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miércoles, 17 de agosto de 2016

Día 26: Formentera - El Albir. El último cruce

Hoy toca volver a la península. Queremos llegar a Moraira o Calpe y fondear. El último cruce de la travesía.

La noche ha sido tranquila en Illetes. Poco viento y poca ola una vez terminó el tráfico de ferries. Antes de las 8 de la mañana levantamos el ancla y ponemos rumbo 270º hacia el Cabo de La Nao.

El día es nuevamente tranquilo. Mucho sol y un viento muy asequible del SSE, que nos permite ir casi al través y a 6 nudos de velocidad sostenida. Dos o tres veleros están cruzando igual que nosotros, algunos evidentemente hacia Denia, otros como nosotros buscando Moraira, Calpe o Altea. Sólo dos cargueros en el DST.

Ya llegando a la costa tenemos que decidir dónde fondear. Descartamos Moraira porque el viento es Sur, y nos queda la opción de Calpe. La Fosa parece la mejor opción para este viento, porque nos protegería el Peñón de Ifach. Pero, extrañamente, el viento aumenta mucho mientras nos aproximamos al peñón. Al llegar está casi en 20 nudos y es muy evidente que La Fosa es mala opción. Hay sólo dos o tres barcos fondeados malamente sobre roca, muy pegaditos al peñón.

Decidimos no quedarnos y probar suerte en El Albir, que está como a 10 millas al sur, junto a Altea. Sabemos que hay unas boyas libres y, en teoría, podríamos quedarnos a resguardo allí si hay alguna libre. En el caso peor trataríamos de encontrar amarre en el puerto de Altea. Llegaremos ya después de la puesta de sol, así que desgraciadamente no habrá opción de relax y baño hoy.

Efectivamente llegamos al Albir con la última luz del día. Nadie en la cala, todas las boyas libres. Sólo una goleta enorme fondeada lejos de la costa. El viento ya se ha calmado, claramente era el típico térmico de por las tardes. Eso sí, ha dejado un mar de fondo ligero pero molesto que nos hace balancear, hay que tener cuidado con las copas de vino. La noche es fresquita, así que cenamos dentro del barco.




martes, 16 de agosto de 2016

Días 24 y 25: Es Trenc - Formentera. Cuatro islas.

El día empieza a las diez de la mañana. Sólo hemos podido dormir un par de horas desde la llegada a Es Trenc.

Repostamos combustible y agua en Sa Rápita. Se ha convertido en nuestro punto de recalada favorito. Muy fácil entrar y salir y el empleado de la gasolinera es realmente simpático. 

Embarcarnos a Irene, que ha hecho algo de compra en el súper del puerto, incluidas dos bolsas del magnífico hielo industrial español que habrá de durarnos varios días, a diferencia del de Carloforte, que, al doble de precio, no ha resistido más de unas horas. 

Decidimos ir a Cabrera y continuar por la noche a FormenteraIbiza. Tratar de conseguir una boya para pasar la noche en Cabrera en estas fechas es una quimera, pero confiamos en poder amarrar a alguna boya de día, o a alguna libre hasta que llegue el dueño de la reserva. 

Ni lo uno ni lo otro. Llegamos a la vez otro Dufour y el nuestro, y recorremos la ensenada buscando boya como coche buscando aparcamiento. Ya desistimos y vamos hacia la salida cuando, de repente, queda una libre, la última boya de espera. Los dos Dufour salen disparados al unísono, en una carrera desigual, porque nosotros estamos mucho más cerca. Nos encontramos ya peleando con la boya, disfrutando del triunfo, cuando "los otros" se acercan y nos piden compartirla. No tengo claro que sea muy legal pero somos buenos chicos y aceptamos. Si nos echan, ya se irán ellos.

 

Siempre quiero volver a Cabrera. Es una lugar mágico, como ya conté en el blog del año pasado. Irene no ha estado nunca y me apetece compartirlo con ella. Esta vez está mucho más concurrida que todas las ocasiones anteriores, fuera de temporada o, como el año pasado, tras una de esas tormentas de agosto que disuaden a tantos navegantes de navegar, como las nevadas disuaden a los esquiadores de esquiar. Nos resignamos a compartir boya ("prohibido en las rojas, pero bueno" como nos informa amablemente el vigilante del parque, horas después). Y a compartir risas, gritos y baños con las dos familias del Dufour, al que echamos un cabo a popa en lugar de abarloarnos. Para mí contento, son extraordinariamente educados y la estancia es agradable a pesar de la cercanía. 

Después de comida y baños, salimos hacia Ibiza a las 1700. Poco viento que nos obliga a poner motor muy pronto. Las nubes van cubriendo el cielo. El parte da día cubierto para mañana.

     

Descanso unas horas y me hago cargo del primer turno. Hace una noche extraña, con nubes empezando a juntarse en el cielo y tapando a ratos la luna. A mitad de camino se hace evidente el faro de Moscarter a mi proa estribor. Y un poco más adelante, el de la Mola, a proa babor. Hoy la noche invita a estar en cubierta. No tengo sueño. Me entretengo oyendo música y calculando distancias y demoras de los múltiples barcos. 

Pasadas las seis, cuando ya se hacen evidentes las luces de los Freus, despierto a Luis para hacer el último tramo juntos, y sobre todo para decidir si, pasado el Freu, caemos a babor, hacia Formentera, o a estribor, a Ibiza. Gana esta última, tanto Manel como Ignacio están en Ibiza y  tenemos opción de coincidir con alguno de ellos. Cuando la cobertura lo permite, descubrimos que Manel ha optado por el norte de la isla, huyendo del mar del sur. Nos queda Ignacio.

Fondeamos en Cala Yondal a las 0900. Tiempo oscuro y amenazando lluvia. 

 

Nos encontramos con nuestro amigo Ignacio, del Pérfida Albión, que nos obsequia con un extraordinario atún de una captura reciente, y que dedica buena parte de la mañana a hacer equilibrios subiendo al palo, con una agilidad que, la verdad, da envidia.

 

Ha llovido a intervalos a lo largo del día, haciéndonos desistir de nuestros planes de pasar la jornada en la cala y bajar a tierra a disfrutar de la experiencia del Blue Marlin. De hecho, muchos barcos se van y la playa aparece desierta. Nosotros también decidimos levar anclas, Pérfida Albión en dirección Cala Tarida, Sargantana rumbo a Formentera.

Y ya por la tarde fondeamos con otros chiquicientas embarcaciones en Illetes. Buen fondeo, de no ser por las olas que levantan los barcos que entran y salen de puerto. Obviamente no supone gran problema para dormir, teniendo en cuenta que llevamos ya tres noches seguidas haciendo guardias y que, a estas alturas, tenemos el cuerpo más marinizado que Kevin Costner en Waterworld.

    

Irene y Luis se van en el dinghy a buscar provisiones a La Sabina y yo me quedo en el barco, disfrutando del espectáculo de las decenas de barcos de todo tipo y tamaño aquí fondeados. Reconozco un par de ellos que estaban esta mañana en Cala Yondal. Hay yates enormes y veleros venerables. Un tranquilo patín catalán, salido de otra época, pasa a mi lado rumbo a la playa. 

    

Cenamos el magnífico atún regalo de Ignacio y nos vamos a dormir. Mañana saldremos pronto en dirección a la península.

  

domingo, 14 de agosto de 2016

Días 22 y 23: Carloforte - Es Trenc

Los cruces entre las Baleares y Cerdeña tienen un encanto especial. Son los más largos (240 millas), tienen la meteorología potencialmente más complicada por el efecto del Golfo de León, y son las que marcan la salida y la vuelta a casa. Vuelta a los puertos y calas habituales, a los paisajes habituales, a los partes de Salvamento Maritimo, a encontrar hielo. Vuelta a casa.

No hay mucho tráfico por esta zona. De hecho vemos más veleros que cargueros, aunque, por alguna ley gravitacional desconocida, los que vemos casi todos pasan muy cerca y hay que estar pendiente de ellos en los cruces. En realidad, no es molesto. Supone una novedad en la monotonía de dos días con poco que hacer, y que yo aprovecho para procesar el cúmulo de emails pendientes en el trabajo y para leer un poco.

Lo único llamativo de este cruce ha sido encontrar dos barcos mercantes totalmente parados en medio del Mediterráneo. Seria el equivalente a encontrar un señor sentado en una silla de camping en medio del desierto del Sahara. Totalmente absurdo. Supongo que estarán esperando órdenes por el teléfono satélite, pero no deja de ser llamativo estar al pairo en una zona en la que con frecuencia se montan carajales de olas de 10 metros, en medio de la noche, con todas las luces puestas, como árboles de Navidad. No dejan de recordarme al Titanic de la película, un mar de luz en un mar de icebergs, pero supongo que, en vez de Kate Winslet y Leonardo di Caprio buscando bote salvavidas, allí no habrá más que cuatro marineros filipinos jugando a las cartas y un capitán durmiendo la mona en camiseta, como Humphrey Bogart en La Reina de Africa.

A todo esto, la crónica da poco de sí. Salimos a las 0730 con poco viento en Carloforte. Podemos sacar el gennaker un par de horas que nos vienen bien para coger experiencia. Después, el viento rola al N y luego al NW y veleamos rápido al través de estribor. Pasa hora tras hora sin ninguna novedad y las millas caen una tras otra.

 

Adiós, Carloforte 

Son etapas hipnóticas. Hablamos poco. Los dos estamos sumergidos en algún libro o simplemente en ese estado catatónico que produce el mar en travesía. Es curioso cómo dos tripulantes de un barco pequeño se sincronizan de forma automática después de unos pocos días de travesía. Tenemos hambre o sed a la vez. Hacemos las pocas maniobras necesarias, bajar o subir vela, pequeños trimados, de forma milimétricamente coordinada, sin necesidad casi de hablar, como si a estas alturas fuésemos ya piezas del Sargantana que de alguna manera nos controla y nos sincroniza.

 

Puesta de sol en un cielo limpio de nubes. Es la noche después de las Perseidas y todavía deberían verse bastantes estrellas fugaces. Pero hoy tenemos luna casi llena, a diferencia del año pasado, y el espectáculo no merece la pena. Hago la primera guardia con todo el trapo arriba, pero cerca de las tres el viento sube y hay riesgo de trasluchada en el rumbo que llevamos. Así que aviso a Lucía, ponemos al Sargantana a navegar a la  francesa, y me voy a dormir.

El segundo día es también tranquilo. El viento ha rolado al NE y nos entra suave por la aleta, con muy poca ola. El Sargantana se desliza suavemente, veloz, pero sin violencia. Prácticamente no ponemos motor, sólo a ratos para recargar baterías, ya que las placas solares dan poco rendimiento yendo  hacia el Oeste, las velas les hacen sombra.

Llegamos a Es Trenc ya de día, recién amanecido. Estoy de guardia desde las tres. El olor a madera y a bosque del sur de Mallorca en estas primeras horas del día te revive de las horas de guardia nocturna y te da vida. Pero ya toca  fondear. Irene llegará en un par de horas. Hay que dormir algo antes de empezar un nuevo día.

Qué distinta la llegada a Es Trenc de la de hace un año. Hemos tardado lo mismo, pero el año pasado habíamos salido una hora antes, con lo que llegamos a la playa aún de noche y me impresionó el campo de decenas de lucecitas temblonas. Este año son poco más de las seis y media, acaba de salir el sol, y hay muchos menos barcos.

Luis me despierta cerca de la costa para preparar juntos el fondeo. En el mismo instante, Irene me avisa por Whatsapp de que ya está en la sala de embarque. Curiosa sincronía. 

Echamos ancla cerca de la bocana del ya familiar puerto de Sa Rápita y nos tumbamos a dormir un par de horas. Qué ganas de ver a mi chica. Espero que los días que tenemos por delante le sean amables y se acerquen a la idea de la travesía que, seguramente, habrá forjado en su imaginación como un plácido discurrir por aguas en calma de azul intenso, con una agradable brisa que aplaque el calor, mientras toma el sol en la bañera.


viernes, 12 de agosto de 2016

Día 21: Capo Spartivento - Carloforte. Otro día tranquilo

El día amanece tranquilo después del mestrale duro de la noche anterior. Aunque la jornada no es larga, salimos temprano en dirección Carloforte. Debemos llegar pronto porque hay mucho que preparar para el salto de mañana. Hay muy poco viento y sólo podemos sacar las velas para recorrer las últimas 10 millas antes de llegar a Carloforte.

Volvemos a Marina Tour, que ya nos gustó el año pasado. Pero esta vez nos ofrecen ir al pantalán "principal", que está en la zona sur del puerto y tiene baños, lavadora y bar. Tenemos que lavar ropa así que aceptamos. El inconveniente es que hay mucho más que caminar hasta el supermercado o la zona de restaurantes. Vaya lo uno por lo otro.

El ambiente en este pontile es mucho más animado, pero también algo más molesto. Hay amarrados muchos veleros de empresas de chárter y el trasiego de gente arriba y abajo es continuo. El lounge-bar tiene música de fondo a bastante volumen. Los marineros trabajan a destajo con sus neumáticas ayudando a amarrar a los barcos. Un auténtico pandemonium, pero con un cierto encanto. Hay varios barcos españoles cerca de nosotros, pero decidimos no confraternizar porque nos vamos mañana y tenemos poco tiempo para hacer vida social marinera.




Un inconveniente no previsto es que la gasolinera del puerto de Carloforte no tiene calado suficiente para nosotros. Bastante absurdo, teniendo en cuenta la cantidad de veleros que recalan aquí en saltos desde Baleares. La solución, al parecer habitual, pasa por que la señorita de la oficina (Simona) nos encargue gasoil en bidones (jerrycans). Es la primera vez que repostamos así, aunque en la literatura náutica se describe como un sistema bastante habitual en según qué puertos de según qué países.

La experiencia es buena. El precio no, por supuesto, estamos en Italia, pero la operativa es eficacísima. Un hombre aparece con tres bidones y un pequeño trozo de manguera con una válvula. Nos traspasa 60 litros al depósito en pocos minutos, sin el más mínimo esfuerzo. Nota: mientras tanto mantiene un cigarro encendido en la comisura de los labios; cierto que es gasoil, pero es que tiene 60 litros de combustible en las manos...

La tarde transcurre hiperactiva: lavadoras, viaje al supermercado, viaje a comprar hielo (¡¡¡¡por fin!!!!), limpieza a fondo del Sargantana, ducha. Y, finalmente, búsqueda desesperada de un sitio donde cenar. No hemos caído en que éste es un fin de semana largo también en Italia y las calles de Carloforte están repletas de turistas. Y, obviamente, los restaurantes también. Cuando ya casi nos resignamos a volver al barco a hacer una pasta con lambrusco, conseguimos in extremis una mesa en Da Vittorio, un restaurante caro, pero aceptable, donde nos ventilamos un atún y un pez espada más que aceptables.

Listos para tomar una copa e irse a dormir pronto, que mañana madrugamos.

jueves, 11 de agosto de 2016

Día 20: Porto Giunco - Capo Spartivento. Solos de nuevo.

El día se levanta con viento. El plan es navegar hacia el Este, hacia Teulada, y repostar allí en preparación para el salto de vuelta a Mallorca. No es un recorrido largo, simplemente cruzar la amplia bahía de Cagliari hasta el cabo Spartivento y entrar en la bahía. Estamos perezosos esta mañana y nos lleva más tiempo del debido arranchar el barco.
En ello estamos cuando llegan Marcel y Stan en su neumática para decirnos que han decidido no moverse de Porto Giunco. El parte da viento duro del NW y no están muy por la labor. Además, Stan y Thijs vuelan de vuelta a Holanda desde Cagliari al día siguiente y desde Porto Giunco hay mejor transporte hacia el aeropuerto.
Así que toca separarse. Han sido cinco días de compartir, de esas camaraderías marineras que tanto nos enganchan. No son imposibles en tierra, pero algo en el mar hace que los marineros, bueno, casi todos ellos, se busquen, se asocien y se hermanen de inmediato como si fueran, de hecho, familia. Nos mantendremos en contacto y con suerte podremos coincidir para ese arroz caldero que tenemos pendiente.
Finalmente salimos ya pasadas las 12, no sin una apresurada visita final de nuestros camaradas con su última lata de sopa de guisantes, a modo de regalo de despedida, que aceptamos a cambio de una botella de Licor 43 para sus futuros asiáticos. 
A la complicación de la meteo se añade que tenemos que correr para llegar de día. No es un gran problema atracar de noche, pero tenemos muchos preparativos pendientes para la travesía (dar un manguerazo al barco, repostar, comprar) y hoy será difícil avanzar algo.
El viento es seco y duro. Hemos montado trinqueta y dos rizos y al llegar al primer cabo ya bregamos contra 25 nudos. Afortunadamente no hay que hacer bordos, pero hay que saltar una ola incómoda.
A lo largo de la jornada tenemos de todo. Es un día de locos. El viento se hace más asequible por la mañana, hasta llegar a parar por completo antes de rolar a sur. Después sube de nuevo, luego baja otra vez. Pasamos todo el día montando y desmontando velas, trimando y ajustando rumbos. Divertido, pero agotador.
Al atardecer hemos llegado al otro lado de la bahía. Un repentino cambio de viento nos pilla con casi 30 nudos y todo el trapo arriba y corremos a buscar refugio para arriar. El viento se encañona en los valles.
Llamamos al puerto de Teulada y nos dicen que están completos. No es de extrañar, con este día muchos de los barcos que habitualmente fondean han debido buscar mejor refugio. Uno de esos momentos de incertidumbre que acabas teniendo casi cada día. Tenemos que buscar fondeo rápidamente.
Et voilà. A los pocos minutos aparece en la proa una bonita playa con una isla, bastante protegida. Son la Isola Giudeo y la playa del mismo nombre. Hay un par de veleros ya fondeados. Nos queda suficiente luz para echar el ancla sin prisas y cenar en condiciones.
El plan cambia. Ya no pararemos a repostar en Teulada, sino que iremos a pasar la siguiente noche a Carloforte, puerto familiar y al que siempre querremos volver.
 

miércoles, 10 de agosto de 2016

Días 17, 18 y 19: Trapani - Porto Giunco. Un vistazo a las Égadas

El plan hoy no era cruzar, sino acercarse a recorrer las Égadas, fondear en Favignana a esperar que pasasen los últimos coletazos de la borrasca, y salir al día siguiente.

Pero el hombre propone y Eolo dispone. Por la mañana costeamos perezosamente con nuestros amigos holandeses la isla de Levanzo. Al llegar al sur de la isla vemos que las tormentas ya se han disipado y aparentemente el viento, que sopla del NW, caerá durante la noche. Así que, de improviso, decidimos cambiar el plan. Vamos a ir hacia el Este en dirección a Marettimo, la isla más ocidental de las Égadas, y desde allí saltaremos a Cerdeña.

 
Cappo Grosso, al N de Levanzo

Por un lado me pesa no poder estar algún tiempo más en las Égadas. Son distintas a las Eolias, mucho menos volcánicas y salvajes, salvo quizá Marettimo, una isla de paredes de roca impresionantes y cubiertas de verde. Pero el tiempo está revuelto y quizá no sea una mala ventana.

Ya al dejar Marettimo es evidente que la travesía será dura. No sólo es el viento de cara, también una ola difícil de saltar que nos obliga a poner rumbo Oeste o, incluso, Suroeste. Lucía y yo distribuimos las guardias. La novedad esta noche es que navegamos con el Tomskii Kastan, lo cual implica estar pendientes para acomodar el ritmo. Ellos son más grandes y más rápidos que nosotros, y eso nos obliga a un sobreesfuerzo, ajustar continuamente los trimados y a navegar más a mano en vez de usar el piloto automático.

Cuando me levanto para mi última guardia a las 0330 Lucía ya navega a motor y con un rumbo directo a Cerdeña. Me dice que acabamos de pasar una zona de bajos (¡a 60 millas de la costa!), que estamos rodeados de pesqueros sin AIS, y que ha visto marcado en la carta un bajo que está sólo a 30 centímetros de profundidad. No daba crédito, pero esta foto del Keith sacada de internet confirma que existe y que estos escollos de coral están ahí, en algún sitio entre Sicilia, Túnez y Cerdeña, esperando un barco despistado para mandarlo al fondo.

     

El segundo día de travesía es mucho más cómodo. Menos ola y menos viento. Pero cuando sólo nos faltan 20 millas y el Tomskii Kastan y el Sargantana se dedican a hacerse fotos mutuamente en pasadas vertiginosas en las que casi se rozan, el tiempo vuelve a cambiar repentinamente. Un viento seco y violento del Norte nos obliga a alterar los planes. Marcel sugiere que abandonemos la idea de Pula y vayamos a la parte Este de la isla, según él con mejor abrigo y, sobre todo, más cerca.

 

No las tengo todas conmigo. Ni los holandeses ni nosotros conocemos esa zona. Vamos a llegar de noche y no sabemos si tendremos buen fondo de arena o rocas. En estos casos siempre recuerdo la frase de Satur: "De día, fondeo. De noche, puerto". De noche la costa es confusa, llena de luces, sin referencias claras. Pero Marcel ha hecho el estudio en Navionics y parece tenerlo claro.

Un poco de mala gana sigo al Tomskii que sale disparado hacia Villasimius. Mientras tanto tratamos de consultar Internet para tener más datos, pero la cobertura es mala, y estamos muy cansados...

Todo acaba bien. Encontramos una bahía protegida en la costa este de Villasimius, Porto Giunco, casi sin viento, con muchos barcos ya fondeados. Son casi las diez de la noche cuando por fin echamos el ancla en siete metros de excelente fondo de arena. Cenamos algo rápido y nos vamos a dormir de inmediato.

Al día siguiente tenemos claro que no nos podemos mover de Porto Giunco: el viento es muy fuerte. Buscamos un fondeo más protegido y echamos 40 metros de cadena y cabo. Compras, siesta y cena formal en el Sargantana. Un día más de standby.

      

La bahía de Porto Giunco no puede ser más bonita. La llegada por la noche es directa, con la luz de la Secca dei Berni como referencia. Seguimos a Marcel, que ha localizado la posición y tiene muy claro el rumbo. Cerca de la seca nos espera y nos acercamos juntos a la playa. La noche es magnífica y el fondeo también. Hoy nos toca a nosotros alegrarnos de haber hecho caso a Marcel y haber cambiado nuestros planes iniciales. 

A la mañana siguiente el día amanece con sol y sin nubes, pero con el viento SW que subirá y soplará todo el día, impidiéndonos proseguir camino. No me importa nada. La bahía es preciosa y la playa, espléndida. Está llena de sombrillas y garitos que anticipan jornada playera de música y actividades acuáticas. Me doy el baño más largo de las vacaciones en un agua completamente transparente, pero sin rastro de peces, salvo algunos planos en el fondo, a los que ha sacado de su camuflaje de arena el movimiento de la cadena y el ancla. Voy nadando hasta el Tomskii Kastan y acuerdo con Yelena que esta noche la cena será en Sargantana.

 

Luis se va con Stan y su hijo a por provisiones en nuestro dinghy, que, con ellos tres y el fondeo de respeto, apenas puede con las olas y el  viento en contra. La cadena del fondeo sirve además para atar la lancha en tierra, una mejora más de este año junto con las placas solares, la trinqueta, el gennaker o las sábanas confeccionadas a medida que tanto le interesan a Yelena.

Yelena es un encanto. Habla un inglés dulce y cantarín, con un acento ruso inconfundible. Habla de todo y de todos. De sus hijos, de los hijos de Marcel, de su vida entre el barco y las casas de Nueva Zelanda y Holanda, de cómo conoció a Marcel en uno de los viajes de él, cuando apenas podían comunicarse, de su boda en Las Vegas hace cinco años. Ha traído para la cena un vino griego y una ensalada griega preparada por ella, riquísima. Está enamorada de Grecia y de la comida griega. Ahora que van a dejar el barco en España a pasar el invierno, se muestra muy interesada por nuestros lugares y costumbres. Y por nuestra comida. Me pide antes de irse la receta del mojete murciano y de los asiáticos de la cena, que preparamos para, junto con un reserva de Bullas, acercarles un poquito a Cartagena, aunque su cabeza está más en Almerimar.

domingo, 7 de agosto de 2016

Día 16: Trapani. A la espera

En un mes de navegación es irremediable tener un patrón de uno o varios días por un mal parte meteorológico. Hoy nos ha tocado en Trapani, al empezar la segunda mitad de las vacaciones.
Sin embargo, el día es agradable. Ratos de sol y calor, con bastante viento, y con algunos chubascos cortos. No hay mucho que hacer salvo descansar y leer. No siquiera bajamos a la ciudad, salvo una salida de exploración que hago con la neumática para recorrer el puerto comercial.
Por la tarde nos juntamos con la tripulación del Tomskii Kastan para un larguísimo happy hour que deja temblando nuestras respectivas bodegas. Buena comida y buen vino. Descubro una sopa holandesa de guisantes que tengo que buscar en España.

Me he levantado muy pronto, la primera. A las 3 de la mañana subió el viento por encima de 20 nudos. Salvo despertarme brevemente por el cambio del sonido que provocó dentro del barco, la noche ha sido extraordinaria para dormir, con viento constante y nada de swell. 

El aspecto de la bahía de Trapani a las 6:30 es magnífico. Las nubes del horizonte ya anuncian que el día no va a ser meteorológicamente estable. Sol, nubes y chubascos en alternancia. Pocos y cada vez menos chubascos, pero bastante viento.




A eso de las ocho Stan y Marcel vienen nadando a vernos y a trazar los planes del día. Todos de acuerdo en que hoy no toca moverse, si bien las islas Égadas, a unas ocho millas al oeste, ejercen una curiosa atracción, sobre todo en Stan, que ha leído acerca de la cueva con pinturas rupestres de la Punta de los Genoveses, en Levanzo. Pero no será hoy. Stan calma su necesidad de ejercicio nadando hasta el castillo que se levanta en la curiosa isla Colombaia, a nuestro babor. Stan es un deportista. A sus poco más de 50 años y a punto de prejubilarse, está en plena forma. Aprovecha el viaje con Marcel, su amigo desde el primer día de universidad, para conocer todos los rincones que le permiten las bajadas a tierra. Echa mano de la neumática para ver de cerca las salinas y los molinos que hicieron de la sal una industria floreciente para Trapani, aunque ahora quede poco de ese pasado esplendor. Y también convence a su hijo y a la familia Lensvelt para ir a dar un paseo por la ciudad, que luego describe como más interesante de lo que se adivinaba tras la incursión en busca de provisiones de ayer.

Los tripulantes del Tomskii Kastan nos acogen calurosamente a la tarde y pasamos una velada  muy entretenida. La vuelta nocturna a Sargantana en dinghy es fácil, con un viento que nos empuja y que no parará de soplar con intensidad en toda la noche.

 







sábado, 6 de agosto de 2016

Día 15: Palermo - Trapani. En conserva

El viaje cambia significativamente a partir de hoy, al menos por unos días. Uno de los dos barcos holandeses entre los que amarramos en Palermo, el Tomskii Kastan, va también camino de Cerdeña y de la costa española, así que navegaremos juntos. En conserva.

El Tomskii Kastan es un barcazo. Un Oceanis 473. Quince metros de barco que hacen al Sargantana muy chiquito. Sus dueños son Marcel y Yelena Lensvelt, una pareja muy simpática, él holandés, ella de Kazajstán, que viven a caballo entre Holanda y Nueva Zelanda. No es lo más usual. Marcel trabajaba dirigiendo la explotación de campos petrolíferos y ahora que está semiretirado se dedica a navegar con Yelena y amigos. Dan mucha mucha envidia. De momento están empeñados en llevarse el Tomskii Kastan a Canarias antes de final de septiembre.

En esta etapa llevan otros dos tripulantes: Stan y su hijo Thyjs.

La verdad es que es la primera experiencia de navegación conjunta con completos desconocidos, pero todo se desarrolla muy bien. Marcel cambia su plan inicial de ir a San Vito di Capo a esperar una ventana de buen tiempo para cruzar el canal de Cerdeña. Le convenzo de que es mucho mejor opción ir hasta Trapani, 15 millas más allá. Trapani es una ciudad con un puerto grande, espacio para fondear a resguardo, y, además, está junto a las islas Égadas, que eran uno de mis objetivos de este viaje.

Salimos de Palermo muy pronto, antes de las siete, con sol y poco viento. El camino es monótono,  todo a motor casi hasta San Vito. A partir de ahí se levantan más de 15 nudos por el través que nos hacen llegar a Trapani mucho antes de lo previsto.

 
Tomskii Kastan


Bajo a tierra a hacer compras con la tripulación del Tomskii Kastan. Es sábado por la tarde y está casi todo cerrado. Nos cuesta encontrar un supermercado, por otra parte bastante cutre. Igual que en Cerdeña, nada de hielo.

El parte para mañana no es bueno. Viento fuerte de cara y tormentas en el canal a Cerdeña. Tendremos que hacer un día de standby. A estas alturas de la travesía no está mal para descansar y recuperar fuerzas.

La jornada ha sido divertida. Establecimos el 69 como el canal barco a barco con nuestros improvisados compañeros. Confieso que me veía obligada a consultar la chuleta cada vez que quería llamarles, Tomskii Kastan no es un nombre fácil de memorizar. Mucho más tarde supe que Sargantana tiene demasiadas aes y tampoco es sencillo de recordar para un holandés. Pero después de cinco días compartiendo planes, meteo, guardias, viajes en neumática, provisiones, vino e historias, nuestros respectivos barcos se han hecho un sitio en nuestras vidas y en nuestro Whatsapp. 

La última parte del día hemos aprovechado los portantes para sacarnos fotos y vídeos mutuamente, la tripulación holandesa y nosotros. Nunca antes había visto a Sargantana desde esa perspectiva y resulta curioso. Curioso y un poquito emocionante. Como decía Lena, los barcos son como tus niños: te estarías horas mirando sus fotos.  




El accesso al puerto de Trapani es amplísimo y muy resguardado del viento. Fondeamos pasada la dársena, antes de la entrada a las dos primer as marinas. Marcel, que ha viajado tanto y es tan concienzudo en sus planes, está contento de haberlos cambiado esta vez, escuchando el criterio de Luis. Nos sugiere acercarnos a su barco a tomar unas copas después de cenar, pero nuestro "después de cenar" y el suyo difieren en varias horas, así que nos emplazamos a mañana.

         

viernes, 5 de agosto de 2016

Día 14: Palermo.

Palermo es una ducha siciliana.  Al menos en agosto. Un lugar tórrido, húmedo, de luz cegadora, con aspecto polvoriento y un poco descangallado. Es un gran horno con calles estrechas llenas de coches y motorinos, que se entrecruzan en un caos extrañamente ordenado. Hoy vamos a dedicar todo el día a visitar Palermo. Lucía ha estado diseñando cuidadosamente la visita y ya me dice desde el principio que un día no es suficiente para ver ni siquiera todo lo “imprescindible” de Palermo, y que tendremos que elegir. Resolvemos buscar un tour turístico que nos dé una vuelta por la ciudad antes de decidir qué visitar o no. La oficina del puerto nos da mapa publicitario de un tour en trenecito que tiene la primera parada no lejos (bueno, no demasiado lejos) de donde estamos, y allá que nos vamos. Yo estoy empapado de sudor antes incluso de subir al tren.

 

Palermo es la ciudad del arte y de la mierda. Una sucesión de palacios y caserones señoriales, catedrales, iglesias y edificios oficiales de distintos estilos arquitectónicos, pero con la gracia que sólo las ciudades italianas le saben dar a la arquitectura. La apoteosis de la arquitectura religiosa. Pero todas esas maravillas están mezcladas con callejones estrechos, casi todos ellos empedrados con piedras antiguas, grandes y lisas. Dejamos el trenecito en la Puerta nueva, en el Palacio de los Normandos en la larguísima Via Vittorio Emanuele. Durante la mañana visitamos la catedral, magnífica (sobre todo por fuera), y con una brillante mezcla de estilos; los Quattro Canti, en la plaza Vigliena; la fontana de la Piazza Pretoria, o más comúnmente, la Piazza della Vergogna, por sus estatuas desnudas; la iglesia de La Martorana, o Santa Maria dell'Ammiraglio, con su espectacular interior; la iglesia de San Cataldo, con sus tres cúpulas rojas. Pero para ello hemos tenido que pasar calles malolientes, sucias, descuidadas, con basura almacenada y excrementos de perro poblando las aceras, y hemos tenido que abrirnos paso entre una multitud de turistas de camiseta, bañador y chancletas, sudorosos y malolientes (como probablemente nosotros), con ojos de agobio y respiración jadeante, que llenan las calles y bloquean los estrechos cruces para hacerse selfies.

  
    



Palermo es la ciudad de los vivos y de los muertos. La vida que se adivina en los mercados de filas de cientos de puestos de frutas, o de carne, o de pescado... Palermo tiene tres mercados principales. Nosotros hemos visitado el Mercado de Ballaró. Es como el Rastro en Madrid. Pero los vendedores vocean su fruta y su pescado de una manera que sólo es posible en Sicilia. Y los compradores buscamos la manera de avanzar por pasos angostos entre los puestos que comparten personas y motorinos. Motorinos que uno conduce con una litrona de cerveza, llena, encima de la cabeza…  Y Palermo exhibe orgullosa sus muertos, 8000 cadáveres momificados colgados de las paredes de largos pasillos en unas catacumbas siniestras en el Monasterio de los Capuchinos. Hacemos cola durante 10 minutos hasta que las puertas se abren a las 1500, después de comer. Encabezamos una pequeña multitud de turistas que entran riendo y hablando y que, de repente, quedan en silencio sepulcral (nunca mejor dicho) cuando empiezan a recorrer los pasillos organizados por curiosas categorías: el corredor de los hombres, el de las mujeres, el de las vírgenes, el de los profesionales, el de los monjes… A cada lado del pasillo, dos filas de cadáveres, una a nuestra altura y otra más arriba. Los cadáveres vestidos, tal como los embalsamaron hace 100 o 150 años, la mayoría con las calaveras peladas, otros con pelo, algunos con boina o con bigote. Una niña de unos 8 años tiene todavía los rizos rubios y la piel casi de viva, y parece ser que abre y cierra los ojos por un curioso fenómeno que tiene que ver con los cambios de humedad en la piel momificada. Las catacumbas son el parque temático del horror, una de esas visiones que sabes que no podrás olvidar nunca y que esperas que nunca se cuele en tus sueños. Un sitio en el que sabes que no podrías entrar sólo, de día y mucho menos de noche.

          Ó
 


Palermo es Rosario, el dueño de la lavandería self-service en la que hemos lavado toda la ropa pendiente. Rosario es un señor delgado, de unos 60 años, muy simpático. Al llegar ayer por la tarde, sólo media hora antes de la hora de cierre de la lavandería, nos miró con cara de resignación. Le haríamos llegar media hora tarde a la cena, y durante esa media hora nos contó su vida como probablemente cualquier siciliano de Palermo haría en situación semejante. Rosario fue pescador en Boston. Se fue a USA sin saber inglés y sin saber pescar, y se embarcó en uno de esos barcos de Nueva Inglaterra que pescan el bacalao en el invierno terrible de olas de 10 metros, con su bigote “helado durante todo el día”. Soportó el mareo y el vómito durante un año hasta que se acostumbró a los temporales. Pescó durante 17 años, hasta que volvió a Sicilia porque quiere "morir con los pies en la tierra, y en Palermo”. Volvió con unos ahorros para montar un negocio de lavandería que “sólo da para vivir, no para hacerse rico”. Pero Rosario es feliz, orgulloso de su inglés que disfruta exhibiendo a la clientela, y orgulloso de que su hija va a poder ir este año de vacaciones a Barcelona. Rosario es el paradigma de esta gente que desciende de griegos, fenicios, romanos, españoles, normandos y árabes, y de ese sentido común con el que nos dice que “nunca entenderá cómo pueden venir los turistas a esta ciudad, tan bella, a ver esqueletos de muertos”.
 

jueves, 4 de agosto de 2016

Día 13: Filicudi - Palermo.

Hoy es una de esas etapas sin historia. Al menos, sin una historia prevista. Dejaremos Filicudi para poner rumbo a Palermo. Queremos llegar pronto para tener tiempo de hacer los múltiples quehaceres de una recalada: limpieza a fondo del barco, lavandería, aprovisionamiento...

Nada que reseñar sobre el camino. Sol y calor. Poco viento de través que nos obliga a ir todo el tiempo a motor. Más de siete nudos de velocidad. Muy pocos barcos en el camino ahora que hemos salido de las multitudes de las Eólicas. Relax y lectura.

 
Isola Alicudi, la última de las siete Eolias..

A la llegada, la búsqueda habitual de puerto, o, mejor dicho, de pontile, en Palermo. Sólo me ofrecen plaza en Marina Galizzi a 70 euros. Trato de negociar, que para eso estamos en Sicilia, pero no están por la labor.

Marina Galizzi es otro pontile cochambrosillo del tipo del de Castellammare. En realidad, es un astillero al final de una zona de descampados, bastante cutre y con más de un kilómetro de caminata poco agradable hasta la ciudad, especialmente de noche. Al menos, tiene un baño pequeño en una caseta de obra, pero, por lo demás, otro pontile más. Para lo que ofrecen, setenta euros es un atraco a mano armada.

A pesar de todo decidimos quedarnos dos noches y tener un día completo de visita turística en Palermo. Nos colocan entre dos barcos holandeses, holandeses de verdad, que nos saludan muy contentos y simpáticos. En holandés, claro. Y se quedan luego totalmente pasmados cuando les decimos que somos españoles.

Obviamente, les tenemos que contar con detalle las razones de que media flota de recreo de España se esté pasando a su bandera. Igual son imaginaciones mías, pero me parece que muchos tienen una íntima sensación de revancha por las tropelías del Duque de Alba y los Tercios de Flandes. O por el gol de Iniesta, vaya usted a saber.

Salimos a cenar y, tras muchas vueltas, acabamos en otra recomendación de Trip Advisor, la Osteria de Mercede. Un restaurante pequeñ, acogedor y excelente, de comida siciliana y marinera. Pido pasta con pesto y gamberoni (excelente) y pez espada (como es de rigor en Sicilia). Muy buena calidad y bastante barato. Totalmente recomendable.

 
 Capo Zafferano y Mongerbino

miércoles, 3 de agosto de 2016

Día 12: Panarea - Filicudi. Cicones y lotófagos

La noche en Panarea ha sido mucho peor de lo que esperábamos. Un campo de boyas que suponíamos tranquilo se convirtió en la antesala de una discoteca y el Sargantana estaba literalmente en primera línea de fuego. Y lo malo no era sólo la música. El trasiego de lanchas auxiliares yendo y viniendo entre los barcos fondeados y la disco era continuo, y las olas que generaban nos hacían balancear. Imposible dormir.

Dormimos, o lo intentamos, hasta las 10, y zarpamos hacia la isla de Filicudi. El plan de hoy es pasar por Salina, una de las islas más bellas (dicen) de las Eólicas, repostar gasoil y continuar hasta Filicudi.

Y así ocurre. Poco que contar sobre la travesía. Repostamos 87 litros de combustible (que me parecen demasiado pocos desde la última vez en Mallorca). 

Antes de arrumbar a Salina, decidimos dar una vuelta a la Isola de Basiluzzo para observar de cerca sus inquietantes formaciones de lava vieja.

Salina es una isla subyugante. Dos conos de volcán perfectos, uno en cada extremo de la isla, con sus laderas de lava en forma de herradura apuntando en direcciones opuestas. No en vano los griegos la llamaron Didyme, Géminis. El rumbo que nos acerca a la gasolinera de Santa Marina no permite apreciar sino uno de los dos enormes conos, Fossa delle Felci, el monte más alto de las Eolias, con 961m, superando en poco más de 50m al mítico Strómboli.

Bordeamos la isla por el sur, a motor. Poco a poco se va mostrando el segundo volcán, hasta que tenemos una perspectiva perfecta de las dos elevaciones, con el valle de Valdichiesa en el centro y el pueblecito de Rinella desparramándose al mar.

 

Aún nos queda la sorpresa de la Punta Perciato, en la costa oeste de Pollara, allá al fondo de la bahía al pie del volcán en la que me doy un baño en aguas profundas de un azul extraordinario.



Llegamos a Filicudi donde comprobamos a) que no hay buen fondeo libre, porque todo está ocupado por boyas de pago a 50 euros/noche; b) que Filicudi está en fiestas, porque hay una banda de música en el puerto en plan comité de bienvenida;  c) que hay una quedada de barcos de macarrillas franceses que llevan todos la bandera de "The French Fleet". Los franceses están empeñados en una especie de competición de esquí acuático tirado por velero de 50 pies, con grandes muestras de alborozo etílico.

No hace falta explicar que a) los frenchfleet acabaron en las boyas al lado de la nuestra (Murphy); b) se montaron su discoteca particular en dos barcos abarloados; c) el jolgorio continuó hasta las tantas.

 

La bronca nos persigue. Tengo todas las ganas de dejar las Eólicas, que han dejado de ser un país de aventuras pacíficas marineras y se han convertido en exactamente lo mismo de lo que huimos en agosto en Baleares.

Viene a cuento el capítulo de Ulises en el país de los lotófagos. Ulises llega con su tripulación a una isla donde sus habitantes se alimentan de flores que les producen unos ciertos "estados alterados de la conciencia". Vamos, que estaban colocaos todo el tiempo. A Ulises le cuesta un congo sacar a sus hombres de allí, porque en poco tiempo se habían hecho adictos a los pétalos.

Siguiendo el ejemplo de Ulises, nos vamos de las Eólicas. Volvemos a Palermo.


 

martes, 2 de agosto de 2016

Día 11. Lípari - Panarea. La isla de Eolo

Tras escapar de los Cíclopes, Ulises llegó a Eolia, la morada de Eolo.


Eolia era una isla que flotaba y que tenía a su alrededor una costa de bronce indestructible. Una roca lisa apuntando hacia el cielo. En su morada, Eolo albergaba a sus doce hijos, seis hijas y seis hijos. Los griegos llamaban a esta isla La Isla Redonda, Estrongulé, y los romanos, Strómboli.

Hoy queremos ir a Strómboli, a unas treinta millas de Lípari y, si es posible, fondear allí y acercarnos a su volcán, que entra en erupción cada 15 minutos y escupe lava y piedra pómez incandescente.

Empezamos el día en Lípari con una buena noticia. Hemos encontrado por fin un mecánico para hacer el cambio pendiente de aceite y filtros. Cierto, no es de un servicio oficial Volvo, pero nos lo ha recomendado el chico del pontile, y el tema urge.

Lo cierto es que la pinta del amigo es de foto. En bañador y chancletas, enjuto y con gafas de culo de vaso, coleta y kipá de lana multicolor. Lleva sus herramientas en una bolsa de plástico de supermercado y nos espera en el pantalán junto al barco mirándonos con una sonrisa de oreja a oreja. Alea jacta est. From lost to the river.

Pero comprobamos que el aspecto engaña. Resulta ser un profesional competente y resuelve el asunto en un pis pas. Al final, la operación, repuestos incluidos, nos ha costado una tercera parte que en la Volvo de Cartagena.

Y a las 11 estamos ya en el mar, con el barco arreglado y limpio y la compra hecha, camino de Stromboli.

Nos hemos levantado pronto, cosa que aquí en Sicilia es fácil por lo temprano que amanece y por lo madrugadores que son nuestros vecinos allí donde nos encontremos. Recojo y limpio el barco mientras Luis va a hacer los papeles de entrada en puerto y paga el amarre. Nos vamos al pueblo a comprar. Ayer en nuestro paseo habíamos visto un gran supermercado justo al comienzo de la calle principal. Es una delicia de cantidad y variedad, y me gustaría no tener el tiempo tan justo. A la vuelta, enfrente de nuestro pontile, una tienda de productos locales se me hace irresistible. Vino, aceites, legumbres a granel, como la delicada lenteja rosa, alcaparras a la sal, especias,... Compro algo de fruta y corro a reunirme con Luis, no sin antes sacar una foto de nuestro pontile, en el que Sargantana, allí al fondo, es el barco más pequeño, entre catamaranes y gigantescos yates con tripulación. 

 

Como no podía ser de otra manera, el viento acompaña en nuestra visita a la isla de Eolo. 15 nudos por la aleta de babor nos hacen volar en rumbo directo a la costa oriental se Strómboli, hacia el pueblo de San Bartolomeo. Es el único sitio en toda la isla habitado y donde se puede fondear.

 

Llegamos mucho antes de lo previsto y nos encontramos con una enorme flota de barcos de "The Yatch Week" fondeados junto al puerto. No hay boyas y el fondeo es muy profundo. El  viento es fuerte y no está claro como evolucionará. No hay opción de quedarse, así que optamos por dar la vuelta a la isla, ir a ver el volcán un rato y buscar otra isla para dormir.

 

Nos da envidia Ulises. Él permaneció en Eolia, banqueteando con Eolo y su familia, durante un mes. Al llegar el momento de partir, Eolo, señor de todos los vientos, despellejó un toro, encerró los vientos en su piel y se los dió a Ulises como regalo de despedida. Después, hizo que soplara un viento suave para asegurar su vuelta hacia Ítaca.

Pero cuenta la leyenda que la tripulación empezó a murmurar sobre el contenido real del saco. Y al noveno día, a escondidas, lo abrieron. Los vientos escaparon formando una gran tormenta que les arrastró mar adentro, lejos de la ya cercana Ítaca.

Nosotros no podemos desembarcar en Eolia ni encontrarnos con Eolo, pero sí ver el volcán desde el mar, muy cerca, con sus penachos de humo. Y éste es el punto más lejano al que llegaremos en esta travesía. Longitud 15ºE. 
 

Eolo no nos regala un saco con todos los vientos, pero sí un viento suave de aleta que nos permite llegar a la isla vecina, Panarea, a tiempo de coger una boya y cenar.

 




lunes, 1 de agosto de 2016

Día 10: Cefalú - Lípari. Circe, la hechicera.

"Volvieron a la mar, contentos de librarse de la muerte, pero llorando a sus compañeros. Llegaron a la isla donde vivía Circe, la de los hermosos bucles, la terrible diosa con voz humana"



Ulises encuentra la casa de piedra de Circe en un lugar descubierto, por donde erraban, transformados en lobos y leones, los hombres que la diosa había embrujado. Circe les ofrece un vino en el que había batido queso, harina y miel verde. Y su droga. Todos, salvo el desconfiado Eurílico, quedan al instante convertidos en cerdos.

Tras muchas vicisitudes, y por medio de una hierba proporcionada por Hermes, el mensajero de los dioses, Ulises y sus muchachos se salvan, abandonan la cochiquera, y hasta acaban enrollándose con Circe, a la que es evidente que le iba la marcha. El libro es infantil así que no se dan detalles, pero se adivinan... Son todo alegorías.

Por eso hoy hemos decidido saltar directamente a las Eolias, buscando a Circe. Y ponemos rumbo directo a Lípari, en dirección al paso de Las Bocas de Vulcano. Hemos reservado un amarre a unos prohibitivos 100 euros por noche en La Buona Fonda, un pontile de Lipari. El nombre promete, sin duda, aunque ya veremos. Es caro, pero qué menos por un palacio. Y más si es el de Circe

Antes bajamos a Cefalú a ver el pueblo. Muy temprano, no son ni las ocho, pero las calles ya están en plena actividad. Capuchinos con pastel frente a la catedral, que entramos a ver brevemente. Visita al supermercado y a la pescheria donde un pescador con delantal convierte en trozos un enorme pez espada. Paseo por las calles medievales y abigarradas de Cefalú.

 

La catedral está en un alto. Es prominente desde el mar y domina la vista de la bahía hacia el oeste. Es extaña, medio reconstruida. Conserva un enorme mosaico bizantino con un Cristo Pantrocrator. No visitamos el claustro, que es de pago.

 

Nos asomamos a unos baños medievales y disfrutamos de la vista de las estrechas calles de balcones con toldos de rayas multicolor. 

  

Hay múltiples pasadizos y arcadas que dan paso a balcones sobre la escollera, desde los que se ven la playa y el mar (y nuestro Sargantana anclado al fondo de la bahía). Aquí también se improvisan terrazas y mesas en cualquier rincón. 

 

El paseo por el pueblo es una delicia, salvo por lo caótico de la circulación. Se alternan los camioncitos de recogida de basuras y las furgonetas de reparto, que aprovisionan bares y decenas de tiendecitas de productos locales. 

Dejamos la ciudad vieja por el paseo de la playa, que ya está concurrida a estas horas, y hacemos la compra en un súper de la zona nueva, quizá un poco lejos, pero no hay riesgo de que se derrita el hielo en el trayecto: simplemente no venden giaccio en ningún sitio.

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A las1100 zarpamos. La travesía es agradable, mitad a vela y mitad a motor, porque el viento escasea.

Pero, como nos pasa a menudo, las cuentas no salen y no vamos a llegar de día. En el paso de Las Bocas de Vulcano quitamos vela ya con poca luz y rodeados de ferries que cruzan nuestra estela en ambas direcciones. 


Y por fin llegamos, ya en noche cerrada, a Lípari. Nos impresiona la llegada. Lípari es grandiosa de noche. Murallas llenas de luces colgadas sobre una bahía muy oscura.

El puerto nos sorprende. El pontile es una maravilla y toda la familia que lleva el negocio sale al completo a recibirnos y a ayudarnos a atracar. Nos colocan hasta unos peldaños para subir y bajar del barco. Buenas instalaciones. Los 100 euros parecen una buena inversión. Y, después de todo, ¿no es éste el palacio de Circe?

Nos duchamos y salimos a cenar por calles luminosas, de músicas, bullicios y olores. Cenamos pescado y casatta en una taberna escondida en un callejón estrecho y oscuro, con mesas alineadas y camareros vestidos de negro. Pedimos vino blanco, de la isla, hecho con malvasía.

Y yo no puedo sino recordar el vino de Circe, sin duda  malvasía, y la busco en la multitud de las calles de Lípari, y en las puertas de los bares donde a menudo convierten a los hombres en leones, o más frecuentemente en cerdos...