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sábado, 14 de mayo de 2022

2022 7ª etapa: Zakynthos. Qué noche la de aquel día (1964)


Domingo, 15 de mayo

Grecia es diferente. Lo sé, me repito. Lo digo siempre. Para los que navegamos, o, mejor dicho, para los que nos dedicamos a vagabundear por el Mediterráneo, este país es otro mundo. Es el mismo Mediterráneo, pero tiene una luz especial, otros usos, otras costumbres, te pasan cosas distintas...

Este año hemos llegado a Grecia por la isla de Zakynthos. El plan inicial era recalar unos días en Zante (Port Zakynthos), la capital de la isla, pero finalmente hemos acabado atracando en Agios Nikolaos, un puerto pequeñito en el norte de la isla, muy cerca de las famosas “cuevas azules”. 

Las cuevas azules, con Kefalonia al fondo 


Agios Nikolaos es una caleta de aguas increíblemente transparentes, con un puñado de restaurantes, una tienda y una gasolinera. Poco más, excepto por la infraestructura de venta de billetes y atraque de los barcos turísticos y el aparcamiento de los autobuses que llegan cargados de visitantes.

Agua límpida en el puerto (amarre al ancla y cabos al muelle, como en todos los puertos en Grecia)


En Agios Nikolaos viven, como en todo Zakynthos, del negocio de los turistas que visitan las cuevas y la famosa Shipwreck Bay. También de los yates de paso, pero diría que muy en menor medida. No tienen prácticamente instalaciones y ni siquiera es un puerto muy protegido. Con vientos del este la ola entrante debe ser insoportable. Un par de muelles de uso público y para de contar. Pero hemos descubierto que es un puerto muy especial. Distinto. Griego.

Vista desde el puerto, con la pequeña isla Kapari cerrando la entrada a la bahía 


Llegamos a Agios Nikolaos sobre las 11 de la mañana, con 71 horas de navegación a la espalda, y descubrimos con sorpresa que no sólo el amarre es gratis, sino también la conexión de agua y de luz, el wifi y hasta la lavadora y las duchas.

La lavadora y las duchas se ofrecen libremente a los visitantes


Parece demasiado bonito, pero es verdad. Los artífices son Dimitris y su familia. Dimitris es un tipo muy curioso, el dueño de una de las "tavernas" junto al muelle. Te ofrece un “todo gratis” simplemente como marketing de su restaurante (por cierto muy bueno y muy barato, totalmente recomendable). Un modelo de negocio que no hemos visto antes para una marina. Dimitris acude al muelle en cuanto ve aparecer un barco, le llama a gritos y le ayuda a amarrar. Es un tipo simpático, entrañable, un relaciones públicas nato, pero a la vez muy sincero. Hablando con él, me decía “you know, I do all this to make my customers happy, but this is how I make money”. Te hace sentir un amigo más que un cliente.

Dimitris también es el dueño de la gasolinera. Está peleado con Kostas, su competidor del fondo de la ensenada que alquila boyas y que, según Dimitris, atrae a los barcos diciéndoles que el muelle es de pago o que no se puede fondear en la bahía. 


Después de toda una vida trabajando con clientes, en empresas que presumen de “customer engagement” y de “customer orientation”, Dimitris me hace una demostración de lo que es, de verdad, cuidar a los clientes. Estoy seguro de que le va muy bien.

Cómo no sentarse en la terraza de Dimitris y de su hermana Caterina a disfrutar del ambiente y de la conversación con otras tripulaciones, como los ingleses Ian y Su, del Avros, nuestros simpatiquísimos vecinos de babor


Dimitris es Grecia. Un país del que seguimos enamorados, que huele y sabe distinto. Estamos en primavera, todavía no hay turismo de masas, pero aquí te sientes inmediatamente en ese estado de felicidad que te da la vida sencilla, el buen tiempo, la alegría de vivir que transmite casi toda su gente.

Agios Nikolaos nos regala, además, el espectáculo de la luna llena.


En Zakynthos recuperamos esa rutina que tanto disfrutamos el año pasado. Puertos municipales llenos de vida y de ruido, de paseantes y tráfico caótico que observamos entusiasmados desde nuestra popa. Sin lujos, muy baratos, sin postureos, sin ropa de marca. Vecinos de pantalán que conoces día tras día y con los que te sientes unido por un vínculo difícil de explicar. Gente de mar.

Gente de mar como Sergi y Rosi, una pareja que viene desde Barcelona con un plan de viaje similar al nuestro con su magnífico Narganá Dos. Esta primera etapa griega en la isla de Zakynthos es también, para nosotros, la de Sergi y Rosi. Después nos separaremos otra vez: ellos van a costear el Peloponeso más rápido que nosotros, camino de Atenas. Desde ya, unos grandes amigos que, seguro, volveremos a encontrar.

Sargantana y Narganá Dos en Agios Nikolaos


Martes, 17 de mayo

Y tras dos días de tranquilidad y bricolajes en Agios Nikolaos, continuamos hacia Zante, donde nos reuniremos de nuevo con el Narganá. La idea es pasar un par de días haciendo turismo por la isla y, sobre todo, estar amarrados, porque el jueves nos alcanzará una borrasca -corta, no durará más de un día- que conviene afrontar al resguardo de un gran puerto como el de Zante.

En Ag. Nikolaos encontramos la tranquilidad para, por fin, reemplazar las drizas.


Pero, inopinadamente, tenemos en Zante una de esas movidas que solo pasan en Grecia, una tragicomedia en tres actos. 

Se abre el telón. 

Acto I : La noche

En escena, cuatro barcos que amarran "en batería", con las popas mirando al muelle público.

Jon, patrón del Surfing Safari, un Halberg Rassy de 12 metros. Un barcazo. Jon es el típico abuelito sueco que viaja en solitario. De pocas palabras. Con el aspecto de haber vivido mucho, de haber navegado mucho y de estar un poco de vuelta de todo.

A continuación, la tripulación del Narganá Dos, Sergi y Rosi, en su Sun Odissey 54, un superbarcazo. Un encanto de gente, que además hacen un pan extraordinario. A estas alturas, amigos del alma.

Junto a ellos, la tripulación del Sargantana, unos pesaos que escriben un blog.

A su lado, Antonio, “el griego malencarao”. En realidad no se debe de llamar Antonio, pero ese es el nombre de su velero, un Oceanis 46 pelín viejo, pero bien cuidado. Antonio es, aparentemente, un local, no duerme en el barco. Su carácter concuerda con su aspecto. No llega a decir “hola” hasta bien entrado el Acto III.

Y, por último, el Nevermind y su tripulación. El Nevermind es un superyate Arcadia a motor de 26 metros, es decir, como el doble del Sargantana. La tripulación recuerda vagamente a la del crucero de “Vacaciones en el mar”, pero menos glamourosos. Un capitán siempre vestido de uniforme y dos tripulantes jovencitos, chico y chica, que hacen de todo en el barco, por lo menos por el día (por la noche no sabemos). A todos les gusta el reggaetón, lo que no es extraño, porque la tripulación es oriunda de algún país sudamericano.

Centrémonos. 

Jueves, sobre las cuatro de la madrugada. El temporal anunciado ya está aquí. Lucía se despierta porque las drizas golpean, por lo que me golpea a mí subsiguientemente. Creo que me toca ir a revisar eso. 

Salgo de mi sueño y maldigo mi suerte, siempre me toca. La tarde anterior nos hemos preparado para la posible subida del viento durante la noche, que, además, entrará de proa, aunque quizá no aseguré bien las drizas. Tenemos fuera casi 50 metros de cadena y hemos alejado mucho la popa del muelle. Por si los dípteros.

Todos los barcos han hecho algo parecido. Todos menos Jon. No sabemos por qué. De hecho, aunque Sergi se ofreció a ayudarle cuando atracó, Jon ha soltado muy poca cadena y tiene el culo demasiado cerca de las rocas del muelle. ¿El Snaps? ¿Una súbita depresión con tendencias suicidas? No sabemos. Se masca la tragedia.

A las cuatro y poco salgo en calzoncillos a cubierta. No tardo ni dos minutos en ajustar las drizas. Medio dormido, observo que el viento ha subido mucho, mucho. Antonio, el griego, fuma en cubierta, supongo que no se fía. Nosotros parece que estamos bien, la cadena tirante, no nos hemos movido ni un centímetro. Por babor veo que Jon ya está en popa poniendo defensas. Ay, Jon…

Regreso a la cama.

Pero al poco me vuelvo a despertar. Nos movemos mucho. Hay ola rompiendo contra la proa. Además, oigo movimientos en la cubierta del barco de Sergi. Me pongo unos pantalones y una camiseta y salgo. Joder, qué noche.

El lío ya está montado. El Surfing Safari ha perdido completamente su fondeo y el viento cruzado de proa le incrusta contra el muelle y contra el Narganá. Jon trata de salvar su popa. Sergi y Rosi ponen defensas y defienden su costado. Los dos barcos empujan al Sargantana por babor y el Sargantana se incrusta en el Antonio. El Antonio no tiene en quién incrustarse, hay más de cinco metros entre él y el superyate. Son las cinco y pico, comienza a clarear, y las olas saltan furibundas por encima de los rompeolas del puerto. A mi espalda, Lucía refuerza defensas por la amura del Antonio. Antonio sigue fumando con los ojos muy abiertos, como un conejo alumbrado por los focos. En el Nevermind siguen en la piltra, nadie a la vista. Nevermind.

Salto al Narganá y trato de ayudar a Sergi y Rosi. Me dicen a gritos que Jon quiere salir del amarre. La verdad es que no parece una buena idea, pero el hombre aparenta estar decidido. Los tres nos preparamos para empujarle cuando trate de encarar el viento. 

El Surfing Safari arranca y pone marcha adelante para salir. Usa su hélice de proa para defenderse del viento cruzado y avanza lentamente. Demasiado lento. Apenas somos capaces de separar su costado del Narganá unos centímetros. Como era previsible, al superar la proa se empotra contra la cadena. Nos movemos. Mucho. Jon se la está llevando puesta, probablemente enganchada en la orza. Sergi tiene que soltar cadena a toda prisa o los dos barcos se harán mucho, mucho daño.

El Surfing Safari acaba por superar la proa del Narganá y cruza como una exhalación por delante de las cadenas del Sargantana y del Antonio (aunque está por ver si las ha librado). Pero, irremediablemente, se empotra en la cadena del Nevermind. Esto parece una partida de billar. 

Y allí se queda, bajo la proa, desvalido como un pajarito fuera del nido y enredado en una trampa. 

A todo esto, la tripulación del Nevermind sigue en su nirvana. Lucía está a la rueda, con el motor encendido. Antonio sigue sin inmutarse, fumando, con cara de búho, viendo el espectáculo, como en una tarde de toros. Al menos, ha encendido el motor.

Ya ha amanecido. El viento sigue rugiendo y chispea. El Surfing Safari trata de zafarse, pero no va a poder, su hélice no funciona. El Narganá, que ha perdido su fondeo, tiene que mantener siempre el motor en marcha y dar avante, sujeto por sus amarras, para evitar ser arrastrado por el viento. 

Oigo a Lucía que me llama a gritos. Qué estrés. Vuelvo al Sargantana. La amarra cruzada de Antonio (mal colocada, ya se lo dijimos) presiona nuestra aleta y se enreda con nuestro motor auxiliar. Lucía se encuentra en un animado intercambio de opiniones con Antonio sobre las bondades de amarrar como le ha hecho. Que Dios le ampare…


Además, nuestra cadena ya no está tensa. Podemos ser los siguientes en salir a bailar, así que, preventivamente, damos avante para sujetar el barco mientras decidimos si dar tensión a la cadena con el molinete o no. Antonio, por fin, hace algo. Ha bajado a tierra, ha aceptado que su barco está estrujando al Sargantana y decide aliviar un poco la presión de su amarra en nuestro balcón de popa. 


Y así va pasando alegre la mañana. Los chicos del Nevermind amanecen por fin y se incorporan a la función con los pelos alborotados. Se limitan a poner una defensa para proteger su proa, a moverse por cubierta como pollos descabezados y a servir de enlace y traducción simultánea entre Jon, en su destierro, y Sergi y yo. Una especie de "teléfono escacharrado" versión náutica, que termina cuando nos pasamos los móviles y hablamos directamente.


Y, al rato, hace aparición en escena… el Capitán Nevermind. De uniforme. Impoluto. Recién duchado. Circunspecto. No hace nada, claro, para eso es el capitán, pero aporta un toque de elegancia a la escena: el resto del elenco estamos a medio vestir, sin duchar, y parecemos piltrafillas legañosas.


Sergi y yo botamos nuestra neumática, le ponemos el motor e iniciamos expediciones para hablar con Jon, fondearle un ancla auxiliar que le permita estar seguro, y fondear otra ancla para tratar de sujetar al Narganá de forma algo más sólida.


Pero eso ya es parte del Acto II, que contaremos en la siguiente entrada del blog, después de un intermedio.


Visite nuestro bar. 


La tripulación del Nevermind habla con Jon


Jueves, 19 de mayo

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