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miércoles, 3 de agosto de 2016

Día 12: Panarea - Filicudi. Cicones y lotófagos

La noche en Panarea ha sido mucho peor de lo que esperábamos. Un campo de boyas que suponíamos tranquilo se convirtió en la antesala de una discoteca y el Sargantana estaba literalmente en primera línea de fuego. Y lo malo no era sólo la música. El trasiego de lanchas auxiliares yendo y viniendo entre los barcos fondeados y la disco era continuo, y las olas que generaban nos hacían balancear. Imposible dormir.

Dormimos, o lo intentamos, hasta las 10, y zarpamos hacia la isla de Filicudi. El plan de hoy es pasar por Salina, una de las islas más bellas (dicen) de las Eólicas, repostar gasoil y continuar hasta Filicudi.

Y así ocurre. Poco que contar sobre la travesía. Repostamos 87 litros de combustible (que me parecen demasiado pocos desde la última vez en Mallorca). 

Antes de arrumbar a Salina, decidimos dar una vuelta a la Isola de Basiluzzo para observar de cerca sus inquietantes formaciones de lava vieja.

Salina es una isla subyugante. Dos conos de volcán perfectos, uno en cada extremo de la isla, con sus laderas de lava en forma de herradura apuntando en direcciones opuestas. No en vano los griegos la llamaron Didyme, Géminis. El rumbo que nos acerca a la gasolinera de Santa Marina no permite apreciar sino uno de los dos enormes conos, Fossa delle Felci, el monte más alto de las Eolias, con 961m, superando en poco más de 50m al mítico Strómboli.

Bordeamos la isla por el sur, a motor. Poco a poco se va mostrando el segundo volcán, hasta que tenemos una perspectiva perfecta de las dos elevaciones, con el valle de Valdichiesa en el centro y el pueblecito de Rinella desparramándose al mar.

 

Aún nos queda la sorpresa de la Punta Perciato, en la costa oeste de Pollara, allá al fondo de la bahía al pie del volcán en la que me doy un baño en aguas profundas de un azul extraordinario.



Llegamos a Filicudi donde comprobamos a) que no hay buen fondeo libre, porque todo está ocupado por boyas de pago a 50 euros/noche; b) que Filicudi está en fiestas, porque hay una banda de música en el puerto en plan comité de bienvenida;  c) que hay una quedada de barcos de macarrillas franceses que llevan todos la bandera de "The French Fleet". Los franceses están empeñados en una especie de competición de esquí acuático tirado por velero de 50 pies, con grandes muestras de alborozo etílico.

No hace falta explicar que a) los frenchfleet acabaron en las boyas al lado de la nuestra (Murphy); b) se montaron su discoteca particular en dos barcos abarloados; c) el jolgorio continuó hasta las tantas.

 

La bronca nos persigue. Tengo todas las ganas de dejar las Eólicas, que han dejado de ser un país de aventuras pacíficas marineras y se han convertido en exactamente lo mismo de lo que huimos en agosto en Baleares.

Viene a cuento el capítulo de Ulises en el país de los lotófagos. Ulises llega con su tripulación a una isla donde sus habitantes se alimentan de flores que les producen unos ciertos "estados alterados de la conciencia". Vamos, que estaban colocaos todo el tiempo. A Ulises le cuesta un congo sacar a sus hombres de allí, porque en poco tiempo se habían hecho adictos a los pétalos.

Siguiendo el ejemplo de Ulises, nos vamos de las Eólicas. Volvemos a Palermo.


 

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