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miércoles, 11 de mayo de 2022

2022 - 5ª etapa: Malta. Juego de Tronos (2011)




Miércoles, 11 de mayo

Antes de salir hacia La Valeta (Il-Belt Valletta) queremos explorar con la lancha auxiliar la zona de la isla de Comino donde hemos fondeado. La Crystal Lagoon y, sobre todo, la Blue Lagoon, son destinos obligados del turismo de masas, esos sitios donde, sí o sí, hay que ir. 

Parece que las hordas que cada día invaden este paraje no son muy de madrugar. El mar está como un estanque. Solo alguna neumática como la nuestra, o los transbordadores entre Malta y Gozo que pasan a lo lejos, levantan alguna ola ligera, muy de vez en cuando. Este es uno de esos fondeos en los que el barco parece que no flota sino que se suspende en el aire, sujeto al suelo como el globo de un niño.


Y eso nos permite recorrer con calma cada cueva, cada recodo entre las rocas, como jugando al escondite. Un lugar extraordinario.





Estrenamos la semirrígida Hércules que nos ha pasado Manel. Nada que ver con la navegación titubeante de nuestro viejo Arimar. Otra más de las mejoras de este año.




A las nueve de la mañana no hay ningún barco fondeado y solo algunos turistas, que acaban de llegar en una lancha a la zona de atraque de la Blue Lagoon, caminan sobre los acantilados y nos hacen fotografías como si formáramos parte de la atracción del lugar.  

Pero a eso de las 12, como en el cuento de Cenicienta, la magia se acaba. Las primeras unidades de la flota de turistas ya se dejan ver en el horizonte. Como los motoristas en Mad Max, como la invasión presentida del turco, con su música y sus toboganes, con sus selfies y sus gritos, ya llegan. Ya están aquí. Hora de huir. 



Arranchamos lo más rápido que podemos y ponemos proa a La Valeta. En el camino tratamos de gestionar la reserva en una de las muchas marinas del puerto. Entre tanto preparativo y, sobre todo, con tanto cambio de planes y de fechas, lo hemos dejado para el último momento. Bah”, pensamos, “es temporada baja”. Error. Es más complicado de lo previsto conseguir amarre. No éramos conscientes (aunque lo dice claramente en el derrotero) de que en Malta hay que solicitar los permisos de entrada con al menos 24 horas de antelación y enviar toda la documentación, incluidos certificados COVID, para que te dejen atracar. 

Pedimos amarre en la Grand Harbour Marine, que tiene los pantalanes en la ensenada de Birgu, una de las Tres Ciudades, en el mismísimo  centro histórico, rodeada de palacios. Afortunadamente todo es más sencillo (y algo más barato) en temporada baja, y conseguimos que nos den el permission granted  en solo unas horas. De hecho, ya estábamos empezando a hacer tiempo dentro del puerto.

Llegar a Valletta con las velas arriba es toda una experiencia. Ya nos lo había avisado Mitxel. Al doblar la verde descubres el reflejo cegador del sol en el agua de una bahía impresionante, el Gran Puerto. Al él se asoman la capital, La Valeta, y las Tres Ciudades: Cospicua, Senglea y Birgu, la Città Vittoriosa, la que resistió y venció a los otomanos en las batallas del Gran Sitio de 1529.

Llegando a la bocana y del Gran Puerto


Si la costa de Malta está hecha de luz y de piedra caliza, La Valeta y las Tres Ciudades están hechas de historia. En ningún otro puerto del Mediterráneo en el que hayamos estado hemos sentido el peso de la historia tan apabullante al cruzar su bocana. Ni en Corfú, ni en Siracusa, o Alghero.

Fortificación de La Valeta, a la entrada del puerto


Con las grandes paredes de la fortaleza de Valletta por estribor y las amplias ensenadas de las Tres Ciudades por babor, el Gran Puerto parece sacado de una película. Puedes imaginar el fuego cruzado entre la flota turca y las murallas durante el Gran Sitio, pero también la flota de Daenerys, con sus dragones sobrevolando y escupiendo fuego. 

Como dicen los ingleses, breathtaking.

Pasamos solo 24 horas en la Grand Harbour Marine. Con seguridad merece mucho más, varios días, para poder recorrer con calma ciudades y calles, museos, palacios e iglesias, porque Malta es como el jirón de un sueño. 

Grand Harbour Marine, en el casco histórico de Birgu


Aún así, aprovechamos el Tiempo como nadie. Subimos a La Valeta por el ascensor de los jardines de Barrakka, al que nos lleva un tipo rubio y sonriente, de raza indefinida, patrón de uno de los dghajsa, los tradicionales barco-taxis que te cruzan la bahía por dos euros. 

Cruzando a La Valeta en dghajsa



Y desde allí podemos ver la dimensión fantástica del Gran Puerto. Y recorremos  la larga calle de la República y los grandes palacios, y el Parlamento, y la vasta plaza de la Fuente del Tritón, y las catedrales. Y nos perdemos en el dédalo de calles de nombres evocadores, y escuchamos a los locales hablando en maltés, esa especie de árabe, o quizá turco, con acento italiano.

La fuente del tritón, recién restaurada en 2018 para suprimir la polémica columna central que una restauración anterior había añadido y que no gustó a nadie, ni siquiera a su artífice. 


Y visitamos la desierta parroquia de San Lorenzo de Birgu, donde el párroco nos muestra las pinturas, la sillería de coro donada por la Inquisición, el altar original de mármol de Carrara, la cúpula reconstruida tras los bombardeos alemanes en la Segunda Guerra Mundial. 

Y nos cuenta, orgulloso, la gloria de Birgu y sus tesoros “cuando Valletta ni existía”, y la estatua de un San Lorenzo engalanado, con su gran parrilla reluciente, que trajeron los aragoneses. 

Figura de San Lorenzo con la parrilla. En la peana se puede ver el escudo del reino de Aragón. 


Y nos habla del Gran Sitio, y de la Inquisición, y de la guerra, y del Gran Maestre, y de los caballeros de la Orden de Malta. Y mientras habla, con su inglés exquisito y pausado, se me ocurre que, en esta travesía en la que el tiempo se mueve caprichosamente hacia atrás y hacia adelante. esta etapa nos ha llevado hacia atrás. Mucho más atrás si cabe.

El fuerte de San Angel, en Birgu, donde los Caballeros de la Orden de Malta combatieron a los turcos durante el sitio de 1565. Fue después cuando construyeron la ciudad fortificada de Valletta.


Nos encanta Malta y sin duda volveremos, quizá en el viaje de regreso. Pero en este momento nuestra prioridad es llegar a Grecia lo antes posible y aprovechar la ventana de buen tiempo (e incluso buen viento) de los próximos días. 

Es difícil expresar con palabras las sensaciones que te producen algunos lugares. Me ocurrió el año pasado con la pequeña Noto, en Sicilia. Este año me ha sucedido con La Valeta, que, al igual que Noto, es Patrimonio de la Humanidad.

Aunque leas y veas fotos, nada te prepara suficientemente para la experiencia de entrar en barco al Gran Puerto de La Valeta, el mayor del Mediterráneo. Ya desde lejos se distinguen las fortificaciones, con un color como de piedra abrasada por el sol. Se entremezclan en el puerto con los violentos dorados de las edificaciones de piedra. Arcos, fachadas, balcones, ventanas, cúpulas, se aprietan a ambos lados del canal mientras alcanza la vista, antes de desdibujarse al fondo de la bahía, confundidos entre las siluetas del puerto comercial. 

Hemos elegido la Grand Harbour Marine ex profeso para estar en una de las Tres Ciudades. Pertenece a una cadena de marinas inglesa, como tantas cosas en Malta. Está en la ciudad de Birgu. Exquisitamente inglesa, ocupa prácticamente todo el paseo marítimo del casco histórico de la ciudad. Los primeros pantalanes, los más cercanos al canal central del puerto, impresionan por el número de megayates. El contraste con las pequeñas lanchas de Senglea, en la orilla de enfrente, es verdaderamente llamativo. 

Grand Harbour Marine, Birgu. Al fondo, la ciudad de Senglea, otra de las Tres Ciudades


Hay que ir bien al fondo de la ensenada para llegar a los pantalanes de los barcos modestos, con calles tan angostas que la maniobra de atraque se hace complicada incluso sin viento. A cambio, la ubicación es magnífica, justo al lado de la zona de amarre de los taxis municipales y al pie de la plaza principal de la ciudad, a la que se sube por una calle estrecha y empinada. 

El acceso a nuestro pantalán, justo frente al  monumento de la victoria y la colegiata de San Lorenzo 


Estos taxis del Gran Puerto son una atracción en sí mismos. Los dghajsa tal-pass, o simplemente dghajsa, son una especie de góndola colorida, tan típica maltesa como los luzzu, las lanchas de pesca. Los dghajsa llevan transportando pasajeros de una lado a otro del Gran Puerto desde el siglo XVIII. De cuatro en cuatro personas, y con el fueraborda que sustituye a los antiguos remos, hacen el recorrido entre las ciudades en riguroso orden. Un cartel en el embarcadero informa de que son taxis oficiales y tienen la obligación de extender un recibo. 

Zona de atraque de los dghajsa


La llegada en barco-taxi nos hace recorrer Valletta al revés, empezando por sus calles más antiguas para terminar en la grandiosa puerta de acceso a la ciudad vieja. El proyecto data de  2011 y es, sencillamente, fabuloso. Resulta admirable cómo han conseguido integrar estas construcciones brutalistas, modernas, sin perder el estilo de la ciudad. La puerta en la muralla; el puente sobre el antiguo foso; el colosal edificio del parlamento; la reinvención de los restos del Teatro de la Ópera

Edifico del parlamento de Malta, del arquitecto Renzo Piano

Fachada del parlamento


La ópera no es el único vestigio de los sitios y bombardeos que ha sufrido La Valeta. Es imposible estar en esta ciudad sin que la imaginación vuele a los centenares de batallas que se han sucedido aquí. 

Iglesia de Santa Catalina de Italia 

Albergue de Castilla 


Cenamos en uno de los muchos establecimientos que hacen las veces de tabernas y bares de copas, con sencillas terrazas de dos o tres mesas en la acera y comedores interiores estrechos y pintorescos. 

Las calles están animadas y hay música en vivo aquí y allá. Volvemos en la línea 2 del autobús municipal, que nos deja en el centro de Birgu tras 20 minutos de conducción temeraria por las vías principales y de culebreo imposible por las calles estrechas y empinadas.

Es de noche en la Grand Harbour Marine


Y salimos en dirección Grecia. Nos levantamos bien pronto y hacemos compra de productos frescos en los pequeños colmados de Birgu, que abren sus puertas antes de las 8 de la mañana. Aprovechamos para pasear y conocer la ciudad, que resulta ser pequeña, de calles estrechas, empinadas, muy cuidadas, llenas de plantas y limpias, muy limpias. Con pequeñas plazas y casas de piedra con balcones coloridos, bien conservadas, muchas de ellas en restauración. Se respira en cada rincón el orgullo de sus habitantes y el amor por su Citá Vittoriosa.

Calle de Birgu

Calle de Birgu 


Previo a zarpar, y ante la inexplicable ausencia de puntos de repostaje para yates en una ciudad volcada a los barcos, Luis se ha aventurado con un improvisado “taxista” local hasta una gasolinera en Paula y ha vuelto con dos jerry cans llenos para el viaje. 

A las 1300 estamos recorriendo en sentido inverso el inmenso puerto que, menos de 24 horas antes, nos daba la bienvenida desde sus fortalezas y sus palacios de piedra. Nos esperan cuatro días seguidos de travesía, de nuevo hacia destinos no conocidos.


Jueves, 12 de mayo






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