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domingo, 31 de julio de 2016

Día 9: Mondello - Cefalú. Un domingo en Sicilia

Son las 10 de la mañana y hay que salir del fondeo lo antes posible, antes de que la marabunta de gommoni, que sale de sus guaridas de la bahía de Mondello, avance, ruja y nos rodee.

Muchas vienen del sur, probablemente de los puertos de Palermo, y otras son claramente autóctonas. Pero son subspecies difíciles de diferenciar. Todas llevan un cargamento parecido.

Está la versión F, la de familias numerosas, con la nonna cara al viento como un mascarón de proa, y con un señor fondón que conduce (patronear es otra cosa) con cara de velocidad.

O la versión P, de pandillas numerosas. Conformadas por un número indeterminado de post-adolescentes de ambos sexos, que exhiben una inverosímil concentración de longilineas lolitas aburruñadas en cubierta aplicándose unas a otras cremas protectoras, y al mismo tiempo una cantidad equivalente de maromos musculados, bañadores huevoprieto, con exactamente el mismo corte de pelo, y que ignoran olímpicamente el espectáculo erótico-lascivo para centrarse en lo que de verdad importa:  el último fichaje de la Juve y/o el último modelo de gafa de Armani.

Pero ambas versiones, la P y la  F, tienen algo en común: les gusta levantar ola. Mucha ola. Y les gusta levantar ola cerca de alguien, si es posible. Porca miseria. Nos vamos de aquí.

 

El plan hoy es costear hasta Cefalú, un pueblo del que tenemos muy buenas referencias. La navegación transcurre bastante plácida. Gran parte del camino ciñendo sobre un mar plano y haciendo 4-5 nudos. Al final de la tarde, a motor. Sobre todo porque, si no apuramos un poco, no llegamos de día. Aquí se pone el sol a las 8, al menos una hora antes que en España.

Dicen que Mondello es la playa de Palermo, el arrabal ganado a la malaria a finales del siglo XIX y principios del XX para el disfrute y lucimiento de la burguesía palermitana. Su impresionante edificio de baños o Kursaal (literalmente, "sala de curas") Charleston, sus villas Art Decó y sus casetas azules alineadas en la playa son testigos de aquella época. Mondello aún se esmera en mantener ese aire decadente que lo hace tan chic. Incluso a los pies de la torre vigía que abre la bahía al norte se amontonan algunas casetas de baño en anacrónico contraste.

 

Destrabo el ancla, comprobando que el esfuerzo de anoche por encontrar una zona de arena entre las algas no ha sido en vano. Estas algas del fondo, ¿serán posidonias, como en nuestras islas? Si es así, a Sicilia aún no ha llegado la estupidez balear de penalizar al navegante con boyas de pago e indiscriminadas prohibiciones de fondeo, atribuyéndole una maldad sin fin que ignora los desmanes costeros de fábricas, urbanizaciones, hoteles, chiringos y construcciones de todo tipo que plagan de miseria y bochorno nuestras cada vez más deterioradas costas.

Me entretengo en otear con los prismáticos y comprobar, una vez más, cómo Sicilia aprovecha cualquier rinconcito entre dos rocas para montar una terraza, un solárium o unos peldañitos al mar, en un intento de conquistar la costa y el agua. De Mondello a Palermo no hay playas. La roca cae a pincho al mar, dejando apenas espacio para algunas casas y ningún cultivo. Pasamos frente al inmenso cementerio de Palermo y nos acercamos a su puerto industrial, con las características grúas silueteando el paisaje. El tráfico de buques entrando y saliendo de éste y del puerto comercial es hoy más escaso que el que se atisbaba ayer en la distancia, si bien nos cruzamos con varios cruceros que siguen navegando en domingo.

 

Cierran el golfo de Palermo el Capo Mongerbino y el  impresionante Capo Zafferano. Los superamos,en rumbo directo hacia nuestro destino de hoy.

Y sin grandes novedades llegamos a Cefalú sobre las 1930. A tiempo de fondear y de ver la puesta de sol. Decidimos quedarnos en la playa que está enfrente de la población, con una vista excepcional de la ciudad, la catedral y la mole rocosa con forma de cabeza a la que parecen pegarse las casas y a la que Cefalú debe su nombre. 

 

Hay seis o siete barcos que nos harán compañía. El más cercano, un velero bandera española de 28 metros, con tripulantes de uniforme.

 

El mar está plano a estas horas y podríamos bajar a cenar, pero se ha hecho demasiado tarde y preferimos prepararnos un arroz al caldero, con una botellita de la ya menguada bodega. Por supuesto, seguido de unas rondas de gin-tonic que ayuden a combatir la indigestión anunciada (y consiguiente insomnio). Tengo que decir que a mí me funcionó de acuerdo al plan.

Mañana toca visita al pueblo y luego travesía a las islas. A dormir.

sábado, 30 de julio de 2016

Día 8: Castellammare - Mondello. El día de la patrona

En Castellammare toca reaprovisionar el barco. Así que me levanto pronto y marcho de expedición a la búsqueda de un supermercado.

Mientras Luis se va, me pongo a ordenar y limpiar el interior del barco y a hacer algo de colada. No soy la única. El pantalán bulle de tripulaciones ajetreadas en labores similares. Queda muy colorido y pintoresco, con el pueblecito al fondo.

Literalmente trepo por las calles empinadas. Aún no son las nueve, hace calor y todo el pueblo está en plena actividad. Una vez pasada la primera línea de mar con los habituales restaurantes, el pueblo se reconcentra en una maraña de calles muy estrechas, donde los coches tienen todas las dificultades del mundo para pasar. Hay mucha gente por la calle. Casas bajas y no muy bonitas. Tiendas de pueblo con señora sentada a la puerta.

Tardo mucho en encontrar un minisupermercado en el que comprar sin agobios. No me veo pidiendo lo que necesitamos a una señora hablando el siciliano de los marineros. Vuelvo triunfal a la marina, de donde salen ya las primeras gommoni.

Después, limpieza y baldeo completo del barco. No terminamos hasta casi la una y podemos ponernos a navegar.

Dejamos del bullicioso muelle. Más de la mitad del pantalán está ocupado por lanchas y neumáticas de alquiler. Aquí las neumáticas con toldilla (gommoni) son típicas. Y, por lo que se ve, también es típico alquilarlas un sábado de verano, como hoy, para salir con la familia o los amigos a hacer el cafre a toda pastilla, surfeando entre los veleros y disfrutando con el vaivén violento que les produce la ola. O, simplemente, para acercarse a alguna bahía a tomar el sol y bañarse. En cualquier caso, van a toda velocidad y atestadas, y hacen de la salida del puerto un auténtico incordio.


En esta captura de Google Earth se ve bien el pantalán (el más largo, estábamos casi al final), la subida al pueblo, el pueblo, su muralla de contención y su castillo, con el puerto pesquero a los pies. También se aprecian los destartalados diques de acceso al puerto, el de babor una luz roja fundida al extremo de una simple restinga de piedras, y el interior de estribor, un dique en construcción sin balizar. De día se ve bien lo que anoche era un conjunto de peligros inciertos. 


Nos planteamos llegar a Palermo y, si es posible, a vela. Estamos ya pasados de horas de motor para la revisión y no sabemos cuándo podremos encontrar mecánico. No antes del lunes, por supuesto. Así que veleamos en busca del Capo Gallo, con viento de cara, como suele pasar. Bordos y bordos. No hay manera de acercarse al cabo. Al final, no queda más remedio que hacer un par de horas de motor para llegar a un fondeo de día.



Nos acercamos trabajosamente hasta el aeropuerto, que se extiende entre la Punta Molinazzo y la Punta Raisi. Es divertido ver despegar y aterrizar a los aviones prácticamente en el agua. Ya cerca, vemos las marcas que impiden la navegación a menos de media milla. Aquí ponemos motor. Superamos en línea recta la Isola delle Femmine y nos acercamos al Capo Gallo, que impresiona con su silueta. Es un parque natural. A la vuelta, la bahía de Mondello. 


Al llegar a la bahía de Mondello tenemos claro que nos quedamos. Es una ensenada imponente y muy bonita, con un balneario-palafito en el centro que parece sacado de la película "Muerte en Venecia". 



 

Quizá demasiado expuesta, pero el viento es térmico y ha bajado casi a cero. Muy buen tenedero. Hay seis o siete barcos ya fondeados, entre otros un espectacular trimarán Adastra, valorado en 11 millones de euros.

https://vadebarcos.wordpress.com/2014/02/03/super-yate-adastra-anuncio-mazda-john-shuttleworth/

Y antes de la cena, el último espectáculo del día. La procesión marinera de la patrona de Mondello. Una flotilla de barcos y barquitas se concentra a unos cientos de metros del Sargantana. De repente, suenan las bocinas y se lanzan en estampida todas juntas hacia nosotros, como una carga de la brigada ligera. No damos crédito. El barco cabecero lleva una Madonna iluminada en la proa, rodeada de flores. Justo en nuestra popa se detienen, se reagrupan, y el cappellano reza a voz en grito a los devotos de la flotilla que, seamos sinceros, hacen más ruido que los niños de Castellammare. Debe ser tradición local.



La noche es ahora plácida y además bendecida. Hacemos una ensalada de pasta y nos tomamos una botella de vino para no desentonar.

viernes, 29 de julio de 2016

Días 6 y 7: Cerdeña - Sicilia. Bienvenidos al sur.

Por fin esta carrera loca para llegar a Sicilia ha terminado al llegar al puerto de Castellammare, en el oeste de la isla.


La llegada ha sido extraña y accidentada. Nos decidimos por Castellammare en vez del puerto obvio de San Vito di Capo, porque nos pareció más bonito para una primera recalada en Sicilia, a pesar de que  suponía un par de horas más de viaje y eso, a la postre, nos  hizo llegar de noche.


Capo San Vito. La distancia y la perspectiva engañan: el cabo está prácticamente a nivel de mar, en una zona llana. En la foto se distingue el faro. El impresionante farallón anticipa una característica de esta costa siciliana: montañas peladas que llegan casi a la costa, dejando espacio justo para pueblitos de casas bajas apretujadas y ciudades extensas y abigarradas. Pongo una captura de Google Earth para que se aprecie.




Y, ciertamente, Castellammare es bonito. Es una especie de aluvión de casitas que trepan por una pendiente escarpada y que  no caen rodando al mar porque una imponente muralla, extrañamente construida en la misma playa, las contiene como si fuera una represa.

Pero el puerto es infernal. Lleno de obras en la dársena de entrada, y con luces fundidas y caóticas. Nos cuesta reconocer la luz de la linterna del marinero, que nos hace señas para llevarnos al amarre en su pantalán.

La maniobra es difícil y no muy brillante, por el viento cruzado que se lleva irremisiblemente la proa del Sargantana contra la amura de un enorme velero vecino. A base de muchos empujones por proa, tirones de cabo y maniobras acabamos atracando sin males mayores.

En el puerto nos esperaba un inenarrable festival de bienvenida. Los marineros no hablan nada más que una especie de siciliano del que somos incapaces de reconocer una sola palabra. A duras penas conseguimos entendernos. Un barco vecino de aproximadamente nuestro tamaño está desembarcando una multitud de no menos de 12 personas. Todas de Palermo. Todas gritándose arrivederchi y besándose como si alguno emigrase mañana a Argentina. Todos los niños llorando y gritando a la vez. Los padres subiendo y bajando del barco continuamente, acarreando bolsas. Los niños saltando y corriendo por el pantalan flotante como posesos. Y el fondo musical, como no puede ser menos, es un chunda chunda de múltiples bares y restaurantes junto a la playa. Claramente, Sicilia nos da la bienvenida...

Nos preparamos para ir a cenar y es cuando descubrimos que hemos amarrado en lo que parece la concesión de un único pantalán flotante, larguísimo, formado por tres tramos unidos, a cada cual más inestable y con la superficie más precaria, entre tablas de madera y unas baldosas cuadradas de material sintético que se levantan según pisas. Por supuesto, no hay baños. Por gestos el marinero nos dice que solo "toilete", sin ducha. Ni se nos ocurre ir a mirar. Nos volvemos a duchar al barco.
Él pantalán termina en un camino de tierra en cuesta que desemboca  a una carreterita estrecha que conduce al pueblo. Está abarrotada de coches estacionados en los arcenes y otros que buscan sitio y dan la vuelta en maniobras demenciales. El trayecto es corto, aunque incómodo de coches y barullo, hasta, llegar al pueblo que sí, es encantador. No permiten el paso de vehículos. El paseo está lleno de restaurantes y bares, con terrazas y mesas desparramadas. Mucha gente, muy colorido, realmente divertido de ver. 

Trip Advisor nos lleva al restaurante Il Patio, donde cenamos unos mejillones sabrosísimos y un pescado extraordinario. Muy recomendable. Un paseo hasta el final de la calle nos lleva a la zona pesquera. Se ven los puestos de acero con sus grifos y pilas, que sin duda por el día estarán abarrotados de pescado a la venta. Pena no coincidir. En la placita del castillo damos la vuelta.


En el recorrido de regreso el panorama ha cambiado. En lugar de familias y parejas deambulando, el paseo esta atiborrado de jovencitos y jovencitas con copas en la mano. Muchos restaurantes ya han cerrado y el protagonismo es ahora para los bares de copas, algunos de ellos bien curiosos, con su aspecto de galpón, y con nombres llamativos, como el bar de exportaciones de tabaco. Desandamos la carretera, el camino de tierra, el interminable pantalán y nos disponemos a dormir del tirón nuestra primera noche siciliana.

Sicilia es el contraste: llevamos casi dos días de absoluta tranquilidad. A las 0900 de ayer estábamos listos para zarpar. Con poco viento pero sabiendo que subiría pronto. Esperábamos un NW flojo, que debería ser suficiente para navegar al menos unas horas.

Pero el parte falla. Se establece un WSW moderado de unos 15 nudos que nos entra por la aleta. Es una maravilla para navegar. Nos ponemos rápidamente a 7 nudos y así seguimos todo el día.
El viaje es rutinario. Prácticamente ningún barco a la vista. Los cargueros siguen la ruta hacia el sur, camino de Malta. Siendo éste ya el tercer salto, tenemos mejor automatizadas las rutinas. Lucía duerme por la tarde y hará el primer turno nocturno. La complicación de esta noche es que, con seguridad, habrá que recoger velas cuando caiga el viento, y no es fácil hacerlo en solitario.


La noche. La primera guardia, que no es nunca mi preferida. Sin embargo, hoy estoy descansada y la afronto con ganas. Salgo a cubierta y la impresión de la oscuridad absoluta y el cíelo cuajado de estrellas es dificil de narrar. La Vía Láctea se ve nítida, de norte a sur. Hace calor. Apenas hay barcos. El AIS muestra muchos, pero están lejos y dispersos.

 

Una noche a vela siempre es un aliciente: el silencio y el chapoteo en el agua como únicos compañeros, haberme librado del traqueteo del motor de las noches anteriores. Pero la vela obliga a estar mucho más en guardia. Mayor y génova en portantes. El piloto en modo veleta ayuda a evitar una trasluchada involuntaria si el viento cambia. Y cambia. El nuevo rumbo me va acercando cada vez más al sur. Traslucho con cuidado, llevando la mayor a la vía para evitar el golpe, y oigo que Luis se queja abajo: "eso no te va a llevar a ningún lado".

Va cayendo el viento. Aguanto todo lo que puedo hasta que ya no queda más remedio que arriar velas y encender motor. Se acabó la magia. Sólo se recupera un instante cuando comienza a asomar en el horizonte el cuerno de la luna, tan rojo que lo confundo con un barco a lo lejos. La luna eclipsa las estrellas. Me voy abajo, a dormitar con la alarma puesta cada media hora. Luis se despierta a relevarme antes de lo planeado. A las cuatro me voy a la cama y abro los ojos casi a las once, al grito de "Lucía, delfines".

El segundo día de la travesía es monótono y a motor. Sólo hay un momento interesante cuando llegamos a un lugar donde encontramos rorcuales, delfines y tortugas. Pero tampoco se muestran sociables y no se acercan demasiado al barco. De momento hemos visto más bien pocos bichos en la cantidad de millas que llevamos.









Para los próximos días el plan es costear con calma hasta llegar a las Eólicas. Quizá mañana Palermo, aunque de momento lo urgente es limpiar el barco y aprovisionarlo.

Pasado el Capo San Vito y de camino a Castellammare del Golfo voy tomando nota del perfil de esta isla de montañas, a menudo rodeadas de un halo de neblina o nubes bajas como penachos.


  


  



miércoles, 27 de julio de 2016

Dia 5: Cerdeña - Parada y fonda

Por fín hemos llegado a Cerdeña. Finalmente decidimos no ir al puerto de Teulada sino avanzar un poco más e ir a fondear a Pula, sitio que conocemos bien porque ya dormimos allí una noche el año pasado.

El día es espléndido. Al acercarnos al sur de la isla el viento sube hasta 20 nudos y durante la mañana recuperamos las sensaciones de navegar a mano saltando las olas. Buen ejercicio para subir la adrenalina.



Pula es un excelente fondeadero, muy amplio y normalmente muy lleno de barcos. El año pasado no había allí menos de cuarenta embarcaciones. Sin embargo, este año sólo somos seis y las playas parecen en temporada baja. Todo está muy tranquilo, justo lo que necesitamos.

Me voy con la neumática a internarme en el país de los Lestrígonos. Tras librarme de la basura, inicio mi habitual expedición a la búsqueda de suministros. En este caso infructuosa: en Pula hay sólo un hotel, unos chalés de ricos y una carretera.

Gran decepción. Tras mucho caminar encuentro una pizzería, en la que compruebo que ya no hay caníbales en la isla y que los nativos comen pizzas de dudosa calidad y bocadillos en bolsas de plástico. La evolución de la gastronomía en la isla es claramente regresiva. Les pido que me vendan pan y me dicen que sólo en bocadillo. Les compro dos, muy a mi pesar. Les pido hielo y me miran con ojos como platos. Me dicen que para qué. Les digo que para llevarlo al barco. Me dicen que si he traído bolsa. Les digo que no. La camarera, que está ya harta de este spagnolo, decide, por iniciativa propia, venderme una botella de medio litro de agua y un vasito de plástico con hielo. El hielo con el agua puesta. La miro. Me mira. Le pone un papel de plata al vasito. Me acuerdo de Ulises, opto por no discutir y huyo como un cobarde, con mis bocadillos, mi botella de agua y mi vasito. Voy hacia la neumática con el temor de que los Lestrígonos playeros me tiren piedras, pero no parecen reparar mucho en mí. Me salvo...

Eso sí, la experiencia de la cena es magnífica. Una botella de vino en cubierta comiendo tranquilamente un arroz nos hace recuperar algo de las energías que hemos perdido estos días. La noche está tranquila y fresca. Excelente para dormir una noche completa. No llego ni a las copas. Telón.


martes, 26 de julio de 2016

Día 4: Mallorca - Cerdeña (II). Llegando al país de los Lestrígonos

Esta noche, de madrugada, llegamos a Cerdeña, el país de los Lestrígonos. 

En mi libro, Ulises cuenta: "Los hombres ya no tenían fuerza para remar. Seis días y seis noches navegaron sin tregua. El séptimo día llegamos al país de los Lestrígonos."

Más o menos como nosotros...

El caso es que a Ulises no se le dio muy bien Cerdeña. Parece ser que, explorando la isla, se encontró con la hija del rey, una moza gigantesca - hay que decir que los Lestrígonos no eran precisamente bajitos- que les llevó a la casa del rey Antipatés (su padre), donde una buena parte de su tripulación fue engullida por el rey y sus súbditos. 

Decididamente antipáticos los sardos (Lestrígonos) o al menos con un curioso gusto (literal) por los griegos. Ulises y sus colegas salen evidentemente por piernas y tratan de hacerse a la mar a toda prisa. Pero los Lestrígonos les tiran grandes rocas desde los acantilados. El resultado es que toda la flota de Ulises es hundida y sus tripulantes devorados por Antipatés y sus chicos. Toda la flota menos el barco de Ulises, que había tenido la precaución de fondear en la parte de fuera de la cala, y que escapa sin daños. Un hurra por la solidaridad y el compañerismo del comandante de la flota...

Nosotros esperamos llegar a puerto mañana a media mañana. Ya empezamos a necesitar un día, y sobre todo una noche, de sueño, con el barco quieto de una vez. Hay dos posibles planes: Teulada o Cagliari. Cagliari está algo más lejos pero nos permitiría hacer un poco de turismo por la ciudad.

A ver cómo de amistosos son nuestros Lestrígonos este año. Por si acaso -no vaya a ser- dejaremos bastante resguardo a los acantilados. Y haremos como Ulises: nada de fondear en primera línea de playa,

Por lo demás el día nos ha traído por fin el viento y la sensación de navegar de verdad. Trece nudos por la aleta  que nos permiten quitar definitivamente el motor y navegar en silencio. Eso sí, continúa el bamboleo incómodo por el mar de fondo.

Hemos visto pocos barcos. Por la mañana un espléndido velero Maltés nuevo de tres palos y 42 metros de eslora. Justo en nuestro rumbo que nos ha ido ganando terreno poco a poco  (bueno, en realidad mucho a mucho) hasta adelantarnos "arrancándonos las pegatinas" como diría el de Tele5. Con lo grande que es el mar y ha tenido que pasarnos a 15 metros.  Cosas del postureo.

Se alquila. 49.000 euros la semana

 

Después de cenar, el viento cae y rola a popa. Es incómodo velear en estas condiciones, y mucho más estando solo en una guardia nocturna. Así que esta noche toca una vez más poner el motor.  


Después de la cena me voy a dormir. Hasta que Luis me despierta. No sé qué hora es ni dónde estoy. Me cuesta volver a ubicarme, no he dormido lo suficiente. Pero él está agotado. Me levanto, me visto algo ("hoy hace frío, ponte un jersey"). Cruce breve del imprescindible parte ("barco por babor a 5 millas, sin riesgo; otro lejos aún; sigue el mismo viento; mi tablet no se conecta al plotter; recuerda: entre la vaca y el toro") y salgo a hacerme cargo de la situación. 

Efectivamente, algo le pasa al plotter. Mi iPad tampoco se conecta, aunque he probado a activar conexión por bluetooth. Malo, eso significa tener que ir afuera a controlar los cruces. Me caigo de sueño, así que programo la alarma cada 30 minutos, por si acaso. 

Hace una noche espléndida, de luna menguante. No me importa tener que salir y no me importa que haga un poco más de frío. El ambiente merece la pena, se presiente la tierra al frente. Localizo la vaca, o sea, la Isola La Vacca, y el toro, Isola Il Toro, en la carta. Verifico que el rumbo es bueno y trato de mantenerme despierta. Me entretengo mirando los barcos en el AIS y calculando cuándo y dónde me cruzaré con ellos. Hoy la noche está movidita, empezando por el gran buque de pasajeros a mi babor, que se va haciendo cada vez más grande hasta que se ven nítidamente sus centenares de luces. Me cruzo con este y otro, más dos cargueros y un buque cisterna. No está mal, se nota la cercanía a tierra.


Empieza a clarear y las dos islas comienzan a hacerse más nítidas contra el horizonte. Las recuerdo del año pasado, cuando trabajosamente tratábamos de alcanzar la isla de  San Antioco desde el este, luchando contra el viento de proa y las olas. Entonces se veían tan lejos. 

A las 0630 comienza a salir el sol al frente, tras la formación de nubes del horizonte que filtran los primeros rayos dándole al conjunto un aspecto irreal. 



A las 0700 estoy en la enfilación de las dos islas. Es como atravesar la línea de meta. Pero no, todavía queda un mundo hasta nuestro destino. No sé por qué me había hecho una idea errónea. Quizá por la noche y ese poder que tiene de acercarlo todo. 

Luis se despierta a las 0830 y compartimos desde aquí el desayuno, el arranque de la jornada y las decisiones de a dónde dirigirnos, qué lugar elegir para descansar la tarde y la noche, antes de emprender el salto a través del Tirreno que nos llevará a la desconocida Sicilia. Se me ocurre que este viaje no es más que un gigantesco salto entre islas. Así colonizaban y conquistaban las antiguas civilizaciones, de isla en isla.

Buen día y buen viento.





lunes, 25 de julio de 2016

Día 3: Mallorca - Cerdeña (I). Por un instante el viento

El día empieza en Sa Rápita. Hemos llegado a las 0700 y nos dicen por la radio que no abren la gasolinera hasta las ocho. Eso sí, nos permiten abarloamos al  muelle y esperar tranquilamente dentro del puerto desierto. Se agradece porque estamos cansados después de dos noches seguidas navegando y ahora no hay muchas ganas de echar el ancla.

La mañana es luminosa y muy cálida. El mar está plano y se ven bastantes barcos fondeados junto al puerto.

El más grande de todos es nuestro viejo amigo el megayate A. Por supuesto, no conocemos ni al billonario ruso ni a su mujercita Ana, pero ya nos encontramos con el A hace casi un año en Cerdeña y a estas alturas son como de la familia. Lamentablemente, los rusos no parecen estar despiertos a estas horas de la mañana, seguramente efecto del vodka, y decidimos no hacerles una visita para el desayuno, que igual no les viene bien. Otro año será.


La parada en Sa Rápita es casi tan veloz como las del equipo Mclaren en sus buenos tiempos. Todavía no son las ocho y cuarto y ya hemos rellenado el depósito de gasoil, el depósito de agua, la nevera de hielo, la bolsa de pan, y hasta tenemos ensaimada para desayunar, comprada en la cafetería del puerto. Porque hay que celebrar como se merece la primorosa maniobra de atraque y desatraque de Lucía que, lamentablemente, no tiene más testigos que el gasolinero, un señor alemán en pijama (que no se sabe muy bien qué hace en la cubierta de su velero) y yo mismo. Poco público. Una pena.


Y hete aquí que un rato después salimos otra vez del puerto, muertos de sueño, y ponemos rumbo Este. Nos esperan 240 millas hasta Cerdeña que nos llevarán al menos dos días y sus noches.

De inicio, todo igual que siempre. Viento del sur flojito, motor y mucho calor. Pero todo cambia sobre las 12. El viento rola a Norte y sube a 6-7 nudos que nos permiten, por fin, velear. Sacamos el gennaker y quitamos motor. Aleluya.

La felicidad es completa. Todos los trabajos y mejoras en el barco que hemos hecho este invierno, parecen funcionar.  El gennaker nos hace navegar a 5 nudos con sólo 6 de viento. El monitorizador de batería muestra que las placas solares las mantienen cargadas aun con la nevera, el piloto y los múltiples chismes conectados. Todo perfecto. Nos damos un pequeño homenaje en forma de almuerzo para celebrarlo.  Pero....

Murphy otra vez. El viento cae a las dos horas. Y hay que quitar el gennaker a toda prisa y volver a arrancar el motor.

Y de ahí en adelante seguimos a motor y sin velas. Mar de fondo incómoda y poco viento que hace bambolear al Sargantana como un sonajero. No hay un barco, ni a la vista ni en el AIS, así que dormitamos toda la tarde.

Me toca la primera guardia. Estoy bastante cansado, noto que ya me va haciendo falta una dormida larga después de tantos días de sueño a retazos. Me instalo en el salón con una novela de Pérez Reverte, la pantalla de radar y de AIS y un ron con hielo. Ahí fuera estará oscuro como boca de lobo hasta que salga la luna a eso de medianoche, pero aquí abajo se está bien.

Mañana más.

Te honra reconocer que mi atraque fue bueno. ¿Te preguntas qué hacía ahí el alemán en pijama? Muy sencillo, le despertaron tus gritos tratando de corregir una maniobra perfecta. Tú sabrás por qué. 

Día de gennaker dedicado a nuestro amigo Julio, que nos suspendió la última vez que se embarcó con nosotros. Todavía faltos de práctica con esta vela que aún me intriga, hoy conseguimos la suficiente tranquilidad como para no estar a cada segundo mirando arriba, pendientes del mínimo flameo. Hasta el punto de bajarnos a hacer la comida y comer sin prisas en cubierta. Glorioso.

He dedicado una buena parte de la jornada a leer el libro de Claudia Roselló y su aventura a bordo del Ulises. Más o menos novelado, mejor o peor escrito, me quedo con la subyugación que puede ejercer el mar en alguien que vivía de espaldas a él para dejarlo todo y meterse en un espacio minúsculo e incómodo, dispuesto a echarse millas a la espalda. Reconozco la sensación. Comparto la fascinación de descubrir las pequeñas cosas que te brinda el barco. Como la vista desde el mar, que te hace descubrir una perspectiva de la costa y las ciudades totalmente diferente. O los grandiosos atardeceres rojos de cielos limpios, que primero te fascinan y a los que después acabas acostumbrándote, convirtiéndolos en un hábito.

Como el de esta tarde, sobre un mar absolutamente en calma. La superficie del agua parece metálica, como un plato de mercurio. Recuerdo inmediatamente que ya lo he visto, ese mismo color, en una tarde lejana en Rías Baixas. Tengo que hacer un esfuerzo para decirme a mí misma que no, que no lo he vivido ya, que este atardecer es único. Me prometo de aquí en adelante contemplar cada puesta de sol como si fuera la primera, para guardar algo de esa ilusión infantil de las primeras veces.

Me voy a dormir sin cenar, tengo el estómago revuelto de tanto bamboleo. A las tres y media Luis me despertará y tengo que llegar en forma.

Buenas noches y buen viento.


domingo, 24 de julio de 2016

Dia 2: Cartagena - Mallorca (II): Stop-and-go en Es Trenc

Segundo día de travesía, casi siempre mejor que el primero. El cuerpo se ha sacudido la torpeza inicial y se mueve con más agilidad por la cubierta. Por mucho que hayas navegado, el cerebro pierde reflejos y eso te hace cometer más errores el primer día de navegación que ningún otro. Los músculos duelen. Afortunadamente, sólo dura un día

Amanecemos el domingo camino de Formentera, con poco viento y bastante calor. Y el día transcurre tranquilo y sin demasiadas novedades, todo a motor. Muy pocos barcos cercanos. Dedicamos la jornada a terminar de colocar algunos de los mil archiperres que conforman el armamento del Sargantana (que no tiene nada que ver con las armas), y a sestear

Pasamos sin novedad por el sur de la isla, muy cerca de la playa de Migjorn y aprovechamos el breve periodo de cobertura para charlar con el mundo y actualizar nuestro blog. Acabamos con una cena en cubierta, estratégicamente planeada para coincidir con la puesta de sol. Uno de esos momentos...

Y al anochecer el viento cae a cero. El mar está completamente en calma y el Sargantana se desliza suavemente y sin apenas esfuerzo. Hoy me toca la primera guardia y aprovecho para leer "Cuando los diablos bailan sobre las olas", que me ha prestado Satur. Un libro excelente. Cierto, la prosa no es de un escritor profesional, pero el relato tiene toda la fuerza de lo auténtico. Una historia dramática de supervivencia en un temporal en la costa brasileña. Satur me presentó a la autora hace años cuando invernaban en el puerto de Los Nietos. Voy a tratar de comprar un ejemplar y conseguir que me lo firme. Hay libros que uno debe llevar en el barco y releer de vez en cuando en una guardia tranquila.

Pero esta no es una guardia del todo tranquila. Ya estamos en medio de las Baleares y nos cruzamos con muchos barcos pequeños, motoras y veleros, que no llevan AIS ni se ven en la pantalla del radar hasta estar muy cerca. Nota: el AIS debería ser obligatorio si navegas de noche :(

Así que hay que estar muy atento a las luces y al radar y a todo. A las 3 de la mañana ya empiezo a estar demasiado cansado y, afortunadamente, Lucía se despierta y me releva.

Mañana (bueno, dentro de un rato) será otro día. Según el parte, el viento se va retirando hacia el Este en el canal de Cerdeña. No podemos quedarnos en Mallorca si queremos evitar ir a motor todo el viaje. Ya echamos de menos un poco de navegación silenciosa, que para algo hemos traido un gennaker

Cambio.

Normalmente prefiero la segunda guardia. Por el aliciente del alba. El cambio de color del cielo hacia el este, cerca de la amanecida, rompe la monotonía de la navegación aburrida en medio de la negritud. Hoy se me ha hecho largo hasta que el alba. Largo y raro. 

Primero, los cruces. Me advierte Luis antes de irse a dormir que el radar no había detectado algunos barcos. Le ha subido tanto la sensibilidad que no dejo de ver destellos y puntitos de bultos inexistentes. Trasteo con los controles hasta ponerlo a mi gusto. Es verdad. La mayoría de los veleros en esta zona no llevan AIS. Como esa luz verde en mi 15 Br, que se acerca pero demasiado despacio según mi percepción. Proa. 10 Er. "Verde con verde o rojo con su igual, siga el rumbo cada cual"Caigo un poco más a babor para darle respeto. Se vuelve blanca. Es un velero, con el gran génova desplegado, solitario, vacío, apenas empujado por la brisa. Me digo que parece un barco fantasma. Pero sé que no está vacío, y pienso con rabia en su dueño allí abajo y en cómo se indignaría si un pesquero o un salvamar le abordase. Cómo se llenarían páginas y páginas en el foro habitual, de cofrades indignados por la insolencia de los profesionales de la mar, rompiendo lanzas en favor de un patrón que relataría cómo solo había bajado un momento a ver la carta y cuando salió... Son demasiadas historias de los unos contra los otros. Pobres patrones de veleros de recreo, inermes frente a los monstruos mecánicos. Yo esta noche sólo he podido indignarme por encontrar un artefacto flotante desatendido. Cierto que él iba a vela y yo a motor. Hasta es posible que me viera desde su litera en el receptor AIS (que no emisor) y supiera o que yo sí estaba despierta y le evitaría. Corrijo rumbo y pongo proa a Es Trenc. Veo ya la roja destellante de Sa Rápita.

Y esa es la segunda, la percepción. En la negrura de la noche todo es más grande y está más cerca. He de mirar dos veces los instrumentos para cerciorarme de que aún quedan diez millas, casi dos horas. La "mole" de Cap Blanc me sobrecoge, parece que está ahí al lado. Y las lucecitas de los fondeos al frente son nítidas... Todo parece demasiado cercano y yo voy muy rápido... Calma, hay que parar la cabeza y usar la lógica. 

Por fin empieza a romperse el cielo. Las formas de la costa comienzan a alejarse y a cobrar su dimensión real. Todo parece mucho más familiar y manejable. Aún pasa bastante tiempo hasta que aviso a Luis, que ve conmigo amanecer un sol rojo y enorme. Me ayuda a bajar la mayor y se ocupa de las defensas, mientras busco la bocana de Sa Rápita y amarro sin problemas en el muelle de la gasolinera.

sábado, 23 de julio de 2016

Día 1: Cartagena - Mallorca (I): Los viajes de Ulises

Hace unas semanas recordé un libro infantil que alguien me regaló hace unos 50 años. No podría decir quén fue, probablemente en algún cumpleaños, hace demasiado tiempo para acordarse de quién y por qué. "Los Viajes de Ulises". Una especie de versión infantil de “La Odisea”, editado por Nestlé en 1962, y con ilustraciones en cromos que, supongo, se conseguían en las tabletas de chocolate. 


Tengo memorias muy difuminadas de aquella época, pero sí me acuerdo bien de la impresión viva y confusa que me provocó ese libro. La historia de un capitán griego, Ulises, que deja Itaca al acabar la guerra de Troya para recorrer mares e islas lejanas y de nombres extraños. La isla de los Lotófagos, la de Calypso, la de Eolo, la de los Lestrígonos… Personajes siniestros como Circe, la hechicera, o Scilla y Caribdis, que devoran tripulaciones tras seducirlas con cantos maravillosos y traicioneros.

Y todo el libro ilustrado con fotos luminosas que, extrañamente, no corresponden con esa época remota de las guerras de Troya. Fotos de pueblos marineros en la Italia del siglo XX, de casas muy blancas y cielos muy azules. Fotos de pescadores que cazan con lanzas atunes atrapados en redes que forman círculos gigantes. Fotos de volcanes en erupción y de montañas con nieve en el horizonte, y de hombres que aran campos, y mujeres que tejen sentadas en sillas bajas a la puerta de su casa. 


No había visto ese libro en muchísimos años, desde que era un niño. Así que llamé a mi madre para preguntarle si todavía lo conservaba. No se acordaba de semejante cosa, por supuesto. Pero mi madre que, como todas las madres, guarda en algún lugar de su casa todos esos tesoros antiguos y mágicos de la memoria familiar, me escribió alegre por Whatsapp: “¡¡He encontrado el libro!!” 

Y hoy es un día especial porque, cincuenta años después, inicio mi propio viaje de Ulises, y espero ver en directo esos pueblos blancos y esos pescadores de atunes en islas de nombres sonoros y mágicos como Vulcano, Lípari o Strómboli. Me gustaría pasar por el estrecho entre los cantos maléficos de Scilla y los remolinos amenazadores de Caribdis. Nos vamos a ver las Islas Eólicas (o Eolias) y las islas Égadas. A Palermo. A Messina. Un “Viaje de Ulises” saliendo de Cartagena, y con la diferencia de que mi Penélope (en este caso, Lucía) no se quedará en Ítaca tejiendo y destejiendo, sino que forma conmigo la única tripulación del Sargantana. 

Pero el viaje, como el de Ulises, no empieza demasiado bien. A pesar de haber trabajado en el barco los dos últimos fines de semana, el fondeo no está todavía a punto. Quería cambiar la cadena por una mucho más larga, porque he leido que en las islas volcánicas hay poco sitio donde fondear y no son infrecuentes los fondeos a 20 o 25 metros. Pero una sucesión de errores de previsión y desastres de última hora hacen que todavía tengamos que reparar el relé del molinete y poner un grillete definitivo en la unión ancla-cadena. Haciendo los honores a Murphy en este primer día, la reparación de fortuna del conector del molinete no funciona, y tengo que buscar una pieza a toda prisa en Cartagena, el sábado por la mañana. 

Salimos de Cartagena con cinco horas de retraso sobre el horario previsto, a las doce en vez de a las siete. Para colmo, el viento sopla duro del Este a la salida de la bahía. Decidimos poner trinqueta y tenemos todos los problemas del mundo (bastante frecuentes en el primer día de navegación). Tengo que poner el barco en portantes durante demasiado tiempo mientras Lucía se pelea con los garruchos en la proa. Cuando, por fin, podemos izar la trinqueta estamos mucho más lejos de Cabo de Palos que al principio. Nos toca una navegación incómoda contra una ola de metro y medio, y buscar trabajosamente el cabo con el motor puesto. 

Y doblamos el cabo ya entrada la tarde. El viento ha bajado y nos permite navegar en un 60º a motor con algo menos de ola. Lucía duerme toda la tarde preparando la primera guardia. Yo acabo de colocar el sinfín de inventos y accesorios que lleva el Sargantana cuando hace navegaciones largas. Envío los últimos mensajes a familia y amigos y asisto a ese momento emocionante de toda travesía, que ya no es el de largar amarras: cuando el teléfono pierde cobertura. Por fin en el mar y a solas. 

Y la primera noche del viaje transcurre sin novedad. Con temperatura muy agradable, luna llena y muy pocos barcos. Según el plan deberíamos estar en Formentera a primera hora de la tarde de mañana. Pasaremos por el sur sin detenernos. Si es lo suficientemente cerca espero tener cobertura, bajar la meteo actualizada y subir este post al blog. 

Cambio y corto.

Duermo toda la tarde para llegar descansada a la guardia de la noche. Uso el camarote de popa, que, a pesar del calor, es mucho más cómodo que los pantocazos de proa. Pienso en los familiares y amigos que han dormido aquí. Les echo de menos, a ellos y a los que aún no han podido venir. El ajetreo de mi vida diaria me deja demasiado poco tiempo para dedicárselo a lo que realmente me gusta o vale la pena.

A la caída del sol me despierta Luis para quitar la trinqueta. El panorama ha cambiado. Los 19 nudos de viento han dejado paso a un atardecer apacible sin ola. Quitamos la trinqueta entre los dos, sin problemas. Cómo se pierde la práctica por falta de uso. Habíamos salido de Cartagena sin líneas de vida, sin engarruchar la trinqueta, sin sacar siquiera los chalecos y los arneses. Hacerlo contra el viento, con la mayor rizada y pasados de trapo en el génova no es la mejor de las alternativas. En fin, igual que la forma física, los días que tenemos por delante nos ayudarán a ponernos rápido a tono.

Hago unos espaguetis para cenar. Qué mejor que celebrar la primera noche del viaje a Italia con la pasta italiana de la travesía a Italia del año pasado, que aún conservo. Pero no hay botella de vino. Tengo que estar despierta.

Luis se va a la piltra y me quedo sola. Momento luna espectacular. Sale a las 11.40 como un incendio en el horizonte. Apenas menguando, arranca destellos de fuego del mar y del cielo.

La noche es templada, con poco viento y sin ola apenas. Me monto una colchoneta y almohadas en cubierta, es más agradable que dentro. Poder conectarme al plotter desde el iPad me da una tranquilidad importante. Pongo el radar y me entretengo calculando la trayectoria de los barcos que no llevan AIS. No tengo ningún cruce preocupante. Me acuerdo de Satur y sus lecciones sobre el terreno de cómo controlar los cruces. No teníamos AIS ni radar entonces, amigo Satur. En el mar, toda ayuda es poca.

A las 0500 despierto a mi capitán. Una horita de regalo, no se quejará. Vuelta al camarote de popa, arrullada por el motor. Duermo hasta las nueve y media, aunque he notado cuando Luis cambió a vela por un tiempo corto. 

Mañana de sol y calor. El mar está como un plato. Me preparo para un día de lectura y tranquilidad. A motor, eso sí.. 






viernes, 22 de julio de 2016

Dia 0. En memoria

Iniciamos un nuevo viaje y un nuevo blog. El tercero ya, desde que hace tres veranos arrancáramos la iniciativa de narrar nuestras aventuras en aquel viejo Bavaria alquilado al que bautizamos simbólicamente Sargantana en anticipo del auténtico, del que vendría un año después, una de las decisiones más importantes de nuestra vida juntos.

Quiero dedicarte este blog y esta travesía, amiga Concha

Nuestro primer blog te sirvió de distracción después del golpe de tu diagnóstico ese verano. Te convertiste en nuestra más alegre y asidua lectora, ansiosa de cada última entrada, decepcionada cuando el tiempo o la falta de él no nos permitía actualizar la web. Hace un año, cuando se confirmó la falta de esperanza y te encontrabas ya tan mal, nuestras andanzas narradas por Luis siguieron llevándote una pequeña dosis de ilusión diaria, a ti que te gustaba tan poco navegar, pero que eras tan capaz de entender la pasión que levanta en otros.

Mientras navego y escribo aquí tumbada, en la bañera de Sargantana, te recuerdo. Recuerdo tu alegría, tu buen humor, tu risa, tu fortaleza y esa manera tan tuya de desvivirte por los demás y hacer su vida un poco mejor. La vida que a ti se te arrebató tan demasiado pronto. 

Para ti, amiga Concha.