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martes, 10 de junio de 2025

Capítulo 13. - El meltemi en Ikaria

He comprobado que, cuando duermo en el barco, casi siempre sueño. Es llamativo, porque en tierra raramente me ocurre. Leo en foros de navegantes que es habitual. Mis sueños suelen ser intensos, vívidos, tormentosos. Lucía dice que en ocasiones hablo. A veces me cuesta trabajo recuperar la consciencia y volver a la realidad. Y en noches de meltemi, como la de hoy en Ikaria, los sueños son siempre pesadillas.

El meltemi es el tema de conversación recurrente en el Egeo. Nos hartamos de hablar y de escribir sobre ese viento navajero, duro, seco, que viene del norte (o del noroeste, según dónde) y que cubre de rojo oscuro los mapas del tiempo.

Treinta, cuarenta nudos, a veces más. Día y noche. Un viento de verano, que los meteorólogos explican con cierta dificultad, que aparece como de la nada y que sopla sin tregua durante días, a veces durante semanas. Una bendición (dicen) para los locales terrícolas porque hace más soportable el calor. Una maldición que pone patas arriba el Egeo y nos hace la vida imposible a los que lo navegamos.

Todavía no son las seis y me despierta el aullido del meltemi en la jarcia y el chapoteo violento de las olas contra el casco. Me cuesta desprenderme de los jirones de la pesadilla de esta noche y volver a pensar con claridad. Recordar que no pasa nada, que seguimos perfectamente amarrados en esta esquinita de la marina de Agios Kyrikos a la que nos trasladó Vangelis, apresuradamente, ayer por la mañana. Un poco apretados, eso sí, casi empotrados contra el velero francés que ayer también estaba al ancla, popa al muelle, enfrentando como nosotros las rachas que entraban por la bocana. Pero aquí estamos mucho mejor, casi no nos movemos. Todo está bien.

En la duermevela del amanecer repaso una vez más la situación. En vista de los pronósticos, ayer tarde tuvimos que cambiar todos nuestros planes. No sabemos cuántos días puede durar este episodio, posiblemente una semana, y es bastante improbable que nos dé tiempo a llegar a Livaditis para sacar el barco del agua antes de coger nuestro avión de vuelta a casa el uno de julio.

Afortunadamente tenemos alternativas. Vangelis nos ofrece un hueco en su puerto para los meses de verano, en el agua, a un precio muy razonable. Además esperamos una respuesta definitiva por parte de Roussakis, un varadero cercano, en Samos, a una jornada de navegación hacia el oeste.

Cualquiera de las dos opciones nos encaja y despeja la incertidumbre. Con un plan asegurado, estar encerrados en este puerto de Ikaria durante varios días no es en absoluto dramático. Tendremos tiempo para descubrir la isla.

Otros barcos vecinos no tienen tanta suerte. En este momento oigo el sonido inconfundible de la maniobra de salida del Aginara, que tiene que llegar esta noche sí o sí a Paros, y al que que esperan muchas horas de enfrentar el viento y la ola. Otros barcos intentarán salir antes del sábado, el peor día de este temporal.

Salgo a cubierta. El sol está ya alto, no hay ni una nube y la pequeña dársena parece una olla de agua hirviendo. Vangelis está sentado en la balconada de su oficina, inmutable, fumando y vigilando su puerto. Nos miramos, sonríe y levanta una ceja. 

Nuestros vecinos franceses desayunan en cubierta y preguntan amablemente si hemos pasado bien la noche y si todo va bien.

Les respondo. Por supuesto que sí. Las mañanas en Ikaria son extraordinarias. Hasta con meltemi.

Pronóstico para la próxima semana: está visto que nos quedamos en Ikaria unos cuantos días
La marina de Agios Kirykos. Al día siguiente de llegar nos hemos trasladado al rinconcito norte, a popa del velero francés que, como nosotros, pasará aquí pacientemente la semana de meltemi.
El puerto comercial y pesquero de Agios Kirykos al atardecer. Desde que se construyó la marina, hace unos años, el puerto no admite barcos de recreo. Al final del espigón se encuentra la famosa escultura de Ícaro que nos llamó la atención en 2023, en un día feo y gris, en nada parecido al brillo de este junio de cielos azules, barridos de nubes
Agios Kirikos está demarcado por la carretera que viene del suroeste, recorre el frente del mar y el puerto y sube perpendicular hacia el norte de la isla. En su último tramo, antes de dejar la ciudad, se ubican hasta tres supermercados grandes, la gasolinera y varios negocios de alquiler de automóvile. El frente del puerto, como en pueblos similares, está poblado de restaurantes, bares y heladerías. El resto de callecitas no son en absoluto turísticas y están llenas de tiendecitas y negocios "normales". No tiene autobuses, al menos en esta época del año. 
Aprovechamos la parada técnica para llenar la despensa, para hacer la colada y para llevar a reparar unas cremalleras y unos velcros a un pequeño taller de tapiceros que encontramos de modo fortuito
Nos proponemos conocer la isla a la que dedicáramos apenas una tarde en 2023. 
Desde la marina se puede ir caminando por la carretera de la costa hasta la cercana Therma, un pequeñísimo pueblo de pescadores famoso por sus aguas termales.
Las aguas termales se pueden disfrutar gratuitamente en el extremo sureste, junto al muelle de pescadores.
O bien en las instalaciones del balneario de Apolo, frente a la playa.
Otro día de esta larga semana volveremos para bañarnos entre las rocas de la playa que se divisa desde la carretera. A pesar de lo que promete el cartel en el camino que va a la iglesia, no es un lugar cómodo. Azotado por las olas y con corriente, sólo yo me animo a dar unas brazadas.
El último día alquilamos un coche y recorremos la isla. Ikaria es como una larga espina dorsal con dos vertientes bien diferenciadas y solamentes un puñado de pasos practicables entre ambas, con carreteras de montaña que suben y bajan en pendientes imposibles y curvas interminables. Planificamos cuidadosamente el recorrido para visitar en una jornada los sitios que nos parecen más interesantes.
Empezamos por el extremo norte, desde el aeropuerto, en sentido antihorario. Allí está Evdilos, el puerto principal de la isla, inviable para barcos de recreo como el nuestro con viento fuerte del norte. No paramos más que para tomar un café.
Nos lleva una hora llegar hasta Frantato, en el interior, y al monasterio Osias Theoktisti, situado en un entorno verde poblado de robles.
El monasterio está dedicado a la Santa Teoctista de Lesbos (de Mólinos), una santa bizantina que segun la tradicion fue capturada por piratas, consiguió escapar y vivió como ermitaña el resto de su vida en Ikaria. A la entrada del recinto se encuentra la iglesia.
Ya no viven monjes, pero sí vemos un grupo de mujeres que cuidan del recinto y que, al llegar nosotros, están preparando comidas en las cocinas.
Atravesando el patio del monasterio y subiendo por un camino estrecho lleno de plantas en flor se llega a la pequeña ermita de Theoskepasti (cuyo nombre significa "cubierta por dios"), una extraña capilla construida entre las rocas y que aprovecha una gran losa plana como techo.
Al parecer, los lugareños se llevaron las reliquias de la santa a este paraje y construyeron la capilla para custodiarlas en su interior. El primer domingo de septiembre las sacan en procesión.
Las vistas desde la ermita, en lo alto, son excepcionales
De nuevo en la costa, recorremos la carretera que va pasando por las playas y pueblitos, todos azotados por un meltemi implacable, salpicados de tabernas y restaurantes.
En Armenistís dejamos el coche en un recodo de la carretera a la entrada del pueblo y, huyendo de las tabernas habituales, comemos de tapas en la terraza de un lugar muy pintoresco, al final del pueblo, que funciona sobre todo como sitio de copas por las tardes y noches.
Más al este, nos asomamos a la playa de Raches, a la que se baja andando. Toda esta zona es muy turística, llena de apartamentos y villas de veraneo al borde de la carretera
 Cruzamos al sur. Al coronar la cima y avistar el otro lado de la isla se te corta el aliento. Es verde y tupida, totalmente distinta del norte rocoso y pelado del que venimos. La carretera baja sinuosa y llegamos hasta el minúsculo puerto de Manganiti. El acceso, estrecho y empinado, se nos hace imposible. De hecho, dejamos el coche en el aparcamiento de la iglesia que se ve en la foto, en lo alto, y seguimos andando. Para nuestro asombro, ¡abajo hay coches!
El puerto tiene escaso calado y las guías no lo califican como conveniente. El muelle es muy alto para barcos pequeños de poco francobordo, como el nuestro, y sólo tiene espacio para dos o tres. Uno está pillado por un barco turístico.
La zona de las barcas de pesca está tan arreglada que recuerda un parque temático. En la esquina hay un hotel con terraza y buena música de los 80. Increíble un sitio así en un lugar tan escondido y de tan difícil acceso.
Mañana nos vamos. Y nos despedimos de Ikaria y de Agios Kirykos sumándonos, una vez más, a una de esas exhibiciones locales de bailes locales de grupos locales para espectadores locales, que empiezan a no resultarnos tan novedosas ni tan entretenidas. El rebético se nos hace monótono, como el meltemi.


Martes, 17 de junio de 2025


Nuestro recorrido de esta temporada hasta hoy


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