A estas alturas nos quedan ya pocas islas griegas por visitar, al menos una vez. La verdad es que hace una cierta ilusión descubrirlas, poner una marca más en nuestro registro de singladuras, encontrar nuevos fondeos, o puertos desconocidos en los que preparar las maniobras de aproximación y de atraque.
Pserimós es una de esas islas perdidas. No sólo porque es parte del Dodecaneso, la esquina suroriental del Egeo, sino porque, además, se remete hacia la costa turca en un rincón lejano entre las islas de Kos y Kalymnos. Para nosotros ha sido siempre una isla “escondida” a la que nunca hemos prestado mucha atención, a pesar de que tiene una cierta fama de paraíso natural y de que es muy visitada por los turistas en temporada alta.
Para esta etapa habíamos marcado Pserimós como recalada de un par de días antes de emprender la ruta hacia el oeste. Estamos ya a final de septiembre y la esperamos tranquila y apacible, como la describen en temporada baja. Por eso hemos esperado pacientemente estos cuatro días a que el meltemi nos diera una tregua, amarrados al pantalán exterior de la marina en construcción de Agia Marina, en Leros. Por eso hemos puesto rumbo sur a pesar de la ola residual del través que todavía nos recuerda el temporal.
La primera sorpresa es la cantidad de barcos con los que nos cruzamos. Vienen en manadas, la mayoría son de alquiler. Todos a motor, saltando las olas con pantocazos tremendos. Es como una regata de locos hacia el norte, suponemos que empujados por la desesperación del que alquila un barco para la semana y no puede sacarlo del puerto base en varios días. Mal presagio: a estas alturas de la temporada la gente todavía alquila.
Nuestra travesía es tranquila. El día es apacible y el viento suave de aleta hace que poco a poco la ola desaparezca. Podemos velear, casi un lujo este año.
El parte anuncia oestes ligeros por la noche y decidimos buscar un fondeo al este de la isla. Una cala de aguas turquesas que las guías advierten como muy concurrida durante el día en los meses de verano. Son ya más de las tres de la tarde y hoy es el último día oficial de este verano. El sol está claramente en pendiente de bajada. Seguro que no hay problema. De haber turistas, estarán volviendo a casa
Pero al llegar vemos que SI hay problema. Es tarde, pero los dinosaurios siguen ahí, como en el microcuento de Monterroso.
Hay cuatro o cinco enormes barcos de turistas apelotonados en la cala. Y no exagero cuando digo enormes. Cada uno puede llevar muchas decenas, quizá más de cien personas. La mayoría son imitaciones modernas de galeones antiguos, de madera, con regalas altísimas desde la que caen cuerpos al agua con el frenesí desesperado de víctimas de un incendio. Cada uno de los monstruos compite con sus vecinos con un chunda-chunda diferente, en un guirigay atronador e imposible.
Los dinosaurios no dormirán en la cala, por supuesto. Recogerán su carga de turistas suicidas y emprenderán su ruta hacia sus puertos base en Kos o Kalymnos, mientras ellos y ellas evitarán el tedio de su viaje en patera grabando vídeos para sus instagramers y declararán que “hoy ha sido el mejor día de mi vida, por favor, tía, te lo prometo” o “bros, este es un sitio prime, fantasía total, mi imperio romano”.
Decidimos no esperar a la huida de los dinosaurios, porque sus víctimas no parecen estar suficientemente perjudicadas. Nos vamos hacia el sur buscando algún refugio pequeñito, protegido del oeste y en el que sea difícil conectarse a Tik Tok.
Lo encontramos. Una calita con mucha arena, aunque no demasiado resguardada del swell que provocan los barcos (dinosaurios y cargueros) que van y vienen a Kos y a los puertos turcos alrededor de Bodrum. En la cala hay dos veleros de alquiler con grupos de alemanes boomers que no se tiran gritando desde la borda de sus barcos, sino que bajan despacito por la escalerilla de la plataforma de popa, como en un balneario para mayores. Al cabo de un rato se ponen sus chalecos salvavidas (les da igual que el mar esté plano) y se van, con toda seguridad hacia un puerto en el que deben tener ya reservas para cenar souvlaki en una taverna a las seis en punto de la tarde.
La noche al sur de Pserimós es solitaria y oscura. Un catamarán se nos une a última hora. De alquiler también, pero con tripulación alemana o inglesa a decir por el nivel de decibelios que produce, entre cero y negativo. Certificamos que la noche en Pserimós sí es agradable y que la isla, ya sin dinosaurios, huele a romero y a tomillo.
No nos quedaremos mañana, por supuesto. Pserimós defrauda en esta época, no puedo ni imaginarla en julio o agosto. Quizá en alguna primavera en la que estemos por esta zona y los dinosaurios estén todavía hibernando. De momento es un tic sin más en el archivo y una pequeña decepción.
Domingo 21 de septiembre de 2025
No hay comentarios:
Publicar un comentario