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jueves, 30 de junio de 2022

2022 23ª etapa: Nísyros - Kalymnos. Alguien voló sobre el nido del cuco (1975)





Jueves, 30 de junio

Como en el microrrelato de Monterrosso: “Cuando despertó, el meltemi todavía estaba allí”. 

Todas las mañanas, el meltemi está ahi. Más o menos violento, pero está ahí, jugando al escondite con el Sargantana y el resto de la flota.

Un, dos, tres, al escondite inglés”, grita algunas mañanas, y se da la vuelta con los ojos cerrados. Y el Sargantana y sus amigos salen a toda prisa de sus refugios y tratan de correr rápido hacia el norte. Pero con cuidado porque, al poco rato, se vuelve y sopla, y pilla al velero que se arriesgó demasiado, que trató de arañar unas pocas millas de más hasta ese fondeo, o esa boya, donde espera tener sitio. Y el meltemi señala al incauto y no perdona. Y el incauto paga prenda.

A medida que va avanzando el verano, el guión del viaje va centrándose, casi exclusivamente, en el viento. Ya lo sabíamos, claro. El Egeo y el meltemi son inseparables. Pero, aun sabiéndolo, esperas tener la presencia de ánimo para que no te desquicie.

La primera característica inquietante del meltemi es que siempre sopla del mismo sitio. Bueno, en realidad, de dos sitios: del noroeste y del norte. Pero alternos, como un ventilador de esos que giran. Así que, si estás al ancla o en una boya, te mueves. Mucho. Todo el rato. Como un columpio. Sobre todo te mueves mucho cuando entra la racha. El gust, que dicen los ingleses (y, la verdad, suena uno poco contradictorio). 

La segunda característica del meltemi es que cambia de 10 nudos a 35 nudos en cinco segundos, y vuelve a los 10 en otros cinco. Con un par. Mi amigo Mitxel, que estará leyendo esto, dirá: “Ahí va la hostia, no me jodas; eso es una racha, en Grecia y en Portugalete”. Pero es que, con el meltemi, eso pasa TODO el tiempo, desde bien pronto por la mañana hasta después de media noche; y, los días tontos, las 24 horas. Bueno, y es que Mitxel es del mismo Bilbao.

Y la tercera característica es que los partes meteorológicos no sirven para nada. Me imagino a los meteorólogos griegos y turcos, con camisa de fuerza, camino del frenopático, después de unos años tratando de predecir el viento de mañana (y ya no te digo el del finde que viene). 

Porque el meltemi vuelve loco a todo el mundo. A ti, al Sargantana, a los meteorólogos. Y de ahí el título de la película de hoy, que probablemente no haga falta explicar mucho.

Esta etapa transcurre en la isla de Kalymnos, adonde llegamos directamente desde Nísyros. Por el camino nos saltamos  la isla de Kos, una de las islas grandes del Dodecaneso, pero que no tiene buenos fondeos en nuestro camino y nos obligaría a afrontar gran parte de la travesía con el meltemi de cara. Siempre el dichoso meltemi. 

Kalymnos. Boyas en Emborio


Kalymnos no tiene demasiado interés para nosotros. Es una isla más. Muy seca, sin apenas vegetación, con la costa muy escarpada y paredes de caliza muy altas (de hecho, es un lugar muy famoso de escalada). Simplemente está en nuestro camino y hay donde esconderse. Porque el meltemi está a punto de volverse y abrir los ojos. 

Fondeamos en la cala de Vlichadia, un fiordo muy protegido. Tres días en una de las muchas boyas gratuitas que instalan las tavernas en algunas calas para atraer clientes. En este caso, la taverna “Capitán Kostas”, en el pueblecito de Emborio

Sargantana en la boya. Antes hemos intentado fondear al otro lado de la bahía, en el oeste, pero hay demasiada posidonia


Emborio tiene un pequeño embarcadero y una minúscula playita con el agua increíblemente limpia


Un lugar cómodo, en el que podemos hacer alguna compra básica y, sobre todo, resistir las rachas de un meltemi desbocado este fin de semana, esperando a oír el lunes muy prontito el “Un, dos tres, al escondite inglés”… que no llega hasta el martes.

Martes, 5 de julio




domingo, 26 de junio de 2022

2022 22ª etapa: Symi - Nísyros. Bajo el volcán (1984)




Domingo, 26 de junio

Después de Rodos, el paisaje que nos encontramos ha cambiado. Las islas e islotes del Dodecaneso se apelotonan en un espacio relativamente pequeño, como un puñado de guijarros griegos arrojado por un dios enfurecido contra la costa turca, que por esta zona es montañosa y llena de recovecos.

Desde cada isla puedes ver siempre, al menos, otras cuatro o cinco alrededor. No extrañan los conflictos durante tantos siglos. Estas islas son fortalezas flotantes, demasiado separadas para poder quedar a tomar un café y hablar, pero demasiado cerca para no envidiarse. Unas, verdes y de perfiles suaves. Otras, rocosas, agrestes y afiladas. Todas, celosas de su independencia y de sus costumbres.

Aprovechamos un pequeño descanso del meltemi, apenas unas horas, para saltar desde Simi hacia Nísiros (o Nísyros, que en Grecia nunca acaba uno de aclararse con los nombres de los sitios). Después de una noche de viento duro, parece que tendremos una mañana y un mediodía muy tranquilos. Hay que aprovecharlos al máximo y llegar antes de que despierte Eolo. Salimos antes del amanecer


Levantamos el fondeo en Panormitis cuando aun no ha salido el sol y la luna menguante, con Venus muy cerquita, es aún visible en el cielo


Nísyros aparece en el horizonte, hacia el noroeste, omnipresente durante toda la travesía, como el perfecto cono volcánico que, en realidad, es. La leyenda dice que es el resultado de un cantazo de Poseidón a un gigante rebelde en la Guerra de los Titanes (Lucía dará, seguro, más detalles de la trifulca). Una prueba de que la metáfora de los guijarros no iba tan desencaminada. En este caso, la leyenda sostiene que el canto en cuestión acabó llamándose Nísyros.

La isla de Nisyros en una imagen de Google. Se ve en el centro el cráter del volcán, uno de los cráteres hidrotermales más grandes del mundo 

La isla Kos al norte y la de Nísyros al sur. La leyenda cuenta que, en la batalla de los dioses contra los titanes, el titán Polyvotis, malherido, se había escondido en el Egeo. Poseidón, dios del mar, lo persiguió y, cuando lo tuvo a tiro, arrancó con su tridente un pedazo de la isla de Kos y lo arrojó a la cabeza del titán, que quedó sepultado. Y cuentan que los pequeños temblores que provoca el volcán son los intentos  de Polyvotis de liberarse de la roca que lo aprisiona 


Son casi treinta millas que tendremos que hacer completamente a motor, con la mayor arriba para tratar de ganar algo de empuje. Muy poco viento y casi de proa, pero la travesía se hace agradable. Atrochamos a través de Turquía para ganar tiempo. Asumimos que los guardacostas turcos estarán mas pendientes del tráfico de mercantes (que no parece disminuir en este domingo por la mañana) que de un velero intruso, y no nos equivocamos. Poco después del mediodía, y sin mucha novedad, llegamos al puerto de Pali.

Nísyros tiene dos ciudades costeras, Mandraki y Pali, las dos en su costa norte. En realidad no son más que dos pequeños pueblitos con calles laberínticas y casas pintadas al estilo griego: paredes blancas y puertas y ventanas azules.

Plaza de la iglesia de Pali engalanada para la fiesta de los apóstoles la noche del 29 de junio

Calle de Mandraki con los característicos balcones de madera


Las dos tienen puerto. Mandraki, la capital de la isla, el puerto comercial y de ferries. Pali, un puerto pesquero que. al menos en verano, parece usado casi exclusivamente por yates de paso, como nosotros. Es un puerto municipal en el que un chaval pasa, montado en su bicicleta, (casi) todas las tardes a cobrarte un euro por metro de eslora; en realidad, un chollo. Un lugar tranquilo, con tres o cuatro restaurantes (uno de ellos extraordinario, de nombre Aphrodite).

Puerto de Pali visto desde la carretera que va a Mandraki

Calle de Mandraki. Las casas son de piedra volcánica y la mayoría están pintadas

Vista de Mandraki desde la calle que recorre la costa desde el puerto. Al fondo, el monasterio de Panagia Spilianis y el castillo del los Caballeros de San Juan dominan la ciudad. El monasterio está dentro del recinto del castillo, que solamente tiene murallas en la zona este, hacia tierra, pues los acantilados servían de protección por el mar. 

Arriba, el monasterio de Panagia Spiliani. Abajo, la tabernita en la que nos gusta sentarnos con un café a contemplar el mar

Vista de Mandraki desde la antigua fortificación (Paleokastro) que está bastante más arriba del monasterio y a la que subimos en quad. 

La muralla del Paleokastro, construida entre los siglos IV y VI a.C. con bloques basálticos ciclópeos, de hasta 4 toneladas (uno se pregunta cómo los han podido subir hasta ahí). Es una de las mejores preservadas del mundo, en su categoría. En varias zonas en las que se había derrumbado, se han realizado reconstrucciones con un cuidado exquisito y una técnica sofisticada, usando los propios bloques reubicados en su posición original. 

 
La isla de Nísyros vive prácticamente del turismo que viene a ver su gran atracción: el volcán. Es una experiencia que recomendaría a todo el mundo que se deje caer por estas latitudes. No sólo por lo exótico de poder bajar a los cráteres lunares de un volcán imponente que todavía tiene fumarolas, sino, además, por las impresionantes vistas desde los dos pueblitos que se han ido a emplazar en su cumbre, Emporios y Nikía

Subiendo a Emporios desde el parking. Poco antes de llegar hay una pequeña construcción de entrada libre que es una sauna natural, alimentada por las aguas termales del volcán.

El pueblo es una sucesión de calles empinadas y escaleras. Desde arriba se puede ver la caldera del volcán. No son aún las ocho y el día ya luce espectacular 

Calle de Nikía. Es un lugar totalmente fuera de los circuitos turísticos al uso  Aquí no hay tiendas de recuerdos. Lo que sí hay en Nikía es un museo vulcanológico, el único de Grecia. El museo ilustra sobre la actividad de los volcanes y cuenta la historia de la formación de Nísyros a partir de las sucesivas erupciones de hace miles de años. La isla es muy fértil, gracias a los sedimentos volcánicos, y es lugar de paso para aves migratorias. Hay documentadas 450 especies vegetales, 85 de aves y 7 reptiles, así como la presencia de foca monje

Iglesia de Panagia (Virgen María) en Nikía, desde la escalera de la plaza, en la que se encuentra una de las dos tabernas que hay en el pueblo


Todas las mañanas, a las diez y media en punto, llega una pequeña multitud de turistas en uno o dos ferries al puerto de Mandraki, y allí les espera una fila de autobuses que les llevan  hasta el volcán y les dejan de vuelta en Mandraki para hacer la pertinente visita guiada. No les da tiempo a más. Lo interesante es que el turismo no parece haber destruido el encanto de Nísyros. Cierto, hay mucho restaurante y bastante tienda de souvenirs, pero el encanto de esta isla parece sobrevivir a la ola de turistas de cada mañana, al menos en estos días de principios de temporada.

Alquilamos un quad para subir al volcán. Queremos recorrer la isla por las pistas de tierra y asfalto que recorren la cumbre y que no son transitables en coche. Salimos a primera hora de la mañana, casi de amanecida, y eso nos permite estar absolutamente a solas, tanto en el cráter como en el museo. Justo a tiempo. Nos vamos con la multitud de turistas bajando ya de la comitiva de autobuses y haciendo cola en la taquilla.


Al volcán se llega desde el norte, por una carretera que sale entre Emporios y Nikía. Hay que pagar una entrada de tres euros para entrar al recinto. Se puede bajar al cráter principal, Stéfanos, de 300 metros de diámetro y otros 30 de profundidad. La pareja que había al llegar nosotros ha subido ya, así que disfrutamos del cráter nosotros solos. Los siguientes en llegar bajan cuando nosotros estamos ya subiendo: son de un barco vecino en Pali y nos han reconocido.






El volcán está vivo. Aunque la última gran erupción magmática, la que provocó la forma final de la isla, fue hace 15.000 años, sigue habiendo actividad en forma de fumarolas, cuando el agua de lluvia y el agua subterránea se encuentran con las bolsas de magma y salen a la superficie en forma de vapor. Las fumarolas están valladas y no te puedes acercar. Su actividad depende de lo lluviosa que haya sido la temporada

Además del cráter principal, hay otros al norte a los que se puede ir andando. En esta zona el olor a azufre es mucho más intenso 

Vista del cráter Mikros Polyvotis. También es hidrotermal, pero mucho más pequeño que Stéfanos

Cráter de Alexandros. Somos los únicos visitantes en hacer este camino

En el quad podemos recorrer la pista que rodea el volcán por el sur y da toda la vuelta a la isla hasta Mandraki

Nos cuesta irnos de Nísyros, nuestra isla favorita de toda Grecia. Es un lugar que inspira paz. Nos quedamos cinco días, contentos cada mañana de que el meltemi siga soplando y justifique un día más de recalada. Y seguimos aquí, en Pali, en la noche de San Pedro y San Pablo, fiesta local. Nuestra última noche en la isla. Nos invitan a ir a la verbena junto con todo el pueblo. Misa ortodoxa (todo un espectáculo), y cena comunitaria en la plaza con esa música mestiza tan característica de esta zona, tan griega como turca, mezcla de culturas, de historia, de pueblos, que nos gustaría saber bailar. Nos confundimos con la multitud y comemos su arroz con cordero. Toda la isla está aquí esta noche. Nos sentimos un poco parte de este sitio y se nos rompe un poco el corazón por dejarlo tan pronto.

Ensalada griega y arroz con cordero para todo el pueblo. ¡Y está riquísimo!





El puerto de Pali desde el espigón exterior 


Miércoles, 29 de junio





domingo, 19 de junio de 2022

2022 21ª etapa: Rodos - Symi. Capitán Phillips (2013)




Domingo, 19 de junio

Hay gente que, por alguna razón, te cae bien nada más conocerla. Incluso, a veces, antes de conocerla, como cuando llamas por el canal 71 a la Marina Symi, en la bahía de Pedi, y te dicen que sí, que por supuesto tienen sitio para amarrar, que vayas un poco más allá del catamarán blanco abarloado al muelle, al hueco después del velero azul, que tienen guías, que no necesitas ancla, que estarán allí para ayudarte.

Al final de la fila de barcos atracados de popa, le vemos en el muelle, amarra en mano. Nos hace señas. Un tipo alto, enjuto, pelo blanco, camisa, pantalones cortos, gorra roja. Muy delgado. Mayor. O quizá no tan mayor (uno, que ya está jubilado, tiende a ver a la gente de su edad más mayores que a uno mismo). Quien nos da las amarras es el capitán del puerto. El capitán Nick.

El atraque no es fácil. La Marina Symi tiene un único muelle, casi paralelo al meltemi, que estos días sopla sin tregua. Nuestros vecinos del Lady L, sudafricanos con bandera polaca, fake como la nuestra, también ayudan. Menos mal.

Marina Symi, en Pedí

Pero, como pasa a menudo, la maniobra de coger la guía y correr para hacer firme la amarra de proa no es lo suficientemente rápida y acabamos aconchados contra el barco de sotavento. Tampoco ayuda que las amarras de proa sean cabos demasiado finos y demasiado perpendiculares al muelle. 

El caso es que nos cuesta un buen rato, y más de un esfuerzo, bajo el sol cegador del mediodía, recomponer nuestra posición. En estos casos, en cuanto el barco está seguro, el protocolo de rigor es sacar unas Mythos bien frías de la nevera y relajarse después de la batalla. Le ofrezco una al capitán Nick. Sonríe. Dice con voz grave “I never say no to a beer”. Y nos cuenta.

El capitan Nick (Nikos) es un tipo que impone. Un marino de los que, quizá, ya no quedan, como ese Capitán Phillips, duro y honrado, que interpretaba Tom Hanks en el cine. Nikos fue capitán de un mercante, y nos habla de sus escalas en España (la primera, siempre Barcelona), de Symi, del meltemi. Cordial y amigable. Orgulloso de su minúscula marina, recién inagurada, como seguro estuvo orgulloso de todos sus barcos y de sus tripulaciones. Uno de esos viejos lobos de mar, ya de regreso en tierra, en Symi, isla de marinos. Nikos ha pasado toda una vida en el mar, pero sigue viviéndolo en su jubilación, junto a su casa, en su pequeño puerto y con su pequeño equipo, con un cuidado y una dedicación que no pueden sino enternecer. Seguro que es el mismo mimo que ponía en cada uno de sus mercantes.

Nikos y sus chicos revisan constantemente todos sus barcos (diez o doce, no les caben muchos más) y cuidan personalmente de todos los detalles. Como cuando suben al barco a poner una amarra extra en cuanto el meltemi enseña las uñas, una tarde en la que hemos salido a ver Symi y su museo. Más que una marina, lo de Nikos es una guardería.

Sargantana en Marina Symi


Una marina deliciosa, de las mejores que recordamos. Nikos nos propone guardar el Sargantana allí durante en el invierno, pero no tienen marina seca y, en cualquier caso, ya estamos comprometidos con Leros. Quizá otro año.

El agua de la marina, como toda la bahía, está limpia y transparente. Nos bañamos desde la minúscula playa al lado de la puerta


Llevamos ya tantas islas que se nos agotan los adjetivos. Symi es particular, incrustada como con un calzador en una enorme bahía turca, con una historia fascinante que mezcla su tradición de buceadores/pescadores de esponjas, con las inevitables batallas y avatares de esta zona. Playas impresionantes, accesibles solo por mar, y un puerto de esos que no olvidas, con casas multicolores hasta el borde del mar, un ir y venir continuo de ferries, veleros y yates, y un ambiente difícil de igualar.

Puerto de Symi

Pasamos seis días en la isla, pero nos parecen pocos. Tres noches en Pedi, el pequeño pueblo junto a Symi, en la marina del capitan Nick. Otras tres en Panormitis, una bahía, cerrada como un puerto, en el sur de la isla, con una única edificación: un monasterio espléndido (y sus edificios anexos), lugar de peregrinación para toda Grecia. Un sitio en el que podrías fondear casi indefinidamente, y en el que esperamos con tranquilidad a que el meltemi reduzca un día su furia y nos permita saltar a Tilos o Nisyros, a por una nueva etapa.

Monasterio del Arcángel Miguel de Panormitis, del s. XVIII, con su llamativa torre de 1905

En Panormitis podemos presenciar cómo los barcos cisterna de la armada griega abastecen de agua a estas pequeñas islas del Dodecaneso. El A480 (nosotros le llamamos “el botijo”) aparece en la entrada de la rada cada pocos días con la panza llena y el trancanil casi a ras de agua. Y el pequeño pantalán frente al monasterio se moviliza para hacerle sitio y llenar las cisternas con el agua del botijo, operación que les lleva un par de días. Para alborozo de su tripulación, que acaba con las reservas locales de Mythos, tumbada en cubierta. Aquí, prisas, las justas.

El A480 no debe ser el barco más glorioso de la armada griega, pero seguro, segurísimo, que hay lista de espera para ser tripulante. Y seguro, segurísimo, que tiene un Capitan Philips al mando.

 El barco cisterna A480 llegando al muelle de Panormitis


Panormitis tiene nombre de druida de aldea gala. Pero en Panormitis no hay un druida, hay un arcángel. Y no hay galos, hay gallos. Gallos y cabras. Todo el día, desde primera hora, el canto medio desganado de los gallos y el balido de las cabras acompaña un fondeo que es muy tranquilo, a excepción de los ferries. Al pequeño muelle de Panormitis llegan, escalonados, tres ferries diarios que escupen su carga de turistas para, una hora después, recogerlos y desaparecer, dejando la bahía, el monasterio y la terraza de la cafetería otra vez en completa calma. 

Panormitis es nuestro primer fondeo al llegar a la isla de Symi, la tercera que visitamos de las doce del Dodecaneso. El salto desde Rodos ha sido curioso y muy divertido. No se puede ir en línea recta sin pasar por aguas turcas, para lo cual no estamos habilitados. Además, el viento es duro y de proa, lo que nos obliga a hacer bordos. Tenemos que prestar mucha atención para negociar con éxito el rumbo, la frontera, los cargueros y alguna que otra patrullera turca…

Camino de Symi, con la costa turca al fondo


Al llegar a Panormitis leemos que el monasterio del s. XVIII es uno de los trece (¡trece!) monasterios que hay en la isla dedicados a los arcángeles, nueve de ellos solo al arcángel Miguel, patrón de Symi. El monasterio del arcángel Miguel de Panormitis es el más importante de la isla y el segundo más grande del Dodecaneso, y atrae peregrinos de toda Grecia. Guarda un icono del arcángel de dos metros de alto que a mí me parece salido de la Casa del Terror, con esa costumbre que tienen aquí de cubrir de plata repujada toda la figura dejando al descubierto únicamente la cara pintada, que, al estar en otro plano, se tuerce en un gesto grotesco y le da un aspecto deforme y contrahecho. 

Icono del arcángel Miguel en Panormitis. El repujado en plata es de 1724 sobre una pintura más antigua. Dicen que hace milagros.


Descansamos aquí dos días del ajetreo de Rodos, con visitas esporádicas a tierra en el dinghy para ver, en completa soledad, el monasterio, tomarnos un café en la terraza del bar, contemplar, divertidos, la llegada de los turistas y las colas que forman, o dar un paseo alrededor de la bahía con las cabras. También nos bañamos: el agua está limpia, aunque bastante revuelta por el viento y, sobre todo, por los ferries, que alborotan la arena del fondo en las maniobras de atraque. Vemos un par de tortugas en el agua. 

Subiendo por la costa este de la isla de Symi se abren las calas de las playas más conocidas y frecuentadas por ferries y barcos-taxi en excursiones de día: Marathounda, Nanou, Agios Giorgios. No fondeamos en ninguna de ellas: no nos fiamos del viento racheado.

 La playa de Agios Giorgios (San Jorge), accesible solo por mar, es la más importante y la más grande de Symi. Se extiende a los pies de impresionantes paredes verticales de 300 m de altura. Es uno de los destinos más solicitados por los turistas playeros, pero el viento racheado no hace recomendable pasar la noche fondeados


En el norte se abre la bahía de la ciudad de Symi, visita obligada según todas las guías. La bahía inmediatamente anterior es la de Pedi, un puertito y un pequeño pueblo que trepa por la ladera y cuyos límites se confunden con la parte alta de Symi. Porque Symi tiene dos partes: Gialos, el puerto, al que todo el mundo llama Symi, y las casas de arriba, en la falda de la montaña, al que llaman indistintamente Ano Symi ("alto Symi") o Chorio, que significa “el pueblo”. 

Bahía de Pedi desde el camino que lleva andando a la playa de Agios Nikolaos


Cogemos el autobús que sale de Pedi cada hora, sube por Chorio y baja hasta Gialos. Por muchas fotos que veas, nada anticipa la impresión de atisbar el puerto de Symi por primera vez, cuando el autobús corona la cima, antes de iniciar el descenso. Las casitas azules, amarillas y ocres, rodeando el puerto en forma de herradura y trepando por la falda de la montaña, parecen un cuadro naif que alguien hubiera soñado y luego pintado con toda delicadeza. Y ¡el mar! Un mar azul profundo que refleja la luz de un sol inclemente y da aún más protagonismo, si cabe, a las pequeñas edificaciones de tejados rojos.

Vista del puerto de Symi desde el autobús

El puerto de Symi desde su extremo oeste.


El puerto es, una vez más en este viaje, un escaparate al turista. Además de los artilugios habituales, en Symi aprovechan su llamativa historia de pescadores de esponjas para inundar sus tenderetes de una oferta que, lamentablemente, nada tiene ya que ver con Symi: hace años que la mala gestión y la pesca abusiva acabaron con cualquier vestigio de esponjas en los fondos de la isla. Los cientos de ellas que hoy exponen en sus decenas de tiendas a saber de dónde vienen... 

Una de las tiendas de esponjas, con el reclamo del traje de buzo


Y es que Symi es Symi gracias a las esponjas. Poco antes de que, en 1522, Solimán el Magnífico lanzara el asedio de Rodos, Symi tuvo el acierto de someterse voluntariamente al sultán y ganarse un trato de favor a cambio de sus esponjas. Se compraron el derecho al autogobierno y al libre comercio marítimo. Mantuvo estos privilegios durante los siglos XVI y XVII, en los que ganaron de Creta el derecho a ondear el pabellón de San Marcos y, así, proteger sus barcos de los piratas. 

En el siglo XVIII la isla vivía por completo del comercio de esponjas; llegó a albergar más de 30 empresas familiares de armadores y comerciantes. Ya entrado el siglo XIX, llegaron los trajes de buzo y, con ellos, la sustitución de la técnica artesanal de pesca a pulmón por el arado de los fondos con rastrillos, que se llevaban por delante no sólo las esponjas, sino todo tipo de vida submarina. Fue la época más próspera de la isla, que se enriqueció con la exportación a Europa y llegó a albergar más de 25.000 habitantes. Las principales casas y calles que se conservan hoy son de aquella época. Mantuvo su prosperidad hasta el siglo XX, pero la explotación indiscriminada, la llegada de la fabricación de esponjas de material plástico y la Segunda Guerra Mundial marcaron el inicio del declive del comercio de esponjas y, por ende, de Symi, hasta que, en 1970, se abandonó por completo su pesca. Hoy, Symi vive del turismo.

Estatua en el puerto de Symi dedicada a Stathis Hatzis, el legendario pescador de esponja que, a principios del siglo XX, buceó 88 metros a pulmón durante 3 minutos y 58 segundos para enganchar a una cadena el ancla que un barco de guerra italiano, el Regina Margerita, había la perdido en una bahía de Karpathos. 


Symi no es un lugar confortable para vivir: está llena de escaleras. Las casas que no tienen la suerte de estar al borde del mar salvan la distancia con tramos de escaleras empinadísimas. No es de extrañar que, para llegar desde el puerto hasta el pueblo de arriba, los habitantes pudientes se hicieran construir, allá por el s. XVIII, una vía “cómoda”: ancha, en zigzag, alternando cuestas y peldaños, a la sombra de árboles frondosos plantados aquí y allá. Es la Kali Strata, que en griego quiere decir “buen camino”. 

Uno de los primeros tramos de la Kali Strata, que arranca de la zona este del puerto

La Kali Strata ya llegando a lo alto del pueblo


Al sol del mediodía tomamos la Kali Strata, y constatamos que de cómoda no tiene nada. Tras subir sus más de 500 escalones, que ofrecen aquí y allá espectaculares vistas del paisaje de casitas de cuento, visitamos el museo, que se esconde entre las callejas estrechas del pueblo, 


Una de las calles del pueblo, cerca del museo


El museo se ubica en la mansión Farmaki, que, además de las galerías de arqueología, arte e historia de la isla, exhibe muestras de folklore, vestimenta y vida del siglo XVIII y XIX. Desde su balcón se pueden ver, a la vez, las dos bahías: Symi a la izquierda, Pedi a la derecha


Pasamos de largo el castillo de los Caballeros de San Juan y los antiguos molinos y seguimos camino de Pedi, disfrutando de las vistas de la bahía que, a esta hora, sigue azotada por el viento inmisericorde del norte, el mismo viento que batallaremos en nuestra siguiente etapa para llegar a la isla más bonita que hayamos visto jamás (perdóname, mi querida Formentera…). Pero esa es otra historia.

La última noche en la isla la pasamos en Panormitis, a donde hemos ido para acortar en unas horas la navegada de mañana



Sábado, 25 de junio