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jueves, 15 de julio de 2021

Etapa 8: Corfú - Petriti. La dolce vita (1960)



Una vez en Grecia el ritmo del viaje cambia. Seguimos teniendo un plan, de hecho tenemos que recoger invitados en Cefalonia dentro de dos semanas, y en el interim mucho que visitar (Syvota, Paxos, Preveza, Levkas), pero las etapas serán más cortas y podremos ir improvisando día a día.


Decidimos que queremos seguir algún día más en la isla. El ambiente y el color de Corfú nos han atrapado y estamos dispuestos a renunciar a alguna escala. 


Nuestro primer destino está solo a unas millas al sur de la capital. Nos lo recomienda nuestro vecino de amarre, que, claramente, conoce la zona. Nos previene del colapso de barcos que probablemente encontraremos en Syvota o Paxos y nos sugiere el mejor fondeadero de Corfú: Petriti.




Dejamos Mandraki a media mañana. El “master” del puerto es de los que no madrugan y no podemos irnos sin recuperar los 15€ de la fianza del agua y la electricidad. Ya nos había dicho que lo podíamos cobrar en el restaurante si él no estaba… como si en el restaurante fuera a haber alguien. Que no me extraña: han estado hasta las tres de la mañana con música y cobijando a un par de ruidosos grupos medio borrachos. 


El puerto es espectacular, incrustado en la fortaleza vieja de la que forma parte, hasta el punto de que nos han pedido el ticket de entrada cuando regresamos del primer paseo por Corfú. Pero tiene algún inconveniente, como la popa pegada al restaurante, que, aparte de la falta de intimidad, es un incordio cuando, como hoy, los tertulianos retrasan la hora de cierre tal que si fueran españoles. La primera noche había sido tan tranquila… 




Mandraki ha sido nuestro primer puerto griego y, por tanto, es en la ciudad de Corfú donde nos presentamos ante la Autoridad Portuaria para registrar nuestra entrada y pagar la tasa correspondiente. Ningún problema, porque aquí todo el mundo habla inglés, y, cuando se trata de cobrar, más. Hemos tenido que presentar nuestros certificados de vacunación COVID-19 y solo ha habido un pequeño rifirrafe con el justificante de que el seguro estaba pagado hasta el año que viene.   


La caminata hasta las oficinas portuarias ha merecido la pena para tomar contacto con el casco antiguo, el área comercial, los alrededores de la Fortaleza Nueva, el puerto nuevo y la zona del puerto de cruceros. Constatamos que en Corfú hace calor, muchísimo calor (¿Qué dije yo de Crotone? Olvidadlo, el calor era esto). 







La visita a la Autoridad Portuaria nos permite planificar el paseo de la noche y el recorrido turístico del día siguiente, que incluirá una compra en uno de las cadenas de supermercados más presentes en Corfú. 


Esa sí que es toda una experiencia. Empezamos por hacer cola en la calle (seguimos con medidas anti-COVID). Que a ver cómo pides la vez en una fila desordenada y entremezclada con las obras de la acera, si no es por señas. Nos dan un tarjetón al alcanzar la puerta, que no sabemos para qué sirve. Y, ya dentro, el reto de descifrar con paciencia y con ayuda de Google las etiquetas y los envases. Siempre me ha resultado muy divertido comprar en los supermercados fuera de España, explorando las marcas y los productos novedosos, aunque reconozco que traducir del griego agota. Y más si, como nosotros, vas a la caza del “gluten free”. 

Tarjeta de entrada a los supermercados de YNKA. Entregue la tarjeta en la caja al salir.”


Dejamos la ciudad de Corfú con la sensación de haber cumplido una etapa importante del viaje y, a la vez, de que es sólo el principio. 




Vamos costeando para ver desde el agua el famoso monasterio Vlacherna y la también famosa “isla de las ratas”. Sabíamos que estaba cerca del aeropuerto, pero no estábamos preparados para el espectáculo de los aviones tomando tierra por detrás del monasterio, en la pista paralela a la costa, o despegando hacia el mar. Debe impresionar ir en uno de esos aparatos, con la nariz pegada a la ventanilla y conteniendo el aliento.




Seguimos rumbo a Petriti. La costa se sucede invariablemente verde de pinos y cipreses. Y con el canto de las cigarras de fondo. Estamos suficientemente cerca como para oírlas. Es una costa bonita y cuidada, aunque también hay algún que otro desmán de complejo turístico “a la española”.   





Petriti es un pueblín de pescadores cerca del extremos sur de la isla. Con un puerto pequeñito en el que hay unos pocos barcos y unas cuantas tavernas. Poco más.





Junto al puerto hay una playa larga con arena y varias calas contiguas. Se puede fondear cómodamente en 3-4 metros sobre arena. Las tavernas tienen terrazas sobre el agua y pantalanes privados para amarrar las neumáticas. Claramente un sitio espléndido para bajar a cenar, que ya llevamos semanas sin hacerlo.


En tres horas estamos allí. Pocos barcos al llegar pero el número aumenta a lo largo del día. No importa, aquí hay arena para todos. Y afortunadamente son “barcos tranquilos”. Ningún charter de turistas gritones y desconsiderados.




Costó trabajo elegir, pero finalmente nos decidimos por la Taverna Limnopoula (Λιμνοπούλα). Muy agradable, mesa al borde del agua, como de anuncio de colonia. Vino blanco. Moussaka (yo), muy buena. Pescado sin gluten (Lucía), muy achicharrado, como parece que es tradición en Grecia. Camarero muy simpático y atento que pronto averigua que somos españoles e, invariablemente, nos cuenta sus peripecias, incluyendo el partido de fútbol en el Camp Nou.


Dolce Vita. Por si la alegría fuera poca, descubrimos que en la tiendita de alimentación del pueblo venden bolsas de hielo. Casi lloro de la emoción. Acarreamos botellas de agua como si no hubiera un mañana. Compramos ouzo, vino de retsina (Lucía opina que sabe igual que el limpiador de pino del Mercadona), tzatziki y una fruta excelente, obviando los huevos a granel, gordos como pelotas, porque aún nos quedan.


Dolce Vita. Nos quedamos otra noche más. Sin hacer nada, sólo disfrutando del momento. Hace sol, hay viento. Mañana entra un NW que nos vendrá bien para velear hacia el Sur.





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