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sábado, 7 de agosto de 2021

Etapa 15: Ítaca - Cefalonia. En el estanque dorado (1981)



Dejamos atrás Vathi. Un lugar lleno de barcos, de gente, de amigos, de ruido, de tiendas (y de calor, no lo olvidemos), y cruzamos a Cefalonia, la gran isla al sur de Ítaca, donde, por alguna razón desconocida, nos hemos encontrado pocos barcos y poca gente. Mucha más tranquilidad de lo esperado y también algo menos de calor, que ya está bien, para variar.

Han sido, quizá, demasiados días en Ítaca, obligados por los vientos térmicos, que han soplado muy duro durante casi todo el día. Algunas noches fondeados en la bahía. Otras, en puerto, con la ventaja de tener agua y electricidad, pero algo incómodas por la cantidad de barcos y de gente. 

A estas alturas del viaje nos sentimos un poco atrapados. Echamos de menos navegar, sacudirnos la pereza. Necesitamos tranquilidad, y en esta nueva etapa decidimos recorrer la costa de Cefalonia despacio, sin prisas. Hacemos muy pocas millas cada día. Fondeamos cuatro noches seguidas en lugares bonitos, pero casi desiertos y un poco desolados, tratando de encontrar buenos refugios que nos protejan del térmico de cada tarde, en noches sin luna ni compañía.



Anclamos frente a las playas de Skala y Spartia, en el extremo norte del golfo Livadhi y en la playa de Xi. Siempre fondeos silenciosos y solitarios, con el único sonido del viento noroeste ululando en cada anochecida y el crujir de la cadena del ancla sujetando el barco en los borneos.

No bajamos a tierra. No lo necesitamos. La costa este y sur de Cefalonia es muy tendida y echamos el fondeo muy alejados de la orilla. Es tiempo de recuperar lectura, de volver a una cierta tranquilidad. Etapas tranquilas, sin mucho más horizonte que llegar, dentro de unos días a Argostoli, donde tendremos invitados. Etapas de transición, como en las grandes vueltas ciclistas, donde nadie quiere correr, ni competir. En el estanque dorado, como Katherine Hepburn y Henry Fonda, dejando pasar el tiempo.


Playa de Scala, en la costa este de Cefalonia

De Ítaca bajamos a Cefalonia por el este y llegamos a fondear a la playa de Scala, en una protuberancia de la costa que es, prácticamente, una playa continua. Tiene la particularidad de que, con esa forma, está protegida del viento oeste dominante. El baño y el fondeo fueron magníficos; la sucesión de playitas, una delicia (sobre todo las más inaccesibles, sin sombrillas ni chiringuitos ni gente); el agua,  tremendamente transparente. El fondo es de arena salpicada de roca y posidonia y cae con muy poca inclinación. Hay que acercarse con mucho cuidado, pues hay rocas no marcadas en la carta. 

Aguas transparentes y calma absoluta frente a la playa de Scala.

Al día siguiente salimos en dirección oeste. Hay que dar mucho respeto al cabo, al menos 1,8 millas, pues las rocas se extienden hacia el mar. Antes de que se abra el golfo de Argostoli, la costa dibuja un saliente protegido del viento NW que nos parece adecuado para pasar la noche. Fondeamos frente a Spartia. La playa se extiende a los pies de un acantilado blanco vertical que corta la respiración. Pienso en cómo las playas observadas desde el mar, no tienen nada que ver con cómo se perciben desde la sombrilla. A Spartia, desde tierra, la falta de perspectiva probablemente la convierte en una playa vulgar. Sin  embargo, desde el barco, a mí me subyugó y el fondeo de esa noche me pareció encantador, a pesar del puntito de mar de fondo que se hizo notar a partir de que paró por completo el viento. 

La playa de Spartia vista desde el mar.


Al día siguiente, de camino a Livadhi, paramos en el puerto de Lixouri a hacer compra. Lixouri está a la entrada del golfo, enfrente de la bahía de la capital de la isla, Argostoli. Un servicio de ferries recorre cada media hora las pocas millas que separan ambas ciudades, cruzando personas y coches por poco más de tres euros. Este servicio de ferries hace de Lixouri un puerto realmente feo, ruidoso e incómodo, con solo unas pocas plazas de amarre para veleros de paso, la mayoría vacías. Un puerto sin carácter y un pueblo sin ningún encanto. Nos abastecemos de lo más perentorio y nos vamos rumbo N, al fondo del golfo.

Puerto de Lixouri

El golfo de Livadhi nos decepciona. La comunidad de Navily ha dejado tan buenos comentarios mencionando la tranquilidad del lugar, el avistamiento de tortugas y de focas monje, las bondades de la taberna en la playa noroeste,... que en nuestros planes es uno de los fondeos imprescindibles de Cefalonia. Pronto entendemos que dista mucho de ello. Es un golfo de agua verdosa y turbia, con una carretera que bordea la costa, playitas de dudosa calidad y una cantera en explotación que genera una nube de polvo muy molesta. La famosa taberna está a distancia impracticable y las tortugas brillan por su ausencia. De las focas, ni hablamos. Echo de menos algo parecido a las antiguas guías verdes Michelín, donde alguien con bastante criterio asignaba estrellas a las ciudades, a los edificios, a los parajes naturales, a los museos,... y sabías de antemano qué cosas "justifican el viaje" y cuáles visitar "sólo si tienes tiempo". 

Fondo del golfo de Livadhi, con la cantera visible 

Después de una noche de calma absoluta, nos movemos de nuevo al sur, hasta la entrada del golfo. La playa de Xi es un regalo para los sentidos. Fondeamos en el extremo este, que es virgen salvo por unas villas que han construido (demasiado) cerca de la costa. La arena es fina y rojiza, y contrasta enormemente con las lomas de arcilla blanca que hacen las veces de pequeño acantilado. Una docena de nidos de tortuga están marcados y vallados con cinta roja. Más tarde, en Argostoli, descubriré que es obra de los chicos de “Wildlife Sense”, una asociación para la defensa de las tortugas marinas de Cefalonia. Estos voluntarios, de diferentes nacionalidades, pasan su verano ojeando nidos, marcándolos, inventariando ejemplares. Se turnan cada dos horas para intentar presenciar la eclosión de los huevos y contabilizar el número de pequeñas crías que llega al mar. Nos cuentan que las tortuguitas que salen de día están más expuestas a los depredadores, pero las que salen de noche tienen más posibilidades de despistarse por las luces. En el tríptico de la asociación piden a los turistas que no enciendan luces, ni fogatas, que no claven su sombrilla, que no hagan ruido ni molesten a las tortugas que puedan avistar. Es maravilloso cómo les brillan los ojos y con qué entusiasmo y pasión hablan de su trabajo, de los más de 150 nidos que llevan avistados y protegidos este verano y cómo, según sus cálculos, la población de tortuga marina está creciendo en la isla.

Playa de Xi, llamada así por la forma de la bahía, que recuerda a la letra griega (se pronuncia “khi”, con la hache aspirada)









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