Translate

Mostrando las entradas para la consulta olimpia ordenadas por relevancia. Ordenar por fecha Mostrar todas las entradas
Mostrando las entradas para la consulta olimpia ordenadas por relevancia. Ordenar por fecha Mostrar todas las entradas

viernes, 20 de mayo de 2022

2022 9ª etapa: Zakynthos - Katakolo (Peloponeso). Carros de fuego (1981)




Jueves, 20 de mayo

Katakolo, primera hora de la mañana. Un puerto con nombre de un integrante del comando Donosti, pero muy amplio y agradable, en un pueblo coquetón y que vive obviamente del turismo. Aquí recalan casi diariamente megacruceros para hacer la excursión al sitio arqueológico de Olimpia.

Llegamos ayer por la tarde, desde Zakynthos. Una travesía agradable. Poco viento al principio, pero después un F5 de popa que nos permite volar, solo con génova, y llegar mucho antes de lo esperado. Nos da pereza hacer la maniobra de atraque con más de 20 nudos de viento y preferimos fondear en la bocana, como varios otros barcos.

Por la mañana madrugamos. Hay que atracar en puerto y prepararnos para nuestra excursión a Olimpia.

Katakolo visto desde la bocana

Viento cero, sol a tope. Sin desayunar, nos dirigimos a puerto. Hay muchos amarres vacíos. Iniciamos maniobra. Rutina. Encaramos el barco a un hueco libre. Un par de vecinos somnolientos, que nos han visto, salen para ayudar con las amarras. Pongo marcha atrás, muy despacito. Lucía empieza a largar cadena. Son tantas las veces que podría hacer la maniobra con los ojos cerrados. Lucía viene desde la proa para ayudar con las amarras. Les decimos “good morning” a los vecinos. Nos sonríen. Les sonreímos. Cinco metros. Cuatro metros. Vamos a darles las amarras…

- Clong


El barco acelera hacia el muelle. Pongo punto muerto. En un microsegundo sé perfectamente lo que ha pasado: se ha acabado la cadena, el cabo que la sujeta al barco se ha roto y toda la cadena está en el fondo del puerto. Se nos hielan las sonrisas a todos. Menos mal que no hay mucho viento.

- Me cagüentó lo que se menea, dice Lucía.

Miro el reloj. No son ni las ocho. No he desayunado. Me va a tocar bucear en este puerto. El agua está turbia y verdosa.

Las caras de sorpresa de Lucía y los vecinos de amarre son de foto, pero no hay tiempo para selfies.

En dos minutos tomamos decisiones. Sin cadena no podemos fondear. Nos sugieren atracar costado al muelle en un sitio cercano, mientras decidimos. Allá que nos vamos.

Lucía jura en arameo. Va a ser que soltó cadena un poco pronto. Hoy toca excursión a Olimpia, así que hay que ponerse las pilas.

En 30 minutos me encuentro en el lugar de autos, subido en la neumática, con gafas, tubo y aletas. Joder, que fría está el agua. No son horas. He fondeado un rezón y bajo tirando de la cadena. La buena noticia es que no llega a cinco metros. La mala es que hay fango en este puerto de m… y no veo la cadena por ningún lado.

Al cabo de unos miles de horas, que probablemente no fueran más de cinco minutos, veo un montoncito de cadena en el fondo, asomando entre el fango. Eureka. Bajo otra vez antes de perderla de vista, la subo y le trinco un cabo. Si no es por el vecino que me ayuda con el cabo, me trago medio puerto. Arg.

Subiendo ya el ancla


Prueba superada. Nos lleva un ratito recomponer todo: la cadena en su sitio, la auxiliar y el motor arriba, ducha y desayuno. Y hablar con el capitán del puerto. Un tipo llamado Nikos, gordo y sudoroso, con un inglés poco mejor que nuestro griego. Lucía negocia con él. Como siempre en Grecia, los precios son ridículamente bajos. En este caso, 6,32 euros. Y nos permite quedarnos en nuestro amarre de fortuna.

A las 1230 estamos ya saliendo en coche hacia Olimpia.

El Panda rosa, que Luis dice rojo, alquilado por 25 euros el día 


Olimpia no son unas ruinas, es un santuario. Eso es lo que una vigilante le grita a una pareja de ingleses que se sientan en el suelo enfrente del altar de la llama sagrada y se quitan los calcetines para hacerse un “selfipie” conjunto. Debe de ser una nueva moda introducida por la facultad de Arqueología de la Universidad de Oxford (o Cambridge). Una señora griega, que resultó ser profesora tomando apuntes para sus alumnos, se une a la bronquita y les dice que “aunque ya no crean en los doce dioses, este no es un sitio para hacer el capullo”. Y con razón. No quiero ni pensar lo que les podría haber caído encima en temporada alta. Hoy somos muy poquitos turistas visitando el santuario (que así lo llamaron las griegas) y el corrillo que se forma somos nosotros y poco más.

En este preciso lugar, frente al templo de Hera, en una ceremonia reverente, se enciende cada cuatro años la antorcha olímpica que luego recorrerá medio mundo hasta el pebetero del país organizador. La llama olímpica conmemora el robo de Prometeo del fuego a los dioses para dárselo a los hombres 


Nos encanta Olimpia. Muy silencioso. Casi con ambiente de cementerio. El gimnasio, la palestra, el templo de Zeus, el estadio, las fuentes… Más de tres horas de recorrer sus calles, e imaginar los volúmenes y la belleza de unas construcciones hechas de grandes piedras de mármol, caliza y terracota, que ahora yacen por el suelo después de la destrucción provocada por los terremotos.

Olimpia es un gran parque a los pies del monte Cronio con centro en el derruido templo de Zeus. Plagado de enormes árboles, con amplios senderos y bancos a la sombra, silencioso salvo por los pájaros, mirlos y pinzones que cantan sin cesar. Es fácil imaginar cómo la naturaleza se ha ido abriendo camino entre las construcciones y las ha ido engullendo a lo largo centenares de años. Lo que hoy se ve es el producto de concienzudas excavaciones que, desde el siglo XIX, han ido sacando a la luz los restos de un icono de la Grecia clásica. 

Los restos del grandioso templo de Zeus. Alojaba una gigantesca escultura en oro y marfil (técnica llamada crisoelefantina) del dios padre del Olimpo. Factura de Fidias, es considerada una de las siete maravillas del mundo antiguo. Se ha perdido por completo. Podemos saber cómo era por las crónicas de Estrabón. En el museo arqueológico de Olimpia,  en la sala de Fidias, se conservan moldes y herramientas usados  para esculpir su obra maestra. Enternece ver la vasija en la que ha grabado “Pertenece a Fidias”.


Cuando llegas, te sientes desorientado: no sabes dónde mirar ni cómo moverte, sólo hay piedras. Pero pronto tus ojos se acostumbran a ver y tus sentidos a imaginar. Y empiezas a caminar con soltura por el recinto y a ver sus formas colosales. Y, poco a poco, te gana el peso de lo sagrado, el culto a Zeus, a Hera. Entiendes la disposición de los templos y altares en el Altis, el bosque sagrado. Fuera de él, distingues los edificios administrativos y las casas para acoger huéspedes ilustres, así como las construcciones dedicadas a los atletas. 

El templo de Hera, en el norte del recinto, es 150 años anterior al de Zeus. El santuario estaba originalmente consagrado a esta diosa y a la diosa Cibeles. Zeus, luego omnipresente, llegó mucho después y les quitó el sitio a las señoras…

El filipeo, templo jónico y único edificio de planta circular del recinto,  mandado construir por Filipo II de Macedonia al lado del templo de Hera. Instaló allí estatuas de toda su familia y de sí mismo, para tener un lugar entre los dioses


Entiendes la relevancia de los juegos que se celebraban allí cada cuatro años y su carácter casi sagrado. Sientes el peso del juramento de deportistas y jueces ante los dioses. Imaginas la hilera de las estatuas de Zeus bordeando la avenida que conduce al estadio, cada una levantada con el dinero de la sanción impuesta a un deportista tramposo, su nombre inscrito en la peana para escarnio público. 

El estadio. Al cruzar el arco que da acceso a la gran explanada, la música de Vangelis, fallecido hace menos de una semana, se te viene irremediablemente a la cabeza y no dejará de acompañarte el resto de la visita. 

La comunicación entre el recinto sagrado y el estadio era una bóveda subterránea de la que hoy queda un arco testimonial


El estadio visto desde la terraza de los tesoros. No tenía graderío de piedra, a excepción de la tribuna de los jueces (la “exedra”), en el centro del lado sur. Los espectadores se sentaban en bancos de arcilla


El museo arqueológico está fascinantemente bien montado y encierra tesoros que ayudan a entender la importancia cultural y artística de la Olimpia antigua. En la foto, estatua de Hermes con el niño Dioniso, de Praxíteles. Fue encontrada en su ubicación original en el templo de Hera, en un estado de casi perfecta conservación, bajo una gruesa capa de arcilla.


Los frontones del templo de Zeus, preservados parcialmente  y conservados en el museo, dan idea de las colosales dimensiones del edificio y la riqueza de su decoración. El frontón del este representa a los protagonistas de la leyenda de Pélope, que consiguió vencer a Enómanos, rey de Olimpia, para casarse con su hija Hipodamía, materializando con la muerte de Enómanos la profecía autocumplida y dando nombre a esta región de Grecia, el Peloponeso  


Viernes, 21 de mayo





domingo, 22 de mayo de 2022

2022 10ª etapa: Katakolo - Kyparissia. Dune (1984)


Domingo, 22 de mayo

Arrakis es el planeta de Dune, y en Arrakis el bien más preciado es el agua. Se recicla. Se atesora. Se mata y se muere y se vive por el agua.

Hoy llegamos a Kyparissia. Un “stop and go” entre Olimpia y Pilos. Un puerto sin más, que, simplemente, encaja bien en nuestro plan de viaje. Pero un puerto en el que, según ls guías, se puede conseguir agua. Y repostar agua es vital para nosotros porque en las próximas etapas es muy improbable que podamos encontrar en los fondeos. El Peloponeso es Arrakis y nosotros no tenemos potabilizadora (nota mental para el año que viene).

Kyparissia es un puerto desolado y con aspecto de estar o a medio construir o a medio demoler. Muy amplio y resguardado, pero casi vacío. Un puñado de barquitas locales de pesca y una enorme draga en el centro de la dársena y que se afana en algo que solo conocen los dioses. Y los diez o doce yates y veleros de paso, como nosotros, que llegan como intrusos, ocupan el único de los muelles que tiene calado suficiente, y se van al dia siguiente como fugitivos que huyen de una prisión.

Sus muelles no tienen nada, ni siquiera norays. Solo argollas oxidadas muy incómodas para atar los cabos. No hay puntos de luz, ni casetas u oficinas. Nadie se mueve por los pantalanes. Parece un puerto fantasma.

Lo que sí tiene el puerto es una minúscula capillita griega.


Llegamos a Kyparissia tras una travesía de seis horas desde Katakolo. Una línea recta perfecta en un día de sol perfecto y con un viento perfecto.

Alivio. Hay sitio de sobra. De hecho, a esta hora sólo se ven otros tres veleros y, en este puerto, si se colocan bien, cabe más de una docena. 


Nos abarloamos al muelle, según hemos leído en las guías que hay que hacer y como los veleros que están antes que nosotros. Los barcos que llegan por la tarde deciden  “colocarse bien”


Nada más atracar me puede la ansiedad, y me pongo a buscar el agua. No hay torretas con tomas, pero junto a la pared corre un tubo de PVC negro, con algún grifo cochambrosos de tanto en tanto. Enchufo mi manguera al más cercano al Sargantana. Nada.

Sigo el tubo a lo largo de todo el muelle, unos 100 metros. Pruebo todos los grifos. Nada.

Me encuentro con un señor mayor que, agachado, está pintando el casco de una barca de madera. Le saludo en inglés. Se vuelve lentamente y murmura algo que interpreto como un saludo. Le pregunto si sabe cómo activar el agua. Me mira en silencio durante varios segundos, y pone cara de “Otro más…”.  Me dice: “No water”.

Insisto. Me replica que es imposible, que la autoridad portuaria está harta de que los barcos de paso derrochemos su agua. Que han bloqueado la llave de paso y que solo le han dejado acceso a él mientras pinta. Que no puede dar agua a nadie porque “si se enteran, le cortarán el agua también a él”.

Me vuelvo al barco, decepcionado. Echo cuentas de la poca agua que nos queda y las etapas que nos esperan por delante. Voy a recoger mi manguera. Al llegar, y por pura inercia, abro el grifo. Funciona.

Gracias, caballero. 

La taberna Remezzo, un sitio encantandor a la entrada del puerto, donde tomamos un café


Kyparissia (o Ciparisia) supone nuestra entrada en la provincia de Messinia (o Mesenia), la primera de las cinco que pertenecen a la región del Peloponeso. Las otras dos que integran la península, Ilia (o Elide) y Achaia (o Acaya), pertenecen a la región de Grecia Occidental. 

División del Peloponeso (es.wikipwdia.org)


Peloponeso significa “isla de Pélope”, como aprendimos en nuestra visita a Olimpia. Sin embargo, hasta la apertura del canal de Corintio no se convirtió en una auténtica isla. El canal sigue cerrado al tráfico de buques por un gran desprendimiento que lo inutilizó hace un par de años. Parece que podría abrir de nuevo en junio. La experiencia de cruzarlo la guardamos para nuestro regreso el próximo año.

Hemos leído que Kyparissia no es un sitio con encanto. Y, sin embargo, nos sorprende.  Una ciudad más bonita que fea, de esas, tan griegas, que mezclan en sus calles edificios de los años 60 con casitas bajas de pueblo y granjas de campo; con un popurrí de aceras arregladas y otras intransitables; con zonas de arbolado bien cuidadas y solares viejos en los que crece la maleza. 

Como muchas ciudades griegas que hemos conocido, Kyparissia parece estar a medio terminar. Si en Katakolo estaban instalando las aceras en la calle principal, aquí tienen levantado todo el centro, de modo que la compra entre sus tiendecitas se convierte en una carrera  de obstáculos. Compra que hacemos el lunes antes de zarpar, porque a nuestra llegada es domingo y la ciudad está desierta. 

Desde el puerto, la vista de las montañas a la espalda de la cuidad es realmente bonita. El paseo del domingo nos lleva por las calles dormidas, que trepan por la ladera del monte Egaleo, hasta la ciudad vieja. 

Playa de Kartelas, en Kiparissya 

También recorremos la zona de costa. La línea interminable que hemos avistado desde el barco durante las últimas millas de nuestra etapa resulta ser una playa en estado natural, con un camping y algunos alojamientos turísticos, bien cuidados, al otro lado de la carretera, con cafés desde los que contemplar el ocaso en el mar.  

Sunset Bar, frente a la playa, cerrado fuera de temporada

La vista desde la playa hacia el interior recuerda una estampa de pueblo de montaña, solo alterado por la tristeza de un parque acuático abandonado hace muchos años. Salvo por dos parejas de turistas tomando el sol en uno de los hoteles, el paraje está desierto. Me pregunto si conservará su encanto en temporada alta. 

Lunes, 23 de mayo




jueves, 23 de marzo de 2023

Atenas. Más allá del Partenón

En las ciudades que visitamos nos gusta callejear. Y Atenas no iba a ser una excepción. 

El primer día decidimos ir a la Acrópolis, visita obligada. Pero el segundo nos dedicamos literalmente a vagabundear por las calles y los barrios y, si entramos en el Ágora Antigua, es porque nos la tropezamos en nuestro deambular y nos parece que el recinto es un sitio magnífico para pasearlo.


Primera vista que tienes del Partenón cuando accedes al recinto de la Acrópolis por su lado oeste


A la Acrópolis vamos a última hora de la mañana, cuando hay menor afluencia de gente según las guías. Para ser marzo está bastante concurrido. Grupos organizados de diferentes nacionalidades y, lo más divertido, varios "instagrammers” y "youtubers" retransmitiendo la visita con sus equipos fotográficos y sus ayudantes. 

Acceso a la Acrópolis por las escaleras del Propileo


Luis había venido hace unos años y nota el avance en las obras de reconstrucción del Partenón, que fuera literalmente destruido en el siglo XVII, en una de las interminables guerras que ha vivido este país. Los turcos lo usaban como santa bárbara cuando, en un ataque de los venecianos, un proyectil cayó accidentalmente en él, volándolo por los aires. La verdad es que visitar un sitio arqueológico en donde sabes que la mayor parte de las piezas son "de pega" deja un sabor de boca un tanto agridulce. Aun así, disfrutamos la experiencia en esta jornada de primavera loca, en la que hay que ir quitándose y poniéndose ropa alternativamente al pasar del sol a la sombra o al atravesar las zonas azotadas por el viento. 
Fachada oeste del Erecteion, con la Tribuna de las Cariátides mirando hacia el Partenón. Las cariátides son copias de las originales, cinco de ellas expuestas en el museo de la Acrópolis y, oh sorpresa, la sexta en el Museo Británico


Y bajamos de la Acrópolis y, ahora sí, nos perdemos callejeando por las barrios que rodean la colina. Es en este primer recorrido cuando consigo por fin situar mentalmente nuestro hotel Amazon (sí, Amazon), ubicado cerca de Syntagma, en la calle Mitropoleos que corre paralela a Ermou, la calle peatonal famosa por sus tiendas. Y empiezan a encajar en mi cabeza los diferentes barrios del centro de Atenas, las principales calles, iglesias y plazas.

La bulliciosa calle Pandrossou, en Monastiraki, con un aspecto totalmente diferente hoy, fuera de temporada: sin sus característicos toldos y con la mayoría de los comercios cerrados.


La famosa calle Ermou de las tiendas, en el barrio de Plaka, poco concurrida en esta época del año

A mitad de la moderna y comercial calle Ermou se abre inesperadamente una plaza y te tropiezas con la iglesia ortodoxa de Panagia Kapnikarea, una de las más antiguas de Grecia


El viernes amanezco con los labios hinchados. Mi urticaria sigue extendida y molestando, pero no me inhabilita, así que nos echamos a la calle. El recinto del Ágora Antigua está prácticamente vacío, se conoce que los turistas prefieren apelotonarse en la Acrópolis. Disfruto enormemente del paseo, que me recuerda al de hace casi un año por Olimpia. Si aquella era la cuna de los juegos olímpicos, esta lo es de la democracia

Stoa de Attalos, en el Ágora Antigua. Reconstruida en los años 50, en su interior alberga el museo


Un ejemplo de democracia: Kleroterion, en el museo del Ágora. En las ranuras se introducían plaquitas (pinakion) con los nombres de los atenienses. En el tubo a la izquierda se introducían bolitas negras y blancas. Dependiendo de si la bola que salía era de un color u otro, una fila de ciudadanos era o no llamada a formar parte de un jurado. 


Es un parque enorme que parece fuera del tiempo, te olvidas de estar en el centro de una ciudad de 700 mil habitantes. A lo lejos, en lo alto, el imponente templo de Hefesto, uno de los mejor conservados de Grecia, domina el recinto y atrae la vista. Lo dejamos para lo último, como ese trocito de pastel que esperas paladear despacio al final de la comida.

El recinto del ágora con el tempolo de Hefesto al fondo

Templo de Hefesto


El resto del día nos da para recorrer de nuevo con calma los barrios que atisbamos ayer, pasear más despacio por las calles del "flea market", entrar en las tiendas de antigüedades del "rastro" de Atenas y volver a reírnos y hacernos fotos en el mercado central entre las cabezas de cerdo y los entresijos de cordero colgados de ganchos. 

Puestos y tiendas en el mercadillo de antigüedades de la plaza Avissinias


Carnicería en el mercado central de Atenas


Casquería en el mercado central de Atenas


Nos sumergimos en Psiri, una mezcla estrambótica de edificios avejentados plagados de grafiti, y de cafés y tiendas con fachadas adornadas profusamente con flores de plástico multicolor. No es la primera vez que vemos plantas, flores y hasta árboles de plástico adornando las terrazas y tabernas de la ciudad pero, aquí, en Psiri, el famoso café temático Little Kook ha batido todos los records. 

Calle Aristofanos, en Psiri. Como todas en este barrio hippie, llena de pintadas 


Sumergida en el cuento de Alicia creado por Little Kook en el callejón Karaiskaki 


Fachada principal de Little Kook. Toda la decoración cambia en función del cuento elegido, menos el dragón del tejado, que lleva ahí desde el primer día. Está en restauración :(


En una de sus peculiares calles consigo localizar, escondida y sin apenas un letrero que la anuncie, la pequeña cafetería "gluten-free" de la que había leído una reseña. Como recordaba de las gentes de Grecia, la dueña es afable, cercana, simpática, y compartimos curiosidades sobre la vida en el mar. Me doy el capricho de comprar un tiramisú que tomaré luego con un café en una de los centenares de terracitas en las que, al sol, ya se puede estar. 

Cafetería gluten-free Nudie Foodi, en Psiri


Mañana nos vamos temprano. Cenamos pronto y, con una copa en uno de los bares nocturnos de Plaka, nos despedimos de esta ciudad de mezclas, demasiado grande, demasiado caótica, demasiado turística, pero encantadora y subyugante

Vista de Atenas desde la Acrópolis