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lunes, 3 de agosto de 2015

Día 10. Porto Liscia - Cala di Volpe. Bailando con lobos

Un día intenso y, hasta cierto punto, inesperado. El plan era recorrer el Parque Nacional de La Maddalena, pero con poco viento según el parte. Y todo fue según lo esperado, excepto el viento. Un imprevisto y soberbio W de unos 20 nudos, ideal para velear.

Antes de nada: el archipiélago de La Maddalena es una maravilla que dudo tenga igual. Un conjunto caótico de islas y escollos graníticos, con espacios y corredores entre ellos muy angostos, sin apenas vegetación, con un aspecto "lunar". 





Está junto al estrecho de Bonifacio y, por tanto, tiene mucho viento. Ideal para navegar a vela. Para los que hemos aprendido en un pantano, es como uno gigantesco, con poca ola, continuos roles y cambios de viento, y también con mucho barco. Es un entorno muy protegido, hay que pagar por navegar entre las islas y ni siquiera es posible fondear para pasar la noche, excepto que seas local.




Nuestro día empezó muy pronto. Tanto Lucía como yo teníamos breves compromisos de trabajo que solventar, pero a las 0930 ya estábamos listos para meternos en el lío. Porque La Maddalena en agosto es un absoluto caos. Cientos de embarcaciones corren como posesas por los pasillos entre islas, todas mezcladas, yates, megayates, veleros, gommoni... Como toros y mozos en San Fermín, adelantándose, cruzándose, empujándose...

El Sargantana participa  en la jauría como uno más. Vuela a más de 7 nudos, a un descuartelar. Se supone que tiene preferencia por ir a vela, aunque muchos yates, lobos en una jauría, le adelantan y cruzan su proa sin respetar el reglamento ni las normas de cortesía y buenas prácticas marineras. Pero él disfruta, cabalga sin frenos y sin medida.




Al llegar el mediodía el viento arrecia. Los yates y las gommoni ya han fondeado para el almuerzo y sestean mientras sus tripulaciones toman el sol y comen ensalada de pasta y Lambrusco. Ya sólo quedan veleros navegando, que afilan las uñas para los diarios duelos one-to-one cuando el honor se juega en pasar primero un cabo, una marca, una enfilación... El Sargantana acepta un duelo tras otro, la mayoría victorioso, y termina jadeante y reclamando agua y algo de comer...

El día transcurre en un infinito pilla-pilla por pasillos entre islas, pasando por el puerto de La Maddalena y entrando a curiosear en el estanque de lujo indescriptible de Porto Cervo.




Finalmente fondeamos en Cala di Volpe, una enorme ensenada a pocas millas al sur de Porto Cervo. Un fondeo muy protegido, con decenas de boyas gigantes y otros tantos super-yates, la mayoria con bandera de Islas Caimán, amarrados a ellas.








Al fondo de la cala, el famoso hotel cinco estrellas que lleva su nombre. Y ese es el problema. El tráfico de barca-taxis que lleva y trae a los millonarios del hotel a los yates. Los conductores rigurosamente uniformados, con camisa blanca y bermudas azules, siempre de dos en dos, muy serios y erguidos. Detrás, en los sofás elegantísimos, ellos y ellas vestidos de fiesta, sin siquiera mirarnos... Tras cada paso se levanta una molesta ola que hace subir y bajar el barco, y a los que estamos dentro. Eso no pasaría si fueran a tres nudos o menos, pero es bien sabido que los ricos siempre tienen prisa.


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