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jueves, 16 de junio de 2022

2022 20ª etapa: Karpathos - Rodos. El coloso de Rodas (1961)





Jueves, 16 de junio


Rodos, Rodhos, Rodi, Rhodes, Rodas. Como siempre, muchos nombres para una isla mítica. Mítica por la estatua del Coloso, el dios Helios, que protegía su puerto hasta que un terremoto se lo llevó por delante hace 22 siglos. Y mítica por su historia de potencia militar dominante, durante muchos siglos, en el este del Mediterráneo, y por el esplendor de una ciudadela medieval inexpugnable. Para nosotros, Rodos es uno de los hitos principales de esta travesía del 2022.

Detalle de la muralla tras la puerta de San Antonio 


Al igual que Valetta, la ciudad de Rodos es todo menos decadente. Para tener 2500 años, sorprende la actividad y la energía que transmite, y en general es bonita y está bien cuidada. Pero, lógicamente, tampoco se libra de la invasión del turismo de masas. En su ciudadela, la calle medieval más larga de Europa, en la que casi esperarías toparte con algún caballero cruzado español, francés o italiano (o, en su defecto, con Harry Potter saliendo de la boutique de varitas mágicas) se llena todos los días de cientos de turistas que bajan de dos o tres cruceros enormes y la recorren sudorosos, agrupados por nacionalidades en pequeños rebaños que caminan en procesión detrás de su correspondiente pastorcilla, siendo instruidos a través de auriculares bluetooth con letanías ininteligibles. Ora pro nobis.

La calle de los Caballeros de San Juan, 600 metros empedrados y en cuesta

La ciudadela está protegida por murallas en perfecto estado, como recién construidas con un “Exin Castillos” gigante. Pero, bajo el sol de media tarde, lo que la multitud se encuentra es una sucesión interminable de tiendas y tugurios para turistas (camisetas, gorras, flotadores, imanes y demás; incluso cotas de malla, espadas y armaduras de pega). Cada restaurante, invariablemente, con un gancho en la puerta que te da las buenas tardes en tu lengua materna (los condenados aciertan casi siempre) y trata de convencerte de que su stifado es el mejor de la ciudad. Como Scilla y Caribdis, vamos.

Afortunadamente, tenemos la posibilidad de recorrer la ciudadela cuando recupera su personalidad, al anochecer, al salir los últimos rezagados de los restaurantes, tratando de encontrar nuestro camino de vuelta hacia el barco en el laberinto de callejuelas oscuras y desiertas.

Rodos (la isla) se muestra exultante en los primeros días de un verano que, por fin, se despereza: buenas carreteras, urbanizaciones de lujo, centros comerciales y muchas, muchísimas gasolineras. Quizá porque, a diferencia de otras islas, Rodos tiene playas largas, atracciones turísticas interesantes y una orografía menos violenta.

Nuestro camino desde Karpathos hasta Rodos ha seguido el mismo patrón de navegación "al sprint" que iniciamos en Creta, como de etapa del Tour de Francia, en la que los corredores (en este caso barcos: el Zebahdy, el Unconditional, el Margarida y el Sargantana) juegan a perseguirse, a adelantarse a juntarse en "grupetos" (como dicen los comentaristas de la radio) y a separarse al poco. A toda velocidad. 

Salimos de Karpathos muy pronto, antes del amanecer. Tenemos casi 70 millas hasta la bahía de Lindos, donde queremos hacer un primer fondeo de un par de días y visitar de paso el pueblo y su acrópolis, antes de continuar hasta la ciudad de Rodos. Allí planeamos quedarnos en puerto para poder alquilar un coche y dar una vuelta por la isla con cierta tranquilidad.

El sol no ha salido y la luna aún brilla en el cielo cuando levantamos el fondeo


El viento sigue siendo asequible, muy agradable de gestionar. Aparece pronto por la mañana, veinte nudos que nos entran al descuartelar y que nos hacen volar, una maravilla volver a ceñir después de semanas de vientos de popa cerrada. Muy poca ola, nos movemos al socaire de Karpathos y, después, de la propia Rodos. Casi todo el tiempo por encima de los siete nudos, gobernando a mano. No hay otra opción, el piloto automático del Sargantana acaba por perder pie cuando alguna ola nos desplaza, en uno de esos días de adrenalina pura, de trimar al máximo. A nuestra popa, muy lejos, el Zebahdy y el Unconditional nos siguen los pasos tratando de alcanzarnos, y también el Margarida, que se ha unido al "grupeto perseguidor" a última hora. Viva la serpiente multicolor.

MarineTraffic nos muestra en realidad virtual la posición de nuestros colegas. Margarida es el barco portugués cuyo patrón, Luis, nos ayudara con las amarras al llegar a Sitia y que se ha unido a la flotilla bordeando la isla desde el NW. Nos avisa por el 16 de que también va rumbo a Rodos 


Nos defendemos. El Sargantana les mantiena a raya (porque aunque es de naturaleza tranquila y, muchas veces, perezosa, el Sargantana, cuando se pica, se pica) y llega a la bahía de Lindos sobre las cinco de la tarde, una hora antes de lo esperado. La vista es espectacular: la ciudad de Lindos y su acrópolis aparecen de golpe detrás de los muros de piedra que guardan la entrada, como si se abriese el telón.

Vista del pueblo de Lindos, con la acrópolis y la fortaleza de los Caballeros coronándolo 


Pero, al mismo tiempo, nos encontramos con el espectáculo, mucho menos excitante, de decenas de veleros y motoras fondeados, motos de agua haciendo su trabajo (tocar las gónadas) y bañistas suicidas en sus pádel-surf, llenando completamente la bahía. Decepción. Sabemos por la guía que Lindos no es un lugar sencillo para fondear. Hay muy pocos parches de arena y muchas rocas en el fondo. Con tanta gente, y en el pico de viento de media tarde, encontrar un buen sitio para echar el ancla con seguridad y una cierta comodidad es, casi, una quimera.

La bahía de Lindos, menos concurrida al día siguiente


Estamos acostumbrados a cambiar los planes sobre la marcha y no nos lleva más de unos segundos decidir que es mejor prescindir del fondeo de Lindos. Podemos venir a visitarla por tierra, dentro de un par de días. Ponemos proa a la playa de Vlycha, dos millas más al norte, un sitio resguardado y tranquilo, con fondo de arena, en el que podrían caber con amplitud 100 barcos… y en el que estamos solos. Es difícil entender que los que navegamos por estas aguas podamos llegar a ser tan gregarios.
 
Al poco rato se nos une el Zebahdy. Han tirado la toalla tras intentar fondear, infructuosamente, en Lindos, con enroque de ancla incluido. Pero, mira tú por dónde, el Unconditional y el Margarida han conseguido sitio tras mucho intentarlo. Así que la etapa del Tour continuará a dúo al día siguiente. El Zebahdy y el Sargantana saldrán casi al unísono camino de la marina de Rodos. Los demás se quedarán, perezosos, a disfrutar de su tesoro: un fondeo decente en Lindos. 

 Zebahdy en Vlycha


Y en Rodos pasamos un par de días inolvidables junto a nuestros amigos del Zebahdy. Recorremos la isla, visitamos el famoso Valle de las Mariposas (que merece la pena). Nos acercamos a Lindos, una bonita ciudad desde fuera pero que decepciona, una vez más, por la masificación turística de sus callejuelas estrechas y blancas. Cenamos juntos en la ciudadela de Rodos, en un restaurante excelente al que llegamos tras una sucesión de casualidades casi rocambolescas. 

Y disfrutamos de la Rhodes Marinas, más cara que los puertos en los que hemos venido recalando en las últimas semanas (al fin y al cabo, es privada, y de lujo), pero con instalaciones excelentes y una atención al cliente de primera calidad.

En Rodos nos despedimos del Zebahdy. Ellos continuan hacia el oeste, camino de Chipre e Israel. Nosotros, hacia el este, siguiendo nuestra ruta prevista por el Dodecaneso. Debby y Tom, otra entrada más en la lista de nuevos amigos de esta travesía. Les echaremos de menos, esperemos que podamos coincidir otra temporada.

Bajando el Valle de las Mariposas nos topamos con Debbie y Boyd que suben


La ciudad de Rodos es Patrimono de la Humanidad por la UNESCO. Pero estoy de acuerdo con Luis en que está desvirtuada por el turismo. No tanto por los visitantes como por la oferta turística. Resulta inconcebible que, a los pies de los muros de una maravillosa iglesia en ruinas, se aposten tenderetes y tenderetes de maniquíes de ropa. Que los portales de las casas medievales estén festoneados de toldos y sombrillas de Coca-Cola y Mythos. Que las plazas cargadas de historia y de simbolismo sean intransitables por los centenares de mesas y sillas que obstruyen el paso. Me cuesta creer que esta industria sobreviva. No hay cabezas para tanto gorro, ni torsos para tanta camisa. 

Tenderetes de ropa a los pies de las ruinas de la iglesia de Santa María del Burgo

Plaza de Alejandro el Grande


A pesar de todo, el paseo por la ciudad es una delicia. Dicen las guías que te transporta a otra época. No señores, lo siento, eso no. El turismo te lo impide. Sin embargo, sí admiras con entusiasmo la capacidad del ser humano para hacer cosas bellas que perduran en el tiempo.  

Vamos andando desde la marina a la ciudad de Rodos, que se llama como la isla. Es un paseíto de menos de 20 minutos. Nos hubiera gustado haber atracado en Mandraki, en el puerto antiguo, tan al pie de las murallas como esa otra marina Mandraki de Corfú, el año pasado. Pero no hay suerte: es fin de semana y todo está especialmente lleno. Salvo por la caminata, Rhodes Marinas es infinitamente mejor y, sobre todo, mucho más tranquila que este bullicio de paseantes y kioskos que puebla el puerto.

Rodas está encerrada en murallas imponentes con su foso, hoy transitable y en el que hasta han instalado un anfiteatro al aire libre. Hay seis puertas principales y varias más pequeñas que dan acceso a la ciudad antigua. La ciudad moderna se queda fuera del recinto, que está festoneado de parques y zonas verdes. Leo escandalizada en wikipedia que, cuando los italianos se anexionaron la isla en 1912, se cargaron todas las edificaciones otomanas que pudieron, incluidos los cementerios a los pies de las murallas, sobre los que plantaron parques.

Puerta de San Antonio


Callejeamos sin rumbo. Huyendo de las calles más transitadas, caemos en el barrio judío, que, un viernes por la tarde, está vacío y con todo cerrado a cal y canto: mañana es su día sagrado. En el s. XIV, los Caballeros relegaron a los judíos de la isla a esta zona al este de la ciudad, hasta que en 1500 expulsaron a todos los que no aceptaron convertirse al cristianismo. En tiempos de la dominación otomana, Solimán el Magnífico, con el ánimo de repoblar la isla de judíos, invitó a venir a los sefardíes que habían sido a su vez expulsados de España. Se instalaron aquí y al barrio le llamaron, familiarmente, La Judería (“La Djudería" en idioma ladino).

Calle del barrio judío. Quedan inscripciones aquí y allá en ladino 


En 1943, Alemania tomó la isla de Rodas y deportó a los judíos a los campos de concentración. Muchos de ellos murieron en Auschwitz. En la plaza principal de la judería hay un monumento que lo recuerda. Hoy queda apenas un puñado de judios en Rodas.

Monolito de seis caras, homenaje a las 1604 víctimas judías del holocausto, con la frase conmemorativa escrita en seis idiomas, uno de ellos ladino.


Recorremos calles y plazas repletas de oferta turística. Subimos a la torre del reloj (roloi). Incomprensiblemente, está desierta, con lo que podemos disfrutar a solas de las vistas de la ciudad desde lo alto. También está vacío y tranquilo el patio del bar a los pies de la torre, en el que se ipuede ver la maquinaria original del reloj. La entrada nos da derecho a una bebida que ayuda a aliviar el calor y el cansancio de la caminata. 

Torre del Reloj, en la zona más elevada de la ciudad. Construida por los bizantinos como una torre defensiva y reconstruida sucesivamente por los caballeros y los otomanos, fue destruida por completo por el terremoto de 1851 y la explosión de un polvorín cinco años después. La torre actual data de 1857. 


La torre está muy cerca de la mezquita dedicada a Solimán el Magnífico, quien conquistara la isla en el segundo intento del imperio otomano por hacerse con ella, en 1522. Tras un asedio de cinco meses, los Caballeros de San Juan cedieron la plaza y, en enero de 1523, salieron de Rodos y, después de pasar por Italia, acabaron instalándose en Birgu (Malta).

Vista de la mezquita de Solimán el Magnífico, desde la torre


En lo alto, la torre tiene cuatro aberturas a los cuatro puntos cardinales. Por tres de ellas se puede ver el mar, incluidas las costas de Turquía al norte.


Cuando nos dirigimos a la calle de los Caballeros nos damos de bruces con Debbie y Boyd, con los que habíamos quedado más tarde para cenar. 

La calle de los Caballeros se llama así porque en ellas tenían sus “casas de la lengua” y sus iglesias los Caballeros de San Juan, que se compraron la isla en 1306 y la gobernaron hasta su expulsión por los otomanos. En las “casas de la lengua”, una especie de antepasado de las casas regionales que conocemos hoy, se reunían los Caballeros de la misma nacionalidad para conversar en su idioma y dar alojamiento a los visitantes.  

La casa de Hispania (Ισπανίας) es la más grande. Fueron originalmente dos edificios que unieron por un pasaje volado en el los pisos superiores. La casa de Francia es la única que hoy está abierta al público y en ella se organizan exposiciones y eventos 


La cena con la tripu del Zebahdy nos permite profundizar más en nuestras respectivas vidas y disfrutar de una terraza encantadora, con música en directo y un pescado a la brasa extraordinario.



Al día siguiente, en nuestro cochecito alquilado, visitamos la acrópolis de Rodas, que es gratis, a diferencia de los 12 euros que piden para entrar en la de Lindos. Claro que no tiene las mismas vistas…


Estadio de la acrópolis

Graderío del estadio 


El Valle de las Mariposas nos decepciona al principio: un tramo de riachuelo urbanizado en plan rústico, con caminos empinados, puentes y escaleras, en el que no hay mariposas revoloteando a nuestro alrededor, como ilusamente nos habíamos imaginado. Pronto descubrimos que la mariposa es nocturna (en realidad es una polilla, la "panaxia quadripunctuaria"), que migra en mayo por centenares desde lejos para pasar su edad adulta en este valle; que está posada prácticamente todo el día, a fin de no gastar la energía necesaria para procrearse; que en septiembre emigrará, pondrá sus huevos y morirá. Y, mientras tanto, si aprendes a mirar, la ves posada por puñados en las hojas de los arces que pueblan el valle, y en las piedras y las cortezas de los troncos, aunque todavía son pocas: es pronto en la temporada. 


Valle de las Mariposas 


Posadas son de una gran belleza, triangulares, con sus alas superiores cerradas en un manto que recuerda la piel de un tigre. Cuando echan a volar, son como pequeños destellos de color fuego. Nos reconciliamos con las mariposas, con las riadas de visitantes, con el valle y con la poca información que ofrecen, la cual hemos tenido que suplir con la ayuda de internet.

Panaxias posadas 


Comemos en la costa en el pueblecito de Faliraki, en una taberna bastante acertada. Y visitamos Lindos en plena canícula. 

Lindos desde el parking


Subida al castillo y la acrópolis, que está detrás

Lindos desde la entrada al castillo

Vista desde Lindos de la bahía de Agios Giorgios, una cala totalmente cerrada a excepción de una entrada de 30 metros que permite pasar solo a unos pocos barcos.

La parte alta del pueblo no está contaminada por la oferta turística y podemos admirar el tipismo de la construcción local: portales de piedra en casas encaladas en blanco, con patios empedrados de cantos rodados, con filigranas en blanco y negro.




Las subidas y bajadas son extenuantes. Incluso los pobres burros que cargan con los turistas hasta el castillo y la acrópolis parecen decir “basta ya”.


Llega un momento en que ya nos da todo igual y solo queremos coger el coche para volver a nuestro querido barco, eso si, pasando antes por un gran supermercado a reabastecenos: con fruta fresca y hielo, la vida te sonríe con los dientes más blancos.

Sábado, 18 de junio






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