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viernes, 27 de agosto de 2021

Etapa 20: Siracusa. El Sur (1983)


Si la niña de Icíar Bollaín estaba obsesionada por el sur y los misterios que escondían sus gentes, la niña que yo era, lectora compulsiva, estaba fascinada por las historias de personajes que hacían cosas fuera de lo común: las vidas de los santos, las epopeyas de los mayas, las leyendas de los dioses y héroes griegos, y las anécdotas de sabios y filósofos de la antigüedad. En mi cabecita se formaban imágenes más o menos fantásticas de los lugares por los que transcurrían sus andanzas. Algunas me han acompañado obsesivamente hasta hoy. 


Este viaje me ha transportado a muchos de esos lugares imaginados de mi infancia. Y Siracusa no podía sino ser uno de ellos: es la cuna de Arquímedes, al que siempre me he imaginado subiendo y bajando una pierna en la bañera; y allí nació Santa Lucía, su patrona, la santa de mi bisabuela y de mi madre, la virgen que se sacó los ojos y se los llevó en una bandeja al pretendiente que se había enamorado  de ellos.


Fachada de iglesia de Santa Lucía alla Badía. Un cartel anuncia que el famoso cuadro de Caravaggio del entierro de la santa se ha movido temporalmente a la abadía de Santa Lucía del Sepulcro :(


Arquímedes tiene en Siracusa un museo dedicado, pero su estatua ha de resignarse a ocupar un lugar de tránsito, mal acomodado entre los dos puentes de Ortigia.



Llegar desde el mar a Siracusa es una de las mejores cosas que te pueden ocurrir. Y si es al comienzo de la tarde, cuando el sol empieza a bajar y los objetos vuelven a recuperar sombras y volúmenes, más.


A  lo lejos se distingue una línea ocre elevada sobre el horizonte. Es la isla de Ortigia, la ciudad vieja. A medida que nos vamos aproximando, lo primero que se perfila es el castillo Maniace adentrándose en el mar. 


Castillo de Ortigia


Y allá a lo lejos, elevándose sobre los tejados de la ciudad nueva que se adivina al fondo, el pináculo altísimo, esbelto, hipnótico, de la iglesia de la Madonna delle Lacrime, que, a modo de torre vigía, no volverá a perdernos de vista en todos nuestras evoluciones alrededor de Ortigia. La cúpula y el castillo será lo último que dejemos de ver mientras nos alejamos de Siracusa, cuatro días después.


Siracusa. En el centro sobresale la cúpula de la Señora de la Lágrima  

Poco a poco, como una prolongación del castillo, se va distinguiendo el colosal bastión que mantiene a la ciudad elevada sobre el acantilado. Van definiéndose los contornos de las edificaciones apretujadas, una al lado de la otra, muy juntas, sin solución de continuidad


Castillo de Ortigia (Castello Maniace) con la luz verde que sirve de baliza de entrada a la rada

 Frente de Ortigia, en la parte sur de la isla


Nos sorprenden los acantilados, largos y rocosos, salpicados de esas moles cúbicas que se usan en las escolleras para defenderse del mar. Vislumbramos solarios montados en cualquier rincón de los acantilados, al pie de la muralla, con las piscinas de mar que dejan los bloques entre ellos. Se suceden balnearios y terrazas. Continúa el bastión hasta el castillo y la hilera de casitas verticales sobre él. Entre las  fachadas ocres destaca de vez en cuando el frontal de una iglesia dorada o blanca, mientras rodeamos el castillo para dirigirnos a la rada que se abre al sur de la ciudad.


Vista del castillo desde el lado sur 

 

En el otro lado, la muralla desaparece y da paso a una línea de fachadas más modernas y armoniosas. Sobresale en lo alto, la mole de la iglesia del “Collegio dei Gesuiti”, con su cúpula roja, dándole la espalda al mar. A sus pies, el puerto municipal, un larguísimo muelle donde está atracada media docena de inmensos yates. Y los árboles del paseo, que se abren en un punto para dejar sitio a la fuente de Aretusa, uno de los tres únicos rincones de Europa donde crecen los papiros.


“Waterfront” sobre el puerto municipal. En el extremo  izquierdo, la iglesia del colegio de los Jesuitas. En el  derecho, la fuente de Aretusa


Antes de echar el ancla, contemplamos divertidos la maniobra se desatraque de un colosal crucero MSC que ocupa la rada, deja minúscula la ciudad y atruena la bahía con su música se animación.

 


Pasamos nuestra primera noche fondeados, sin cansarnos de contemplar cómo evoluciona la línea de la ciudad desde nuestra llegada, según avanza la hora, hasta la puesta de sol. Por la noche, bañada por la luna ya menguante de agosto, Ortigia se vuelca en luces y música callejera, y fuegos artificiales salpican distintas zonas apartadas de la ciudad y sus aledaños. 





Estos cuatro días alternamos el fondeo en la rada con el amarre en un pantalán chiquito entremezclado con las decenas de ellos que salpican el Porto Marmoreo, también conocido como Porto Piccolo, al otro lado de la isla, al norte. Se llama simplemente Marina Ortigia.  






La elegimos por las buenas críticas que reúne en Navily. Teniendo en cuenta la presión de barcos en la ciudad en esta época del año y los precios de los amarres, está más que bien elegida. Como tantos “pontile” en Sicilia,  es un negocio familiar atendido por dos o tres de sus miembros que se esmeran en hacer de su pequeño lugar un sitio acogedor.

 



Lo mejor de la marina es su ubicación, muy cerca del puente nuevo. Ortigia es una isla unida a la ciudad nueva por dos pequeños puentes por los que transitan incesantemente los coches. El puente nuevo es de salida de la isla. El otro, el de entrada, cómo no, se llama de Santa Lucía.







Dedicamos un día a perdernos entre las calles antiguas y singulares de Ortigia. No llevamos rumbo fijo. Elegimos los caminos menos transitados, aunque inevitablemente nos damos de bruces, aquí y allá, con grupos de turistas dirigidos por guías con gorra y banderín. 


 Calle de Ortigia con balcones “petto di oca”

Iglesia del Espíritu Santo, en el “lungomare” 

 El bastión y los acantilados desde el “lungomare”


A nuestro paso, sicilianos sonrientes y serviles nos ofrecen paseos en “calessino“, mesas en restaurantes, frutas y verduras en el mercado, marionetas y souvenirs de la isla en forma de imán de nevera, ostras en los puestos callejeros, salidas en lancha a ver Ortigia desde el mar. 




Es inevitable, Siracusa no puede sustraerse a su atractivo turístico y sus gentes lo explotan. Se vuelcan con el turista, ofreciéndole su mejor cara, apartando de un manotazo los incordios del COVID, jugando a que no existe. Y así, pocas mascarillas se ven, ni siquiera en los lugares abarrotados de público. Luis y yo parecemos de otro planeta.


Solárium Neptuno 

Solárium al pie del Forte Vigliena

La calle hace voladizo sobre el bastión 


 Fuente de Aretusa 


Nuestro deambular de kilómetros nos permite contemplar los atractivos de una ciudad rara, agobiante, de aceras estrechas y callejones impracticables, con zonas peatonales mezcladas con calles donde los coches circulan y estacionan sin mucho sentido, presa aquí y allá de la grúa municipal; donde todo está demasiado junto, donde falta perspectiva para contemplar las fachadas de iglesias y palacios y sobra gente para visitar sus interiores.


Calle de Ortigia

Iglesia de Santa Lucia alla Badia, en la plaza del duomo

El duomo


Plaza del duomo


Definitivamente, Siracusa está hecha para ser contemplada desde el mar.


Y desde el mar la contemplamos en nuestro fondeo en la rada, en los días siguientes, después de una magnífica cena en una pizzería especializada en oferta sin gluten (¡esto es Italia!) y de abastecernos temprano en el “mercato”. Al “mercato" se llega atravesando la plaza de las ruinas del templo de Apolo Los puestos de sombreros y objetos variados no tienen ningún interés, las ostras no apetecen a primera hora de la mañana y el pescado no tiene el mejor aspecto del mundo, así que sólo fruta y verdura (qué decepción las uvas, qué ultra-picantes los “peperoncini”, qué extraordinarias las peras).


Fondeamos y esperamos. El viento no es favorable para nuestra siguiente etapa. Hay que aguardar unos días hasta que nos permita una navegación cómoda hacia el este. Barajamos opciones. La rada es gratis, pero el agua no da para a bañarse, sólo Luis se arriesga brevemente. Optamos por aprovechar una ventana matutina para acercarnos a un puertito a 10 millas de Siracusa y nos alegramos de la decisión. Pero esa ya es otra historia. 








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