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domingo, 14 de agosto de 2016

Días 22 y 23: Carloforte - Es Trenc

Los cruces entre las Baleares y Cerdeña tienen un encanto especial. Son los más largos (240 millas), tienen la meteorología potencialmente más complicada por el efecto del Golfo de León, y son las que marcan la salida y la vuelta a casa. Vuelta a los puertos y calas habituales, a los paisajes habituales, a los partes de Salvamento Maritimo, a encontrar hielo. Vuelta a casa.

No hay mucho tráfico por esta zona. De hecho vemos más veleros que cargueros, aunque, por alguna ley gravitacional desconocida, los que vemos casi todos pasan muy cerca y hay que estar pendiente de ellos en los cruces. En realidad, no es molesto. Supone una novedad en la monotonía de dos días con poco que hacer, y que yo aprovecho para procesar el cúmulo de emails pendientes en el trabajo y para leer un poco.

Lo único llamativo de este cruce ha sido encontrar dos barcos mercantes totalmente parados en medio del Mediterráneo. Seria el equivalente a encontrar un señor sentado en una silla de camping en medio del desierto del Sahara. Totalmente absurdo. Supongo que estarán esperando órdenes por el teléfono satélite, pero no deja de ser llamativo estar al pairo en una zona en la que con frecuencia se montan carajales de olas de 10 metros, en medio de la noche, con todas las luces puestas, como árboles de Navidad. No dejan de recordarme al Titanic de la película, un mar de luz en un mar de icebergs, pero supongo que, en vez de Kate Winslet y Leonardo di Caprio buscando bote salvavidas, allí no habrá más que cuatro marineros filipinos jugando a las cartas y un capitán durmiendo la mona en camiseta, como Humphrey Bogart en La Reina de Africa.

A todo esto, la crónica da poco de sí. Salimos a las 0730 con poco viento en Carloforte. Podemos sacar el gennaker un par de horas que nos vienen bien para coger experiencia. Después, el viento rola al N y luego al NW y veleamos rápido al través de estribor. Pasa hora tras hora sin ninguna novedad y las millas caen una tras otra.

 

Adiós, Carloforte 

Son etapas hipnóticas. Hablamos poco. Los dos estamos sumergidos en algún libro o simplemente en ese estado catatónico que produce el mar en travesía. Es curioso cómo dos tripulantes de un barco pequeño se sincronizan de forma automática después de unos pocos días de travesía. Tenemos hambre o sed a la vez. Hacemos las pocas maniobras necesarias, bajar o subir vela, pequeños trimados, de forma milimétricamente coordinada, sin necesidad casi de hablar, como si a estas alturas fuésemos ya piezas del Sargantana que de alguna manera nos controla y nos sincroniza.

 

Puesta de sol en un cielo limpio de nubes. Es la noche después de las Perseidas y todavía deberían verse bastantes estrellas fugaces. Pero hoy tenemos luna casi llena, a diferencia del año pasado, y el espectáculo no merece la pena. Hago la primera guardia con todo el trapo arriba, pero cerca de las tres el viento sube y hay riesgo de trasluchada en el rumbo que llevamos. Así que aviso a Lucía, ponemos al Sargantana a navegar a la  francesa, y me voy a dormir.

El segundo día es también tranquilo. El viento ha rolado al NE y nos entra suave por la aleta, con muy poca ola. El Sargantana se desliza suavemente, veloz, pero sin violencia. Prácticamente no ponemos motor, sólo a ratos para recargar baterías, ya que las placas solares dan poco rendimiento yendo  hacia el Oeste, las velas les hacen sombra.

Llegamos a Es Trenc ya de día, recién amanecido. Estoy de guardia desde las tres. El olor a madera y a bosque del sur de Mallorca en estas primeras horas del día te revive de las horas de guardia nocturna y te da vida. Pero ya toca  fondear. Irene llegará en un par de horas. Hay que dormir algo antes de empezar un nuevo día.

Qué distinta la llegada a Es Trenc de la de hace un año. Hemos tardado lo mismo, pero el año pasado habíamos salido una hora antes, con lo que llegamos a la playa aún de noche y me impresionó el campo de decenas de lucecitas temblonas. Este año son poco más de las seis y media, acaba de salir el sol, y hay muchos menos barcos.

Luis me despierta cerca de la costa para preparar juntos el fondeo. En el mismo instante, Irene me avisa por Whatsapp de que ya está en la sala de embarque. Curiosa sincronía. 

Echamos ancla cerca de la bocana del ya familiar puerto de Sa Rápita y nos tumbamos a dormir un par de horas. Qué ganas de ver a mi chica. Espero que los días que tenemos por delante le sean amables y se acerquen a la idea de la travesía que, seguramente, habrá forjado en su imaginación como un plácido discurrir por aguas en calma de azul intenso, con una agradable brisa que aplaque el calor, mientras toma el sol en la bañera.


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