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viernes, 29 de julio de 2016

Días 6 y 7: Cerdeña - Sicilia. Bienvenidos al sur.

Por fin esta carrera loca para llegar a Sicilia ha terminado al llegar al puerto de Castellammare, en el oeste de la isla.


La llegada ha sido extraña y accidentada. Nos decidimos por Castellammare en vez del puerto obvio de San Vito di Capo, porque nos pareció más bonito para una primera recalada en Sicilia, a pesar de que  suponía un par de horas más de viaje y eso, a la postre, nos  hizo llegar de noche.


Capo San Vito. La distancia y la perspectiva engañan: el cabo está prácticamente a nivel de mar, en una zona llana. En la foto se distingue el faro. El impresionante farallón anticipa una característica de esta costa siciliana: montañas peladas que llegan casi a la costa, dejando espacio justo para pueblitos de casas bajas apretujadas y ciudades extensas y abigarradas. Pongo una captura de Google Earth para que se aprecie.




Y, ciertamente, Castellammare es bonito. Es una especie de aluvión de casitas que trepan por una pendiente escarpada y que  no caen rodando al mar porque una imponente muralla, extrañamente construida en la misma playa, las contiene como si fuera una represa.

Pero el puerto es infernal. Lleno de obras en la dársena de entrada, y con luces fundidas y caóticas. Nos cuesta reconocer la luz de la linterna del marinero, que nos hace señas para llevarnos al amarre en su pantalán.

La maniobra es difícil y no muy brillante, por el viento cruzado que se lleva irremisiblemente la proa del Sargantana contra la amura de un enorme velero vecino. A base de muchos empujones por proa, tirones de cabo y maniobras acabamos atracando sin males mayores.

En el puerto nos esperaba un inenarrable festival de bienvenida. Los marineros no hablan nada más que una especie de siciliano del que somos incapaces de reconocer una sola palabra. A duras penas conseguimos entendernos. Un barco vecino de aproximadamente nuestro tamaño está desembarcando una multitud de no menos de 12 personas. Todas de Palermo. Todas gritándose arrivederchi y besándose como si alguno emigrase mañana a Argentina. Todos los niños llorando y gritando a la vez. Los padres subiendo y bajando del barco continuamente, acarreando bolsas. Los niños saltando y corriendo por el pantalan flotante como posesos. Y el fondo musical, como no puede ser menos, es un chunda chunda de múltiples bares y restaurantes junto a la playa. Claramente, Sicilia nos da la bienvenida...

Nos preparamos para ir a cenar y es cuando descubrimos que hemos amarrado en lo que parece la concesión de un único pantalán flotante, larguísimo, formado por tres tramos unidos, a cada cual más inestable y con la superficie más precaria, entre tablas de madera y unas baldosas cuadradas de material sintético que se levantan según pisas. Por supuesto, no hay baños. Por gestos el marinero nos dice que solo "toilete", sin ducha. Ni se nos ocurre ir a mirar. Nos volvemos a duchar al barco.
Él pantalán termina en un camino de tierra en cuesta que desemboca  a una carreterita estrecha que conduce al pueblo. Está abarrotada de coches estacionados en los arcenes y otros que buscan sitio y dan la vuelta en maniobras demenciales. El trayecto es corto, aunque incómodo de coches y barullo, hasta, llegar al pueblo que sí, es encantador. No permiten el paso de vehículos. El paseo está lleno de restaurantes y bares, con terrazas y mesas desparramadas. Mucha gente, muy colorido, realmente divertido de ver. 

Trip Advisor nos lleva al restaurante Il Patio, donde cenamos unos mejillones sabrosísimos y un pescado extraordinario. Muy recomendable. Un paseo hasta el final de la calle nos lleva a la zona pesquera. Se ven los puestos de acero con sus grifos y pilas, que sin duda por el día estarán abarrotados de pescado a la venta. Pena no coincidir. En la placita del castillo damos la vuelta.


En el recorrido de regreso el panorama ha cambiado. En lugar de familias y parejas deambulando, el paseo esta atiborrado de jovencitos y jovencitas con copas en la mano. Muchos restaurantes ya han cerrado y el protagonismo es ahora para los bares de copas, algunos de ellos bien curiosos, con su aspecto de galpón, y con nombres llamativos, como el bar de exportaciones de tabaco. Desandamos la carretera, el camino de tierra, el interminable pantalán y nos disponemos a dormir del tirón nuestra primera noche siciliana.

Sicilia es el contraste: llevamos casi dos días de absoluta tranquilidad. A las 0900 de ayer estábamos listos para zarpar. Con poco viento pero sabiendo que subiría pronto. Esperábamos un NW flojo, que debería ser suficiente para navegar al menos unas horas.

Pero el parte falla. Se establece un WSW moderado de unos 15 nudos que nos entra por la aleta. Es una maravilla para navegar. Nos ponemos rápidamente a 7 nudos y así seguimos todo el día.
El viaje es rutinario. Prácticamente ningún barco a la vista. Los cargueros siguen la ruta hacia el sur, camino de Malta. Siendo éste ya el tercer salto, tenemos mejor automatizadas las rutinas. Lucía duerme por la tarde y hará el primer turno nocturno. La complicación de esta noche es que, con seguridad, habrá que recoger velas cuando caiga el viento, y no es fácil hacerlo en solitario.


La noche. La primera guardia, que no es nunca mi preferida. Sin embargo, hoy estoy descansada y la afronto con ganas. Salgo a cubierta y la impresión de la oscuridad absoluta y el cíelo cuajado de estrellas es dificil de narrar. La Vía Láctea se ve nítida, de norte a sur. Hace calor. Apenas hay barcos. El AIS muestra muchos, pero están lejos y dispersos.

 

Una noche a vela siempre es un aliciente: el silencio y el chapoteo en el agua como únicos compañeros, haberme librado del traqueteo del motor de las noches anteriores. Pero la vela obliga a estar mucho más en guardia. Mayor y génova en portantes. El piloto en modo veleta ayuda a evitar una trasluchada involuntaria si el viento cambia. Y cambia. El nuevo rumbo me va acercando cada vez más al sur. Traslucho con cuidado, llevando la mayor a la vía para evitar el golpe, y oigo que Luis se queja abajo: "eso no te va a llevar a ningún lado".

Va cayendo el viento. Aguanto todo lo que puedo hasta que ya no queda más remedio que arriar velas y encender motor. Se acabó la magia. Sólo se recupera un instante cuando comienza a asomar en el horizonte el cuerno de la luna, tan rojo que lo confundo con un barco a lo lejos. La luna eclipsa las estrellas. Me voy abajo, a dormitar con la alarma puesta cada media hora. Luis se despierta a relevarme antes de lo planeado. A las cuatro me voy a la cama y abro los ojos casi a las once, al grito de "Lucía, delfines".

El segundo día de la travesía es monótono y a motor. Sólo hay un momento interesante cuando llegamos a un lugar donde encontramos rorcuales, delfines y tortugas. Pero tampoco se muestran sociables y no se acercan demasiado al barco. De momento hemos visto más bien pocos bichos en la cantidad de millas que llevamos.









Para los próximos días el plan es costear con calma hasta llegar a las Eólicas. Quizá mañana Palermo, aunque de momento lo urgente es limpiar el barco y aprovisionarlo.

Pasado el Capo San Vito y de camino a Castellammare del Golfo voy tomando nota del perfil de esta isla de montañas, a menudo rodeadas de un halo de neblina o nubes bajas como penachos.


  


  



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