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viernes, 7 de abril de 2023

Fournoi e Ikaria. Las velas de Ícaro


Dos días atrapados en el puerto de Lipsoi y refugiados (no muy cómodamente) del temporal del sur. Casi solos. Con la única compañía de un pequeño velero austriaco con tripulación de hippies jovencitos, variante grunge  y, al otro lado, de un yatazo a motor con tripulación (decididamente no hippie) de jubilados alemanes. Representación de todo el arco parlamentario, digo, marinero.

El yate a nuestra proa


El puerto no es el más resguardado ni el más grande de todos los que hemos conocido. Un único muelle en una bahía amplia y orientada hacia el oeste, en la que el viento del suroeste levanta más ola de lo que debería. En verano tiene pinta de que es difícil encontrar hueco. A pesar de que nos hemos colocado en la parte interior del muelle, el swell nos menea sin tregua los dos días. No nos importa demasiado, todavía nos queda mucho que preparar dentro del barco y ni el viento ni la lluvia nos afectan gran cosa.

El tercer día amanece por fin luminoso, frío y con un viento mínimo que ha cambiado a norte y limpiado el cielo. Toca aprovechar esta ventana de buen tiempo para seguir rumbo hacia Ikaria, con una recalada previa de una o dos noches en la isla de Fournoi. 

Decimos adiós a Lipsoi


Aprovechamos la oportunidad para montar nuestra vela de proa. A diferencia de la etapa anterior, incómoda y un poco atropellada, en ésta el barco está ya casi listo, con sus dos velas aparejadas (génova y mayor), a son de mar y con todo más o menos en su sitio. Y lo más importante, con una tripulación que va recuperando poco a poco las sensaciones marineras. Hoy es la etapa de Ícaro y, cómo no, nos permitirá por fin velear. Porque Ícaro y su padre inventaron las velas.

Veleando por fin

Poco que reseñar en la travesía. Siete horas de una ceñida excelente contra 15 nudos de viento del noroeste. Mar plana. Con sucesión de bordos, casi como en una regata. Disfrutando de un día de vela en completa soledad.

Salvo por el ferry de Patmos, que nos adelanta con prisas, bocinazos y malos modos para que le dejemos paso expedito en lo que claramente considera su ruta privada, a la salida de la bahía. No se entiende, vamos perfectamente orillados lo más posible a estribor, dejándole el centro libre, pero parece que a su capitán no le vale, y nos tiene que pasar por estribor sí o sí. Su desplazamiento debe ser, por lo menos, de 8.000 toneladas y el nuestro de menos de ocho, así que (por esta vez) decidimos aceptrar sus argumentos y apartarnos. Pero porque queremos, ¿eh?

Llegamos a Fournoi a primera hora de la tarde. Decidimos fondear en una cala desierta y resguarda del norte (Ormos Mármaro), justo antes de llegar al paso angosto que conecta la parte sur con el norte de la isla, muy cerca del pueblo de Fournoi. Tenemos ganas de volver a las sensaciones de dormir en un barco anclado, sobre todo ahora que, vayamos donde vayamos, estaremos en la más absoluta soledad (si excluimos las cabras, por supuesto).

Ormos Mármaro, Fournoi, donde echaremos el ancla

Se está bien en Ormos Mármaro, pero no nos podemos quedar más de una noche. El buen tiempo durará uno o quizá dos dias y mañana hay que continuar hasta Ikaria, para poder seguir después hacia Mykonos aprovechando el intervalo de buenos vientos y sol. Como siempre, los tiempos los acaba marcando la meteorología...

Ikaria es una más de la lista de islas míticas del Egeo, y uno de los hitos del viaje. No es una isla muy turística. Muy alta y escarpada, de aspecto duro y rocoso. Con una costa sur recta y brumosa, famosa por sus vientos catabáticos cuando sopla el temido meltemi. 

La isla donde, según la leyenda, está enterrado Ícaro, hijo del arquitecto Dédalo, el constructor del laberinto de Creta. 

Ícaro, al que su padre enseñó a volar con alas de plumas y de cera, pero que no quiso escuchar su consejo (¿qué hijo escucha alguna vez los consejos de su padre?) de no volar demasiado alto, para evitar que el sol fundiera la cera de sus alas, ni demasiado bajo, para que las olas del mar no mojasen sus plumas en los días de meltemi. 

Ícaro, el imprudente, que cayó al agua y murió, con sus alas derretidas, como un ángel caído. 

Y Dédalo recogió desconsolado su cuerpo flotando en el mar al oeste de Samos, y dio el nombre de Ikaria, en su memoria, a esa isla desgarbada, demasiado alta para el vuelo de su hijo. 

Ícaro, al que sus habitantes recuerdan hoy con una escultura también muy alta, muy desgarbada y con una belleza extraña, como su vuelo, en el rompeolas del puerto de Agios Kirikos.

La escultura dedicada a Ícaro en el puerto


Atracamos a media tarde en la marina de Agios Kirikos. Un puerto deportivo con no muy buenas críticas en Navily, pero que nosotros encontramos cómodo y agradable. Casi totalmente vacío en esta época, sólo nos hacen compañía un par de barcos locales amarrados. Muy barato, como casi todos los puertos del Egeo, pero con instalaciones completamente nuevas y dignas de cualquier marina al uso en Italia o España.


Sargantana amarrado en Agios Kirikos

Vista de la marina de Agios Kirikos


Visitamos la ciudad, Agios Kirikos. En realidad un pueblo muy pequeño y de calles tan empinadas como la isla. Con muchos supermercados y restaurantes ya abiertos (aunque casi vacíos) porque la semana que viene es la Semana Santa ortodoxa y esperan la llegada de los primeros turistas. Con una "catedral", un tanto descangallada y cerrada, a pesar de ser sábado previo a Semana Santa. 

El pueblo desde el puerto

Escaleras para subir a la iglesia

Otra vista del pueblo


Y sobre todo, el primer pueblo que hemos encontrado en el Dodecaneso con menos iglesias que bares. No sabemos por qué.
Decidimos quedarnos sólo una noche. La idea de alquilar un coche para visitar la isla no parece muy atractiva. De hecho, abril no está siendo el mejor mes para hacer las visitas turísticas habituales de otros veranos. Mañana a primera hora salimos para Mykonos.

Saliendo por la bocana al día siguiente


Y la pregunta del millón: ¿por qué el título "Las velas de Ícaro"?

Pues porque hay una versión más prosaica de la leyenda de Ícaro, relatada por Pausanias (viajero y geógrafo griego del siglo II). Según esa leyenda, mucho menos poética que la de la cera y las plumas, Ícaro y su padre, Dédalo, tuvieron que salir por piernas (en este caso en barcas), de Creta. Algo habrían hecho... 

Para huir, Dédalo, hombre mañoso donde los haya, que te construía un laberinto, unas alas de plumas o lo que hiciera falta, inventó las velas (las de los barcos). Con un par...

Y la leyenda continúa: resulta que el tal Ícaro era un torpe navegando (como mucho patrón por el mediterráneo, damos fe), y no se apañaba mucho con el invento de su padre, resultando en el naufragio de su barca cerca de la costa de Samos. Parece que Dédalo, que estaba ya hasta los pelos del inútil de su hijo (en la antigüedad ya te salían hijos ninis), pasó de él y siguió camino, seguramente porque los cretenses les pisaban los talones.

Y la leyenda termina: un tal Heracles, vecino de Samos, que paseaba por la playa de la isla de al lado, se encontró el cuerpo de Ícaro y le dió sepultura. Y de paso llamó a esa isla Ikaria y, por extensión, Mar Ikario al mar del náufrago.

El caso es que tanto al Sargantana como a mí nos gusta más la segunda leyenda que la primera, aunque sea más chusca. Sobre todo porque nos cuenta varias cosas que nos parecen interesantes: 
  • Que un señor que se llamaba Dédalo, no muy querido por los cretenses (sus razones tendrían) inventó la navegación a vela. En un pispás.
  • Que tenía un hijo tolai que, navegar, navegaba poco y volar, lo que se dice volar, volaba menos, y que no le hacía nunca puñetero caso a su padre. Y así le iba.
  • Que en la antigua Grecia te ahogabas y le ponían tu nombre a una isla. Y a un mar.



1 comentario:

  1. Muy fuerte la segunda leyenda 🤔 Lo que está claro es que, en cualquier caso, el pobre Ícaro la palma para darle nombre a la isla.

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