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martes, 31 de mayo de 2022

2022 15ª etapa: Monemvassia - Chania (Creta). Los cañones de Navarone (1961)



Martes, 31 de mayo

Finalmente sí venimos a Creta. Muchas idas y venidas, pero el plan vuelve al original. La meteo parece benigna para varios días, vientos del este moderados. Mucho mejor que lo que anuncian para las Cícladas, la primera visita del meltemi este verano. Vayamos por el sur.

Salimos de Monemvassia muy pronto. Vamos a cruzar el mar de Creta en un salto y queremos llegar a su costa NE antes de la noche, entre 70 y 80 millas. La guía habla de un fondeo al norte de Kissamos, muy cerca de las famosas playas de Balos Gramvousa, pero, para evitar tener que fondear de noche, hay que salir al amanecer. 

Dejamos el puerto de Monemvassia al amanecer

El peñón de Monemvassia al salir el sol, a su espalda
 

A las seis de la mañana ya estamos en marcha. El día, perfecto, pero no demasiado viento. Más de la mitad de la travesía a motor. Pocos episodios interesantes en esta etapa, pero alguno hay.

Llegamos a Creta ya al atardecer. Malas noticias: el fondeo previsto parece bueno, pero no lo es. A veces pasa. Una pequeña ensenada, que un usuario de Navily relata entusiasmado, parece más bien una batidora. Ni de coña nos quedamos aquí.

Nos aproximamos a Creta entre las dos peninsulitas que salen hacia el norte, en el extremo más oeste de la isla. Es el golfo de Kíssamos. La famosa playa de Balos, al otro lado de la costa que dejamos a estribor, en la que se confunden en la distancia los perfiles de las islas


Un poco más adelante, el fondeadero en al que nos dirigíamos no es bueno en estas condiciones de viento 


La única alternativa es el puerto de Kissamos, que nos obliga a hacer seis millas extra que no apetecen en un día tan largo como el de hoy. Es lo que hay.

La llegada a Kissamos ya es casi de noche. Un puerto bastante inhóspito, lejos de la ciudad, que se adivina a lo lejos. Este no es un puerto para veleros. Unos pocos pesqueros, los barcos turísticos de rigor, y un ferry que enlaza Creta con Grecia. Un bicho enorme que nos adelanta a 17 nudos justo antes de la bocana y del que bajan trailers y unos pocos coches.

Al entrar, nos damos cuenta de que solo podremos amarrar abarloados al rompeolas. No hay mucho sitio una vez el superferry y los pesqueros están en su sitio. Vemos un velero transeúnte cerca de la bocana, casi rodeado de pescadores con sus cañas y aparejos. Decidimos ir a hacerle compañía.

Y, de repente, aparece un coche con distintivos de policía. Es el capitán de la policía del puerto. El primer pensamiento es “ya la hemos liao, este nos manda fuera”. Pero no, viene a ayudarnos con las amarras. Alucinante, la magia de Grecia de nuevo. Excepto porque… no habla una palabra de inglés

Todo se complica. El caso es que el hombre es muy simpático, pero hacer el papeleo se convierte en una agonía. Lucía, que se lo ve venir, me pasa la carpeta de los papeles y me despacha con un “hala, con éste ya te entiendes tu”. Y allá que me voy. Resignación. Omito los detalles…

El segundo detalle curioso ocurre la mañana siguiente. Salimos temprano, poco después del ferry, y aprovechamos para ir a ver las hiperfamosas playas del oeste de Creta. Una preciosidad, pero sólo podemos dar una vuelta rápida. Nos quedan muchas millas hasta La Canea, nuestro destino (o, como la llaman aquí, Chania, léase "haniá" con hache aspirada).



Al fondo, las playas de Balos. No nos aventuramos muy allá, porque las aguas son someras. Aunque es temprano, en la arena se ve bastante gente y van llegando esporádicamente lanchitas motoras que dejan más bañistas en la playa

Enfrente, la isla de Gramvousa. Recomiendan hacer el sendero que lleva hasta su punto más alto, desde el que se puede contemplar la belleza de las playas de Balos,

El atractivo de la isla de Gramvousa parece ser el barco naufragado y varado a unos metros de la arena. Leemos que hay excursiones desde Kissamos para ver el naufragio y pasar el día en las playas. Mientras estamos allí llegan, efectivamente, varias embarcaciones 

Los restos son del barco cementero Dimitris P., de 44 metros de eslora que salió en diciembre de 1967 de Chalkira rumbo a Africa, encontró tiempo muy adverso, intentó refugiarse en el sur de la isla y finalmente naufragó en enero de 1968


La travesía, tranquila, ciñendo a vela (una rareza este año de vientos portantes). Hasta que, a eso de mediodía, ocurre algo raro:

ZUMP

No se cómo representar ese sonido. Un ruido sordo que hace temblar el barco. El barco entero vibra. Tanto Lucía como yo nos quedamos petrificados. Creo que no hay un entorno en el mundo en el que un sonido extraño cause mas desasosiego que en un barco navegando, ciñendo a casi seis nudos. “¿Qué coño ha sido eso?”

No puede ser el motor, vamos a vela. Revisamos la jarcia, las velas. No parece que haya nada roto. Ni idea.

Se me ocurre algo, pero no digo nada: seguro que es una gilipollez. Pero al cabo de unos minutos:

ZUMP

Otra vez. El barco vuelve a vibrar. Mucho. No pueden ser otra cosa que cañonazos, pero unos cañonazos raros. Hay una base de la OTAN por aquí cerca…

Y el resto de la mañana continúa entre “ZUMP” y “ZUMP”. Vaya año bélico que llevamos.

Llegamos a Chania, la antigua capital de Creta. Un bazar bizantino/veneciano en medio del Mediterráneo. 

Llegada a la bocana del antiguo puerto veneciano del s. XIV de Chania. Al fondo, las montañas nevadas que hemos venido distinguiendo desde hace millas, sin creer que pudiera ser nieve


Después de atracar hablamos con Spiros, el "harbour master". Nos recomienda que, antes de planificar nuestra salida, vayamos a preguntar al guardacostas, por la mañana. Estos días están haciendo prácticas de fuego real desde submarinos y hay que tener cuidado por dónde se pasa, no vaya a ser que los angelitos practiquen tiro de precisión con nosotros.

Y al día siguiente me voy a la oficina de la costera a preguntar. La escena es una versión de Gila llamando al enemigo, pero en griego:

  • Kalimera, ¿Van  a disparar mañana y pasado? Es que nos queremos ir para Iraklion en los próximos días...
  • Mmmm. Espere que se lo miro… Huy, va a ser que no, esta semana por las mañanas disparamos a todo lo que se menea. ¿Se puede esperar para salir después de comer? Es que hacemos jornada de ocho a tres…
  • Pues, la verdad, no, tenemos muchas millas hasta Iraklion, queremos salir muy pronto…
  • Pues entonces casi espérese hasta el sábado, que nos vamos de finde y ya no bombardeamos.
  • Vaaale, pues nos quedamos hasta el sábado, que la ciudad parece animada
  • Que tenga un buen día…
Atardecer en Chania, desde el muelle


Miércoles, 1 de junio










sábado, 28 de mayo de 2022

2022 14ª etapa: Monemvassia. Uno de los nuestros (1990)



Vienes, 28 de mayo

Juan es uno de los nuestros. El azar nos hace encontrarle en Monemvassia, un lugar mágico en el Peloponeso, ya en la costa del Egeo.

Juan es dueño de un restaurante (junto a su hermano Mateo) en el puerto. Uno de tantos sitios anónimos donde paramos a tomar un café y buscar una wifi. Siempre vamos escasos de datos.

Con Juan, compartiendo una cerveza de las más de 250 que tiene en la carta de su restaurante 


Por alguna razón, sabemos de inmediato que es uno de los nuestros. No solo porque habla un castellano perfecto (ha vivido a caballo entre Grecia y España durante 25 años), sino porque, además, es del Egeo y sabe como nadie lo parecidos que somos los españoles y los griegos. Nos cuenta su historia, la de una vida de ir y venir entre Monemvassia, Pamplona y Oviedo. Nos habla sobre su vuelta a Grecia y la distancia con su hija. Y empatizamos. ¡Cómo no vamos a empatizar!




Es curioso lo azaroso del destino. Ayer mismo habíamos decidido desistir de nuestro plan inicial de ir hacia el Dodecaneso vía Creta. Por ninguna razón especial, simplemente por pereza de volver hacia el sur. Bueno, y también arrastrados por muchas opiniones, no muy positivas, sobre navegar por la costa septentrional de Creta y la posibilidad de que sople el temido viento del norte, el meltemi.

Pues bien, todo cambia cuando Juan nos habla de Creta, el lugar de origen de su familia. De hecho, nos presta orgulloso un libro sobre la isla, para que veamos lo que nos perderíamos si la obviamos y nos limitamos a recorrer las Cícladas. ¿Por qué no? Vayamos a Creta.

Creta (Kriti) 


Mientras tanto, pasamos tres  días en Monemvassia. Una parada no prevista inicialmente, pero hay tantos sitios en Grecia…

Monemvassia es una ciudad medieval en un peñón imponente, con un vago parecido al de Gibraltar. Un destino turístico probablemente colapsado en verano, pero que ahora está ahí casi para nosotros solos.

La taberna de Mateo y Juan tiene la terraza sobre el puerto pesquero, con vistas al peñón


Hemos atracado en el pequeño puerto de pescadores, en el último sitio disponible. Junto a la bocana, una draga gigantesca está excavando para colocar los futuros pilares de una nueva marina. 



Aquí caben pocos barcos: un puñado de lanchas de pesca y cuatro o cinco veleros. Es otro de esos puertos libres que solo pueden existir en Grecia, donde encuentras agua y luz gratis (aunque, quizá, no muy cerca de tu atraque) y donde te dan tentaciones de quedarte a vivir. 

No tenemos prisa. Pasamos aquí tres noches. Nos da tiempo a visitar la ciudad antigua, una fortaleza inexpugnable con una historia, como todas las historias aquí, “complicada”. Y nos da tiempo a comer pescado en el restaurante de Juan, y conocer más vecinos, más gente como nosotros. Eso que venimos buscando en Grecia.



En Monemvassia se amarra abarloado. El muelle es demasiado pequeño y el fondo demasiado duro como para experimentar con el ancla. Los barcos que llegan tarde intentan todo tipo de atraques más o menos creativos, como el que pretende abarloarse en precario a la motora francesa, hasta que salen sus ocupantes a decirles educadamente que busquen otro sitio. 

El lunes hay diversión. Los barcos de la flotilla francesa que anoche cenaba en el bar de Juan quieren repostar, pero no hay sitio. ¿Qué hacer? Llaman a Mateo, que para eso ayer les dejó su teléfono. Mateo se presenta en su moto en el puerto y, al grito de "I am the harbour master", consigue recolocar varias embarcaciones hasta que hace hueco. Mateo me guiña un ojo: "This is my second job". En un espacio creado a nuestra popa se abarloa uno de los veleros de la flotilla.

Luis, en el muelle, comenta la jugada con el inglés que se ha abarloado al canadiense de más allá, para ocupar su sitio cuando se vaya, dentro de unas horas. La pareja francesa de la motora, que llevan unos días esperando a sus amigos que vendrán en avión, de camino a su paseo diario se paran también a charlar. Después de tres días aquí, conocemos a todas las tripulaciones. 

Y en esas están cuando llega el patrón de un gran catamarán búlgaro a preguntar a los franceses del gasoil cuándo se marchan. En dos horas. Mala suerte: el búlgaro se amarrará culo al muelle justo en nuestra popa. Transporta el barco desde Bulgaria hasta Preveza y ha embarcado a su grupo de amigos. No es mala gente, el martes nos ayudarán a salir, antes de las 6 de la mañana, llevando nuestra amarra hasta su proa.  La “mala suerte” es por la barbacoa de esa tarde, la guitarra y el repertorio de cantos, los primero patrios, los últimos más propios del curso CCC de guitarra española.

La mañana nos lleva de paseo por el pueblo y sus tiendecitas, y a tomar una cerveza en el Mateo's (¡tiene también sin gluten!). Juan me acompaña a la mejor carnicería del pueblo a buscar un buen trozo de vacuno y las (famosas) salchichas de Monemvassia ("cómo os vais a ir sin probarlas").



Porque el domingo estaba todo cerrado. Es el día que elegimos para visitar la ciudad vieja. Antes de las ocho estamos de camino. Es un buen paseo, desde el barco, por la carreterita que cruza el puente y sube la cuesta por la falda del peñón.

En la ciudad no entran coches. Nunca. Para nada, ni siquiera para hacer reparto de mercancías.

La primera impresión es impactante: la entrada fortificada a la ciudad, la estrecha calle empedrada, las pequeñas casitas,... Pero al instante siguiente ves las tiendas y las terrazas y las indicaciones de los hoteles: Monemvassia está está totalmente orientada al turista. 

Y turistas hay. A esta hora temprana, un par de grupos del crucero que la noche pasada se quedó en la bahía y ha ido desembarcando pasajeros esta mañana en los botes salvavidas (no hay calado ni sitio en el puerto para un barco tan grande). 

Todos van vestidos igual, de colores pardos, con botas de montaña, prismáticos, gorros, cámaras. Parece un safari fotográfico en Kenia. La guía les invita a seguirla durante los 30 minutos que dura la caminata por las calles empinadas y las escaleras, hasta la cima del peñón, donde se ubica la ciudadela veneciana rodeada de la segunda muralla. Se miran unos a otros, valoran sus avanzadas edades, sus muletas y bastones, y dejan a la guía subir sola con una pareja atlética que se distingue del resto. 

Aprovechamos la oportunidad para salir zumbando escaleras arriba y visitar, sin apenas compañía, la iglesia de Santa Sofía, los aljibes, las casas ricas de la ciudadela.

En la Plaza de la Mezquita está la iglesia de Cristo Encadenado, antigua catedral e iglesia principal de la ciudad. Data del siglo XII y es mezcla de diversos estilos arquitectónicos y épocas. Es famosa por su valor la imagen de la crucifixión, que fue robada, recuperada y exhibida en Atenas durante años, hasta que regresó en 2011. Es la iglesia de bodas por excelencia de la zona. No se puede visitar, porque están restaurando la cúpula.

Vista de la torre bizantina de la catedral desde la iglesia de la Virgen del Mirto

 El complejo sistema de acceso a la ciudadela en la segunda muralla, con dos niveles de cámaras y cisternas

En la ciudadela vivía la aristocracia veneciana. Una de las casas principales, con múltiples dependencias para almacenaje. En el interior del recinto amurallado no podían tener animales ni cultivos, todo lo traían del exterior. El agua la recogían de la lluvia con curiosos sistemas de tejas acanaladas. La almacenaban en aljibes en la parte alta. 

Al fondo, Iglesia de Santa Sofía, del siglo XIII, vista desde la casa principal de la ciudadela

Detalles del interior de Santa Sofía. Frescos del siglo XIII 

Cúpula  de Santa Sofía. A los habitantes de Monemvassia les gusta creer que es copia de la Santa Sofía de Estambul

Interior de Santa Sofía. Usualmente está cerrada el fin de semana, pero hoy hacen la excepción porque hay crucero (aunque no suban a verla)

Parte trasera de la Santa Sofía. Es una de las iglesias bizantinas más antiguas y más relevantes de Grecia. Se restauró a mitad del siglo pasado

Vista de la ciudad desde la ciudadela. Una curiosidad: Monemvassia es la ciudad fortificada habitada más antigua de Europa (habitada de forma ininterrumpida).
Y otra: está hermanada con Sitges


Al bajar, sentados en la terraza de una tabernita  ridículamente cara, descansamos de la caminata y vemos la vida pasar. Ha seguido llegando gente y han variado los tipos y los atuendos: ahora predomina el turismo local de fin de semana. 

Vista de la Plaza de la Mezquita desde la taberna. Se llama así por la mezquita que se ve en la parte derecha (ahora es un museo). En época de dominación otomana convirtieron en mezquitas la mayoría de las iglesias existentes. Esta se construyó nueva, frente a la catedral 

Regresamos por la calle principal. Decenas de turistas, tiendas y cafés. Qué bueno haber madrugado

Nos despedimos de la ciudad vieja saliendo por su única puerta. Monemvassia significa precisamente eso: “moni emvassi”


A media mañana estamos de vuelta en el barco. Pasamos la tarde en el Mateo's, donde Juan me ofrece una dorada que ha pescado esta mañana. “Prefiero cocinarla para alguien que la aprecie”.



Le acompaño mientras la limpia en el muelle, directamente sobre el agua (Grecia tiene estas cosas). Tengo la esperanza de ver alguna tortuga aparecer al olor de los restos de pescado. Pero no ocurre nada. Juan me cuenta que acuden más bien cuando limpia pulpo. Y que es más fácil verlas donde amarran los veleros. Efectivamente, las acabamos avistando al lado del barco.



Como decían las antiguas guías verdes Michelín, nuestra experiencia en Monemvassia "justifica el viaje".

Lunes, 31 de mayo









miércoles, 25 de mayo de 2022

2022 13ª etapa: Methoni - Elafonisos. 300 (2006)



Jueves, 26 de mayo


Después de Methoni, el plan inicial incluye más lugares que ver. Koroni y su fuerte amurallado. Limeni, al otro lado del Golfo de Messikiades. Y, sólo después, buscar el cabo Tenaro, el más meridional de Europa, dicen (dicen mal). La entrada al reino de Hades, a los infiernos. O al menos al golfo Lakóniko.

Pero hoy tenemos viento. Y cuando tienes viento y sol, y, sobre todo, después de varios días de etapas cortas, el cuerpo pide velear. Un noroeste nos llena la velas y nos empuja en un mar sin ola. Y el Sargantana se vuelve caprichoso y no atiende a razones, y pregunta “¿Por qué Koroni? ¿Por qué Limeni?”. Y, claro, él manda. Vemos el cabo Tenaro allá a lo lejos. Hades. Detrás debe estar el fondeadero de Puerto Kayos, ya en el Lakóniko. Tenemos tiempo más que suficiente para llegar a vela antes de que caiga el sol. Rumbo directo. Vamos allá.

Y el día continúa así, cálido y plácido, el viento por la aleta, casi de popa. Navegamos en silencio, por fin sin motor, solo con el génova. Hasta el cabo. Poco antes de llegar, el viento cae y ya casi no nos movemos. Quedan apenas tres millas y, después, otras cuatro o cinco hasta el fondeadero. Nos resignamos a quitar vela y seguir a motor.


Y en qué momento. El viento sube de la nada. Veinte nudos, veinticinco, treinta. Después de todo, el cabo sí hace honor a su mito. Si es así un día tranquilo, qué no será uno de rasca.

Cabo Tenaro


Estamos en la región de Lakonia, el segundo "dedo" del Peloponeso. Lakonia la de Esparta, la "polis" que tenía dos reyes. Esparta, la ciudad que no necesitaba murallas. Esparta, la de los espartanos, los vecinos incómodos que invadieron y se anexionaron Messinia para tener más campos de cultivo y más esclavos que los trabajaran. Los espartanos, que aprendieron a navegar para levantarse en armas contra Atenas y en 30 años acabaron con el esplendor de una civilización y una forma de gobierno. Los espartanos, inmortalizados en las retinas de todos nosotros gracias a un comic llevado al cine.

Como en la película, en donde la ficción histórica muestra un ejército persa asistido por la magia y las criaturas sobrenaturales, en esta tierra se mezclan la historia y la leyenda. Y la leyenda nos recuerda que en este cabo Tenaro se juntan la tierra, el mar y el inframundo: el cosmos que se repartieran los dioses hermanos Zeus, Poseidón y Hades tras derrotar a los titanes. 

Algo más al norte del punto en que tocamos la costa de Lakonia se encuentran las cuevas de Diros que, dicen, son una de las entradas al reino de los muertos, la que utilizara Hércules para cumplir una de las doce tareas impuestas por Hera. 


La costa de Lakonia se ve salvaje, inhóspita, abrasada por el sol, sin apenas vegetación, vacía. No hay resquicios apenas donde fondear. Esto es el Peloponeso.


Nada más pasar Tenaro, vamos rápido hacia el fondeo de Porto Kayios. Una bahía amplia, con una entrada bastante estrecha. El viento soplará de tierra y nos dará buena protección… 

Pero va a ser que no. Al llegar, justo detrás de otro velero holandés que ha hecho la misma ruta que nosotros, encontramos la cala repleta de barcos, al menos la parte protegida en la que se puede fondear. Damos vueltas buscando una zona de arena donde anclar. Imposible. El viento se encañona y baja furibundo por las colinas, todos los barcos fondeados bornean y dan saltos.

Tomamos la decisión de irnos: en este fondeadero, la noche incómoda esta garantizada. Subiremos por el golfo a buscar una alternativa y, si no queda más remedio, habrá que navegar esta noche.

Pero a las tres o cuatro millas tenemos un golpe de suerte. Una cala diminuta y muy profunda se abre a babor. La guía casi no da referencias, pero parece que hay arena para el ancla. Lo intentamos. Ante nuestra sorpresa, en la cala hay calma absoluta. Menos mal, porque es tan estrecha que casi no hay espacio para bornear. Finalmente, tendremos una cena tranquila.



Después de una noche de soledad y absoluta tranquilidad en la pequeña cala, por la mañana seguimos solos, nosotros y los mirlos. El agua está intensamente limpia, se ve con nitidez el fondo a más de ocho metros. El baño es una delicia, aunque un poco fresco


Y al día siguiente, más de lo mismo. Ya hemos puesto el “modo cruce del Peloponeso”. Nuevamente viento flojo. Vamos a fondear a una de las playas más bonitas y más famosas de esta zona de Grecia, en la isla de Elafonisos

La isla es famosa por sus playas de arena blanca. En internet se pueden encontrar cientos de fotografías de la situada más al sur, Simos, con dunas y arena a cada lado de una pequeña lengua de tierra que la une con la peninsulita de Santa Elena y que recuerda vagamente a Espalmador, en Formentera. 

Imagen del fondeo en Simos de la App AnchorPro


En pleno verano hay docenas de barcos y cientos de turistas, que multiplican por mil, cada día, la pequeña población de no más de 300 personas de la isla. Aún estamos fuera de temporada y sólo somos cuatro barcos en la playita al sur. 

Vista de la playa y las dunas de Simos desde el fondeo


El alemán, que ocupa cómodamente el mejor lugar del fondeo, nos sugiere mover el nuestro para no entorpecer su cadena cuando el viento role esta noche (y así seguir estando igual de cómodo). Le complacemos: somos pocos y bien avenidos. 

En la playa, una cuadrilla de obreros se afana en la construcción de la techumbre que dará sombra a los turistas y sus hamacas de alquiler. De nuevo, no puedo dejar de pensar en cómo se transformará este paraíso en tan solo unas semanas.

Atardecer en la playa de Simos



Viernes, 27 de mayo




2020 12ª etapa: Pilos - Methoni. La última fortaleza (2001)



Miércoles, 25 de mayo

Me levanto pronto por la mañana y salgo a desayunar a cubierta. Yogur griego y nueces, of course. Los dos barcos de babor y estribor están ya ocupados en los preparativos de salida. En babor, un catamarán de charter -los tripulantes dentro, probablemente con resaca- con su patrón ejecutando la rutina de salida, repetida mil mañanas, con precisión de profesional. En estribor, un velero de alquiler lleno de franceses, varias parejas, claramente navegantes experimentados. Se mueven rápido y con pocas palabras.

Y Joanna, claro. Está ya de pie en el muelle, observándolos. Callada. Las tripulaciones de los dos barcos no están para conversaciones de pantalán. Se aburre. Cuando me ve salir, le cambia la cara y se acerca

- Hey Captain. Good morning. How are you? I like your beautiful smile.

Válgame San Telmo, hoy Joanna tiene ganas de flirteo. Hago caso omiso, no la vayamos a liar…

- Hey Joanna. How are you today?

Está locuaz esta mañana. Más, si cabe. Por darle palique, comento la transparencia increíble del agua en este puerto. Se ve perfectamente el fondo a más de 9 metros. A Joanna se le iluminan los ojos. 


Agua limpia y transparente en el muelle de Navarino que deja ver la pared hasta el fondo 

A partir de ahí, encadena una historia detrás de otra. Muchas. La de los atuneros italianos, que están rematadamente locos y vienen cada primavera, y bailan con ella canciones napolitanas. La de los grandes yates de casi 50 metros que colapsan el puerto en agosto y convierten la dársena en una gran piscina mágica, con sus luces azules subacuáticas que atraen a los peces. Eso sí, me dice, no deja entrar a los mayores de 50 metros porque, más allá, el fondo está alfombrado de cadenas de barcos hundidos que lucharon en la batalla naval de Navarino, la que decidió la independencia de Grecia.

Muchas historias. Fuego a discreción. La escucho, a veces con atención, a veces suplicando que llegue otro barco, otro captain que me releve, que salga de una vez Lucía a cubierta, algo…

Un poco más tarde, cuando quedamos ya sólo dos o tres barcos rezagados en el muelle, preparamos el Sargantana para zarpar. Con tranquilidad, hoy vamos a fondear a Methoni, una ciudad aquí al lado, a poco más de ocho millas al sur.

Suelto amarras y doy avante suave. Lucía, en proa, comprueba que la cadena vaya subiendo sin problemas, tirada por el molinete. Vamos avanzando. Hasta que paramos. Lucía se vuelve con cara de circunstancias. Habemus cadena.

Y no cualquier cadenita de un vecino, que suele ser lo habitual. Nuestra ancla ha pillado un cadenón como de portaaviones, de eslabones como puños y llenos de una especie de alquitrán. Me acuerdo de la conversación con Joanna y miro hacia atrás rápidamente. No está, menos mal, debe haberse ido a desayunar. Esta cadena tiene que ser de un barco de la batalla, al menos por la cantidad de mierda que tiene encima.

En fin, este viaje es como el cupón de la ONCE: la ilusión de todos los días.

Intentando librar el ancla de la cadena con el gancho en forma de media luna que solo hemos encontrado a la venta en Grecia


Al menos no hay que bucear, menos mal. De hecho, el incidente nos viene bien para practicar la maniobra inequívocamente griega, y que nuestro amigo Fernando teme como a un nublao: el desenganche de cadenas cruzadas y anclas. Como Sergi en Zante, pero, eso sí, en este caso con connotaciones históricas.

Vista de la entrada del golfo de Navarino, de menos de un kilómetro de ancho. La batalla naval de Navarino de 1827, en la que la flota turcoegipcia apostada dentro de la bahía, a pesar de su posición de ventaja y su superioridad numérica, fue aniquilada por la flota anglofrancorusa al mando del vicealmirante Carrington, decidió la victoria de Grecia en la guerra de la independencia


Durante el resto del día reina la paz. Poco viento y motor. Y en un par de horas, en Methoni. Un pueblo pequeñito y totalmente dedicado al turismo. Muchos hoteles y restaurantes. Arreglado, bien cuidado. Y con algo que le hace distinto a otros pueblos: un castillo espectacular.

Vista de Methoni llegando en barco desde el oeste


Methoni (o Modona, como se conoce en español) es de esas ciudades del Mediterráneo que tienen la suerte, o la desgracia, de estar ubicadas en un  enclave estratégico. Como resultado, son objeto de la codicia de los distintos pueblos y pasan de mano en mano y de conquista en conquista a lo largo de los siglos. La población extramuros que vemos hoy no tiene ni doscientos años. La antigua ciudad de Methoni se parapetaba detrás de la muralla y de ella no quedan más que vestigios y ruinas. 

Hemos fondeado enfrente de la playa. Al haber llegado pronto, hemos podido ocupar un sitio en "primera fila" del fondeo. Otros barcos que van llegando a lo largo de la tarde no tienen tanta suerte y se quedan más atrás, donde el "swell" les molestará toda la noche.

Sargantana, el primero por la derecha, fondeado en la bahía de Methoni


Nos enfundamos los disfraces de turistas y bajamos a tierra en la neumática, a un pueblo prácticamente vacío, en el que solo está abierto un par de restaurantes en la playa. Visitamos el recinto de la fortaleza, al cual se llega a través de un puente sobre el foso y es único acceso por tierra a la antigua ciudad. 

Después de pertenecer al imperio romano y al bizantino, desde el siglo XII  y durante 300 años Methoni perteneció a la República de Venecia. Con la cercana Koroni constituyó uno de los enclaves más importantes para el comercio y el tránsito hacia Tierra Santa. En 1499 la invadieron los turcos tras un asalto que duró menos de un mes. Salvo por los 30 años que volvió a manos venecianas, se mantuvo turca hasta la independencia de Grecia en el primer tercio del siglo XIX, momento en que se construyó el actual puente de piedra de 14 ojos, en sustitución del antiguo de madera


El gran espacio está desierto. La vegetación ha crecido por doquier, cuajándolo de flores. 

Restos del minarete de la mezquita, que en tiempos de los venecianos fuera la catedral de San Juan


La iglesia, el minarete, los baños turcos, el adoquinado de la calle principal, nos recuerdan las diferentes culturas que han poblado la ciudad. Las murallas, la plaza de armas, los bastiones y los baluartes con visión de la costa de casi 360 grados, atestiguan un pasado de asaltos, sitios, masacre y destrucción. 

Columna romana de granito con capitel veneciano, en la plaza de armas. Sobre ella se cree que había un león de San Marcos, a similitud de los leones de Venecia. En el recinto quedan 15 grabados de leones, el emblema de los venecianos

La torre sureste

La torre sureste, que ha sido reconstruida recientemente, completando las paredes y los arcos

Vista desde desde la fortaleza de las barcas locales en el puerto de aguas increíblemente claras 


Y en el extremo sur, la magnífica Puerta de San Marcos o Puerta del Mar, que ha sido reconstruida recientemente, da acceso a un puente de piedra que une la ciudadela con el islote Bourtzi. 

Puerta de San Marcos o del Mar, cerrando la fortaleza desde el sur


A nuestra espalda, la Puerta del Mar, desde el islote


Sobre el islote, la llamativa torre octogonal de dos pisos que es la imagen más reconocible de Methoni y de esta región de Messinia, la Torre Bourtzi. Construida en el siglo XVI, sirvió de prisión turca. Algunas crónicas aventuran que podría haber estado preso allí Cervantes cuando cayó rehén de los turcos. A diferencia de Robert Redford en la película, Cervantes no consiguió escapar en ninguno de los cinco intentos de fuga que se le atribuyen.

Torre Bourtzi


Un bonito día el de hoy. Aunque la noticia más importante de la jornada es que la operación de Manel ha ido muy bien. ¡Recupérate pronto, amigo!


Miércoles, 25 de mayo