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sábado, 23 de julio de 2016

Día 1: Cartagena - Mallorca (I): Los viajes de Ulises

Hace unas semanas recordé un libro infantil que alguien me regaló hace unos 50 años. No podría decir quén fue, probablemente en algún cumpleaños, hace demasiado tiempo para acordarse de quién y por qué. "Los Viajes de Ulises". Una especie de versión infantil de “La Odisea”, editado por Nestlé en 1962, y con ilustraciones en cromos que, supongo, se conseguían en las tabletas de chocolate. 


Tengo memorias muy difuminadas de aquella época, pero sí me acuerdo bien de la impresión viva y confusa que me provocó ese libro. La historia de un capitán griego, Ulises, que deja Itaca al acabar la guerra de Troya para recorrer mares e islas lejanas y de nombres extraños. La isla de los Lotófagos, la de Calypso, la de Eolo, la de los Lestrígonos… Personajes siniestros como Circe, la hechicera, o Scilla y Caribdis, que devoran tripulaciones tras seducirlas con cantos maravillosos y traicioneros.

Y todo el libro ilustrado con fotos luminosas que, extrañamente, no corresponden con esa época remota de las guerras de Troya. Fotos de pueblos marineros en la Italia del siglo XX, de casas muy blancas y cielos muy azules. Fotos de pescadores que cazan con lanzas atunes atrapados en redes que forman círculos gigantes. Fotos de volcanes en erupción y de montañas con nieve en el horizonte, y de hombres que aran campos, y mujeres que tejen sentadas en sillas bajas a la puerta de su casa. 


No había visto ese libro en muchísimos años, desde que era un niño. Así que llamé a mi madre para preguntarle si todavía lo conservaba. No se acordaba de semejante cosa, por supuesto. Pero mi madre que, como todas las madres, guarda en algún lugar de su casa todos esos tesoros antiguos y mágicos de la memoria familiar, me escribió alegre por Whatsapp: “¡¡He encontrado el libro!!” 

Y hoy es un día especial porque, cincuenta años después, inicio mi propio viaje de Ulises, y espero ver en directo esos pueblos blancos y esos pescadores de atunes en islas de nombres sonoros y mágicos como Vulcano, Lípari o Strómboli. Me gustaría pasar por el estrecho entre los cantos maléficos de Scilla y los remolinos amenazadores de Caribdis. Nos vamos a ver las Islas Eólicas (o Eolias) y las islas Égadas. A Palermo. A Messina. Un “Viaje de Ulises” saliendo de Cartagena, y con la diferencia de que mi Penélope (en este caso, Lucía) no se quedará en Ítaca tejiendo y destejiendo, sino que forma conmigo la única tripulación del Sargantana. 

Pero el viaje, como el de Ulises, no empieza demasiado bien. A pesar de haber trabajado en el barco los dos últimos fines de semana, el fondeo no está todavía a punto. Quería cambiar la cadena por una mucho más larga, porque he leido que en las islas volcánicas hay poco sitio donde fondear y no son infrecuentes los fondeos a 20 o 25 metros. Pero una sucesión de errores de previsión y desastres de última hora hacen que todavía tengamos que reparar el relé del molinete y poner un grillete definitivo en la unión ancla-cadena. Haciendo los honores a Murphy en este primer día, la reparación de fortuna del conector del molinete no funciona, y tengo que buscar una pieza a toda prisa en Cartagena, el sábado por la mañana. 

Salimos de Cartagena con cinco horas de retraso sobre el horario previsto, a las doce en vez de a las siete. Para colmo, el viento sopla duro del Este a la salida de la bahía. Decidimos poner trinqueta y tenemos todos los problemas del mundo (bastante frecuentes en el primer día de navegación). Tengo que poner el barco en portantes durante demasiado tiempo mientras Lucía se pelea con los garruchos en la proa. Cuando, por fin, podemos izar la trinqueta estamos mucho más lejos de Cabo de Palos que al principio. Nos toca una navegación incómoda contra una ola de metro y medio, y buscar trabajosamente el cabo con el motor puesto. 

Y doblamos el cabo ya entrada la tarde. El viento ha bajado y nos permite navegar en un 60º a motor con algo menos de ola. Lucía duerme toda la tarde preparando la primera guardia. Yo acabo de colocar el sinfín de inventos y accesorios que lleva el Sargantana cuando hace navegaciones largas. Envío los últimos mensajes a familia y amigos y asisto a ese momento emocionante de toda travesía, que ya no es el de largar amarras: cuando el teléfono pierde cobertura. Por fin en el mar y a solas. 

Y la primera noche del viaje transcurre sin novedad. Con temperatura muy agradable, luna llena y muy pocos barcos. Según el plan deberíamos estar en Formentera a primera hora de la tarde de mañana. Pasaremos por el sur sin detenernos. Si es lo suficientemente cerca espero tener cobertura, bajar la meteo actualizada y subir este post al blog. 

Cambio y corto.

Duermo toda la tarde para llegar descansada a la guardia de la noche. Uso el camarote de popa, que, a pesar del calor, es mucho más cómodo que los pantocazos de proa. Pienso en los familiares y amigos que han dormido aquí. Les echo de menos, a ellos y a los que aún no han podido venir. El ajetreo de mi vida diaria me deja demasiado poco tiempo para dedicárselo a lo que realmente me gusta o vale la pena.

A la caída del sol me despierta Luis para quitar la trinqueta. El panorama ha cambiado. Los 19 nudos de viento han dejado paso a un atardecer apacible sin ola. Quitamos la trinqueta entre los dos, sin problemas. Cómo se pierde la práctica por falta de uso. Habíamos salido de Cartagena sin líneas de vida, sin engarruchar la trinqueta, sin sacar siquiera los chalecos y los arneses. Hacerlo contra el viento, con la mayor rizada y pasados de trapo en el génova no es la mejor de las alternativas. En fin, igual que la forma física, los días que tenemos por delante nos ayudarán a ponernos rápido a tono.

Hago unos espaguetis para cenar. Qué mejor que celebrar la primera noche del viaje a Italia con la pasta italiana de la travesía a Italia del año pasado, que aún conservo. Pero no hay botella de vino. Tengo que estar despierta.

Luis se va a la piltra y me quedo sola. Momento luna espectacular. Sale a las 11.40 como un incendio en el horizonte. Apenas menguando, arranca destellos de fuego del mar y del cielo.

La noche es templada, con poco viento y sin ola apenas. Me monto una colchoneta y almohadas en cubierta, es más agradable que dentro. Poder conectarme al plotter desde el iPad me da una tranquilidad importante. Pongo el radar y me entretengo calculando la trayectoria de los barcos que no llevan AIS. No tengo ningún cruce preocupante. Me acuerdo de Satur y sus lecciones sobre el terreno de cómo controlar los cruces. No teníamos AIS ni radar entonces, amigo Satur. En el mar, toda ayuda es poca.

A las 0500 despierto a mi capitán. Una horita de regalo, no se quejará. Vuelta al camarote de popa, arrullada por el motor. Duermo hasta las nueve y media, aunque he notado cuando Luis cambió a vela por un tiempo corto. 

Mañana de sol y calor. El mar está como un plato. Me preparo para un día de lectura y tranquilidad. A motor, eso sí.. 






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