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miércoles, 10 de agosto de 2016

Días 17, 18 y 19: Trapani - Porto Giunco. Un vistazo a las Égadas

El plan hoy no era cruzar, sino acercarse a recorrer las Égadas, fondear en Favignana a esperar que pasasen los últimos coletazos de la borrasca, y salir al día siguiente.

Pero el hombre propone y Eolo dispone. Por la mañana costeamos perezosamente con nuestros amigos holandeses la isla de Levanzo. Al llegar al sur de la isla vemos que las tormentas ya se han disipado y aparentemente el viento, que sopla del NW, caerá durante la noche. Así que, de improviso, decidimos cambiar el plan. Vamos a ir hacia el Este en dirección a Marettimo, la isla más ocidental de las Égadas, y desde allí saltaremos a Cerdeña.

 
Cappo Grosso, al N de Levanzo

Por un lado me pesa no poder estar algún tiempo más en las Égadas. Son distintas a las Eolias, mucho menos volcánicas y salvajes, salvo quizá Marettimo, una isla de paredes de roca impresionantes y cubiertas de verde. Pero el tiempo está revuelto y quizá no sea una mala ventana.

Ya al dejar Marettimo es evidente que la travesía será dura. No sólo es el viento de cara, también una ola difícil de saltar que nos obliga a poner rumbo Oeste o, incluso, Suroeste. Lucía y yo distribuimos las guardias. La novedad esta noche es que navegamos con el Tomskii Kastan, lo cual implica estar pendientes para acomodar el ritmo. Ellos son más grandes y más rápidos que nosotros, y eso nos obliga a un sobreesfuerzo, ajustar continuamente los trimados y a navegar más a mano en vez de usar el piloto automático.

Cuando me levanto para mi última guardia a las 0330 Lucía ya navega a motor y con un rumbo directo a Cerdeña. Me dice que acabamos de pasar una zona de bajos (¡a 60 millas de la costa!), que estamos rodeados de pesqueros sin AIS, y que ha visto marcado en la carta un bajo que está sólo a 30 centímetros de profundidad. No daba crédito, pero esta foto del Keith sacada de internet confirma que existe y que estos escollos de coral están ahí, en algún sitio entre Sicilia, Túnez y Cerdeña, esperando un barco despistado para mandarlo al fondo.

     

El segundo día de travesía es mucho más cómodo. Menos ola y menos viento. Pero cuando sólo nos faltan 20 millas y el Tomskii Kastan y el Sargantana se dedican a hacerse fotos mutuamente en pasadas vertiginosas en las que casi se rozan, el tiempo vuelve a cambiar repentinamente. Un viento seco y violento del Norte nos obliga a alterar los planes. Marcel sugiere que abandonemos la idea de Pula y vayamos a la parte Este de la isla, según él con mejor abrigo y, sobre todo, más cerca.

 

No las tengo todas conmigo. Ni los holandeses ni nosotros conocemos esa zona. Vamos a llegar de noche y no sabemos si tendremos buen fondo de arena o rocas. En estos casos siempre recuerdo la frase de Satur: "De día, fondeo. De noche, puerto". De noche la costa es confusa, llena de luces, sin referencias claras. Pero Marcel ha hecho el estudio en Navionics y parece tenerlo claro.

Un poco de mala gana sigo al Tomskii que sale disparado hacia Villasimius. Mientras tanto tratamos de consultar Internet para tener más datos, pero la cobertura es mala, y estamos muy cansados...

Todo acaba bien. Encontramos una bahía protegida en la costa este de Villasimius, Porto Giunco, casi sin viento, con muchos barcos ya fondeados. Son casi las diez de la noche cuando por fin echamos el ancla en siete metros de excelente fondo de arena. Cenamos algo rápido y nos vamos a dormir de inmediato.

Al día siguiente tenemos claro que no nos podemos mover de Porto Giunco: el viento es muy fuerte. Buscamos un fondeo más protegido y echamos 40 metros de cadena y cabo. Compras, siesta y cena formal en el Sargantana. Un día más de standby.

      

La bahía de Porto Giunco no puede ser más bonita. La llegada por la noche es directa, con la luz de la Secca dei Berni como referencia. Seguimos a Marcel, que ha localizado la posición y tiene muy claro el rumbo. Cerca de la seca nos espera y nos acercamos juntos a la playa. La noche es magnífica y el fondeo también. Hoy nos toca a nosotros alegrarnos de haber hecho caso a Marcel y haber cambiado nuestros planes iniciales. 

A la mañana siguiente el día amanece con sol y sin nubes, pero con el viento SW que subirá y soplará todo el día, impidiéndonos proseguir camino. No me importa nada. La bahía es preciosa y la playa, espléndida. Está llena de sombrillas y garitos que anticipan jornada playera de música y actividades acuáticas. Me doy el baño más largo de las vacaciones en un agua completamente transparente, pero sin rastro de peces, salvo algunos planos en el fondo, a los que ha sacado de su camuflaje de arena el movimiento de la cadena y el ancla. Voy nadando hasta el Tomskii Kastan y acuerdo con Yelena que esta noche la cena será en Sargantana.

 

Luis se va con Stan y su hijo a por provisiones en nuestro dinghy, que, con ellos tres y el fondeo de respeto, apenas puede con las olas y el  viento en contra. La cadena del fondeo sirve además para atar la lancha en tierra, una mejora más de este año junto con las placas solares, la trinqueta, el gennaker o las sábanas confeccionadas a medida que tanto le interesan a Yelena.

Yelena es un encanto. Habla un inglés dulce y cantarín, con un acento ruso inconfundible. Habla de todo y de todos. De sus hijos, de los hijos de Marcel, de su vida entre el barco y las casas de Nueva Zelanda y Holanda, de cómo conoció a Marcel en uno de los viajes de él, cuando apenas podían comunicarse, de su boda en Las Vegas hace cinco años. Ha traído para la cena un vino griego y una ensalada griega preparada por ella, riquísima. Está enamorada de Grecia y de la comida griega. Ahora que van a dejar el barco en España a pasar el invierno, se muestra muy interesada por nuestros lugares y costumbres. Y por nuestra comida. Me pide antes de irse la receta del mojete murciano y de los asiáticos de la cena, que preparamos para, junto con un reserva de Bullas, acercarles un poquito a Cartagena, aunque su cabeza está más en Almerimar.

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