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martes, 27 de julio de 2021

Etapa 12: Cefalonia — Meganisi. Cuando ruge la marabunta (1954)



Salimos de Atheras en dirección Norte, camino de la costa sur de Lefkas. Volvemos a recuperar nuestro plan original que incluye recaladas en Lefkas y Meganisi.

Pero no es un plan muy preciso. Al llegar aquí te das cuenta que todo parece estar muy cerca, que no hace demasiada falta planificar las etapas de forma lineal, buscando optimizar el recorrido. Las alternativas de fondeo son siempre muchas, demasiadas, y la decisión de una u otra se toma un poco sobre la marcha.


Para la primera noche elegimos el puerto de Syvota. Unas pocas casas, y un pequeño puerto, al Sur de Lefkas. La bahía es muy profunda y resguardada, bonita y elegante. 


Queremos cenar en alguna de las varias tavernas locales. Según la guía, las tavernas ofrecen amarre gratuito en sus pantalanes. Todo parece perfecto, idílico, excepto por… la marabunta.

En el Jónico la marabunta no son hormigas. Son holandeses en flotilla. Se desplazan todos muy juntos, de puerto en puerto, de cala en cala. Se apiñan en barcos de charter que se mueven al unísono a las órdenes de quién sabe qué capitán holandés pirata. Claramente una flotilla ha elegido Syvota como su primera parada de la semana. Oh my god.

Cuando la marabunta ruge, arrasa con todo. A su paso desaparecen los amarres, los lugares en las calas, las mesas de las tavernas, el hielo y la cerveza de las tiendas… y, obviamente, la tranquilidad.

No se me malinterprete. No son mala gente. Son educados y no demasiado ruidosos (nos preguntamos cómo podría ser una flotilla española y nos entran sudores fríos). Son muy altos y muy delgados, y los hay que llevan zapatos con calcetines cuando navegan. Impresionante. Muchos, la mayoría, sabe navegar. Pero claro, hay de todo, así que el espectáculo está garantizado.


Al entrar en Syvota nos damos cuenta de que las opciones de fondear son remotas. Hay varios barcos en el medio que parecen estar en el centro de una rotonda, como un Séptimo de Caballería rodeado de indios, en este caso de flotilleros holandeses que sufren para encajarse de mala manera en sus amarres (en muchos casos, un poco “creativos”).

Porque la imagen idílica del dueño de taverna que te ofrece un amarre a cambio de una cena, no es tal. Aquí todo el mundo apoquina 35€, lo tomas o lo dejas. Eso sí, agua y luz incluidos. 

Nos ofrecen un lugar al extremo de un pantalán. Por un momento creo que es Jorge Javier Vázquez, el de Tele5, vestido de marinero. No es. Nos vacilamos un poco mutuamente mientras trato de sacarle un descuentillo en una mezcla ininteligible de italiano e inglés. Jorge Javier gana, claro, son muchos años de lidiar con “Sálvame” para que te lleve al huerto un novato. 

Cenamos en la Taverna Ionion. Buen sitio. La marabunta parece haber elegido algún otro. Disfrutamos de un Syvota cada ve más tranquilo al caer la noche.



En los siguientes días fondeamos en Meganisi un par de noches, relativamente tranquilas. Descartamos Nadir y Vlycho. El primero, porque la famosa Tranquil Bay tenía bastante de Bay pero poco de Tranquil. El segundo, porque el agua es turbia y no invita nada al baño. Los dos son lugares míticos, pero quizá para visitar en otro momento, no precisamente cuando ruge la marabunta.
 
En Vlycho fondeamos un rato para bajar en la neumática a comprar algunas botellas de agua y una bolsa de hielo. El calor es infinito en este país y Vlycho no se queda atrás. El pueblito, desierto un lunes a mediodía, no es gran cosa. En el puertito hay atracados algunos barcos de trabajo. La bahía podría pasar por bonita, si no fuera por el aspecto más bien repulsivo del agua, verdosa y sucia.




En el trayecto hacia el fondo de la bahía pasamos por Nydri, sorteando centenares de veleros y catas al ancla. Vemos las características hileras de barcos abarloados por docenas unos a otros en mitad del fondeo, que ya otros capitanes escritores de blogs griegos relataron con sorpresa.

Meganisi es quizá la isla más bella de todas, al menos desde el agua. Una colección de fiordos profundos, llenos de calas y recovecos. Garantía total de protección.

La costa noreste de Meganisi tiene forma de cornamenta de alce. Es divertido entrar entre los “cuernos” para descubrir sus infinitos rincones, la mayoría aptos para el fondeo. La costa cae muy rápidamente al agua, lo que permite acercarse con el barco y poner cabos por popa. 

Para la primera noche elegimos una cala con pocos barcos, en la que practicamos por primera vez el fondeo con cabo a tierra. No nos sale tan mal, Juan Pedro y yo en el dinghy, Luis al timón y Eva pendiente del cabo. Me queda de recuerdo un enorme morado por la caída de culo en las rocas resbalosas de la orilla y algún que otro arañazo de los rosales silvestres. Pero el barco quedó bien amarrado.


El agua está increíblemente limpia y tranquila. Nos da para inflar el kayak y remar y nadar durante horas. Las orillas son deliciosas. Tomo nota de los distintos artilugios de fondeo que despliegan nuestros compañeros de cala, a los que me acerco nadando. Uno de ellos es español, con matrícula de Barcelona. Saludo desde el agua al capi, también en remojo, y ya en el primer hola reconozco por el acento a un paisano asturiano. Resulta ser de Gijón. Estamos por todas partes. 

Al día siguiente, descartado el baño en Vhlyko, nos damos un chapuzón al final de los cuernos, en la bahía de Elia, un lugar virgen en el que están promocionando edificaciones de apartamentos. Se ve que en Grecia también hay especulación urbanística y los correspondientes ecologistas con pancartas en defensa del atropello. 

No nos sirve de fondeo de noche porque hay poco sitio en arena para estar a la gira y hay demasiada posidonia para fondear con cabo a tierra con seguridad. De hecho, el italiano que llega después de nosotros viene con un cargamento de “lechuga” en el ancla que había tirado en la bahía anterior, y garrea una y otra vez. Deshacemos fondeo y nos dirigimos al tercer “cuerno”, Atherinós, adonde, al menos hoy, no ha llegado la marabunta.

Muchos barcos, pero espacio más que suficiente. Nos gusta la bahía de Atherinós y en una de sus dos tavernas ensayamos torpemente unos pasos de sirtaki (la verdad es que no han servido de mucho tantos ensayos durante el invierno - hay que practicar más).

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