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sábado, 28 de mayo de 2022

2022 14ª etapa: Monemvassia. Uno de los nuestros (1990)



Vienes, 28 de mayo

Juan es uno de los nuestros. El azar nos hace encontrarle en Monemvassia, un lugar mágico en el Peloponeso, ya en la costa del Egeo.

Juan es dueño de un restaurante (junto a su hermano Mateo) en el puerto. Uno de tantos sitios anónimos donde paramos a tomar un café y buscar una wifi. Siempre vamos escasos de datos.

Con Juan, compartiendo una cerveza de las más de 250 que tiene en la carta de su restaurante 


Por alguna razón, sabemos de inmediato que es uno de los nuestros. No solo porque habla un castellano perfecto (ha vivido a caballo entre Grecia y España durante 25 años), sino porque, además, es del Egeo y sabe como nadie lo parecidos que somos los españoles y los griegos. Nos cuenta su historia, la de una vida de ir y venir entre Monemvassia, Pamplona y Oviedo. Nos habla sobre su vuelta a Grecia y la distancia con su hija. Y empatizamos. ¡Cómo no vamos a empatizar!




Es curioso lo azaroso del destino. Ayer mismo habíamos decidido desistir de nuestro plan inicial de ir hacia el Dodecaneso vía Creta. Por ninguna razón especial, simplemente por pereza de volver hacia el sur. Bueno, y también arrastrados por muchas opiniones, no muy positivas, sobre navegar por la costa septentrional de Creta y la posibilidad de que sople el temido viento del norte, el meltemi.

Pues bien, todo cambia cuando Juan nos habla de Creta, el lugar de origen de su familia. De hecho, nos presta orgulloso un libro sobre la isla, para que veamos lo que nos perderíamos si la obviamos y nos limitamos a recorrer las Cícladas. ¿Por qué no? Vayamos a Creta.

Creta (Kriti) 


Mientras tanto, pasamos tres  días en Monemvassia. Una parada no prevista inicialmente, pero hay tantos sitios en Grecia…

Monemvassia es una ciudad medieval en un peñón imponente, con un vago parecido al de Gibraltar. Un destino turístico probablemente colapsado en verano, pero que ahora está ahí casi para nosotros solos.

La taberna de Mateo y Juan tiene la terraza sobre el puerto pesquero, con vistas al peñón


Hemos atracado en el pequeño puerto de pescadores, en el último sitio disponible. Junto a la bocana, una draga gigantesca está excavando para colocar los futuros pilares de una nueva marina. 



Aquí caben pocos barcos: un puñado de lanchas de pesca y cuatro o cinco veleros. Es otro de esos puertos libres que solo pueden existir en Grecia, donde encuentras agua y luz gratis (aunque, quizá, no muy cerca de tu atraque) y donde te dan tentaciones de quedarte a vivir. 

No tenemos prisa. Pasamos aquí tres noches. Nos da tiempo a visitar la ciudad antigua, una fortaleza inexpugnable con una historia, como todas las historias aquí, “complicada”. Y nos da tiempo a comer pescado en el restaurante de Juan, y conocer más vecinos, más gente como nosotros. Eso que venimos buscando en Grecia.



En Monemvassia se amarra abarloado. El muelle es demasiado pequeño y el fondo demasiado duro como para experimentar con el ancla. Los barcos que llegan tarde intentan todo tipo de atraques más o menos creativos, como el que pretende abarloarse en precario a la motora francesa, hasta que salen sus ocupantes a decirles educadamente que busquen otro sitio. 

El lunes hay diversión. Los barcos de la flotilla francesa que anoche cenaba en el bar de Juan quieren repostar, pero no hay sitio. ¿Qué hacer? Llaman a Mateo, que para eso ayer les dejó su teléfono. Mateo se presenta en su moto en el puerto y, al grito de "I am the harbour master", consigue recolocar varias embarcaciones hasta que hace hueco. Mateo me guiña un ojo: "This is my second job". En un espacio creado a nuestra popa se abarloa uno de los veleros de la flotilla.

Luis, en el muelle, comenta la jugada con el inglés que se ha abarloado al canadiense de más allá, para ocupar su sitio cuando se vaya, dentro de unas horas. La pareja francesa de la motora, que llevan unos días esperando a sus amigos que vendrán en avión, de camino a su paseo diario se paran también a charlar. Después de tres días aquí, conocemos a todas las tripulaciones. 

Y en esas están cuando llega el patrón de un gran catamarán búlgaro a preguntar a los franceses del gasoil cuándo se marchan. En dos horas. Mala suerte: el búlgaro se amarrará culo al muelle justo en nuestra popa. Transporta el barco desde Bulgaria hasta Preveza y ha embarcado a su grupo de amigos. No es mala gente, el martes nos ayudarán a salir, antes de las 6 de la mañana, llevando nuestra amarra hasta su proa.  La “mala suerte” es por la barbacoa de esa tarde, la guitarra y el repertorio de cantos, los primero patrios, los últimos más propios del curso CCC de guitarra española.

La mañana nos lleva de paseo por el pueblo y sus tiendecitas, y a tomar una cerveza en el Mateo's (¡tiene también sin gluten!). Juan me acompaña a la mejor carnicería del pueblo a buscar un buen trozo de vacuno y las (famosas) salchichas de Monemvassia ("cómo os vais a ir sin probarlas").



Porque el domingo estaba todo cerrado. Es el día que elegimos para visitar la ciudad vieja. Antes de las ocho estamos de camino. Es un buen paseo, desde el barco, por la carreterita que cruza el puente y sube la cuesta por la falda del peñón.

En la ciudad no entran coches. Nunca. Para nada, ni siquiera para hacer reparto de mercancías.

La primera impresión es impactante: la entrada fortificada a la ciudad, la estrecha calle empedrada, las pequeñas casitas,... Pero al instante siguiente ves las tiendas y las terrazas y las indicaciones de los hoteles: Monemvassia está está totalmente orientada al turista. 

Y turistas hay. A esta hora temprana, un par de grupos del crucero que la noche pasada se quedó en la bahía y ha ido desembarcando pasajeros esta mañana en los botes salvavidas (no hay calado ni sitio en el puerto para un barco tan grande). 

Todos van vestidos igual, de colores pardos, con botas de montaña, prismáticos, gorros, cámaras. Parece un safari fotográfico en Kenia. La guía les invita a seguirla durante los 30 minutos que dura la caminata por las calles empinadas y las escaleras, hasta la cima del peñón, donde se ubica la ciudadela veneciana rodeada de la segunda muralla. Se miran unos a otros, valoran sus avanzadas edades, sus muletas y bastones, y dejan a la guía subir sola con una pareja atlética que se distingue del resto. 

Aprovechamos la oportunidad para salir zumbando escaleras arriba y visitar, sin apenas compañía, la iglesia de Santa Sofía, los aljibes, las casas ricas de la ciudadela.

En la Plaza de la Mezquita está la iglesia de Cristo Encadenado, antigua catedral e iglesia principal de la ciudad. Data del siglo XII y es mezcla de diversos estilos arquitectónicos y épocas. Es famosa por su valor la imagen de la crucifixión, que fue robada, recuperada y exhibida en Atenas durante años, hasta que regresó en 2011. Es la iglesia de bodas por excelencia de la zona. No se puede visitar, porque están restaurando la cúpula.

Vista de la torre bizantina de la catedral desde la iglesia de la Virgen del Mirto

 El complejo sistema de acceso a la ciudadela en la segunda muralla, con dos niveles de cámaras y cisternas

En la ciudadela vivía la aristocracia veneciana. Una de las casas principales, con múltiples dependencias para almacenaje. En el interior del recinto amurallado no podían tener animales ni cultivos, todo lo traían del exterior. El agua la recogían de la lluvia con curiosos sistemas de tejas acanaladas. La almacenaban en aljibes en la parte alta. 

Al fondo, Iglesia de Santa Sofía, del siglo XIII, vista desde la casa principal de la ciudadela

Detalles del interior de Santa Sofía. Frescos del siglo XIII 

Cúpula  de Santa Sofía. A los habitantes de Monemvassia les gusta creer que es copia de la Santa Sofía de Estambul

Interior de Santa Sofía. Usualmente está cerrada el fin de semana, pero hoy hacen la excepción porque hay crucero (aunque no suban a verla)

Parte trasera de la Santa Sofía. Es una de las iglesias bizantinas más antiguas y más relevantes de Grecia. Se restauró a mitad del siglo pasado

Vista de la ciudad desde la ciudadela. Una curiosidad: Monemvassia es la ciudad fortificada habitada más antigua de Europa (habitada de forma ininterrumpida).
Y otra: está hermanada con Sitges


Al bajar, sentados en la terraza de una tabernita  ridículamente cara, descansamos de la caminata y vemos la vida pasar. Ha seguido llegando gente y han variado los tipos y los atuendos: ahora predomina el turismo local de fin de semana. 

Vista de la Plaza de la Mezquita desde la taberna. Se llama así por la mezquita que se ve en la parte derecha (ahora es un museo). En época de dominación otomana convirtieron en mezquitas la mayoría de las iglesias existentes. Esta se construyó nueva, frente a la catedral 

Regresamos por la calle principal. Decenas de turistas, tiendas y cafés. Qué bueno haber madrugado

Nos despedimos de la ciudad vieja saliendo por su única puerta. Monemvassia significa precisamente eso: “moni emvassi”


A media mañana estamos de vuelta en el barco. Pasamos la tarde en el Mateo's, donde Juan me ofrece una dorada que ha pescado esta mañana. “Prefiero cocinarla para alguien que la aprecie”.



Le acompaño mientras la limpia en el muelle, directamente sobre el agua (Grecia tiene estas cosas). Tengo la esperanza de ver alguna tortuga aparecer al olor de los restos de pescado. Pero no ocurre nada. Juan me cuenta que acuden más bien cuando limpia pulpo. Y que es más fácil verlas donde amarran los veleros. Efectivamente, las acabamos avistando al lado del barco.



Como decían las antiguas guías verdes Michelín, nuestra experiencia en Monemvassia "justifica el viaje".

Lunes, 31 de mayo









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