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martes, 4 de agosto de 2015

Día 11. Cala di Volpe - Porto San Paolo. La parada de los monstruos

El fondeo en Cala di Volpe no ha sido todo lo tranquilo que esperábamos, pero al menos al despertarnos se respiraba un cierto sosiego.

Hoy el plan es navegar poco, recorrer con calma las calas y los rincones de la Costa Esmeralda y buscar un buen fondeo o incluso un puerto donde pasar la noche. Nos queda ya sólo un depósito de agua dulce y nos vendría bien un día de compras y de electricidad para volver a tener el frigorífico en condiciones. 

Decidimos bajar a tierra en la neumática antes de salir y comprar suministros. Necesitamos sobre todo hielo y, si es posible, pan del día. Botamos la neumática y nos vuelve a pasar... Nos vuelve a pasar lo mismo que hace dos años en las Cíes. Dejamos la auxiliar sujeta al barco mientras preparamos el desembarco. Cuando nos queremos dar cuenta, se ha soltado y el viento se la lleva lejos por la popa. Han sido unos pocos segundos, pero no hay solución.

La fortuna es que Cala di Volpe es casi totalmente cerrada y, a diferencia de las Cíes, la barca no irá lejos. De hecho acaba varando en una playa privada a un cuarto de milla de distancia. Pero el problema no deja de ser puñetero. No podemos ir con el barco a rescatarla porque allí hay poco calado. No tenemos a nadie con su neumática a mano que nos lleve a por ella y nos ayude a traerla, remolcándola. No queda más remedio que ir a nado.

Yo puedo intentarlo con mis gafas y mis aletas, pero Lucía nada mejor que yo y se anima a ir, con las aletas y un pequeño remo auxiliar en la mano. El problema es que, una vez recuperada la barca, la vuelta es contra el viento. La opción remo no funciona. El plan B, remolcarla a nado, afortunadamente es viable. 

Lección aprendida para la siguiente. Tenemos que asegurar siempre el dinghy, y no sólo con un ballestrinque, que con los meneos se acaba soltando.

Nos acercamos con la auxiliar al final de la cala, allí donde hace a modo de embudo y donde se ubica el hotelazo. Con los líos del dinghy ya no es tan temprano y sin embargo parece desierto, no hay nadie en sus magníficas tumbonas de su magnífica piscina de agua salada, el embarcadero particular está vacío y no hay ni un alma en los jardines y terrazas. Según reza su web, el hotel de lujo en uno de los rincones más bellos de la "Costa Smeralda" recuerda a un pueblo pesquero. Yo no diría tanto. Pero no se le puede negar el estilo exterior y lo impresionante de sus dimensiones, con sus más de 120 habitaciones mirando todas al mar. 



Atracamos en un embarcadero en la zona pública vecina al hotel, para descubrir que no hay pueblo, no hay tiendas, no hay nada. Bueno sí, hay un follón monumental de coches (de lujo) pugnando por hacerse un sitio en la orilla fangosa de la cala, como el Mercedes que está ahí parado taponando el camino, el chófer (de lujo) con la puerta abierta, esperando a su dueña (de lujo) que llega corriendo desde el pantalán en el que ha bajado de su motora (de lujo). Un puesto de actividades acuáticas y un sinfín de turistas tratando de hacercerse un sitio en la cola de la caseta. 



Luis se acerca por la carretera al bar-pizzeria "Baretto" y consigue los consabidos 5 kilos de hielo. Pan no hay. Tampoco hay cubos de basura. Ya se ha convertido en una costumbre en esta isla. Luis se anima a dejar nuestra  bolsa en el contenedor de basuras del hotel (el lujo también tiene su sórdida "parte de detrás").

Resueltos los problemas logísticos salimos a recorrer la parte sur de la Costa Esmeralda. Básicamente una sucesión de megayates y megamegayatesLa mayoría de esos monstruos están quietos en sus fondeos, con grandes portones abiertos en sus cascos, de donde obviamente han botado motoras con las que sus mega-ricos propietarios se divierten después del desayuno. Eso sin contar los enormes toboganes que instalan algunos...

No fondeados, sino navegando indolentes, nos encontramos en la salida de la cala con el "A" de un magnate ruso. Diseñado por Philippe Stark, es un monstruo del tamaño del Bernabeu, con aspecto de submarino albino, que parece sacado de una película de James Bond. Y poco más allá el "Al Miqrab", del antiguo primer ministro Qatarí. Es el sexto yate más grande del mundo, del tamaño de un trasatlántico de pasajeros.


El "A" es un yate controvertido. Su proa invertida y su diseño de líneas limpias le hacen único. Tiene amantes y detractores, como todo lo que sale del estudio de Starck. Aunque, en honor a la verdad, el diseño no es suyo en solitario, sino en combinación con Martin Francis. 

El "A" tiene un interior tan espectacular o más que su parte visible. Lo muestra el reportaje del Wall Street Journal en Youtube. 

El "A" se llama así en honor a la pareja de su dueño, Alexandra. ¿O era en honor a sí mismo, Andrei? En cualquier caso, es de los Melnichenko, multimillonarios rusos que seguro tendrán también "parte de detrás".

Nosotros navegamos a vela con buen viento pero sin demasiadas ganas de hacer muchas millas. A media tarde llegamos a un conjunto de calas que hemos visto recomendadas en algunos derroteros. Nos gusta especialmente Porto de San Paolo, una gran ensenada de tres metros de profundidad, fondo de arena y agua transparente, excelente para un fondeo. La cala está dominada por la impresionante Isola Tavolara.




Estamos a escasos 300 metros de tierra, donde hay un par de pantalanes para gommoni y motoras pequeñas. Veo un restaurante con muy buena pinta justo en la playa, el Il Portolano, desde el que podríamos ver sin problemas el barco, imprescindible si vamos a dejarlo fondeado y solo un buen rato. Un restaurante excelente, algo caro, pero con una calidad e imaginación destacables. Bajar a cenar en neumática tiene siempre un punto de aventura (navegar de noche, amarrar el bote) que hace esas noches memorables.

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