El náutico de Altea es una maravilla de puerto en una maravilla de pueblo. Hoy nos levantamos tarde, más tarde de lo normal. El entorno ayuda, y mucho, muy tranquilo aun bien entrada la mañana. Lástima que los precios de estancia sean acordes con la calidad y excelente situación.
Además, dedicamos bastante tiempo a solucionar definitivamente el problema con el enrollador del génova, que nos ha dado guerra en los últimos días. Una avería trivial: se había partido la cinta del enrollador. Pero nos llevó bastante tiempo extra desmontar y montar nuevamente todo el mecanismo.
El plan es llegar a Torrevieja. Son 52 millas, si bien vamos a parar a recoger a Pablo, Irma y sus chicos en Santa Pola y navegarán con nosotros hasta Torrevieja, así que el día será largo.
El viento vuelve a ser favorable. Después de días y días de ceñir, tenemos un través continuo de 11 a 13 nudos, muy cómodo, que nos hace devorar millas con poco esfuerzo. Agradecemos el día de tranquilidad después de los ajetreos recientes.
Embarcamos a nuestros invitados a eso de las 7 y aprovechamos para repostar gasoil. El puerto de Santa Pola es un verdadero caos de barcos de todo tipo, incluyendo "velas ligeras" y piraguas.
De ahí a Torrevieja, con la rueda en manos de Adrián y Pablo. Llegamos pasadas las 2200 a Marina Salinas, un puerto correcto pero impersonal y bastante alejado del pueblo.
Cena con Pablo, Irma y los chicos en un mesón más que aceptable en Torrevieja, que en estas fechas está en plena marea alta de turistas de sol y playa, con las habituales atracciones de feria y terrazas abarrotadas.
Y para acabar el día, una copa en el barco con Sátur, al que encontramos aquí de paso, patroneado un barco de chárter. Una delicia poder pasar unas horas con él después de un año sin vernos.
Nuestra última semana de travesía está ofreciéndonos inesperadas compañías después de tantas jornadas de no hablar prácticamente con nadie.
Curiosamente la etapa más dura no fue ninguno de los dos saltos a Cerdeña, a priori las más duras por distancia y por la amenaza del Golfo de León y sus vendavales. Lo más complicado ha sido volver desde Mallorca a Ibiza en esta semana de tormentas.
Despertamos con sol radiante tras una noche plácida en la idílica bahía de Cabrera. El barco totalmente quieto encima de la boya, los vecinos respetuosos y silenciosos. El cielo, que la noche anterior había puesto un punto de amenaza con un festival de relámpagos lejanos, al amanecer es radiante y azul.
El plan es pasar a Formentera. Quizá bajar a cenar si fondeamos frente a Sa Sequi y disfrutar de la mejor puesta de sol de Formentera. Con suerte llegamos todavía con sol.
Pero el cántaro de leche se nos cae de la cabeza justo al salir de Cabrera. Hace tiempo que no reviso el nivel del tanque de gasoil. Mierda: menos de un cuarto. Con eso no llegamos ni a Ibiza si hay que poner motor. Y no es en absoluto seguro intentar la travesía con tan poco combustible. Toca volver a Mallorca a repostar, doce millas de retroceso. Cuatro horas. Adiós, Sa Sequi. Además el viento sigue siendo poco complaciente, sopla justo desde Formentera. Es menor rodear Ibiza por el norte en vez de por el sur.
Cambiamos los planes. No es muy sensato tratar de fondear de noche en una cala desconocida del norte de Ibiza. Es mejor cruzar a la Península de un tirón. Un palizón, pero la mejor alternativa. Los pronósticos son buenos para este lunes, si bien mañana vuelven las tormentas y los chubascos a Baleares.
La travesía es lineal pero no muy tranquila. Ceñimos contra 15-20 nudos y una ola incómoda que hay que gestionar bien para no dar pantocazos. Lucía duerme toda la tarde para prepararse para la primera guardia, y se queja de los botes que pegamos.
Y tiene toda la razón. Cuando me toca a mí, durmiendo en proa, tengo sueños extraños que seguro tienen que ver con que voy pegando saltos encima del colchón. Me levanto con la espalda dolorida como su hubiese cavado una zanja.
Además ésta sí es una zona concurrida. Hay que gestionar cruces con un buen número de cargueros en la oscuridad. Si durante el día, y dependiendo de las trayectorias, no supone demasiado estrés, de noche, y yendo a vela con ola, el asunto da más respeto. Lucía interrumpe uno de mis sueños de camas elásticas para que le eche una mano en un cruce avisado por el AIS. Por supuesto, tenemos preferencia, y para el carguero seria un esfuerzo mínimo desviarse unos pocos grados para esquivarnos. Pero en el mar es bien sabido que los cargueros desprecian a los veleros, o, mejor dicho, para ellos son invisibles y pueden llegar a pasarles por encima si se interponen en su camino. Hay que aceptarlo, como también hay que aceptar que los veleros son un estorbo para los pesqueros atentos a su faena y sin tiempo que perder en contemplar a los pequeños barcos, que a su vez se sienten hostigados, amenazados y a veces agredidos por ellos, como si de matones de barrio se tratara. El Sargantana se pregunta cómo se llevan y cómo se tratan entre sí cargueros y pesqueros. En realidad le importa más bien poco. Allá se peleen entre ellos.
El día y la noche han sido tranquilos en lo meteorológico. El viento, algo incómodo pero bueno para navegar rápido, sin poner motor. Hasta las 4 de la mañana. A esa hora, al norte de San Antonio, los relámpagos vuelven a aparecer a lo lejos por la proa. Y vienen hacia a mí.
Yo estoy haciendo la guardia y decido que no quiero meterme en otro lío, así que llamo a Lucía. Recogemos génova y ponemos motor a toda, rumbo sur hacia el puerto de San Antonio. Tenemos dos horas. Con suerte no nos pilla.
Afortunadamente éste no viene a por nosotros y pasa limpiamente por nuestra popa en dirección Mallorca. Por un pelo. Volvemos a rumbo hacia el Cabo de la Nao y la Península, donde esperamos acabar este juego de gatos y ratones del que estamos un poco cansados.
Se hace de día. Seguimos rápido, aunque la dirección del viento no ayuda y hay que poner motor. El canal de Ibiza que nos separa de la Península está lleno de nubes de evolución y nos toca estudiar y esquivar tormentas todo el día, lo que sigue siendo agotador y desagradable.
La etapa reina concluye en Altea, un pueblo precioso y un puerto excelente. Buenas instalaciones, exquisito trato, muy cómodo. Llevamos cinco noches seguidas navegando y fondeando y necesitamos un restaurante, un arroz, una lavadora...
Tras el palizón de ayer decidimos quedarnos todo el día en Es Trenc, descansar y tratar de pasar a Ibiza mañana.
Nos levantamos tarde. Es mediodía y el panorama en Es Trenc ha cambiado totalmente. El bosque luminoso de mástiles fondeados que vimos al llegar se ha esfumado, los veleros se han ido. En su lugar ha llegado una multitud de pequeños barcos, semirígidas y motoras de gente local, que viene desde los puertos cercanos a pasar el día. La playa está llena de veraneantes, aunque estamos tan lejos de la orilla que no podemos apreciar los detalles ni (lo mejor) el bullicio. Decido bajar en la neumática a por hielo y comida aprovechando que Ses Covetes está relativamente cerca y debe tener algún supermercado abierto.
Pero la excursión a tierra tiene que esperar. Algo nos hace ponernos en guardia. Una enorme nube negra en tierra parece venir hacia aquí. Vemos a lo lejos que suelta bastante agua y de hecho, al acercarse a la playa, causa una desbandada que vacía las sombrillas de bañistas. Muchos barcos vecinos levantan el fondeo y se van. Hay que preparar al Sargantana para afrontar el chubasco. Largar toda la cadena posible al ancla. Estibar todo y dejar el barco a son de mar. Preparados para encender motor y ayudar al fondeo y evitar el garreo. Monitorizamos la lluvia en el radar. El viento sube y cae algo de agua pero finalmente la tormenta pasa de largo.
De hecho toda la jornada es una sucesión de tormentas pequeñas pero intensas, que se se mueven de norte a sur, y de sur a norte, pero siempre por tierra, sin llegar a afectarnos, lo que nos permite pasar un día tranquilo de fondeo. Cosas del final del verano en el Levante.
Poco
más que destacar en el día. Bajada a tierra a por provisiones, con
dificultad a la vuelta por las olas rompientes, cena en el barco y a
dormir pronto para madrugar mañana.
Durante la noche, entre sueños, oigo llover ahí fuera, pero por la ventana no se aprecia demasiado viento y la alarma de garreo no salta, así que dormimos sin problemas.
Después de la accidentada travesía de ayer decidimos no madrugar en exceso. Para cuando me asomé a cubierta, a eso de las ocho, la imagen del puerto había dejado de tener el aspecto solitario y siniestro de la noche anterior. Justo enfrente del Sargantana hay coches aparcados y la oficina de "Circomare" tiene ya evidente ajetreo. Es curioso lo temprano que empieza la actividad en Italia (o al menos en Cerdeña) comparado con España. Los otros barcos refugiados junto a nosotros también tienen ya tripulantes en cubierta dedicados a tareas varias, y todo en general parece más luminoso y menos amenazante.
Según el alemán de la noche anterior, lo mejor es quedarse en el refugio un par se días hasta que pase el mestrale, pero nosotros no lo tenemos tan claro. El pueblo está relativamente lejos, al menos a dos kilómetros, y lo único que hay cercano, aparte de la oficina de Capitanía y de unos cuantos almacenes cerrados y en ruinas, es un bar pequeño con unas pocas mesas y sombrillas fuera, que inmediatamente bautizamos como Bagdag Café. Dos días más aquí se nos van a hacer largos.
Pero lo peor es la falta de agua. Llevamos muchos días sin repostar y nos queda apenas un tercio de sólo uno de los depósitos. Hago una aproximación a uno de los tripulantes de la lancha de la Guardia Costiera que tenemos a pocos metros y se niega en redondo a darnos agua. Mala suerte. Sin agua no hay duchas. Y el agua del puerto no es la más cristalina del mundo para darse un chapuzón.
En esas condiciones lo ideal es tratar de llegar a Carloforte y esperar allí la ventana de buena meteo para dar el salto. El problema, por supuesto, es volver a ceñir 20 millas contra el mestrale, aunque según los partes de hoy el viento debería bajar un poco respecto a ayer, a partir del mediodía. Decidimos salir y hacer un intento. Siempre hay tiempo de volverse si la cosa se pone fea.
Salimos a las 1300 y la travesía resulta extraordinaria. Unos pocos nudos menos de viento convierten en divertida la navegación dura y penosa del día anterior. De hecho, vamos todo el tiempo a vela, haciendo bordos continuos de ceñida. Lucía gobierna casi todo el camino, y se dedica a perfeccionar la técnica de surfeo. Consigue un excelente andar en el que el Sargantana salta suavemente las olas con un siseo continuo, sin pantocazos ni golpes. Llegamos a Carloforte a las 1900, pero no nos hubiese importado tardar un par de horas más.
Antes de la llegada busco en Internet y, de las distintas marinas del puerto de Carloforte, decido llamar a Marina Tour y reservar un amarre. Con este mestrale debe haber mucho barco acochinado en tablas y no las tengo todas conmigo. Pero todo va sin problemas en el primer intento, y con un precio razonable (50€), al menos para lo que hemos visto hasta ahora. La experiencia en Marina Tour, fantástica. El habitual marinero en gommone nos viene a recibir a la bocana y nos ayuda a atracar en una plaza enorme cerca del ferry. Cierto que tienen un único pantalán y sin duchas cerca (que en realidad ya nunca necesitamos), pero la calidad de las instalaciones y el trato son excepcionales.
Como no podía ser de otra manera, salimos a cenar. Nos queda poco en Italia y hemos cenado muy pocas veces fuera. Los precios son bastante razonables en general y encontramos una pizzería muy agradable siguiendo indicaciones de unos amigos. Mañana no hay que madrugar. Al mestrale le queda un día antes de retirarse y mañana nos tomaremos la jornada de relax en Carloforte.