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domingo, 31 de julio de 2016

Día 9: Mondello - Cefalú. Un domingo en Sicilia

Son las 10 de la mañana y hay que salir del fondeo lo antes posible, antes de que la marabunta de gommoni, que sale de sus guaridas de la bahía de Mondello, avance, ruja y nos rodee.

Muchas vienen del sur, probablemente de los puertos de Palermo, y otras son claramente autóctonas. Pero son subspecies difíciles de diferenciar. Todas llevan un cargamento parecido.

Está la versión F, la de familias numerosas, con la nonna cara al viento como un mascarón de proa, y con un señor fondón que conduce (patronear es otra cosa) con cara de velocidad.

O la versión P, de pandillas numerosas. Conformadas por un número indeterminado de post-adolescentes de ambos sexos, que exhiben una inverosímil concentración de longilineas lolitas aburruñadas en cubierta aplicándose unas a otras cremas protectoras, y al mismo tiempo una cantidad equivalente de maromos musculados, bañadores huevoprieto, con exactamente el mismo corte de pelo, y que ignoran olímpicamente el espectáculo erótico-lascivo para centrarse en lo que de verdad importa:  el último fichaje de la Juve y/o el último modelo de gafa de Armani.

Pero ambas versiones, la P y la  F, tienen algo en común: les gusta levantar ola. Mucha ola. Y les gusta levantar ola cerca de alguien, si es posible. Porca miseria. Nos vamos de aquí.

 

El plan hoy es costear hasta Cefalú, un pueblo del que tenemos muy buenas referencias. La navegación transcurre bastante plácida. Gran parte del camino ciñendo sobre un mar plano y haciendo 4-5 nudos. Al final de la tarde, a motor. Sobre todo porque, si no apuramos un poco, no llegamos de día. Aquí se pone el sol a las 8, al menos una hora antes que en España.

Dicen que Mondello es la playa de Palermo, el arrabal ganado a la malaria a finales del siglo XIX y principios del XX para el disfrute y lucimiento de la burguesía palermitana. Su impresionante edificio de baños o Kursaal (literalmente, "sala de curas") Charleston, sus villas Art Decó y sus casetas azules alineadas en la playa son testigos de aquella época. Mondello aún se esmera en mantener ese aire decadente que lo hace tan chic. Incluso a los pies de la torre vigía que abre la bahía al norte se amontonan algunas casetas de baño en anacrónico contraste.

 

Destrabo el ancla, comprobando que el esfuerzo de anoche por encontrar una zona de arena entre las algas no ha sido en vano. Estas algas del fondo, ¿serán posidonias, como en nuestras islas? Si es así, a Sicilia aún no ha llegado la estupidez balear de penalizar al navegante con boyas de pago e indiscriminadas prohibiciones de fondeo, atribuyéndole una maldad sin fin que ignora los desmanes costeros de fábricas, urbanizaciones, hoteles, chiringos y construcciones de todo tipo que plagan de miseria y bochorno nuestras cada vez más deterioradas costas.

Me entretengo en otear con los prismáticos y comprobar, una vez más, cómo Sicilia aprovecha cualquier rinconcito entre dos rocas para montar una terraza, un solárium o unos peldañitos al mar, en un intento de conquistar la costa y el agua. De Mondello a Palermo no hay playas. La roca cae a pincho al mar, dejando apenas espacio para algunas casas y ningún cultivo. Pasamos frente al inmenso cementerio de Palermo y nos acercamos a su puerto industrial, con las características grúas silueteando el paisaje. El tráfico de buques entrando y saliendo de éste y del puerto comercial es hoy más escaso que el que se atisbaba ayer en la distancia, si bien nos cruzamos con varios cruceros que siguen navegando en domingo.

 

Cierran el golfo de Palermo el Capo Mongerbino y el  impresionante Capo Zafferano. Los superamos,en rumbo directo hacia nuestro destino de hoy.

Y sin grandes novedades llegamos a Cefalú sobre las 1930. A tiempo de fondear y de ver la puesta de sol. Decidimos quedarnos en la playa que está enfrente de la población, con una vista excepcional de la ciudad, la catedral y la mole rocosa con forma de cabeza a la que parecen pegarse las casas y a la que Cefalú debe su nombre. 

 

Hay seis o siete barcos que nos harán compañía. El más cercano, un velero bandera española de 28 metros, con tripulantes de uniforme.

 

El mar está plano a estas horas y podríamos bajar a cenar, pero se ha hecho demasiado tarde y preferimos prepararnos un arroz al caldero, con una botellita de la ya menguada bodega. Por supuesto, seguido de unas rondas de gin-tonic que ayuden a combatir la indigestión anunciada (y consiguiente insomnio). Tengo que decir que a mí me funcionó de acuerdo al plan.

Mañana toca visita al pueblo y luego travesía a las islas. A dormir.

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