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domingo, 29 de agosto de 2021

Etapa 21: Siracusa - Marzamemi. El turista accidental (1988)


Siracusa es una maravilla de ciudad pero estamos ya impacientes por poder continuar viaje. El tiempo sigue estando revuelto, las borrascas han llegado a Sicilia y el viento duro del oeste obliga a resguardarse y esperar.

Y este año tenemos la sensación de haber tenido que esperar mucho y en muchos sitios. En algunos se sobrelleva: fondeos resguardados en calas más o menos tranquilas. como Villasimius, o en puertos cómodos y razonablemente baratos, como Preveza o Argostoli. En otros, no tanto.

La rada de Siracusa está relativamente bien protegida, pero el agua es turbia y para bañarse hay que tener mucha fuerza de voluntad. La ciudad está alejada y es incómodo e inseguro acercarse en nuestra pequeña neumática. Por otra parte, nuestra situación precaria de baterías me obliga a estar pendiente del consumo y evitar descargarlas demasiado.



Decidimos, por tanto, buscar una marina cercana que nos permita pasar más cómodos el fin de semana que tenemos por delante. Según parece el lunes el tiempo cambia y podríamos continuar hacia el oeste.

La Marina de Marzamemi es un pequeño pontile familiar, dirigido por dos hermanos, situado a unas 30 millas al sur de Siracusa, muy cerca del cabo Passero, al sureste de Sicilia. Comparte puerto con otros tres pontile similares. Tiene precios razonables y muy buenas reseñas en Navily. Decidimos pasar dos noches allí y aprovechar para hacer turismo terrestre y descubrir las ciudades de la zona: Noto, Módica y Ragusa.

Vista de pontiles desde Marina de Marzamemi 

Para poder llegar sin pelearnos con el viento de cara tenemos que salir muy pronto y aprovechar el breve periodo de encalmada a primera hora de la mañana. Levantamos el fondeo aún de noche y conseguimos llegar, ya con viento algo incómodo, sobre las once de la mañana.

Rachas de más de 25 nudos dentro del puerto

Lo que caracteriza a este tipo de marinas pequeñitas en toda Italia es la atención exquisita que dan al cliente. Las instalaciones son habitualmente insuficientes: baños pequeños, lujos mínimos, barcos casi siempre apiñados. Pero el cuidado y el trato al cliente hacen que la experiencia sea inigualable.

Por ejemplo, el puerto tiene una bocana estrecha y peligrosa, con poco calado. Pues bien, como saben tu hora prevista de llegada, ya antes de que les contactes por VHF para anunciar la entrada hay alguien en una neumática esperándote fuera de la bocana para guiarte. Hasta tres marineros ayudan a los barcos en los atraques, complicados por el viento duro en la dársena. Igualmente, en nuestra maniobra de salida dos días después, otro marinero viene raudo con la neumática cuando observa que tenemos problemas para amarrarnos a la gasolinera por culpa de los bajos y el viento rancheado, y nos coloca en el muelle a topetazos.

Atenciones máximas, similares a otros puertos en Italia (e imposibles de ver aquí en España). Pero en esta baten récords. Ofrecen bicicletas gratuitas para ir al pueblo cercano. Incluso te prestan un coche para ir a hacer la compra al supermercado, o te lo alquilan para usarlo todo un día por un precio ridículo, si quieres (como nosotros) visitar la zona, Eso sí, no demasiado limpio :-)


Nos gustó Marina de Marzamemi. Un sitio encantador, con una relación calidad/precio asombrosa al que volveremos seguro en futuros viajes hacia Grecia.

Y en Marzamemi tuvimos la ocasión, igual que en Ítaca o en Argostoli, de pasar un día completo en tierra, olvidarnos por un rato del barco y conocer la Sicilia que se esconde detrás de la costa.

Visitamos Noto. Una ciudad monumental barroca y llena de turistas, y Módica. No hubo tiempo para más.

Cuando lees que una ciudad ha sido completamente destruida en el siglo XVII por un terremoto y vuelta a construir desde cero, a 10 km de su ubicación original, diseñada desde su origen en estilo barroco siciliano, y que ha sido declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, sabes que tienes que ir a verla. 


Porta Reale

Noto me produce una emoción difícilmente descriptible. Desde que cruzas la Porta Reale de entrada a la ciudad y comienzas a recorrer la calle peatonal Vittorio Emanuele, es una colección de iglesias, palacios y viviendas; de portales, fachadas y balcones; de campanarios y miradores; de columnas y escalinatas, que se suceden en un estilo barroco brutal, sin dejar un resquicio al descanso de la vista. Probablemente hay edificios de mejor factura o artísticamente más notorios en Palermo, en Catania o en Siracusa pero, por alguna razón, en Noto, tantos y tan juntos, cortan la respiración. 


Chiesa di San Francesco d'Assisi all'Immacolata

Monasterio del Santísimo Salvador e Iglesia de San Francisco de Asís

Monastero dei Santissimo Salvatore

Chiesa di San Carlo al Corso

La plaza del duomo desde el campanario de la iglesia de San Carlo al Corso

Campanario de San Carlo al Corso, al que se sube por una gastada escalera de caracol que produce vértigo

Tenemos, además, la suerte de coincidir con una exposición del artista polaco Igor Mitoraj en la escalinata de la catedral, que parece atrapar y hacer suyos a estos Eros, Dédalos e Ícaros colosales, como si ya no pudieran pertenecer a ningún otro lugar. 



"Eros Bendatto" y, al fondo, "Dedalo"

"Ikaro Alato"

Caminamos sin prisa el Corso Vittorio Emanuele y regresamos por la calle paralela. 
En Noto las calles son ortogonales. Las principales van a lo largo de la ladera y las que cruzan, en cuesta o sencillamente en escalera, ayudan a subir de una a otra. Las plazas le dan al conjunto armonía y desahogo.





El trayecto en coche nos enseña una isla dura, con olivos, limoneros, cultivos de secano y apenas ganado. La red de carreteras es incomprensible, pero al menos son suficientemente cómodas y están lo suficientemente vacías como para no pasar las inquietudes y descalabros que la gente reporta de la conducción siciliana. Avanzamos despacio. Treinta y cinco kilómetros se convierten en 45 interminables minutos para llegar a Módica, que nos recibe con el vacío característico de una gran ciudad a mediodía en domingo.


Módica también fue reconstruida tras el terremoto de 1693 y también es Patrimonio de la Humanidad, como el resto de ciudades del barroco tardío del Val di Noto. Es una ciudad grande, que ha crecido desde la ciudad vieja en lo alto de una atalaya hacia abajo, sobre las dos laderas, con casas ocres que trepan por las pendientes. Recuerdan extrañamente a una Cuenca sin río, donde las viviendas se asoman a un valle en el que se ubican los edificios más hermosos.


Vista de Módica desde la escalinata de la iglesia de San Pietro


En la ciudad alta, domina el valle un impresionante castillo, con los restos de una torre y un reloj de esfera enorme que pone un punto pintoresco a la vista desde abajo. Grandioso, con un movimiento ondulado como congelado en el tiempo, el duomo de San Giorgio contempla la ciudad desde lo alto de su fabulosa escalera de 250 peldaños que lo unen con la ciudad baja.


Piazza Principe di Napoli. A la derecha, el ayuntamiento y, en lo alto, el castillo


Módica es famosa por su arte barroco y por su chocolate. Se ufanan de seguir la tradición azteca para conseguir un chocolate único, famoso en toda Sicilia. A mí me resulta basto, quizá por el método artesanal que utilizan. Pero desde luego es original. Los turistas hacen cola para adquirirlo en la que, dicen, es la “dulcería” más antigua de la ciudad. Y yo no puedo dejar de pensar en los compradores de lotería de Doña Manolita…


Haciendo cola para entrar en la Antica Dulcería Bonajuto


Paseamos despacio la Módica Baja, admirando edificios, fachada y balcones, y entrando en iglesias aquí y allá. En cada rincón un antiguo palacio ha sido convertido en hotel o alberga una instalación municipal. La ciudad parece menos orientada al turismo que otras como Palermo o Sicilia o la propia Noto. Quizá es por los 45 minutos de dédalos de carreteras, o quizá es solo que es domingo. 


Iglesia de San Pietro


Interior de la iglesia de San Pietro


Edificio en Corso Umberto I

Iglesia de Santa María del Socorro


Detalle de balcón barroco en Coso Umberto I

Hay restaurantes, muchos cerrados hoy, y turistas dispersos que empiezan a repartirse por los locales, pues es la hora de comer. Unos pocos esperan pacientemente a que salga el trenecito turístico que por 5 euros en 10 minutos les va a enseñar la ciudad. Imaginamos que Módica se merece algo más que 10 minutos y seguimos nuestra visita a pie, deambulando casi solos por las calles que nos parecen más céntricas y llamativas. 




Después de comer en la terraza de un local pequeñito, poco frecuentado y con mucho encanto, subimos al duomo en coche, con lo que nos ahorramos al menos 200 de los 250 peldaños de la escalera de acceso. Las escalinatas son uno de los recursos arquitectónicos del barroco siciliano para realzar iglesias y palacios. En Módica se le ha ido un poco la pinza. 


Catedral de San Giorgio desde el último tramo de escaleras


San Giorgio es una belleza barroca, con su fachada curva en tres alturas, su pórtico, las columnas. El interior no le hace justicia, salvo por un  órgano muy llamativo, situado en mitad de la nave central, con más de 5000 tubos y en estado de perfecto uso. 


Órgano en la catedral de San Giorgio

Yo particularmente me quedo con el complicado calendario solar analemático cuya elipse de horas y fechas se extiende en el suelo de la nave principal, cerca del altar mayor.









viernes, 27 de agosto de 2021

Etapa 20: Siracusa. El Sur (1983)


Si la niña de Icíar Bollaín estaba obsesionada por el sur y los misterios que escondían sus gentes, la niña que yo era, lectora compulsiva, estaba fascinada por las historias de personajes que hacían cosas fuera de lo común: las vidas de los santos, las epopeyas de los mayas, las leyendas de los dioses y héroes griegos, y las anécdotas de sabios y filósofos de la antigüedad. En mi cabecita se formaban imágenes más o menos fantásticas de los lugares por los que transcurrían sus andanzas. Algunas me han acompañado obsesivamente hasta hoy. 


Este viaje me ha transportado a muchos de esos lugares imaginados de mi infancia. Y Siracusa no podía sino ser uno de ellos: es la cuna de Arquímedes, al que siempre me he imaginado subiendo y bajando una pierna en la bañera; y allí nació Santa Lucía, su patrona, la santa de mi bisabuela y de mi madre, la virgen que se sacó los ojos y se los llevó en una bandeja al pretendiente que se había enamorado  de ellos.


Fachada de iglesia de Santa Lucía alla Badía. Un cartel anuncia que el famoso cuadro de Caravaggio del entierro de la santa se ha movido temporalmente a la abadía de Santa Lucía del Sepulcro :(


Arquímedes tiene en Siracusa un museo dedicado, pero su estatua ha de resignarse a ocupar un lugar de tránsito, mal acomodado entre los dos puentes de Ortigia.



Llegar desde el mar a Siracusa es una de las mejores cosas que te pueden ocurrir. Y si es al comienzo de la tarde, cuando el sol empieza a bajar y los objetos vuelven a recuperar sombras y volúmenes, más.


A  lo lejos se distingue una línea ocre elevada sobre el horizonte. Es la isla de Ortigia, la ciudad vieja. A medida que nos vamos aproximando, lo primero que se perfila es el castillo Maniace adentrándose en el mar. 


Castillo de Ortigia


Y allá a lo lejos, elevándose sobre los tejados de la ciudad nueva que se adivina al fondo, el pináculo altísimo, esbelto, hipnótico, de la iglesia de la Madonna delle Lacrime, que, a modo de torre vigía, no volverá a perdernos de vista en todos nuestras evoluciones alrededor de Ortigia. La cúpula y el castillo será lo último que dejemos de ver mientras nos alejamos de Siracusa, cuatro días después.


Siracusa. En el centro sobresale la cúpula de la Señora de la Lágrima  

Poco a poco, como una prolongación del castillo, se va distinguiendo el colosal bastión que mantiene a la ciudad elevada sobre el acantilado. Van definiéndose los contornos de las edificaciones apretujadas, una al lado de la otra, muy juntas, sin solución de continuidad


Castillo de Ortigia (Castello Maniace) con la luz verde que sirve de baliza de entrada a la rada

 Frente de Ortigia, en la parte sur de la isla


Nos sorprenden los acantilados, largos y rocosos, salpicados de esas moles cúbicas que se usan en las escolleras para defenderse del mar. Vislumbramos solarios montados en cualquier rincón de los acantilados, al pie de la muralla, con las piscinas de mar que dejan los bloques entre ellos. Se suceden balnearios y terrazas. Continúa el bastión hasta el castillo y la hilera de casitas verticales sobre él. Entre las  fachadas ocres destaca de vez en cuando el frontal de una iglesia dorada o blanca, mientras rodeamos el castillo para dirigirnos a la rada que se abre al sur de la ciudad.


Vista del castillo desde el lado sur 

 

En el otro lado, la muralla desaparece y da paso a una línea de fachadas más modernas y armoniosas. Sobresale en lo alto, la mole de la iglesia del “Collegio dei Gesuiti”, con su cúpula roja, dándole la espalda al mar. A sus pies, el puerto municipal, un larguísimo muelle donde está atracada media docena de inmensos yates. Y los árboles del paseo, que se abren en un punto para dejar sitio a la fuente de Aretusa, uno de los tres únicos rincones de Europa donde crecen los papiros.


“Waterfront” sobre el puerto municipal. En el extremo  izquierdo, la iglesia del colegio de los Jesuitas. En el  derecho, la fuente de Aretusa


Antes de echar el ancla, contemplamos divertidos la maniobra se desatraque de un colosal crucero MSC que ocupa la rada, deja minúscula la ciudad y atruena la bahía con su música se animación.

 


Pasamos nuestra primera noche fondeados, sin cansarnos de contemplar cómo evoluciona la línea de la ciudad desde nuestra llegada, según avanza la hora, hasta la puesta de sol. Por la noche, bañada por la luna ya menguante de agosto, Ortigia se vuelca en luces y música callejera, y fuegos artificiales salpican distintas zonas apartadas de la ciudad y sus aledaños. 





Estos cuatro días alternamos el fondeo en la rada con el amarre en un pantalán chiquito entremezclado con las decenas de ellos que salpican el Porto Marmoreo, también conocido como Porto Piccolo, al otro lado de la isla, al norte. Se llama simplemente Marina Ortigia.  






La elegimos por las buenas críticas que reúne en Navily. Teniendo en cuenta la presión de barcos en la ciudad en esta época del año y los precios de los amarres, está más que bien elegida. Como tantos “pontile” en Sicilia,  es un negocio familiar atendido por dos o tres de sus miembros que se esmeran en hacer de su pequeño lugar un sitio acogedor.

 



Lo mejor de la marina es su ubicación, muy cerca del puente nuevo. Ortigia es una isla unida a la ciudad nueva por dos pequeños puentes por los que transitan incesantemente los coches. El puente nuevo es de salida de la isla. El otro, el de entrada, cómo no, se llama de Santa Lucía.







Dedicamos un día a perdernos entre las calles antiguas y singulares de Ortigia. No llevamos rumbo fijo. Elegimos los caminos menos transitados, aunque inevitablemente nos damos de bruces, aquí y allá, con grupos de turistas dirigidos por guías con gorra y banderín. 


 Calle de Ortigia con balcones “petto di oca”

Iglesia del Espíritu Santo, en el “lungomare” 

 El bastión y los acantilados desde el “lungomare”


A nuestro paso, sicilianos sonrientes y serviles nos ofrecen paseos en “calessino“, mesas en restaurantes, frutas y verduras en el mercado, marionetas y souvenirs de la isla en forma de imán de nevera, ostras en los puestos callejeros, salidas en lancha a ver Ortigia desde el mar. 




Es inevitable, Siracusa no puede sustraerse a su atractivo turístico y sus gentes lo explotan. Se vuelcan con el turista, ofreciéndole su mejor cara, apartando de un manotazo los incordios del COVID, jugando a que no existe. Y así, pocas mascarillas se ven, ni siquiera en los lugares abarrotados de público. Luis y yo parecemos de otro planeta.


Solárium Neptuno 

Solárium al pie del Forte Vigliena

La calle hace voladizo sobre el bastión 


 Fuente de Aretusa 


Nuestro deambular de kilómetros nos permite contemplar los atractivos de una ciudad rara, agobiante, de aceras estrechas y callejones impracticables, con zonas peatonales mezcladas con calles donde los coches circulan y estacionan sin mucho sentido, presa aquí y allá de la grúa municipal; donde todo está demasiado junto, donde falta perspectiva para contemplar las fachadas de iglesias y palacios y sobra gente para visitar sus interiores.


Calle de Ortigia

Iglesia de Santa Lucia alla Badia, en la plaza del duomo

El duomo


Plaza del duomo


Definitivamente, Siracusa está hecha para ser contemplada desde el mar.


Y desde el mar la contemplamos en nuestro fondeo en la rada, en los días siguientes, después de una magnífica cena en una pizzería especializada en oferta sin gluten (¡esto es Italia!) y de abastecernos temprano en el “mercato”. Al “mercato" se llega atravesando la plaza de las ruinas del templo de Apolo Los puestos de sombreros y objetos variados no tienen ningún interés, las ostras no apetecen a primera hora de la mañana y el pescado no tiene el mejor aspecto del mundo, así que sólo fruta y verdura (qué decepción las uvas, qué ultra-picantes los “peperoncini”, qué extraordinarias las peras).


Fondeamos y esperamos. El viento no es favorable para nuestra siguiente etapa. Hay que aguardar unos días hasta que nos permita una navegación cómoda hacia el este. Barajamos opciones. La rada es gratis, pero el agua no da para a bañarse, sólo Luis se arriesga brevemente. Optamos por aprovechar una ventana matutina para acercarnos a un puertito a 10 millas de Siracusa y nos alegramos de la decisión. Pero esa ya es otra historia.