En Castellammare toca reaprovisionar el barco. Así que me levanto pronto y marcho de expedición a la búsqueda de un supermercado.
Mientras Luis se va, me pongo a ordenar y limpiar el interior del barco y a hacer algo de colada. No soy la única. El pantalán bulle de tripulaciones ajetreadas en labores similares. Queda muy colorido y pintoresco, con el pueblecito al fondo.
Literalmente trepo por las calles empinadas. Aún no son las nueve, hace calor y todo el pueblo está en plena actividad. Una vez pasada la primera línea de mar con los habituales restaurantes, el pueblo se reconcentra en una maraña de calles muy estrechas, donde los coches tienen todas las dificultades del mundo para pasar. Hay mucha gente por la calle. Casas bajas y no muy bonitas. Tiendas de pueblo con señora sentada a la puerta.
Tardo mucho en encontrar un minisupermercado en el que comprar sin agobios. No me veo pidiendo lo que necesitamos a una señora hablando el siciliano de los marineros. Vuelvo triunfal a la marina, de donde salen ya las primeras gommoni.
Después, limpieza y baldeo completo del barco. No terminamos hasta casi la una y podemos ponernos a navegar.
Dejamos del bullicioso muelle. Más de la mitad del pantalán está ocupado por lanchas y neumáticas de alquiler. Aquí las neumáticas con toldilla (gommoni) son típicas. Y, por lo que se ve, también es típico alquilarlas un sábado de verano, como hoy, para salir con la familia o los amigos a hacer el cafre a toda pastilla, surfeando entre los veleros y disfrutando con el vaivén violento que les produce la ola. O, simplemente, para acercarse a alguna bahía a tomar el sol y bañarse. En cualquier caso, van a toda velocidad y atestadas, y hacen de la salida del puerto un auténtico incordio.
Nos planteamos llegar a Palermo y, si es posible, a vela. Estamos ya pasados de horas de motor para la revisión y no sabemos cuándo podremos encontrar mecánico. No antes del lunes, por supuesto. Así que veleamos en busca del Capo Gallo, con viento de cara, como suele pasar. Bordos y bordos. No hay manera de acercarse al cabo. Al final, no queda más remedio que hacer un par de horas de motor para llegar a un fondeo de día.
Al llegar a la bahía de Mondello tenemos claro que nos quedamos. Es una ensenada imponente y muy bonita, con un balneario-palafito en el centro que parece sacado de la película "Muerte en Venecia".
Quizá demasiado expuesta, pero el viento es térmico y ha bajado casi a cero. Muy buen tenedero. Hay seis o siete barcos ya fondeados, entre otros un espectacular trimarán Adastra, valorado en 11 millones de euros.
https://vadebarcos.wordpress.com/2014/02/03/super-yate-adastra-anuncio-mazda-john-shuttleworth/
Y antes de la cena, el último espectáculo del día. La procesión marinera de la patrona de Mondello. Una flotilla de barcos y barquitas se concentra a unos cientos de metros del Sargantana. De repente, suenan las bocinas y se lanzan en estampida todas juntas hacia nosotros, como una carga de la brigada ligera. No damos crédito. El barco cabecero lleva una Madonna iluminada en la proa, rodeada de flores. Justo en nuestra popa se detienen, se reagrupan, y el cappellano reza a voz en grito a los devotos de la flotilla que, seamos sinceros, hacen más ruido que los niños de Castellammare. Debe ser tradición local.
La noche es ahora plácida y además bendecida. Hacemos una ensalada de pasta y nos tomamos una botella de vino para no desentonar.
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