el mar. Natural de la isla de Sifnos, hijo de granjero, se embarcó en un carguero como tantos otros chavales griegos de su generación en los años duros. En este mar al que pertenece y en otros mares lejanos. Hasta que pudo volver a casa y buscarse una manera de prosperar en tierra firme.

No sabía cocinar, pero tenía una madre que sí sabía. Que como todas las madres de Sifnos preparaba cada semana revithada para la comida familiar del domingo después de misa. En una skepastaria, olla de barro tradicional que las señoras de Sifnos llevaban al horno de la panadería del pueblo. Como siempre se ha hecho en la isla de Sifnos. Toda la noche. A fuego lento.

Y Nikos, que tiene sólo un par de años más que yo, abrió su restaurante en la bahía de Vathi, al sur de su isla. Con las mesas en la arena de la playa, bajo los tamarindos. Cuando no había ni carretera para llegar a la pequeña aldea de pescadores, muy cerca de la granja de su padre. Cuando su hijo Dimitris ni siquiera caminaba.

"Tsikali", el restaurante de Nikos en Vathi

Y Nikos prosperó, con un lugar especial que atiende con su familia y que ofrece comida tradicional, honesta y básica (y de excelente calidad). Y hoy, cuarenta años después, tenemos la oportunidad de conocerle, a él y a su familia. A su hijo Dimitris, que dirige ya el restaurante familiar. A sus nietos, que corretean entre las mesas y que seguramente continuarán su estela cuando ni él ni nosotros estemos ya aquí, en Vathi, disfrutando de la tranquilidad de un lugar mágico.

Luis con Nikos

Sifnos nos recibe con la tranquilidad absoluta de un mes de abril inolvidable que ya termina y ha pasado en un suspiro. Llegamos tras una travesía espectacular desde Milos, en parte a vela y en parte a motor, a través de los estrechos de Kímolos y Polyaigos. Y encontramos una amplia ensenada vacía, excepto por un pequeño velero inglés que fondea solitario, ajeno a todo. 

Nada más llegar nos inunda una sensación de paz, de refugio, que sólo puedo comparar con la de la isla de Cabrera en un día de temporal. Parece que volvemos a entrar en un período de calma durante el fin de semana.

Eso fue ayer. Hoy es domingo, y esto es Sifnos. Un día muy especial. Es el día para comer revithada -¿dónde mejor que en Sifnos?- Revithada se traduce literalmente por “garbanzada” y es un guiso de garbanzos, cebolla y especias. Nada más… y nada menos. El sabor es espectacular. La descubrimos el año pasado en el Dodecaneso y ya desde entonces estaba apuntada como hito imprescindible en el plan de navegación de este año.

Revithada en el restaurante de Nikos

Nos quedamos varios días en Vathi. Estamos bien aquí, su tranquilidad nos puede. Nos queda todavía agua en los depósitos para unos días, tenemos el restaurante de Nikos en la playa, a pocos metros, y podemos comprar suministros básicos. Escuchamos los ecos de musica griega, de voces en los restaurantes, del viento suave en la jarcia, del golpeteo del agua en el casco… No tenemos ninguna razón para zarpar.

Mañana volveremos al restaurante de Nikos y Dimitris. Queremos comprarles uno de sus quesos artesanos. Y después continuaremos nuestro camino hacia el este. Pero apuntaremos cuidadosamente sus coordenadas, para volver algún día a tomar la mejor revithada que hemos probado y a volver a saludar a Nikos y a Dimitris.


domingo, 23 de abril de 2023

Milos. La isla de los enamorados

Milos, la cuna de la Venus más famosa del mundo, bien podría ser la isla de la belleza, por sus costas de acantilados imposibles. Y sin embargo es la isla del amor. Cuenta la leyenda que, si te tumbas en una de las rocas blancas del paisaje lunar de Saranika, vas a enamorarte de alguien nacido en Milos. 

Por si acaso, no hemos ido a Saranika. Aunque, en honor a la verdad, no hemos ido porque el viento en esta isla nos ha obligado a ajustar nuestro recorrido a su capricho. Y, así, no hemos podido ver sus “syrmatas” más que de refilón, el día que llegábamos al puerto. 
Y en el puerto hemos pasado tres días de mar embravecido, con las olas saltando por encima del muelle y del pantalán. Y no hemos logrado ir a la famosa playa de Papafrangas, en el norte de la isla. Y, aunque hemos navegado por Sikia, en el oeste, no hemos podido fondear tranquilamente, coger el dinghy y entrar a la llamativa cueva en la que se hundió el techo, dejando al aire la pequeña playa del final. Pero, a cambio, sí nos ha permitido pasar tres días en su costa sur en fondeos solitarios; divertirnos con el dinghy serpeando entre las cuevas inverosímiles de la fabulosa Kleftiko; y disfrutar de la quietud de la playa de Fyriplaka, con sus espectaculares acantilados de colores. 

Milos es la isla de las parejas. O, al menos, eso es lo que dice su eslogan turístico. Justo aquí conocemos a Wendy y Paul, una pareja de enamorados que, como nosotros, llevan veinte años juntos; que acaban de descubrir la experiencia de navegar (todavía alquilando); y que, aunque ellos aún no lo sepan, están a punto de comprarse un barco, de salir en él en todos sus ratos libres y de esperar ansiosamente el momento de dejar el trabajo para echarse a la mar de verdad. Como nosotros. Porque ellos también han cogido este virus que se contagia a través del viento y del agua salada. 

Un viento que nos lleva, casi por igual, a los fondeos más increíbles y a puertos incómodos . Un agua que se hace molesta en este muelle de Milos, impidiendo que lleves los pies secos en cuanto sales del barco. Un virus que te anula la capacidad de crítica, que hace que nada de eso importe y que disfrutes de cada día a bordo como si fuera el primero. O el último. 


Entre el teatro romano y las catacumbas, con el mar Egeo de fondo, conservan una réplica exacta de la Afrodita de Milos. Porque tras tantos expolios y desmanes no saben ya localizar el lugar donde un campesino la encontró en 1820, aunque el estado, entonces turco, acabara perdiendo la disputa por su posesión con Francia... La estatua se cree que adornaba el gimnasio de la ciudad antigua

Klyma desde el mar. Las "syrmatas" datan de principio del siglo pasado. Son construcciones en las que los pescadores guardaban sus barcas y podían dormir en la parte de arriba. Hoy en día siguen en uso, aunque muchas se han reconvertido a casitas de vacaciones. Cuentan que las pintaron de colores en protesta por el mandato del dictador que, en los años 30, ordenó que todas las casas de la isla fueran blancas y azules. Pero la razón más prosaica es que los colores les facilitaban a los pescadores reconocer su casa al volver de faenar, al caer la noche. 

El cabo norte de la isla, a la salida de la ensenada que fuera la antigua caldera del volcán. 

Sikia, en el oeste, con la entrada a la famosa cueva

Recorriendo Kleftiko en dinghy

Formaciones rocosas en Kleftiko, al suroeste de la isla

Acantilados de colores en Fyriplaka, en la costa sur





sábado, 22 de abril de 2023

Folegandros y Milos. Ovación y vuelta al ruedo

Vamos a tener un par de días de viento del norte y reconsideramos el recorrido de las próximas etapas. Ya nos ocurrió el año pasado en varias ocasiones. Tienes un plan cuidadosamente diseñado para ir recalando en todas las islas que merecen la pena, has calculado distancias y tiempos, puertos y calas. Has previsto todo, hasta el último detalle… y a la hora de la verdad te levantas un día, ves el parte y te dices a ti mismo ¿y por qué no al oeste? 

Y todo el plan se va a la mierda porque eliges oeste en vez de este. ¿Y por qué no? Esto es Grecia.

No tocaba, pero vamos hacia Milos. Estamos a unas 60 millas y hay previsión de buen viento, aunque el tiempo será muy variable. Planeamos una parada en una cala al sur de Folegandros (Ormos Vathi), fieles a nuestra costumbre de no navegar más de seis o siete horas en un día si podemos evitarlo.

Saliendo del golfo en el que está el puerto de Ios, el mar está como un espejo 


En el horizonte, al sureste, está cubierto de nubes

Ormos Vathi es un sitio excelente para un “stop and go”. Cala muy recogida, abierta sólo al sur y con fondo de arena. Casi nadie en tierra, sólo un complejo de apartamentos y un hotel, un tanto cutrillos (nada de "mansions") y todavía cerrados. Tampoco en el mar, sólo un catamarán de alquiler y tripulación de nacionalidad indefinida que viene a hacernos compañía en el fondeo, pero con los que no tenemos muchas ganas de interactuar. Por la noche, el tormentón vaticinado llega puntual, con una buena dosis de agua, relámpagos y truenos, pero no dura más allá de dos o tres horas. Es curioso como te habitúas a las tormentas y, si estás bien resguardado, te resultan casi indiferentes.

Isla de Folegandros. La playa de Agali, al fondo de Ormos Vathi, antes de la lluvia de la noche

Y, sin mucha novedad, llegamos a la bahía de Milos ya al caer la tarde, notando los primeros síntomas de que la tormenta de anoche no era más que la avanzadilla de una borrasca que nos traerá vientos duros del SW durante varios días.

La verdad es que no nos importa demasiado. Milos es otra de las islas de esta travesía de las Cícladas que hemos subrayado en nuestro plan de viaje. Una isla famosa, que en verano se llena de turistas y que preferimos disfrutar con tranquilidad en temporada baja. No es en absoluto el peor sitio en el que quedarse bloqueado.

La marina de Adamantas, en Milos, consiste en un único pantalán flotante instalado al final del muelle y que, con viento duro del sur, se ha vaciado de barcos del lado exterior

Vista del puerto y la marina de Adamantas desde el mirador de la plaza de la iglesia

Descubrimos que la isla es muy distinta a otros grandes iconos del Egeo como Mykonos o Santorini. Aquí no hay hoteles "glamourosos" ni tiendas de Versace, ni callejuelas de cuento de hadas. No vemos cruceros entrando y saliendo continuamente del puerto. Milos es más bien un sitio de sol y playa. O mejor dicho, de sol, playa y cuevas. Una isla volcánica y con una costa que recuerda a las del Cabo de Gata o a la isla de Paxos, en el Jónico. Acantilados muy altos, multicolores, de roca blanca y blanda en la que el mar ha ido excavando cuevas caprichosas y espectaculares que sólo son visitables por mar. Playas amplias de arena blanca. Una gran bahía central (la antigua caldera del volcán) a la que se asoma su único puerto (Adamantas) y algunos muelles de carga de minerales, porque Milos es, desde la antigüedad, una isla eminentemente minera.

Pasamos varios días en Milos. Tres en el puerto, forzados por el temporal. Otros tres recorriendo las calas espectaculares de su costa exterior, especialmente del sur. Días tranquilos y relajados, con la comodidad de estar en un puerto muy barato y con agua y luz ilimitadas. Visitamos Plaka, la capital de la isla (sin mucho interés) y las dos únicas atracciones “culturales”: un teatro romano y unas catacumbas. Interesantes, sí, pero no tanto como otros lugares donde hemos estado.

Teatro romano de Milos

Catacumbas de Milos

Un pozo tradicional de la isla, en la subida al “kastro” de Plaka

En lo alto del “kastro” de Plaka, la capital de Milos

Sin embargo, recorrer el perímetro de la isla sí justifica un viaje a Milos. Es su mayor atractivo. Y eso hace totalmente distinto al turismo que recibe. Aquí lo que priva es la excursión de día a ver cuevas en uno de los muchos barcos de chárter amarrados en los muelles. Catamaranes, veleros, barcos de pesca, motoras pequeñas, de todo hay. Cada mañana grupos de turistas se apiñan en las cubiertas y dejan el puerto hacia las cuevas de Kleftiko, Sikia o Pagafragas. Afortunadamente sólo unos pocos de esos barcos están operativos este abril. Estamos empezando la temporada y el tiempo es incierto. Con toda seguridad, en julio y agosto será diferente.


Las formaciones de rocas de Sikia, en la costa oeste de la isla de Milos. Las condiciones del mar no nos permiten fondear aquí para acercarnos en dinghy a la famosa cueva a la que se le hundió el techo

En Milos conocemos a nuestros nuevos amigos de esta temporada. Mientras estamos amarrados en Adamantas tenemos como vecinos de pantalán a una pareja australiana, Wendy y Paul, que navegan por las Cícladas esta primavera en un enorme catamarán de alquiler. Es su primera travesía en Europa y les falta algo de experiencia en los intríngulis de la navegación por Grecia. Como casi siempre en estos casos, una conversación fortuita en el pantalán lleva a una más larga y a compartir unos tragos en un bar del puerto. Y, casi sin darnos cuenta, a hacer planes de fondeos y recorridos juntos y a reconocernos como amigos cercanos en cuestión de pocas horas. Esa especie de identificación mágica que aparece de repente, como de la nada, con la “gente de mar” con la que te encuentras en estas travesías. Uno de los placeres de vagabundear por el Mediterráneo.

Wendy y Paul

Descubrimos que Paul es un artista fantástico y nos enamoramos inmediatamente de sus grandes cuadros, sobre todo pop-art y abstractos, que crea en su taller cerca de Brisbane y que muestra en su web. Nos gustan tanto que ya maquinamos encargarle uno para nuestra casa. Viven muy lejos, pero esperamos tener la oportunidad de seguirles viendo en el futuro.

Nos cuentan que están en Adamantas para unas reparaciones de urgencia en los timones de su barco, dañados al tocar fondo en una cala de una isla cercana. Es posible que  tengan que sacar el barco del agua para una reparación definitiva en algún varadero cercano. Empatizamos con su preocupación y su incertidumbre, la súbita sensación de fragilidad que te embarga cuando tu barco está dañado y de golpe descubres que todo es más difícil en el mar y en Grecia. Que tus planes de viaje se alteran. Que no sabes ni dónde ni cuándo podrás contar con mecánicos e instalaciones adecuadas. La zozobra que tan bien conocimos hace dos años con nuestros problemas mecánicos en el Jónico

Debemos continuar nuestro camino, una pena no haber podido hacer algunas etapas juntos, pero les seguiremos de cerca en su recorrido y estaremos en contacto por WhatsApp.

Saliendo de puerto de Adamantas, Wendy y Paul corren a despedirnos desde el pantalán

Cuando el viento rola al norte salimos del puerto para completar la vuelta a la isla. Los paisajes son tan espectaculares que merece la pena recorrerlos con tranquilidad, y con paradas intermedias. Fondeamos en Kleftiko y en Fyriplaka.

Kleftiko es la máxima atracción de Milos. Un conjunto de formaciones rocosas sólo accesibles por mar en el extremo suroeste de la isla. Una maravilla de cuevas y lagunas que sólo se pueden describir con fotos como éstas. 

Formaciones en la costa de Kleftiko

Kleftiko

Kleftiko






jueves, 20 de abril de 2023

Santorini. La isla imposible

Hoy nos vamos a Thera (Santorini) en ferry. Hace dos tardes pasamos varias horas leyendo sobre la isla y eligiendo alojamiento, sacando los billetes y reservando coche. De alguna manera, estos dos días fuera del barco son unas mini vacaciones que disfrutamos planeando.

En el ferry, con Santorini al fondo

Santorini no defrauda. La llegada en el ferry permite apreciar la grandeza de la isla y sus islotes. El paisaje es magnífico. Quita el aliento. Tiene la belleza de los sitios muertos, de esos lugares que han sido escenario de una hecatombe, que te dejan sin palabras y un poco sobrecogido. Y es que la isla se volatilizó hace 3.500 años, arrasada por el volcán. La caldera es claramente visible, las formaciones de lava, las paredes verticales surgidas allí donde la isla se hundió. 

Uno de los islotes del interior de la caldera, de lava negra

La magia se rompe al abrir el ferry las compuertas para los cientos de personas y coches apiñados en la bodega. El caos del puerto hay que vivirlo. Motores, gritos, bocinas. El grupo que llega y el grupo que se va. Los silbatos que organizan la salida y la entrada de vehículos. Un comité de recepción formado por decenas de empleados de empresas de alquiler de coches agita sus carteles con el nombre del cliente al que esperan. Los viajeros se paran buscando el suyo, el grupo se detiene por un momento, la inercia de las maletas provoca golpes y atropellos. Nuestro coche nos espera enfrente de un restaurante. El empleado, amable pero tenso, tiene prisa por salir de allí. No le culpo. El ascenso por la carretera de vértigo, entre autobuses, camiones, taxis y coches de alquiler que se detienen en cada curva, es un rompenervios. Tardamos 45 minutos en un recorrido que no pasaría de los quince. 

Esperando a que abran las compuertas, a la llegada a Santorini

La isla es pintoresca. No dejamos de visitar los sitios típicos (Thira, Oía, la playa roja) pero con un deje de escepticismo y cierta sorna. Los pueblitos parecen un decorado construido ex profeso para los turistas, con una oferta mareante de alojamiento, comida, bebida, recuerdos y baratijas que resulta hasta cómica. Como cómico resulta que todos vayamos a los mismos lugares en busca de las mismas fotos y que la mayor atracción sea la puesta de sol, con los bares, hoteles y restaurantes compitiendo por quién ofrece la mejor vista al ocaso. 


Paseando por Thira


Imerovigli y la iglesia de la Resurrección vista desde Firostefani, la parte más alta de Thira


Imerovigli y Skaros Rock, uno de los lugares típicos para ver la puesta de sol

Thira y, debajo, el antiguo puerto de la isla, con su carretera imposible. También hay un telecabina que sube hasta la ciudad

De locos. Como de locos es el interminable carrusel de catamaranes que vislumbras desde arriba, todos haciendo el mismo recorrido alrededor de la isla, visitando las mismas playas, los mismos acantilados, en hilera, como una fila de hormigas marchando a un ritmo frenético que, de golpe, se detienen en un determinado lugar y se quedan inmóviles, como obedeciendo una orden invisible: "Stop, puesta de sol".  

Poco antes de la puesta de sol en Oía


Esperando la puesta de sol en uno de los numerosos bares de Oía

Hemos elegido Pyrgos para alojarnos. Resulta una buena idea. Pyrgos es mucho más tranquilo y no hay turistas, solo un puñado de franceses con aire despistado haciendo la visita obligada al "kastro", el antiguo castillo de la ciudad. 


Vista de Pyrgos desde el castillo

Pyrgos trepa por la ladera. En la parte de abajo, en la carretera, están los restaurantes del “souvlaki” y las tiendas de las “foutas”. A medida que vas subiendo por las empinadas calles de escalones y cuestas, el pueblo se va sosegando hasta sumirse en un silencio absoluto. Un restaurante de lujo en un edificio singular, una galería de arte en miniatura, el “kastro", una iglesia, un café con su minúscula terracita.

Iglesia de Agios Nikolaos

Iglesia de la Asunción, en el recinto del castillo 

Nuestra suite está en la subida al castillo. Una casa-cueva totalmente reformada, decorada con un gusto exquisito y exhibiendo sin pudor el lujo del espacio: 120 metros cuadrados para nosotros solos y una terraza privada en la azotea del mismo tamaño, con sofás, tumbonas, sillones, jacuzzi y vistas sobre la caldera y el mar.

A Pyrgos la llaman "la gema oculta de Santorini". Me pregunto por cuánto tiempo.


Patio de entrada a la suite, en la planta baja de la casa

La terraza, en la azotea


Vista de la caldera desde la terraza













Santorini. El sunset de los chinos

Nuestro vecino de pantalán en Paros era un catamarán de charter. Uno de esos bicharracos de chorrocientos pies que tanto abundan en las islas griegas, pero esta vez sin clientes. Les ayudé con las amarras en el atraque y después nos quedamos un rato pegando la hebra. Su tripulación vive en Santorini. Les comenté que teníamos la intención de visitar la isla, pero en ferry, porque dicen que conseguir plaza de amarre o fondeo en esa isla es difícil. Me respondió: Difficult? It is impossible my friend…

Me confirmaron que en Santorini los veleros de paso no son bienvenidos. Las pocas plazas de los minúsculos puertos de la isla están copadas por barcos de chárter como ellos. Salvo una pequeña playa al sur, todos los fondeos están desaconsejados o directamente prohibidos.

No se puede fondear porque la isla de Thera (que los venecianos llamaron Santorini en honor a Santa Irene) es una isla de piedra negra, un volcán extinguido, que entró en erupción hace 3500 años y sepultó literalmente a toda su población (dicen que el mito de la Atlántida tiene que ver con Santorini). Y esa caldera de volcán, la más grande del mundo, hace de Santorini un lugar fascinante, La Meca del turismo. Porque Santorini es una isla vertical. La isla del vértigo.

La caldera y, en el centro, el volcán 

Impresiona la llegada por barco. El ferry entra en la caldera desde el norte y se aproxima a un puerto minúsculo que han construido de la nada bajo unas paredes casi verticales. Uno se siente como en un enorme pozo. Al puerto llega una carretera estrecha de cuatro kilómetros, esculpida en el acantilado casi a cincel, con curvas de 180 grados dignas de cualquier puerto de montaña de los Alpes.

Llegada al puerto, con la impresionante muralla que forma el acantilado y la carretera retrepando a duras penas por ella

Santorini es vertical y Santorini es también la isla del glamour. Aquí las casas inmaculadamente blancas no se retrepan por la montaña sino que parecen estar a medio despeñar, colgando del acantilado. Ríete tu de las casas colgadas de Cuenca.

Vista de Thira, con el antiguo puerto abajo

Nos hemos tomado un día de "vacaciones” del barco y hemos venido a Santorini a pasar 24 horas (la única combinación posible de ferry). Nos quedaremos una noche en un hotel. Perdón, en una suite. Porque en Santorini el glamour empieza por la hostelería. Los miles de hoteles que copan la mayor parte de Thira (la capital oficial) y Oia (la capital de los instagramers) no se llaman hoteles, sino mansions, villas o suites. Bueno, no todos, sólo los que tienen vistas exclusivas a la caldera, y ya no te digo si además tienen piscina en la que por uno de sus lados el agua parece derramarse al vacío. Y además son hoteles con "concierges", en calles con joyerías y tiendas de Hermés y Versace, y tienen bares exclusivos en los que su clientela, un tanto escasa en abril, bebe cocktails en copa de balón, mirando lánguidamente a la caldera, bien protegidos por camareros  con cara de guardaespaldas y perfectamente uniformados.

Puerta de acceso a una de las minúsculas terrazas colgadas del acantilado en Thira

Terracita  en el acantilado en Thira

Mientras tanto, la chusma que pasea en procesión por las calles estrechitas que serpentean sobre el acantilado, les mira y babea de envidia entre selfie y selfie.

En las calles de abajo la oferta turística es bien distinta a la parte alta de Thira

La chino-chusma podríamos decir, porque por alguna razón que no acertamos a comprender, encontramos un Santorini lleno de chinos. Bueno, aclaremos: cuando digo "chinos" quiero decir probos ciudadanos visitantes de rasgos orientales, no se me entienda mal. Vas por la calle y las hordas amarillas te rodean, como a Gulliver en Liliput. Todos vestidos muy discretamente, muy igualitos. Nada de camisetas de la Universidad de Seul o del Real Tokio Balompié. Y claro, así se hace imposibe adivinar si son taiwaneses, coreanos, japoneses o singapureños. Así que, por resumir, llamémoslos chinos. 

Grupo de asiáticos fotografiando la playa roja, con los catamaranes que circunnavegan la isla al fondo

Los chinos son los reyes del sunset. Les encontramos en Oia, el lugar más famoso de la isla para ver el atardecer (sunset). Es media tarde, hace calor y el sol está todavía alto, pero la tropa de chinos ya ha tomado posiciones de combate a lo largo del acantilado y en las murallas del castillo. Bueno, para ser sinceros, hay también algunos no-chinos sentados pacientemente por todas partes, pero son los orientales los que parecen estar apostados en la Gran Muralla, esperando pacientemente un atardecer... que finalmente no llega. Media hora antes de las ocho (que es cuando se produce el ocaso), las nubes se confabulan contra los invasores amarillos y les niegan esa foto que inmortaliza el momento culminante de un día en Santorini, el selfie por el que han suspirado y pagado una pasta (hasta los wc públicos son ridículamente caros aquí). La foto que espera también la bandada de catamaranes de charter como el de mis amigos de Paros, inmóviles en la laguna como una bandada de gaviotas. El selfie del sunset.

Esperando la puesta de sol en Oía. Al fondo, el castillo

En las veinticuatro horas que pasamos en Santorini nos da tiempo a recorrer casi toda la isla. Por cierto, en esta isla es casi obligatorio alquilar un coche en vez de depender del transporte público. Visitamos Oia en el norte, Thira, Pyrgos (donde nos quedamos a dormir en una suite fantástica y tirada de precio en temporada baja) y los pueblos y playas famosas del sur de la isla. 

Oía

Thira

Acceso al barrio del castillo en Pyrgos

La terraza de nuestra suite en Pyrgos 

La playa Kokkini (roja), al sur de la isla 

Santorini es glamour hacia el oeste (la caldera), pero también hacia el este. Los campos de cultivo no tienen olivos ni almendros: tienen viñas, alineadas cuidadosamente sobre la arena volcánica. El vino de Santorini es famoso (y caro por supuesto). Encontramos muchas caravanas de turistas en quad, conductores con caras de malote de Mad Max, cascos de colorines y chorba a la grupa. De hecho me pregunto si en esta isla la procesiones de Semana Santa las harán en quad… No me extrañaría.