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sábado, 4 de junio de 2022

2022 17ª etapa: Chania - Iraklion. Indiana Jones y la última cruzada (1984)



Sábado, 4 de junio

Grandota, moderna, destartalada, sin carácter. Esa es Iraklion, pero con un museo arqueológico que es una joya.

Incómodo, ruidoso, desagradable. Así es su puerto, aunque la fortaleza veneciana Kaules, dominándolo, lo hace especial.

Pero empecemos por el principio. Hemos salido de Chania a las 6:15 am en un día de nuevo despejado y de cielos azules, lleno de luz.


Salimos de Chania bordeando su faro veneciano


La travesía hacia el este nos vuelve a llevar por una costa despoblada, agreste, inhóspita, con montañas que llegan literalmente al mar, sin apenas vegetación, verdosas de lo que en la distancia podrían parecer líquenes. 60 millas hasta vislumbrar nuestro destino de hoy: la capital de Creta.

Vista de la costa al este de Chania 


Para entrar en Iraklion (Heraclión en español) hay que recorrer un larguísimo dique este-oeste que protege el puerto de la violencia de los vientos del norte. Llegamos a vela, sólo con el génova, en portantes, volando a más de siete nudos y con una ola incómoda de metro y medio.
 


A las 18:30 estamos dando la vuelta al espigón, acabado en una enorme construcción cilíndrica que aloja la luz verde. 



Aún tenemos que recorrer de nuevo el dique, esta vez por dentro, hasta el final, donde se encuentra la marina, esa donde nunca hay sitio. Otra media hora. Nos quedamos en el muelle municipal que está inmediatamente antes, amarrados al ancla y con cabos de popa. Hay otros cuatro o cinco barcos, transeúntes como nosotros.

Puesta de sol desde el barco. Al fondo, la fortaleza Koules. La actual fortaleza veneciana data de la primera mitad del s.XVI, cuando se reconstruyó la antigua fortaleza, destruida por un terremoto. Tiene 26 estancias que sirvieron de cuartel y de almacén. También hizo las veces de prisión en la época otomana. 


El aeropuerto está pegado a la ciudad, a orillas del mar. Los aviones despegan cada cinco minutos en dirección oeste. Hacen un giro al norte mientras pasan por encima del puerto, aún muy bajos y con un ángulo de subida imposible. Debe ser espectacular estar en uno de ellos y mirar por la ventanilla durante la maniobra. Desde abajo, el ruido es atronador, pero el espectáculo merece la pena… las tres o cuatro primeras veces.

Aunque ya lo habíamos leído en Navily, todos los colegas de otras embarcaciones que se acercan a ayudar con las amarras, o simplemente a saludar y charlar, nos recuerdan que a las 19:30 va a llegar el ferry catamarán y formará una gran ola que agitará todos los barcos y, si están demasiado cerca, los estampará contra el muelle de cemento. Hay que dejar, como mínimo, dos metros de distancia al muelle. Dos metros es insalvable para nuestra pasarela. Venimos ya resignados a estar en el barco a esa hora para soltar un poco las amarras, alejarnos unos metros y volver a arrimarnos una vez pasado el peligro. Nuestro plan, en cualquier caso, es no quedarnos aquí más que el tiempo imprescindible. 

Y el tiempo imprescindible es el que necesitamos para visitar el palacio de Knossos (Cnossos) y el museo arqueológico de Iraklion.

El palacio de Knossos es nuestro choque violento con la realidad del turismo de masas. A pesar del madrugón (estamos allí a las 8:30 am) los cruceristas han llegado antes. Decenas de autobuses han escupido a los dos mil pasajeros que, organizados en grupos de unos 50, atiborran el lugar. 



A la sorpresa inicial sigue el espíritu práctico. El sitio es pequeño, no estarán mucho tiempo y nos entretenemos uniéndonos a uno y otro grupo y escuchando las explicaciones de los guías, mujeres en su mayoría, que se identifican por su tarjetón al cuello, sus sombrillas azules y algún que otro dispositivo moderno sustituyendo al tradicional megáfono. 

Restos de la cola que se montó para entrar, de uno en uno, en la “sala del trono” 

Cuando los cruceristas se van, recorremos los paseos y estancias a nuestro antojo. Pero la soledad dura poco: empiezan a llegar los siguientes grupos. 

¡Por fin solos!

Probablemente, la imagen más emblemática del palacio de Knossos sea el bastión oeste, con sus cinco columnas rojas y el fresco del toro embistiendo, que no deja de ser una reproducción. Los fragmentos originales están en el museo arqueológico de Iraklion

Knossos se ve en poco menos de una hora. Entiendo la decepción, que muchos vuelcan en páginas de internet, al llegar al sitio arqueológico y, después de pagar 15 euros, visitar menos de la mitad del recinto, que además tiene alguna zonas cerradas por trabajos de conservación. Y la frustración de encontrar unas restauraciones realizadas un poco “a las bravas”, columnas repintadas y frescos que nos son sino réplicas de los originales y no siempre ubicados en el lugar en que se encontraron… A mí me divierte y, más aún, la historia que hay detrás.



La excavación y restauración de Knossos es el trabajo de media vida de un señor inglés llamado Arthur Evans que nació en 1851. Como Indiana, era hijo de un arqueólogo. No era profesor de universidad, pero sí conservador de un museo inglés de la universidad de Oxford. No iba vestido de explorador con fedora, pero sí de turco, con bombachos, faja carmesí y chaqueta sin mangas, una excentricidad que se trajo de sus visitas a los yacimientos de los Balcanes. Un apasionado de la arqueología, que, a sus casi 50 años, dejó su puesto en el museo de Londres para trasladarse a Creta: habían llegado a la institución, provenientes de la isla, unos sellos con símbolos extraños, que en el museo catalogaron de fenicios y él reconoció como algo diferente, que se propuso estudiar in situ.

Y se fue a Creta. Buscó a los que, antes que él, se interesaran por el lugar: un griego, antiguo cónsul de España, y el alemán que acababa de descubrir Troya. Tuvo que comprar los terrenos al gobierno otomano. Se rodeó de un equipo de expertos y en marzo del año 1900 comenzaron a excavar

Foto de archivo de Evans y su equipo durante las excavaciones, conservada en el museo Ashmolean de Oxford, conde  trabajaba Evans


Pronto encontraron los restos de una gran construcción con más de mil estancias, y, automáticamente, pensó que habían descubierto el laberinto del Minotauro. Al aparecer un trono empotrado en una pared decidió que era un palacio. Empezó entonces a fantasear y a encontrar significados palaciegos a todo lo que hallaba. 

Detalle de la “sala del trono” frente a la pared en que se encuentra el asiento de piedra


Al principio no pensaba en preservar, sólo en desenterrar. Pero la intemperie le estaba destrozando los hallazgos, así que se ocupó de reconstruir. ¿Cómo? Con el mejor material que encontró para sostener las pesadas estructuras de piedra: el hormigón

Se pueden distinguir las planchas de hormigón usadas para restaurar la construcción


Hay que ubicar estos trabajos en su tiempo para entenderlos, pero, aún así, sus restauraciones son muy controvertidas, no sólo por los materiales empleados, sino por su falta de rigor. Así, colocaba los hallazgos “donde creía que tenían que ir”. Asignaba utilidades a los recintos (“el teatro”, “la sala del trono”, “la sala de la reina”). O hacía repintar los frescos, a los que ponía nombres delirantes (¨"la parisina", "las damas azules", "el príncipe de los lirios"), de algunos de los cuales, en la actualidad, se sospecha que fueran meras invenciones de los restauradores, un padre y un hijo suizos contratados por Evans, que, supuestamente, trabajaban a partir de los fragmentos hallados. 

El "príncipe de los lirios", o, mejor dicho, su reproducción. El original restaurado por Evans a partir de varios fragmentos inconexos se encuentra en el museo arqueológico de Iraklion. Evans determinó que la figura correspondía al rey-sacerdote de Knossos, la representación de la autoridad civil y religiosa. Sin embargo, otras escuelas sugieren una reconstrucción diferente, según la cual esta figura sería más bien la de un atleta, un boxeador o un gobernante. Y la corona de papiros y plumas de pavorreal correspondería a otra pintura diferente, probablemente de un sacerdote o una esfinge. 


Evans está omnipresente en Knossos. En todos los atriles informativos de las estancias se le menciona, en lo que parece un intento de hacerse perdonar lo que el visitante está contemplando: “según Evans”, “Evans puso aquí esta pintura”, “Evans añadió una sala”, “Evans creía que”…

Evans documenta las plumas de pavorreal adornando los tocados de los personajes de la realeza. Me da por imaginar que Evans fuera también el que introdujo los pavorreales que hoy campan a sus anchas por el palacio…

 
Con todo, la figura de Evans es fundamental. Su aportación más importante fue el estudio de los miles de tablillas grabadas encontrados en Knossos, que le permitió identificar dos idiomas, el lineal A, más antiguo, y el lineal B, posterior. Aunque nunca consiguió descifrarlos, sí supo interpretar que se trataba de inventarios y que estaban llenos de números. El lineal B es un idioma silábico que hoy se considera el precursor del idioma griego. En algunas tablillas en lineal B el palacio viene referido como ko-no-so.

Los descubrimientos de Evans sacaron a la luz una riquísima civilización de hace 4000 años, que él llamó minoica, por el rey Minos, a quien la leyenda asocia con la construcción del laberinto del Minotauro. Hoy se sabe mucho más sobre esta civilización y sobre el palacio de Knossos, sobre su origen hacia el año 2000 AC, su doble destrucción debida a sendos terremotos, su reconstrucción, su esplendor entre el 1460 y el 1650 AC y su abandono definitivo hacia el 1300 AC, cuando se cree que los propios habitantes prendieron fuego a la ciudad después de abandonarla. 

Maqueta del palacio, en el museo arqueológico. El palacio no sólo era la residencia de los gobernantes, sino que aglutinaba la vida religiosa y administrativa de la ciudad-estado de Knossos. Con más de 1500 estancias, se organizaba alrededor de un gran patio central, en alas con diversos usos (aposentos reales, almacenes, viviendas, edificios religiosos y de gobierno)


El museo arqueológico de Iraklion acoge los hallazgos de Knossos y de otros palacios minoicos de Creta, ordenados en salas temáticas y con extraordinarias explicaciones en griego y en inglés. Es un museo sencillamente abrumador y delicioso, en el que puedes pasar horas y horas.  

Y este es el famoso fresco del toro repintado en el edificio del bastión oeste y que en el museo se exhibe con menos creatividad, en tres fragmentos sin armar  



La última a sala del museo está dedicada a la escultura de la época de dominación romana


El paseo por Iraklion, más allá de llevarnos al museo, nos descubre una ciudad un tanto desestructurada, con una mezcla de urbanismo moderno y construcciones de pueblo. Las últimas actuaciones tuvieron el buen criterio de hacer peatonal la zona central, la de las calles más comerciales, con sus Zaras, sus Bershkas, sus Desiguales y sus marcas locales. Pero es domingo y todas las tiendas cierran, excepto las típicas dirigidas al turista incauto.

Arranque de las dos calles comerciales peatonales y que me recuerdan a Carmen y Preciados, en Madrid


Vemos lo que toca ver: la fuente Morosini, con sus leones; la basílica de San Marcos; el edificio veneciano de la logia, que hoy alberga el ayuntamiento; la iglesia de San Titus, donde nos colamos sin querer en una misa ortodoxa,… 

La sede de la logia, el edificio veneciano más relevante de Creta. Fue construida en 1626 por Francesco Morosini (el de la fuente) como una réplica fiel de la basílica Palladio de Vicenza. Tiene una planta baja dórica y una planta alta jónica. Sirvió como lugar de reunión de los nobles venecianos y constituyó el epicentro de la vida comercial de la ciudad. Hoy acoge el ayuntamiento.

El patio interior de la logia

La iglesia bizantina de Agios Tito es considerada la catedral de Iraklion. Construida en el siglo X, fue convertida en mezquita en 1689, cuando la ciudad cayó en manos de los turcos tras 22 años de asedio (el asedio más largo de la historia). El terremoto de 1856 la destruyó, igual que gran parte de la ciudad, y fue reconstruida como mezquita. En 1929, tras la unión de Creta a Grecia y tras la expulsión de los musulmanes de la ciudad, se derribó el minarete y el edificio pasó a la iglesia ortodoxa griega. 


El iconostasio del interior de la iglesia de Agios Tito. El santo es el patrón de la isla de Creta y su supuesta calavera se conserva aquí en una urna de plata desde 1966, cuando se trajo de vuelta de Venecia, adonde se había mandado, junto con otras reliquias, para ponerla a salvo de la invasión turca.


Y volvemos por la famosa calle “25 de agosto” a comer al puerto, en una taberna de calidad discutible, pero hay que conseguir una wifi para ver a Rafa Nadal ganar su 14º Roland Garros.

Vista de la fortaleza Kaules desde la marina al final del puerto, con las barcas de pescadores en primer término.


Una curiosidad: en Iraklion nació El Greco. El parque principal de la ciudad lleva su nombre, pero sólo hay un pequeño busto que lo recuerde. 



Domingo, 5 de junio








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