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lunes, 25 de abril de 2022

2022 - 1ª etapa: Cartagena - Andratx. Tenet (2020)

Cartel de Tenet (2020)

Lunes, 25 de abril

La primera guardia nocturna de una travesía es siempre la más mágica. Es el momento en el que finalmente eres consciente de que vuelves a navegar después de tanto tiempo. Aunque notes que el cuerpo todavía no se ha hecho al barco, aunque te duela un poco la cabeza y las articulaciones. Cierto, estás torpe, todavía no estás cómodo cuando te mueves por la cabina (y ya no digamos por cubierta) mientras navegas. Pero es el momento en el que vuelves a revivir la extraña sensación de vagabundear por el mar, como cada año. Y eso te hace sentir que estás más vivo que nunca, y que eres un poco más libre. Y, quizá por eso, es el primer momento en el que tienes la necesidad (y la calma) de volver a escribir.

Este año volvemos a Grecia. Como en Tenet, volvemos a una realidad paralela en la que se puede andar hacia atrás en el tiempo, al menos en las primeras etapas. Volveremos sobre nuestros pasos del año pasado, cuidadosamente, como cuando caminas hacia atrás en la nieve húmeda. De nuevo recorreremos Mallorca, Cerdeña y Sicilia camino de Grecia. Probablemente los mismos lugares, los mismos fondeaderos, incluso la misma gente. Un ejercicio de nostalgia, un dèja-vu.

Pero después iremos hacia adelante, adonde nunca hemos llegado. Malta, Zakinthos, la costa del Peloponeso, Creta, Rodas, las islas del Dodecaneso, al borde de la frontera con Turquía. Tenemos un plan larguísimo de recaladas, fondeos, idas, venidas y revueltas. Un plan que hemos diseñado cuidadosamente durante el invierno, lleno de fechas, de horarios, recaladas, singladuras,... pero que con seguridad será papel mojado y tendremos que ir rehaciendo día a día.

Al final de la travesía volveremos a Cartagena en avión. Y el Sargantana se quedará, al menos un invierno, en Grecia (¿o en Turquía?). Queremos navegar un par de años por el Egeo. Grecia es enorme, nos quedan decenas, quizá centenares de islas por visitar, y las idas y vueltas son demasiado largas para hacerlas todos los años.

Este año vamos a salir antes. Ya sin obligaciones laborales ni de vacunación COVID, podemos zarpar temprano, en la primavera. Queremos llegar a Grecia antes de que lleguen los turistas, el bochorno del verano y, sobre todo, el meltemi. También queremos tener la experiencia de recalar en los puertos y fondeaderos que ya conocemos durante la temporada baja. Sin prisas. Sin agobios. Es muy posible que pasemos algo frío y que la meteo sea mucho más cambiante, pero la experiencia será nueva con toda seguridad.

Y por fin hoy, a las 16:00 del lunes de la última semana de abril, zarpamos. Nos vienen a despedir Andrés y José, los marineros de turno ese día en el Yacht Port, para nosotros ya viejos amigos. Saben que la ocasión no es para menos. Luce un sol tibio más propio de primeros de marzo que de finales de abril, pero que vemos por primera vez en un día azul, tras semanas interminables de lluvias de barro y de viento sin pausa en Cartagena.

¡Hasta la vista, Cartagena!


Los preparativos para el viaje son interminables. Compartimos una hoja de cálculo en la que hemos ido anotando las tareas; unas, largas y complicadas (“montar placas nuevas”) y, otras, breves y sencillas (“revisar la luz de los chalecos”). Mitxel dice que perdemos el tiempo con tanto escribir, pero a nosotros nos ayuda a organizarnos y a llevar la cuenta de las más de 180 cosas, grandes y pequeñas, que nos obligamos a hacer antes de zarpar. 

Soltamos amarras, felices pero, al menos yo, con hormiguitas en el estómago


La primera noche de travesía podrá ser mágica, pero también es dura. El viento ligero de la salida se ha vuelto descarnado y levanta olas de espuma que rompen en la proa y que el Sargantana trata de negociar lo mejor que puede. Vamos a motor a 2.000 vueltas y mayor arriba, a casi seis nudos. Motor y mayor, como casi siempre. Mal augurio.

Ya pasado Cabo de Palos, cuando la oscuridad y la distancia difuminan la costa, Lucía duerme en el camarote mientras yo oigo podcasts y leo en la cabina, arrebujado en una manta que nos intercambiamos como testigo en el relevo, y siempre con un ojo en las pantallas del plotter y del radar. Nada que ver con las noches de verano en cubierta, pero ya llegarán, hay tiempo.

En el barco todo parece ir bien. El Sargantana volvió el año pasado bastante perjudicado. Problemas con las baterías (provisionales después del fiasco de las AGM), con la electrónica, con la nevera, con el radar, las luces, la veleta, el molinete. Un desastre. Pero el invierno de trabajo casi sin pausa en infinitas reparaciones parece que ha dado sus frutos. 

Mucho trabajo y muchas compras. Nueva batería de litio de fabricación casera. Nuevas placas solares sobre una estructura de tubos acoplada al bimini. Nuevas velas gris marengo, que le dan al Sargantana un aire como de ir de boda. Casi un barco nuevo. No se quejará.

Placas nuevas y pabellón recosido que habrá que cambiar pronto 


Primera noche sin novedad. Rutina. Cumplimos los horarios previstos, aunque quizá con demasiado motor. Dejamos atrás los Freus de Formentera casi al caer la tarde. El parte anuncia una ventana de ventolina hacia Mallorca. Decidimos no parar y continuamos otra noche en rumbo directo hacia Andratx. Allí nos encontraremos con Manel, y esperamos pasar un par de días. Salir a cenar, pasar por Mercanautic a negociar repuestos pendientes. Volver a la vida. Casi como en septiembre del año pasado. Desandando el tiempo.


Miércoles, 27 de abril

Como en septiembre pasado, iremos a  fondear a Cala Egos para hacer tiempo mientras nos permiten atracar en el puerto que Ports IB tiene en Andratx. Como en septiembre pasado, la cala está solitaria y tranquila y el agua verde esmeralda incita al baño, sin bien esta vez hace demasiado frío.

Cala Egos, Mallorca


Después de los ya familiares problemas para hablar con los funcionarios del puerto, conseguimos atracar en el pantalán de transeúntes. Las obras del año pasado no han terminado aún. Al menos son pocas horas al día y no hacen demasiado ruido. 

Pantalán de transeúntes, Port Andratx



 Estrenando pasarela 


Manel está pendiente de nuestra llegada. Tengo ganas de verle. Es un tío fenomenal, que se desvive por sus amigos y con el que siempre te sientes a gusto. Como en la fiesta del verano pasado. Como este invierno, cuando nos dejó su casa el fin de semana largo en el que vinimos con los amigos del Ambroz, Ana y Fernando, para competir en una regata como tripu del Teseo. La regata era una excusa, lógicamente. El objetivo era compartir unos días con este grupito  de amantes de la vela y los barcos Dufour. 

Manel nos presta su coche y nos ayuda con la logística, pues hemos de dejar nuestras velas viejas y nuestro dinghy en el outlet de Palma. También nos quedamos su semirrígida, ya que quiere cambiarla por otra mayor.

Pertrechos listos para ir al outlet 

Seguimos trabajando en Sargantana, cambiando la maniobra de rizos, limpiando la teca, estibando el dinghy. También nos reabastacemos de productos frescos en el fantástico y recién descubierto Agromart de Andratx. Pero no faltan momentos de relajo, de buena comida, de conversación y de camaradería con Manel y con Cristina.


Asiáticos en recuerdo de otro fin de semana juntos en Cartagena


Como en septiembre, es una delicia recalar en Andratx y sentirse tan en casa. Querido Manel, espero que te recuperes rápido, amigo. La mar te está esperando.

Viernes, 29 de abril


Etapa 1: Cartagena- Andratx non-stop



martes, 20 de julio de 2021

Etapa 9: Petriti - Preveza. La reina de Africa



Una etapa larga, no tanto por recorrer muchas millas, sino porque ha incluido una recalada larga en Paxos. La etapa nos ha llevado desde la isla de Corfú (Petriti) hasta Preveza en la costa continental, pasando por las islas de Paxos y Antipaxos.

Pero la imagen de esta etapa es la de Humphrey Bogart, en La Reina de Africa, tratando de arrancar desesperadamente el motor estropeado de su barca, sudoroso y cubierto de grasa, y echándolo a andar finalmente a base de golpes con una llave inglesa.

En nuestro caso los problemas no han sido con el motor, sino con las baterías. Habían comenzado ya saliendo de Mandrakis, con una alerta en el sistema de “batería baja”, y fueron evidentes en Petriti. A pesar de llevar placas solares y de poner el motor para recargarlas en caso de necesidad, nuestras flamantes baterías de servicio Victron, de 170 AH cada una, parecían haber dicho basta y se habían estropeado las dos a la vez. Extraño. Y solo después de un año. Muy extraño.



Así que en Paxos me dediqué casi todo el tiempo libre a desmontar nuestro espacio de estiba (que está justo encima del compartimento de baterías), y a hacer pruebas intensivas, con consultas a Mitxel y Manel que en casos como este son mis ángeles de la guarda. Conclusión preliminar: nos toca cambiar las baterías. Los síntomas son un poco confusos y contradictorios, pero no parece haber opción. Tras cargar las baterías con motor o las placas solares, se descargan en pocos minutos, tanto juntas como por separado. Un palo, porque no son precisamente baratas. En fin, estas cosas pasan.





Paxos y Antipaxos. Dos islas magnificas, de una belleza salvaje y explosiva. Grandes paredes de roca caliza que parecen haberse derrumbado sobre el mar sólo hace unas horas, blancas, verticales. Cuevas enormes. Playas espectaculares. Todo ello con el mismo decorado verde lleno de árboles (sobre todo cipreses) que nos acompaña desde la llegada a las Jónicas.



Son dos islas muy pequeñas, de hecho circunnavegamos Paxos en poco más de cuatro horas. Nos movemos despacio y muy cerca de tierra a lo largo de su espectacular costa Este, con sus famosas acantilados blancos y la gran cueva azul. Una maravilla. 


Fondeamos dos noches en Paxos. Una en una pequeñísima cala en la bahía de Port Gaios y otra en Mongonisi.

Salimos de Petriti con el mar tan en calma que, en contra de nuestra costumbre, nos animamos a arrastrar la auxiliar en vez de subirla al barco.


Gran error de previsión. A eso de las dos de la tarde se levantó un NW que fue subiendo en intensidad hasta alcanzar rachas de más de 20 nudos. Creo que ya no se nos va a olvidar cómo es el térmico aquí… 



Aunque el plan inicial era ir a Lakka, en la punta NW de la isla, ceñir contra tanto viento no resulta nada agradable. Así que nos dirigimos hacia puerto Gaios. Hemos leído en Navily sobre fondeos tranquilos fuera del puerto. No nos apetece que nuestro primer atraque al ancla sea en un sitio tan estrecho y abarrotado de barcos como Gaios. La opción de estar fuera nos parece más atractiva. Acertamos. Conseguimos ser los primeros (y los únicos) en una pequeña cala en el islote Agios Nikolaos, donde solo cabe un velero. Es una delicia de sitio, salvo por alguna lanchita que cruza por el paso somero entre el islote y la islita de Panagiá, al este.



Pongo una foto de Google Earth para que se vea bien la curiosa configuración de este pueblecito (y puerto) de Gaios, extendiéndose por el estrecho canal que forma Paxos con el islote Agios Nikolaos. El puntito azul a la derecha de la foto somos nosotros ;)




Por la tarde una visita con la auxiliar a Gaios. Un pueblo de pocas casas escondido en un estuario detrás de una isla. 





Pocos puertos recuerdo tan bonitos y con un ambiente más marinero. Una larga hilera de barcos amarrados a puerto por popa y unas calles estrechísimas, llenas de tavernas y de tiendas de turistas. Bastante gente, pero sin agobios. Es claro que este año el COVID ha reducido el número de visitantes en Grecia. 







Al día siguiente, despertar en el fondeo es una delicia. No nos hemos agitado en toda la noche, aunque el viento ha cambiado y hemos borneado hasta amanecer popa a tierra. Estaba previsto y la sonda no es un problema.



Después de navegar sin prisa alrededor de la isla de Paxos, llegamos a comer a nuestro siguiente fondeo: Mongonisi, en la parte sureste. Desde fuera nada anticipa la entrada a la bahía, y es al acercarse cuando se abre de golpe ante tus ojos. Se trata de una estrecha lengua de agua en forma de uve, con una playita, un pequeño embarcadero y un par de bares al fondo. Algunas villas salpican la ladera, camufladas entre los árboles. 

Hoy es un sábado de mitad de julio. El embarcadero está lleno de lanchitas que han amarrado allí para comer. Hay cuatro barcos fondeados en línea a lo largo de la cala y nos situamos muy al fondo, justo antes del último. Pienso que con nosotros se ha cubierto el cupo, pero no: al caer la tarde llegan al menos media docena de veleros más, en busca de fondeo, y un yate de chárter, a renovar pasaje. Los veleros compiten entre ellos por las posiciones, se adelantan, se maniobran, echan cabos a tierra, los cobran, sueltan cadena, se bloquean el paso. Desde nuestro lugar de excepción los contemplamos divertidos. Un italiano, un francés, un noruego, un griego. Como en el chiste. 

El fondeo que levantamos a la mañana siguiente ha sido en un lodo negruzco que cuesta limpiar del ancla y nos deja el pozo hecho unos zorros. 
  



Desde Paxos nos dirigimos a Preveza, una ciudad grande en la costa del continente. Famosa por muchas razones. Este es el lugar de la batalla que decidió el futuro del Imperio Romano tras el asesinato de Julio César. Aquí se enfrentaron los ejércitos y las flotas de Marco Antonio Octavio Augusto (después de la poco honorable “salida por piernas” de Cleopatra, de su ejército… y del propio Marco Antonio, que claramente no tenía el día).

De camino a Preveza navegamos despacio por la costa este de Antipaxos. Domingo. Increíble la cantidad de barcos de turistas de día que se agolpan en las playas de Vrikas, Mesovrikas y Voutoumi, al NE.  


En cambio, el sur, de llamativas formaciones rocosas, vacío.




Preveza está situada en el estrecho que separa el Jónico del inmenso golfo de Amvrakikos, una versión a escala ampliada del Mar Menor (y mucho más bonita). Hay que entrar por un canal balizado y dragado. A la entrada, en el lado de estribor, la gigantesca Marina Cleopatra (como no), en la que se almacenan miles (sí, miles) de barcos durante el invierno; bueno, y en verano.

Canal de acceso al golfo de Ambrakikos

Marina Cleopatra. Más de 3.000 barcos en tierra.

Marina Preveza. De reciente construcción y explotación privada.




En Preveza nos dedicamos básicamente a quehaceres del barco. Reabastecimiento, limpieza, cambio de aceite al motor y, como contaba al principio, a investigar el problema de las baterías. 

Puedo lavar en la batería de lavadoras y secadoras Miele nuevecitas de las estupendas instalaciones de esta marina. También podemos hacer la compra en un súper grande y bien abastecido de las afueras de la ciudad. Aquí, como en todas partes desde que llegamos a Grecia, la gente es encantadora, amable, cordial, cercana, dispuesta a ayudar. Las señoritas del super nos consiguen un taxi cuya tarjeta guardamos y que días después nos ha venido tan bien.

No cenamos fuera por pura falta de tiempo y cansancio, pero sí dimos un par de paseos por el muelle y las calles peatonales contiguas. La ciudad bulle de turismo y lugareños, y también de barcos atracados “popa a tierra” a lo largo del largo muelle municipal.








Y una última mención al problema de las baterías. Al estudiarlo en Preveza contando con conexión a 220v del puerto parece que las baterías “han vuelto a la vida” y el problema se ha resuelto solo. Llego a la conclusión (equivocada) de que quizá las baterías están bien y el problema puede ser debido a alguna tuerca mal apretada en la instalación eléctrica.

Reconozco que casi siempre en mi vida he pecado de demasiado optimista. En momentos de agobio como este, estando en un barco con problemas serios, en un lugar sin mucho tiempo ni facilidades para investigarlos, uno se agarra a lo que puede. Quizá apretar mejor la tuerca de conexión de un fusible haya solucionado el problema ¿por qué no? Como Bogart en La Reina de Africa. 

¿Quien dijo que esto de navegar es aburrido?

lunes, 17 de agosto de 2015

Días 23 y 24. Cabrera - Altea. La etapa reina

Curiosamente la etapa más dura no fue ninguno de los dos saltos a Cerdeña, a priori las más duras por distancia y por la amenaza del Golfo de León y sus vendavales. Lo más complicado ha sido volver desde Mallorca a Ibiza en esta semana de tormentas.

Despertamos con sol radiante tras una noche plácida en la idílica bahía de Cabrera. El barco totalmente quieto encima de la boya, los vecinos respetuosos y silenciosos. El cielo, que la noche anterior había puesto un punto de amenaza con un festival de relámpagos lejanos, al amanecer es radiante y azul.
 
El plan es pasar a Formentera. Quizá bajar a cenar si fondeamos frente a Sa Sequi y disfrutar de la mejor puesta de sol de Formentera. Con suerte llegamos todavía con sol.

Pero el cántaro de leche se nos cae de la cabeza justo al salir de Cabrera. Hace tiempo que no reviso el nivel del tanque de gasoil. Mierda: menos de un cuarto. Con eso no llegamos ni a Ibiza si hay que poner motor. Y no es en absoluto seguro intentar la travesía con tan poco combustible. Toca volver a Mallorca a repostar, doce millas de retroceso. Cuatro horas. Adiós, Sa Sequi. Además el viento sigue siendo poco complaciente, sopla justo desde Formentera. Es menor rodear Ibiza por el norte en vez de por el sur.

Cambiamos los planes. No es muy sensato tratar de fondear de noche en una cala desconocida del norte de Ibiza. Es mejor cruzar a la Península de un tirón. Un palizón, pero la mejor alternativa. Los pronósticos son buenos para este lunes, si bien mañana vuelven las tormentas y los chubascos a Baleares.

La travesía es lineal pero no muy tranquila. Ceñimos contra 15-20 nudos y una ola incómoda que hay que gestionar bien para no dar pantocazos. Lucía duerme toda la tarde para prepararse para la primera guardia, y se queja de los botes que pegamos. 



Y tiene toda la razón. Cuando me toca a mí, durmiendo en proa, tengo sueños extraños que seguro tienen que ver con que voy pegando saltos encima del colchón. Me levanto con la espalda dolorida como su hubiese cavado una zanja.

Además ésta sí es una zona concurrida. Hay que gestionar cruces con un buen número de cargueros en la oscuridad. Si durante el día, y dependiendo de las trayectorias, no supone demasiado estrés, de noche, y yendo a vela con ola, el asunto da más respeto. Lucía interrumpe uno de mis sueños de camas elásticas para que le eche una mano en un cruce avisado por el AIS. Por supuesto, tenemos preferencia, y para el carguero seria un esfuerzo mínimo desviarse unos pocos grados para esquivarnos. Pero en el mar es bien sabido que los cargueros desprecian a los veleros, o, mejor dicho, para ellos son invisibles y pueden llegar a pasarles por encima si se interponen en su camino. Hay que aceptarlo, como también hay que aceptar que los veleros son un estorbo para los pesqueros atentos a su faena y sin tiempo que perder en contemplar a los pequeños barcos, que a su vez se sienten hostigados, amenazados y a veces agredidos por ellos, como si de matones de barrio se tratara. El Sargantana se pregunta cómo se llevan y cómo se tratan entre sí cargueros y pesqueros. En realidad le importa más bien poco. Allá se peleen entre ellos.

El día y la noche han sido tranquilos en lo meteorológico. El viento, algo incómodo pero bueno para navegar rápido, sin poner motor. Hasta las 4 de la mañana. A esa hora, al norte de San Antonio, los relámpagos vuelven a aparecer a lo lejos por la proa. Y vienen hacia a mí.

Yo estoy haciendo la guardia y decido que no quiero meterme en otro lío, así que llamo a Lucía. Recogemos génova y ponemos motor a toda, rumbo sur hacia el puerto de San Antonio. Tenemos dos horas. Con suerte no nos pilla.

Afortunadamente éste no viene a por nosotros y pasa limpiamente por nuestra popa en dirección Mallorca. Por un pelo. Volvemos a rumbo hacia el Cabo de la Nao y la Península, donde esperamos acabar este juego de gatos y ratones del que estamos un poco cansados.

Se hace de día. Seguimos rápido, aunque la dirección del viento no ayuda y hay que poner motor. El canal de Ibiza que nos separa de la Península está lleno de nubes de evolución y nos toca estudiar y esquivar tormentas todo el día, lo que sigue siendo agotador y desagradable. 



La etapa reina concluye en Altea, un pueblo precioso y un puerto excelente. Buenas instalaciones, exquisito trato, muy cómodo. Llevamos cinco noches seguidas navegando y fondeando y necesitamos un restaurante, un arroz, una lavadora...






sábado, 15 de agosto de 2015

Día 22. Es Trenc - Cabrera. La tormenta

Meterse en un lío casi siempre es un error de planificación. Vaya por delante que hoy nos hemos metido en un lío de los gordos, afortunadamente bien resuelto, y que un estudio más profundo del parte meteorológico podía haberlo evitado.

Hoy madrugamos. El plan es ir a Ibiza y fondear. Sabemos que es imposible encontrar amarre en ningún puerto, pero no  debería haber problema para fondear, bien en el  norte de Formentera, bien al sur de Ibiza, dormir y continuar hacia el Cabo de la Nao y la Península.

La mañana es tranquila y fresca. Ha llovido por la noche pero el parte anuncia "una baja en las Baleares desplazándose hacia el este. Viento moderado con aguaceros". El cielo está cubierto por nubes altas pero parece clarear en dirección Ibiza. No hay dudas. Salimos.

Durante dos horas veleamos en rumbo 280 hacia el oeste. Buen viento. Sargantana se  mueve rápido, a 6-7 nudos. Excelente. Podemos llegar a Ibiza con tiempo para un baño antes de cenar. Lucía baja a la cabina y yo estoy al timón.

Pero al cabo de un rato las nubes sobre la parte norte de Ibiza se hacen más densas. Es evidente que hay una tormenta importante entre el norte de Ibiza y el norte de Mallorca. Mejor cambio el rumbo, vamos al suroeste, hacia Formentera, para evitar la tormenta. A lo lejos, en la proa, el cielo está claro. A estribor (mi derecha) la nube es un nimbocúmulo enorme y negro como los del día anterior. Si nos movemos deprisa pasaremos por el costado del monstruo sin que nos  toque. Un error.

Conecto el radar y sigo con atención la trayectoria de la nube. En la pantalla aparece como una gran mancha que aparentemente no va a cruzarse en mi  camino. Jugamos al ratón y al gato.

Pero por si acaso hay que tomar precauciones. Aviso a Lucía y quitamos génova. Continuamos con el motor y mayor, a toda máquina. Lucía conecta con Palma Radio y les pide que nos monitoricen. 

Quince minutos más tarde es evidente que la tormenta no es un juguete como las del día anterior. No se desplaza, simplemente crece y se expande. Todo el cielo es ya gris oscuro. Caen las primeras gotas. Vemos relámpagos y oímos truenos. Cerca. Estamos a unas 20 millas de la costa. Otra vez vamos a verle los colmillos al lobo, pero esta vez es un lobo muy, muy salvaje.



Lucía y yo nos movemos frenéticos. Quitamos mayor, decidimos que, a pesar de todo, preferimos afrontar el temporal a palo seco. Recogemos capota. Tratamos de desmontar el bimini, pero el viento es duro y no podemos sujetar la estructura metálica que cae sobre mis dedos y me lastima. No estoy seguro de no tener roto alguno. Duele pero los puedo mover. No hay problema.

En realidad sí hay problema. El viento se desata y llueve a cántaros. Después graniza. No llevamos trajes de agua. Lucía baja a ponerse el suyo.

Los relámpagos están justo encima. Veo uno caer en proa. No se a qué distancia, quizá a 200 metros. Después uno por babor, mucho más cerca. Conduzco por puro instinto. Creo que caigo a estribor, pero ya no soy capaz de leer el rumbo en los instrumentos. Estoy bajo una ducha tremenda que me arranca las gafas de la cara. Las guardo como puedo.

En algunos momentos tengo olas grandes, como de metro y medio, pero en general son manejables. El Sargantana, a palo seco y a toda máquina, se balancea nervioso pero responde. El mar está blanco de espuma y el viento dibuja líneas sobre ella. Con el motor avante sigo la dirección de las olas, lo que en argot marinero se llama "correr el temporal". Todo irá bien si no me cruzó al viento y a las olas. Estoy seguro de tener mucho espacio libre a sotavento, cualquiera que sea. Estoy empapado, pero noto con claridad cambios en la temperatura del aire, a veces muy frío y otras bastante templado. En algún momento tengo que cambiarme de ropa. La visibilidad es muy limitada, no más de 20 metros, pero eso me preocupa poco. Estoy muy lejos de la costa y dudo que haya ningún zumbado que se haya metido en este fregado.

Lucía aparece en la puerta de la cabina y me pregunta a gritos si estoy bien. Con el  viento y el agua no estoy para mucha conversación. Se da cuenta de que me cuesta respirar con la lluvia a chorros que me abofetea la cara.

Decidimos hablar de nuevo con Palma Radio para asegurarnos de que nos monitorizan con su radar. En realidad dudo que a esa distancia nos vean, y tampoco nos pueden ayudar gran cosa, pero quizá tengan alguna sugerencia sobre cómo salir de esta maldita ratonera. Nos pasan con Salvamento Marítimo de Palma. Nos tienen un rato en standby porque parece que no somos los únicos en problemas. Hay quien además de la tormenta tiene una vía de agua. Duplex y treinta y una. No hay mus.

Le pido a Lucía un relevo para cambiarme de ropa, ponerme otra vez las gafas y apagar la condenada baliza MOB que vuelve a dispararse ella sola por el agua que le cae encima. Además, el entorno empieza a mejorar ligeramente. Llueve, pero ya no diluvia como antes. Ya se ve algo en la oscuridad de las nubes. No hay relámpagos. Hemos salido de la caldera.

Extrañamente, no me he puesto nerviosa. No me he asustado ni he entrado en pánico, como en aquel ya lejano incidente de Ons. Sé lo que está pasando y sé cómo hay que actuar. Y confío en Luis, que se ocupa de la parte más dura de la tormenta, la de los picos de 52 nudos que registró nuestro equipo electrónico. El mar cubierto de espuma blanca sólo lo veo desde dentro de la cabina, mientras trato de comunicarme con gran dificultad con Palma Radio y con Salvamento Marítimo de Palma para que sepan que hay un velero corto de tripulación que, aunque no tiene problemas, ahí está, solo en mitad de la nada, capeando el temporal. Temporal se aplica a los fuerza 8 en la escala de Beaufort. Y sí, durante unos minutos, es un temporal. Yo le llamo tormenta por el canal 7, porque no quiero que piensen que estoy tan asustada que exagero la situación buscando una ayuda imposible. Sólo quiero que me tomen en serio y estén pendientes de Sargantana.

Cuando salgo a relevar a Luis el viento ya ha bajado a 25 nudos. El agua sigue azotando por todas partes, pero sin el pedrisco de tamaño canica que nos ha caído encima minutos antes. Y no hay rayos. Lo que sí hay en mi estribor es un carguero que no tengo fácil esquivar mientras siga tratando de correr la tormenta. El que me esquiva es él. Nunca he tenido la experiencia de un barco de ese tonelaje cambiando su rumbo por un barquito, y he vivido cruces a vela donde la maniobra era bien complicada para el velerito que, a pesar del carguero, tenía preferencia. Pero éste sí lo hace. No me dan los sentidos para cogerle el nombre o el MMSI y llamarle por radio y darle las gracias. Estoy segura de que él sí lo hizo, sí cogió mi nombre del AIS y sí llamó por radio, pero a Salvamento Marítimo, porque en ese instante se oye en la radio a SM dirigiendose a Sargantana y preguntando si todo va bien. Mi agradecimiento desde aquí a ellos y a Palma Radio por su profesionalidad. 

En la cabina, ya algo más seco y con el  traje de agua puesto, hablo un momento con Salvamento Marítimo por la radio. No pueden darme una salida, les veo tan desbordados como nosotros, seguro que no somos los únicos en problemas. Me recomiendan buscar un puerto porque "la tormenta está por todas las Baleares" y no me pueden decir cómo salir de ella.


Bueno, se ha intentado. Tras un vistazo a la carta es claro que nuestra opción más cercana es refugiarnos en la isla de Cabrera, a algo más de 12 millas. No es un puerto pero sí un magnífico abrigo con boyas para amarrarse. Probablemente todas llenas en un día como hoy, pero seguro que encontraremos alguna manera de fondear y recuperar el resuello.

Y el día acaba ahí. Dos horas más tarde entramos en la bahía de Cabrera. Muchas boyas libres. Sin lluvia. Sin apenas viento. Vuelves a estar seco y a tenerlo todo bajo control. O por lo menos lo crees así. 



Más tarde, amarrados a una boya para pasar la noche, que nos asignan porque alguien reservó y decidió no venir, bajamos en la neumática a la cantina de Cabrera. Un lugar mágico, difícil de describir. Bebemos tinto de verano acompañado de unas tapas extraordinarias, le contamos nuestra historia al guarda que ejerce también de cantinero... Disfrutamos del momento y de la vida. Hoy más que nunca, si cabe.

Mañana cruzamos a Ibiza. Si Eolo lo permite, por supuesto.

Cabrera es un sitio especial. Te entra por todos los sentidos, te inunda de una sensación difícil de explicar, mezcla de grandeza, de Naturaleza, de sobrecogimiento. Y hoy más que nunca, puesto que resulta un bálsamo después del caos. 

Llegamos a Cabrera y allí no hay apenas nadie: media docena de barcos y la siempre presente solidaridad del mar, la de los franceses en la cubierta de su velero que nos ven aparecer agotados, empapados, con los trajes de agua y el barco alborotado, y se echan al mar en su neumática para ayudarnos a tomar una boya. 

Disfruto la tarde placentera que ha seguido al tumulto de la mañana y aún disfruto más la visita al puertecito en dinghy para tomarnos algo en la cantina. Allí me espera la siguiente sorpresa del día: encontrarnos a Eduardo, nuestro vecino de pantalán de Valencia, que es de los pocos que no se ha arredrado ante el mal tiempo y ha seguido adelante con sus planes.

viernes, 14 de agosto de 2015

Día 21. Es Trenc. Descansando

Tras el palizón de ayer decidimos quedarnos todo el día en Es Trenc, descansar y tratar de pasar a Ibiza mañana.

Nos levantamos tarde. Es mediodía y el panorama en Es Trenc ha cambiado totalmente. El bosque luminoso de mástiles fondeados que vimos al llegar se ha esfumado, los veleros se han ido. En su lugar ha llegado una multitud de pequeños barcos, semirígidas y motoras de gente local, que viene desde los puertos cercanos a pasar el día. La playa está llena de veraneantes, aunque estamos tan lejos de la orilla que no podemos apreciar los detalles ni (lo mejor) el bullicio. Decido bajar en la neumática a por hielo y comida aprovechando que Ses Covetes está relativamente cerca y debe tener algún supermercado abierto.




Pero la excursión a tierra tiene que esperar. Algo nos hace ponernos en guardia. Una enorme nube negra en tierra parece venir hacia aquí. Vemos a lo lejos que suelta bastante agua y de hecho, al acercarse a la playa, causa una desbandada que vacía las sombrillas de bañistas. Muchos barcos vecinos levantan el fondeo y se van. Hay que preparar al Sargantana para afrontar el chubasco. Largar toda la cadena posible al ancla. Estibar todo y dejar el barco a son de mar. Preparados para encender motor y ayudar al fondeo y evitar el garreo. Monitorizamos la lluvia en el radar. El viento sube y cae algo de agua pero finalmente la tormenta pasa de largo.


 





De hecho toda la jornada es una sucesión de tormentas pequeñas pero intensas, que se se mueven de norte a sur, y de sur a norte, pero siempre por tierra, sin llegar a afectarnos, lo que nos permite pasar un día tranquilo de fondeo. Cosas del final del verano en el Levante.



Poco más que destacar en el día. Bajada a tierra a por provisiones, con dificultad a la vuelta por las olas rompientes, cena en el barco y a dormir pronto para madrugar mañana. 


Durante la noche, entre sueños, oigo llover ahí fuera, pero por la ventana no se aprecia demasiado viento y la alarma de garreo no salta, así que dormimos sin problemas.