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lunes, 17 de agosto de 2015

Días 23 y 24. Cabrera - Altea. La etapa reina

Curiosamente la etapa más dura no fue ninguno de los dos saltos a Cerdeña, a priori las más duras por distancia y por la amenaza del Golfo de León y sus vendavales. Lo más complicado ha sido volver desde Mallorca a Ibiza en esta semana de tormentas.

Despertamos con sol radiante tras una noche plácida en la idílica bahía de Cabrera. El barco totalmente quieto encima de la boya, los vecinos respetuosos y silenciosos. El cielo, que la noche anterior había puesto un punto de amenaza con un festival de relámpagos lejanos, al amanecer es radiante y azul.
 
El plan es pasar a Formentera. Quizá bajar a cenar si fondeamos frente a Sa Sequi y disfrutar de la mejor puesta de sol de Formentera. Con suerte llegamos todavía con sol.

Pero el cántaro de leche se nos cae de la cabeza justo al salir de Cabrera. Hace tiempo que no reviso el nivel del tanque de gasoil. Mierda: menos de un cuarto. Con eso no llegamos ni a Ibiza si hay que poner motor. Y no es en absoluto seguro intentar la travesía con tan poco combustible. Toca volver a Mallorca a repostar, doce millas de retroceso. Cuatro horas. Adiós, Sa Sequi. Además el viento sigue siendo poco complaciente, sopla justo desde Formentera. Es menor rodear Ibiza por el norte en vez de por el sur.

Cambiamos los planes. No es muy sensato tratar de fondear de noche en una cala desconocida del norte de Ibiza. Es mejor cruzar a la Península de un tirón. Un palizón, pero la mejor alternativa. Los pronósticos son buenos para este lunes, si bien mañana vuelven las tormentas y los chubascos a Baleares.

La travesía es lineal pero no muy tranquila. Ceñimos contra 15-20 nudos y una ola incómoda que hay que gestionar bien para no dar pantocazos. Lucía duerme toda la tarde para prepararse para la primera guardia, y se queja de los botes que pegamos. 



Y tiene toda la razón. Cuando me toca a mí, durmiendo en proa, tengo sueños extraños que seguro tienen que ver con que voy pegando saltos encima del colchón. Me levanto con la espalda dolorida como su hubiese cavado una zanja.

Además ésta sí es una zona concurrida. Hay que gestionar cruces con un buen número de cargueros en la oscuridad. Si durante el día, y dependiendo de las trayectorias, no supone demasiado estrés, de noche, y yendo a vela con ola, el asunto da más respeto. Lucía interrumpe uno de mis sueños de camas elásticas para que le eche una mano en un cruce avisado por el AIS. Por supuesto, tenemos preferencia, y para el carguero seria un esfuerzo mínimo desviarse unos pocos grados para esquivarnos. Pero en el mar es bien sabido que los cargueros desprecian a los veleros, o, mejor dicho, para ellos son invisibles y pueden llegar a pasarles por encima si se interponen en su camino. Hay que aceptarlo, como también hay que aceptar que los veleros son un estorbo para los pesqueros atentos a su faena y sin tiempo que perder en contemplar a los pequeños barcos, que a su vez se sienten hostigados, amenazados y a veces agredidos por ellos, como si de matones de barrio se tratara. El Sargantana se pregunta cómo se llevan y cómo se tratan entre sí cargueros y pesqueros. En realidad le importa más bien poco. Allá se peleen entre ellos.

El día y la noche han sido tranquilos en lo meteorológico. El viento, algo incómodo pero bueno para navegar rápido, sin poner motor. Hasta las 4 de la mañana. A esa hora, al norte de San Antonio, los relámpagos vuelven a aparecer a lo lejos por la proa. Y vienen hacia a mí.

Yo estoy haciendo la guardia y decido que no quiero meterme en otro lío, así que llamo a Lucía. Recogemos génova y ponemos motor a toda, rumbo sur hacia el puerto de San Antonio. Tenemos dos horas. Con suerte no nos pilla.

Afortunadamente éste no viene a por nosotros y pasa limpiamente por nuestra popa en dirección Mallorca. Por un pelo. Volvemos a rumbo hacia el Cabo de la Nao y la Península, donde esperamos acabar este juego de gatos y ratones del que estamos un poco cansados.

Se hace de día. Seguimos rápido, aunque la dirección del viento no ayuda y hay que poner motor. El canal de Ibiza que nos separa de la Península está lleno de nubes de evolución y nos toca estudiar y esquivar tormentas todo el día, lo que sigue siendo agotador y desagradable. 



La etapa reina concluye en Altea, un pueblo precioso y un puerto excelente. Buenas instalaciones, exquisito trato, muy cómodo. Llevamos cinco noches seguidas navegando y fondeando y necesitamos un restaurante, un arroz, una lavadora...






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