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jueves, 12 de agosto de 2021

Etapa 16: Argostoli - Preveza. Apolo 13 (1995)



Houston, ¡tenemos un problema!

Apolo 13 es la película que mejor refleja lo que nos pasa en este momento. Tres astronautas camino de la luna en una misión casi rutinaria. Una explosión en un tanque de oxígeno del módulo de mando que les deja sin combustible y sin energía. La misión deja de ser viable. No hay posibilidad de alunizar, y todo el esfuerzo se centra en regresar sanos y salvos a la tierra, usando el módulo lunar como improvisado bote salvavidas. Frustración. Miedo. Un drama de los años 70 con final feliz (dentro de lo que cabe) y que ha dejado una frase para la posteridad: “Houston, we have a problem” (por cierto, en realidad fue “Ok, Houston, we've had a problem here”).

Bueno, lo nuestro igual no es tan dramático, pero casi. En una revisión rutinaria encuentro agua mezclada con el aceite de nuestro saildrive. El saildrive viene a ser como la transmisión en los coches, el dispositivo en el que se inserta la hélice del Sargantana y que incluye los mecanismos de transmisión con el motor. No sabemos desde cuándo puede estar así, probablemente desde hace varios días. 

Para nosotros es una avería complicada, sobre todo por dónde y cuándo la detectamos. Es justo antes de la semana que vamos a pasar en Cefalonia y Zakynthos con JaviCani y Patricia. Y estamos al sur de Cefalonia. De golpe nos damos cuenta de que las islas griegas del Jónico son un lugar apartado y remoto. No hay un astillero o un puerto con instalaciones adecuadas donde llevar a reparar el barco en 80 millas a la redonda. Un problema.

La avería consiste en que los mecanismos de enganche con la hélice (retenes) están dejando pasar (por la razón que sea) agua de mar al interior del saildrive, que está lubricado con aceite. El aceite se emulsiona con el agua y se convierte en una especie de mayonesa que pierde su función lubricante. Tenemos propulsión, pero los engranajes no están protegidos. Continuar usando el motor en estas condiciones puede provocar la corrosión galvánica de los engranajes, o, incluso, un grip de la transmisión, una avería muy grave (y muy cara de reparar) que nos podría dejar sin capacidad de gobierno del barco, limitados a lo que podamos hacer a vela.

La varilla del aceite del "saildrive" muestra la emulsión 

Y eso cambia completamente la etapa, y todo el viaje. Lo que iba a ser una agradable visita a calas y puertos de dos de las islas más bonitas del Jónico se convierte en una etapa de soledad y, sobre todo, de incertidumbre. Como en el Apolo 13. Houston, tenemos un problema. Volvemos a tirar de nuestra red de amigos, nuestro Houston. Pedimos ayuda y consejo, y es lo que recibimos. A todos, gracias.

Son cuatro días de espera. El Sargantana ya no es el barco fiable que necesitamos. Tratamos de cambiar el aceite desde dentro pero no sirve de gran cosa. Es un parche. No podemos ir a Zakynthos y, después, hacer 1500 millas hasta Cartagena en estas condiciones.

Operación de extracción con una bomba del aceite contaminado, para luego reponerlo. Esto sólo permite sacar un 60% del aceite total; para cambiarlo entero hay que hacerlo desde debajo del barco, con él fuera del agua

Hay que tomar decisiones. No queda más remedio que sacar el barco del agua cuanto antes (que es caro y complejo) para reemplazar el lubricante contaminado y reparar las juntas (retenes) dañadas.

Houston, tenemos un problema. Por un momento nos hace sentir desvalidos y vulnerables. Y eso convierte esta etapa especial en cuatro días sombríos, preocupados, de buscar en internet casos similares, de preguntar a Houston. De ponernos en el caso peor, un fallo de motor durante una travesía, que el saildrive se haya dañado irreversiblemente. De fantasmas. De miedo.

Nuestra recalada para los próximos días es Argostoli, capital de Cefalonia. Hemos dejado el fondeo de Xi a toda prisa para llegar pronto y tener sitio en el puerto. Aunque hoy es domingo y, a diferencia del resto de días que pasamos allí, sitio es lo que sobra.

Lo primero que capta la atención desde el barco, a la entrada de la bahía de Argostoli, es un faro de forma muy peculiar (el "fanari" de Agioi Theodoroi) y una construcción que parece un restaurante, y que más adelante descubriremos enmarca los famosos “Sumideros de Argostoli”.

Edificio del faro de Argostoli, visto desde tierra

Restaurante en los "Sumideros de Argostoli", visto desde tierra

Ya llegando, unas inmensas construcciones en el puerto de ferries hacen entender que allí atracan también cruceros. Y de los grandes.  

Argostoli está al fondo de la bahía. Enseguida llama la atención su brillante paseo de palmeras con adoquinado en negro sobre blanco, que hace las veces de paseo y de muelle municipal. 

Vista del paseo-muelle de Argostoli, con su característico pavimento en forma de ondas

Allí se mezclan los barcos de recreo y los de alquiler, los turistas, los paseantes, los coches, las barcas de pescadores y las tortugas, las grandes tortugas marinas que acuden a las sobras que les echan de comer los pescadores, quienes las usan de reclamo para atraer potenciales compradores a su exigua oferta.


La vida se organiza alrededor del paseo y de los grandes mercados de fruta y verdura al aire libre que se extienden al final del paseo, antes del puente, entremezclados con la gasolinera, los talleres y las tiendas de pescado, en un caos llamativo de polvo, bullicio, colorido y calor.


Al caer la tarde y la noche, los turistas colonizan los bares del paseo y las calles del interior, llenas de tiendas y restaurantes. Parece imposible que una ciudad tan pequeña albergue tantísima gente como se desparrama por las terrazas de las callejuelas y, sobre todo, de la gran plaza.

La parada obligatoria nos permite tomarnos la ciudad de Argostoli con calma y pasear, pasear mucho. 

El paseo de Argostoli, increíblemente tranquilo en domingo

Paseamos el puente de Bosset, hoy peatonal, que fue construido en el sigo XIX durante la época de dominación inglesa y parece tener el récord de ser el puente de piedra sobre el mar más largo de Europa (casi 900 metros).


El puente, diseñado por el ingeniero De Bosset, construido en madera en 1812 y revestido en piedra a lo largo de los siguientes casi 30 años. Vista desde su extremo norte, con la ciudad de Argostoli al fondo

Hacia el centro del puente, un obelisco recuerda la dominación inglesa de la isla


Paseamos sus calles de iglesias, cuyo número nos sorprende, como ha venido sorprendiéndonos durante todo el viaje la abundancia de iglesias y capillas en todas las ciudades, pueblos y rincones apenas habitados. 

Iglesia Panagia, en el paseo de Argostoli frente al puente

Iglesia de San Nicolás (Agios Nikolaos)

Iglesia en la confluencia de Minos y Asklipiou

Paseamos hasta Katavothres, los “Sumideros de Argostoli, esos agujeros por donde la isla “se traga” el agua de la bahía para expulsarla al otro lado, después de catorce días de viaje por sus recovecos cársticos. Una maravilla geológica convertida en las terrazas de un restaurante y afeada por papeles, botellas y todo tipo de basura que la gente arroja a los agujeros y que, pienso, el restaurante debería estar obligado a recoger a cambio de la concesión.

Un cuidado cartel explica el fenómeno de los sumideros 

El único vestigio de los molinos de grano construidos por Mr. Stevens en 1835 para aprovechar el movimiento del agua, absorbida por los agujeros, es una pala que gira en vacío para los turistas. Los molinos originales fueron destruidos en el terremoto de 1953. Tenían el sugerente nombre de "molinos de mar".

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Los "agujeros" se han urbanizado para albergar mesas y sillas de la terraza del restaurante

Los sumideros están en un estado de conservación cuestionable, con cantidades de basura acumulada

Paseamos hasta el "fanari", el faro de San Teodoro, donde hacemos fotos bonitas de la bahía entre sus columnas y fotos tristes de un edificio que refleja  la desidia, el abandono y la falta de educación ambiental que ya es un clásico de este viaje. 

Vistas de la bahía desde el faro de Argostoli, levantado en 1863, destruido por el terremoto de 1953 y reconstruido en 1960 fiel a su diseño original de 20 columnas dóricas en un edificio de 8 metros de alto.  

El  faro de Argostoli está vandalizado, sucio y descuidado, a pesar de que sigue en funcionamiento


Para llegar al los sumideros y al faro hay que recorrer un sendero entre pinares al borde de la carretera, en las afueras de Argostoli. El paseo nos descubre dos o tres pequeñas playitas de agua increíblemente transparente, aprovechadas por un turismo local que recuerda al turismo español de los años 60 y 70 


Cuatro días amarrados al puerto de Argostoli. Conocemos allí a unos nuevos amigos, Jordi y Cristina, del Yemayá, que nos prestan la bomba con la que tratamos se cambiar el aceite.

Llegan Javi, Cani y Patricia. No podemos movernos y eso aborta muchos planes y la posibilidad real de unas vacaciones conjuntas. Adiós Zakynthos. Una pena.

Así que nos convertimos de nuevo en terrícolas. Visitamos en coche la isla y descubrimos sus secretos. Que Myrthos es una playa espectacular en la distancia, pero incómoda, llena de gente, con el agua bastante turbia y colapsada por coches mal aparcados.

Playa de Myrthos, desde el mirador

No es una exageración. Al dejar la playa nos encontramos en un bloqueo absoluto de la carreterita estrecha que baja hasta casi la misma arena, con coches aparcados a ambos lados y solo un estrecho carril que los que subían y bajaban luchaban por conquistar, hasta producir un embotellamiento sin solución. Luis se bajó del coche y, desde lo alto de la cuesta, con su sombrero y su pantalón de guarda forestal, dando órdenes en inglés y sin encontrar ninguna resistencia, sacó hacia arriba uno a uno a los vehículos que intentaban bajar, hasta desbloquear la parte alta para los que subían.

Descubrimos que Fiskardo, a las tres de la tarde de un día de agosto, es como un campo de batalla en la que hordas de turistas se alejan en sus ferries dejando un rastro de mesas llenas de platos y vasos sucios en las tavernas.

Los barcos que no caben en el muelle de Fiscardo fondean con cabo a tierra

Pero también descubrimos que Cefalonia, como Ítaca, es una isla bella, aunque quizá algo deslucida por tanto turismo de agosto.

Los turistas hacen cola para fotografiarse en el cartelón de Argostoli (excepto en domingo)


Finalmente dejamos Argostoli un miércoles a mediodía. Ha entrado por fin un poco de viento sur y en esta situación queremos aprovecharlo para velear, y usar el motor lo menos posible. Navegamos hacia el norte, otra vez camino de Preveza, en busca de un travelift y un mecánico. Muy a nuestro pesar nos despedimos de Javi, Cani y Patricia en la playa de Xi. Este año no llegaremos a Zakynthos como los astronautas del Apolo 13 no llegaron a la Luna. 

Aprovechamos el ligero viento sur para recorrer la costa oeste, desierta, descarnada, sin un alma, sin cobertura, en rumbo norte. Son casi 80 millas y navegamos día y noche, aprovechando al máximo el viento vespertino y arrancando el motor sólo en la encalmada de la noche, muy, muy despacio, mimando al Sargantana.

Lucía y yo hablamos poco. Tengo una sensación de mal sueño, de desaliento, de preocupación por todo lo que puede pasar y que, felizmente, no pasa.

En mi guardia sigo leyendo a Gómez-Jurado hasta que casi amanece sobre el canal de Preveza. Lucía duerme arrebujada en cubierta, después de la suya. Huele a tierra y a pino mientras las luces de la ciudad se acercan poco a poco.

Atracamos en el puerto que tan bien conocemos poco después de amanecer. Sin contratiempos. El Sargantana está algo maltrecho pero ahí sigue y nos ha dado un viaje tranquilo hasta nuestro refugio en el muelle municipal de Preveza, donde esperamos encontrar un travelift y un mecánico que le vuelvan a convertir en el barco que nos devuelva a casa sanos y salvos. Como el Apolo 13.

Houston, over and out.







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