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miércoles, 25 de mayo de 2022

2020 12ª etapa: Pilos - Methoni. La última fortaleza (2001)



Miércoles, 25 de mayo

Me levanto pronto por la mañana y salgo a desayunar a cubierta. Yogur griego y nueces, of course. Los dos barcos de babor y estribor están ya ocupados en los preparativos de salida. En babor, un catamarán de charter -los tripulantes dentro, probablemente con resaca- con su patrón ejecutando la rutina de salida, repetida mil mañanas, con precisión de profesional. En estribor, un velero de alquiler lleno de franceses, varias parejas, claramente navegantes experimentados. Se mueven rápido y con pocas palabras.

Y Joanna, claro. Está ya de pie en el muelle, observándolos. Callada. Las tripulaciones de los dos barcos no están para conversaciones de pantalán. Se aburre. Cuando me ve salir, le cambia la cara y se acerca

- Hey Captain. Good morning. How are you? I like your beautiful smile.

Válgame San Telmo, hoy Joanna tiene ganas de flirteo. Hago caso omiso, no la vayamos a liar…

- Hey Joanna. How are you today?

Está locuaz esta mañana. Más, si cabe. Por darle palique, comento la transparencia increíble del agua en este puerto. Se ve perfectamente el fondo a más de 9 metros. A Joanna se le iluminan los ojos. 


Agua limpia y transparente en el muelle de Navarino que deja ver la pared hasta el fondo 

A partir de ahí, encadena una historia detrás de otra. Muchas. La de los atuneros italianos, que están rematadamente locos y vienen cada primavera, y bailan con ella canciones napolitanas. La de los grandes yates de casi 50 metros que colapsan el puerto en agosto y convierten la dársena en una gran piscina mágica, con sus luces azules subacuáticas que atraen a los peces. Eso sí, me dice, no deja entrar a los mayores de 50 metros porque, más allá, el fondo está alfombrado de cadenas de barcos hundidos que lucharon en la batalla naval de Navarino, la que decidió la independencia de Grecia.

Muchas historias. Fuego a discreción. La escucho, a veces con atención, a veces suplicando que llegue otro barco, otro captain que me releve, que salga de una vez Lucía a cubierta, algo…

Un poco más tarde, cuando quedamos ya sólo dos o tres barcos rezagados en el muelle, preparamos el Sargantana para zarpar. Con tranquilidad, hoy vamos a fondear a Methoni, una ciudad aquí al lado, a poco más de ocho millas al sur.

Suelto amarras y doy avante suave. Lucía, en proa, comprueba que la cadena vaya subiendo sin problemas, tirada por el molinete. Vamos avanzando. Hasta que paramos. Lucía se vuelve con cara de circunstancias. Habemus cadena.

Y no cualquier cadenita de un vecino, que suele ser lo habitual. Nuestra ancla ha pillado un cadenón como de portaaviones, de eslabones como puños y llenos de una especie de alquitrán. Me acuerdo de la conversación con Joanna y miro hacia atrás rápidamente. No está, menos mal, debe haberse ido a desayunar. Esta cadena tiene que ser de un barco de la batalla, al menos por la cantidad de mierda que tiene encima.

En fin, este viaje es como el cupón de la ONCE: la ilusión de todos los días.

Intentando librar el ancla de la cadena con el gancho en forma de media luna que solo hemos encontrado a la venta en Grecia


Al menos no hay que bucear, menos mal. De hecho, el incidente nos viene bien para practicar la maniobra inequívocamente griega, y que nuestro amigo Fernando teme como a un nublao: el desenganche de cadenas cruzadas y anclas. Como Sergi en Zante, pero, eso sí, en este caso con connotaciones históricas.

Vista de la entrada del golfo de Navarino, de menos de un kilómetro de ancho. La batalla naval de Navarino de 1827, en la que la flota turcoegipcia apostada dentro de la bahía, a pesar de su posición de ventaja y su superioridad numérica, fue aniquilada por la flota anglofrancorusa al mando del vicealmirante Carrington, decidió la victoria de Grecia en la guerra de la independencia


Durante el resto del día reina la paz. Poco viento y motor. Y en un par de horas, en Methoni. Un pueblo pequeñito y totalmente dedicado al turismo. Muchos hoteles y restaurantes. Arreglado, bien cuidado. Y con algo que le hace distinto a otros pueblos: un castillo espectacular.

Vista de Methoni llegando en barco desde el oeste


Methoni (o Modona, como se conoce en español) es de esas ciudades del Mediterráneo que tienen la suerte, o la desgracia, de estar ubicadas en un  enclave estratégico. Como resultado, son objeto de la codicia de los distintos pueblos y pasan de mano en mano y de conquista en conquista a lo largo de los siglos. La población extramuros que vemos hoy no tiene ni doscientos años. La antigua ciudad de Methoni se parapetaba detrás de la muralla y de ella no quedan más que vestigios y ruinas. 

Hemos fondeado enfrente de la playa. Al haber llegado pronto, hemos podido ocupar un sitio en "primera fila" del fondeo. Otros barcos que van llegando a lo largo de la tarde no tienen tanta suerte y se quedan más atrás, donde el "swell" les molestará toda la noche.

Sargantana, el primero por la derecha, fondeado en la bahía de Methoni


Nos enfundamos los disfraces de turistas y bajamos a tierra en la neumática, a un pueblo prácticamente vacío, en el que solo está abierto un par de restaurantes en la playa. Visitamos el recinto de la fortaleza, al cual se llega a través de un puente sobre el foso y es único acceso por tierra a la antigua ciudad. 

Después de pertenecer al imperio romano y al bizantino, desde el siglo XII  y durante 300 años Methoni perteneció a la República de Venecia. Con la cercana Koroni constituyó uno de los enclaves más importantes para el comercio y el tránsito hacia Tierra Santa. En 1499 la invadieron los turcos tras un asalto que duró menos de un mes. Salvo por los 30 años que volvió a manos venecianas, se mantuvo turca hasta la independencia de Grecia en el primer tercio del siglo XIX, momento en que se construyó el actual puente de piedra de 14 ojos, en sustitución del antiguo de madera


El gran espacio está desierto. La vegetación ha crecido por doquier, cuajándolo de flores. 

Restos del minarete de la mezquita, que en tiempos de los venecianos fuera la catedral de San Juan


La iglesia, el minarete, los baños turcos, el adoquinado de la calle principal, nos recuerdan las diferentes culturas que han poblado la ciudad. Las murallas, la plaza de armas, los bastiones y los baluartes con visión de la costa de casi 360 grados, atestiguan un pasado de asaltos, sitios, masacre y destrucción. 

Columna romana de granito con capitel veneciano, en la plaza de armas. Sobre ella se cree que había un león de San Marcos, a similitud de los leones de Venecia. En el recinto quedan 15 grabados de leones, el emblema de los venecianos

La torre sureste

La torre sureste, que ha sido reconstruida recientemente, completando las paredes y los arcos

Vista desde desde la fortaleza de las barcas locales en el puerto de aguas increíblemente claras 


Y en el extremo sur, la magnífica Puerta de San Marcos o Puerta del Mar, que ha sido reconstruida recientemente, da acceso a un puente de piedra que une la ciudadela con el islote Bourtzi. 

Puerta de San Marcos o del Mar, cerrando la fortaleza desde el sur


A nuestra espalda, la Puerta del Mar, desde el islote


Sobre el islote, la llamativa torre octogonal de dos pisos que es la imagen más reconocible de Methoni y de esta región de Messinia, la Torre Bourtzi. Construida en el siglo XVI, sirvió de prisión turca. Algunas crónicas aventuran que podría haber estado preso allí Cervantes cuando cayó rehén de los turcos. A diferencia de Robert Redford en la película, Cervantes no consiguió escapar en ninguno de los cinco intentos de fuga que se le atribuyen.

Torre Bourtzi


Un bonito día el de hoy. Aunque la noticia más importante de la jornada es que la operación de Manel ha ido muy bien. ¡Recupérate pronto, amigo!


Miércoles, 25 de mayo







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