Para poder llegar sin pelearnos con el viento de cara tenemos que salir muy pronto y aprovechar el breve periodo de encalmada a primera hora de la mañana. Levantamos el fondeo aún de noche y conseguimos llegar, ya con viento algo incómodo, sobre las once de la mañana.
Cuando lees que una ciudad ha sido completamente destruida en el siglo XVII por un terremoto y vuelta a construir desde cero, a 10 km de su ubicación original, diseñada desde su origen en estilo barroco siciliano, y que ha sido declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, sabes que tienes que ir a verla.
Noto me produce una emoción difícilmente descriptible. Desde que cruzas la Porta Reale de entrada a la ciudad y comienzas a recorrer la calle peatonal Vittorio Emanuele, es una colección de iglesias, palacios y viviendas; de portales, fachadas y balcones; de campanarios y miradores; de columnas y escalinatas, que se suceden en un estilo barroco brutal, sin dejar un resquicio al descanso de la vista. Probablemente hay edificios de mejor factura o artísticamente más notorios en Palermo, en Catania o en Siracusa pero, por alguna razón, en Noto, tantos y tan juntos, cortan la respiración.
Tenemos, además, la suerte de coincidir con una exposición del artista polaco Igor Mitoraj en la escalinata de la catedral, que parece atrapar y hacer suyos a estos Eros, Dédalos e Ícaros colosales, como si ya no pudieran pertenecer a ningún otro lugar.
Caminamos sin prisa el Corso Vittorio Emanuele y regresamos por la calle paralela. En Noto las calles son ortogonales. Las principales van a lo largo de la ladera y las que cruzan, en cuesta o sencillamente en escalera, ayudan a subir de una a otra. Las plazas le dan al conjunto armonía y desahogo.
El trayecto en coche nos enseña una isla dura, con olivos, limoneros, cultivos de secano y apenas ganado. La red de carreteras es incomprensible, pero al menos son suficientemente cómodas y están lo suficientemente vacías como para no pasar las inquietudes y descalabros que la gente reporta de la conducción siciliana. Avanzamos despacio. Treinta y cinco kilómetros se convierten en 45 interminables minutos para llegar a Módica, que nos recibe con el vacío característico de una gran ciudad a mediodía en domingo.
Módica también fue reconstruida tras el terremoto de 1693 y también es Patrimonio de la Humanidad, como el resto de ciudades del barroco tardío del Val di Noto. Es una ciudad grande, que ha crecido desde la ciudad vieja en lo alto de una atalaya hacia abajo, sobre las dos laderas, con casas ocres que trepan por las pendientes. Recuerdan extrañamente a una Cuenca sin río, donde las viviendas se asoman a un valle en el que se ubican los edificios más hermosos.
En la ciudad alta, domina el valle un impresionante castillo, con los restos de una torre y un reloj de esfera enorme que pone un punto pintoresco a la vista desde abajo. Grandioso, con un movimiento ondulado como congelado en el tiempo, el duomo de San Giorgio contempla la ciudad desde lo alto de su fabulosa escalera de 250 peldaños que lo unen con la ciudad baja.
Módica es famosa por su arte barroco y por su chocolate. Se ufanan de seguir la tradición azteca para conseguir un chocolate único, famoso en toda Sicilia. A mí me resulta basto, quizá por el método artesanal que utilizan. Pero desde luego es original. Los turistas hacen cola para adquirirlo en la que, dicen, es la “dulcería” más antigua de la ciudad. Y yo no puedo dejar de pensar en los compradores de lotería de Doña Manolita…
Paseamos despacio la Módica Baja, admirando edificios, fachada y balcones, y entrando en iglesias aquí y allá. En cada rincón un antiguo palacio ha sido convertido en hotel o alberga una instalación municipal. La ciudad parece menos orientada al turismo que otras como Palermo o Sicilia o la propia Noto. Quizá es por los 45 minutos de dédalos de carreteras, o quizá es solo que es domingo.
Hay restaurantes, muchos cerrados hoy, y turistas dispersos que empiezan a repartirse por los locales, pues es la hora de comer. Unos pocos esperan pacientemente a que salga el trenecito turístico que por 5 euros en 10 minutos les va a enseñar la ciudad. Imaginamos que Módica se merece algo más que 10 minutos y seguimos nuestra visita a pie, deambulando casi solos por las calles que nos parecen más céntricas y llamativas.
Después de comer en la terraza de un local pequeñito, poco frecuentado y con mucho encanto, subimos al duomo en coche, con lo que nos ahorramos al menos 200 de los 250 peldaños de la escalera de acceso. Las escalinatas son uno de los recursos arquitectónicos del barroco siciliano para realzar iglesias y palacios. En Módica se le ha ido un poco la pinza.
San Giorgio es una belleza barroca, con su fachada curva en tres alturas, su pórtico, las columnas. El interior no le hace justicia, salvo por un órgano muy llamativo, situado en mitad de la nave central, con más de 5000 tubos y en estado de perfecto uso.
Yo particularmente me quedo con el complicado calendario solar analemático cuya elipse de horas y fechas se extiende en el suelo de la nave principal, cerca del altar mayor.