Mármaro es otro más de esos pequeños puertos griegos del Egeo construido con la ayuda de fondos europeos para tratar de fomentar el turismo en zonas con poco desarrollo. Es el único en el norte de Chios, al final de una carretera angosta y tortuosa, junto al pueblo de Kardámila. Un pequeño valle verde en medio del paisaje lunar del norte de esta isla.
Un lugar con pocos alicientes y apenas movimiento. El pueblo no es más que un puñado de casas de pescadores y apartamentos de verano al que no han llegado todavía los turistas. En el puerto languidecen algunas barquitas de pesca (que no parecen salir mucho a faenar) y un par de yates locales amarrados como para resistir un huracán en el Caribe. Con un poco de organización, podría albergar quizás una docena de barcos transeúntes, pero durante el tiempo que pasamos allí nunca vimos más allá de cinco o seis, abarloados a los muelles sin mucho orden ni concierto.
A Mármaro llegamos casi sin resuello desde Lesvos, en una travesía extraña en la que los guardacostas turcos nos llaman por la radio para ordenarnos dar un enorme rodeo, dicen que por ejercicios de fuego real. Diez o doce millas extra que no nos hacen mucha gracia, porque nos obligan a cambiar a rumbo no muy cómodo yendo a vela. Se nos hacen interminables y tratamos de “acortar” un poquito… Y nos pillan, claro. La siguiente llamada por radio tiene un tonito de “a ver si os creéis que la policía es tonta”. Volvemos al rumbo que nos ordenan, que con la gente que tiene cañones, bromas, las justas.
Llegamos finalmente a puerto con nuestro molinete dañado desde esta mañana, la primera avería relevante en el Sargantana este año. Un alivio poder abarloarnos de costado al muelle, porque eso nos permite obviar el ancla. En cualquier otro puerto griego nos sería imposible atracar. Uno de esos golpes de buena suerte que compensan el fastidio de tener otra vez un problema importante en el barco.
Y en Mármaro nos toca esperar a que Barbouris, nuestra tienda náutica en Evia, nos envíe por mensajero las piezas de repuesto que necesitamos.
Ocho días de paciencia y aburrimiento. El único autobús diario a Chios sale antes de las siete de la mañana y no tenemos ánimos para cogerlo más que un día. La vida se reduce a la tranquilidad de caminar por los alrededores, leer y estudiar en el barco y a los “freddo expresso” de la cafetería del puerto que amablemente nos prestó su dirección para recibir nuestro paquete. No hay mucho que ver ni que hacer aquí en Mármaro.
Finalmente el sábado llegan nuestras piezas. Las voy a recoger en taxi a la oficina de ACS de Chios para evitar otro fin de semana esperando al repartidor (el lunes, además, es fiesta). Reparar el molinete no nos lleva más de unos minutos. Aprovechamos para fondear toda la cadena y volver a meterla en el pozo de anclas sin retorcimientos. El Sargantana está listo para navegar.
Recorremos la costa este de Chios camino del sur de la isla. Es casi el mismo recorrido que ya hicimos el año pasado, hasta el fondeo de Komi. Por fin un buen viento que nos permite navegar rápido y en portantes.
El pronóstico del tiempo para los próximos días se complica. Se acerca un episodio duro de meltemi, el primero de la temporada, y nos va a pillar en el peor lugar, justo en el centro del Egeo. Hay que reservar plaza en el puerto de Ikaria, al menos un par de noches, y confiar en encontrar una ventana para poder saltar hacia el oeste, hacia Mikonos o Naxos, antes de que el viento lo haga imposible. Estamos muy lejos de Livaditis, nuestro puerto base, y no nos queda tanto para sacar el barco del agua y volver a casa.
Han sido demasiados días de espera. Aún hay bastante primavera por delante, pero la eterna batalla de cada verano con el puñetero viento del norte del Egeo ha empezado.
Este año está siendo extraño desde el punto de vista meteorológico, hemos pasado en pocos días del frío y el ambiente invernales al calor y al meltemi veraniegos.












Sábado, 7 de junio de 2025
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