Nunca antes habíamos navegado una etapa de más de 300 millas. Y pocas recuerdo tan duras, tan incómodas y agotadoras como ésta. Y tan distintas a lo esperado teniendo en cuenta las previsiones meteorológicas.
El salto a Cerdeña suele ser monótono y tranquilo. Pones el rumbo en el piloto al 90º (o al 270º si estás de vuelta) y casi no hace falta tocar las velas en todo el camino. En verano son frecuentes las encalmadas y la navegación suave y a motor. No es agobiante, el tráfico de mercantes es más bien escaso y en temporada sólo te encuentras con veleros que van y vienen de Mallorca a Carloforte o desde Alguero a Menorca.
La imagen que yo guardo de esos cruces, que hemos hecho casi cada temporada, es la de noches oscuras y cielos alfombrados de estrellas. Noches de Perseidas, tumbados boca arriba, mientras el motor ronronea. Móviles apagados y cenas tranquilas en cubierta a la puesta del sol. Días con tiempo para conversar, para escribir o para leer esa novela que tienes sobre la mesilla desde antes de la última liga del atlético.
La meteorología está condicionada por el Golfo de León. El viento dominante es el mistral (mestrale en Italia). Noroeste que de vez en cuando sopla furioso unos pocos días y levanta una ola tremenda, sobre todo en latitudes al norte de Menorca. El resto del tiempo los vientos son benignos y fácilmente previsibles viendo la evolución del mapa isobárico de la zona.
La preparación del cruce es bastante simple. Consultas el parte a la espera a un hueco de varios días entre dos mestraladas, esperas 12 horas adicionales para que baje la ola y zarpas. De hecho, muchas veces el problema fundamental es la falta de viento. O (como nos ocurrió el año pasado) que la borrasca tarde muchos días en debilitarse y desaparecer, y que la espera se haga aburrida e interminable.
Este año ha tocado esperar la ventana sólo un par de días y hemos conseguido aprovechar los restos de la inestabilidad de la borrasca saliente para velear las primeras millas por la costa sur de Mallorca. Un principio más que razonable.
Pero, al pasar el Cabo Salinas, el viento no se comporta como esperamos. Rola al suroeste y nos entra flojo en popa cerrada. La ola del mar de fondo nos llega cruzada y demasiado alta. Imposible velear en estas condiciones. El recorrido se hace penoso. A palo seco, no podemos prescindir del motor. Hace demasiado frío para estar en cubierta y gobernar a mano tantas horas. Ponemos el piloto automático y avanzamos dando tumbos. Hace mucho frío y el cielo está plomizo.
No hay magia en el cruce de este año, lo único que apetece es llegar. Al final del segundo día las cosas incluso empeoran. El viento rola y pasa a ser de unos 15 nudos de cara. Nada que ver con lo esperado, nos obliga a desviarnos hacia el norte si queremos velear.
Y para completar la lista de calamidades, al entrar de nuevo en cobertura y analizar los partes actualizados descubrimos que el siguiente episodio de mal tiempo está ya al llegar. Se anuncian tormentas fuertes del este a partir del día siguiente, que nos bloquearían varios días en Carloforte. No queda más remedio que continuar una noche más y cruzar todo el sur de Cerdeña hasta Villasimius, para mantener nuestras opciones de cruzar pronto hacia Sicilia.
La verdad es que no hay gran cosa más que reseñar en esta etapa, que acabamos viviendo como un puro transporte de un barco entre dos islas. Han sido 354 millas de batalla que hemos cubierto en 72 horas consecutivas de navegación, una gran parte a motor. Sensación de agotamiento, de querer dormir al menos dos noches completas después de las tres de sueño y guardia. Ansia de poder comer y cenar con una cierta tranquilidad.
Nos quedan, cómo no, bricolajes por hacer. Uno de los dos grupos de placas solares no carga y hay que investigar la causa. Todavía no funciona el mando remoto del molinete. De momento éste es un año de tiempo inestable y azaroso y de problemas con los que no contábamos. Aun así: qué bonito es navegar.
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