Podría pensarse que son las olas las que hunden los barcos, pero raramente es verdad. O los escollos y las rocas traicioneras, pero tampoco. O al menos no siempre. Los barcos se hunden por las malas decisiones de su tripulación. Casi siempre por una estupidez.
Todo el mundo recuerda al capitán del Costa Concordia, que se las arregló para hundir su megacrucero por pura negligencia (y cobardía). O la reciente tragedia del Bayesian, uno de esos megaveleros, capricho de millonarios, con fama de insumergible.
Ayer el Sargantana estuvo a pocos segundos de una catástrofe, quizá de irse al fondo, y se salvó por un golpe de suerte. Una pequeña historia que en realidad es como un komboloi de decisiones discutibles que comienza con la salida del varadero.
Habíamos dejado el barco casi preparado para ir al agua a final de agosto. Para una varada de menos de dos meses no habíamos querido desmontar las velas, los toldos, el fondeo ni las placas solares. La idea era hacer una limpieza rápida, montar la cacharrería adicional que traemos desde España y salir al agua lo antes posible. Con dos días debería ser más que suficiente. Le pedimos a Xaris botar el Sargantana el último viernes de agosto.
Las previsiones meteorológicas comienzan a anunciar tormentas importantes para el fin de semana. Nuestro primer instinto es posponer la botadura y esperar al lunes, pero Xaris nos pone pegas. Parece que muchos de sus clientes quieren salir o volver al agua en estos días. Tiene la agenda casi completa, sobre todo con este tiempo revuelto. Nos propone hacerlo ya mismo, el jueves, si estamos más o menos preparados.
Lucía y yo lo hablamos. Después de todo es muy incómodo estar cuatro días sobre un andamio, metidos en el barco con este calor y además bajo la lluvia. Mejor nos vamos. ¿Decisión buena? Probablemente no. Queda mucho por revisar y por esta zona es difícil fondear o encontrar una plaza libre en el puerto de Limni. Urgencias. Precipitación.
El jueves, a primera hora de la mañana, Xaris nos coloca suavemente en el agua. El día es fantástico y despejado.
Sargantana contempla la maniobra de botadura, igual de precisa que la salida a tierra en junio pasado
La playa sigue teniendo hamacas y algunos bañistas al estilo griego: a remojo, con sombrero o gorro, desplazándose despacio en grupo y hablando a gritos
Buscamos un fondeo en una isla cercana para continuar los preparativos. Pero a la mañana siguiente el motor vuelve a sobrecalentarse (¡como en junio!). Llamamos a Lefteris, nuestro mecánico, y nos pide regresar a Limni para echar un vistazo.
El puerto de Limni está a tope (lo habitual). El único espacio disponible es el del exterior del rompeolas, en mar abierto. Afortunadamente el agua está totalmente en calma. Nos abarloamos al muelle. Sólo necesitamos unas horas.
Lefteris llega en pocos minutos. No acaba de entender la razón del subidón de temperatura, pero encuentra una pequeña pérdida de refrigerante y la soluciona. Quizá llevábamos poco líquido o algo de aire en el circuito.
Lefteris hurgando en el motor, como si no hubieran pasado dos meses…
A primera hora de la tarde estamos listos para salir otra vez, pero la pereza nos puede. Es tarde para la travesía hacia el puerto de Oreoi y el mar está tranquilo. El parte anuncia una noche sin viento. Mejor zarpar mañana, al amanecer, para evitar las tormentas. ¿Decisión buena? Probablemente no. Conocidos locales nos dicen que el lugar donde amarramos está demasiado expuesto y que quizá tendremos algo de movimiento por la noche, pero no les hacemos mucho caso.
Son las once y media de la noche y llevamos más de dos horas durmiendo. Un balanceo inesperado despierta a Lucía. Se está levantando bastante viento y ola. El mar nos golpea por babor y nos empuja contra el muro exterior.
A esas horas cuesta pensar con claridad. Nos dedicamos a mover defensas para proteger el casco. Queremos pensar que es algo pasajero. No lo es, el viento arrecia, las olas crecen y nos empotran violentamente. Todo es confusión a bordo. Golpes. La nevera se sale de su encastre, hay ruido de vajilla en el camarote. Las defensas saltan, los cabos que las sujetan rozan con el muro, algunos se parten. En cubierta es difícil mantenerse de pie. El cielo se puebla de relámpagos.
En el muelle han aparecido tripulaciones que nos quieren ayudar, pero poco pueden hacer salvo tratar de cortar las amarras, que se han azocado y nos impiden soltarnos. Tenemos que salir como sea de esta ratonera. Actuamos casi por instinto.
Lucía consigue soltar la amarra de proa y en un instante veo que la proa se ha separado al menos un metro del muro. No creo que sea suficiente, pero hay que intentarlo. Doy motor a tope y trato de ganar mar abierto. Noto el tremendo golpe de la aleta de estribor del Sargantana contra el muro. Duele.
Pero la maniobra ha funcionado. El barco gana metros y puede con las olas. Ya estamos casi perpendiculares al muelle. Parece que lo peor ha pasado.
Pero nos equivocamos. En pocos segundos el motor se para. Quizá un cabo suelto, una defensa, algo que se ha enredado en nuestra hélice. Las olas nos aproximan de nuevo al muro. Estamos a una eslora, quizá dos. El motor no arranca.
Hay que sacar velas y tratar de salir de allí antes de que las olas nos devuelvan contra el muro. Afortunadamente la maniobra del génova está libre y sabemos movernos con rapidez. En pocos segundos la vela porta lo suficiente para que el barco comience a navegar. Ganamos barlovento, lejos del muro y del caos. Hemos estado a pocos segundos del desastre. Lucía me dice que nunca ha tenido la boca tan seca.
Es difícil hacer planes cuando no tienes puerto a donde ir ni playa donde fondear. Sin motor no puedes echar el ancla (el molinete sólo funciona con él encendido), aunque en esta zona no habría lugar donde fondear en cualquier caso. Nuestra única opción es navegar hasta una de las boyas auxiliares del varadero, dos millas hacia el norte. Pero sabemos que están todas ocupadas. Tampoco sería sencillo amarrarse en la oscuridad, a vela, con viento y ola.
Sin motor no es fácil sacar la vela mayor. Impensable con este viento y este mar. Sólo tenemos operativo el génova (la vela de proa), pero aun así somos capaces de navegar toda la noche, de ida y vuelta por el canal de Evia, sin perder barlovento. Haciendo guardias, entre relámpagos, confiando en que la tormenta amaine y podamos llegar a Livaditis y a una boya libre. Cansados como pocas veces, después del chute de adrenalina.
Consecuencias del incidente de la noche. La cornamusa de babor ha cedido por la presión de la amarra de través
Las tablas que usamos entre el muelle de hormigón y las defensas para protegerlas han salido mal paradas del incidente
Los cabos de dyneema que sujetaban las tablas se han destrozado
Las fundas de las defensas también muy dañadas a pesar de las tablas
El golpe en la popa sólo ha afectado a la fibra en la esquina de la regala
A estas alturas uno piensa que ya lo sabe todo o casi todo de la navegación, al menos de esta navegación por las islas griegas. Por mucho que aprendas, siempre hay ocasión para meter la pata. Salir al agua cuando no debes, quedarte en un amarre que no es seguro, tener un motor en precario. Aunque te creas seguro, siempre estás a unos pocos segundos de un desastre.
En Limni conocimos a Andreas, un ítaloargentino, vecino de varadero en Livaditis. Patronea él solo un enorme Bavaria de 16 metros. Lleva toda la vida en esto, se las sabe todas. Coincidimos con él al llegar al puerto de Limni, a finales de junio, y volvemos a verle de nuevo en Limni hoy, preparando la varada. Pero ahora luce una cicatriz escandalosa alrededor del dedo corazón de la mano izquierda.
Nos dice que perdió el dedo este verano y se lo pudieron reimplantar a los cuatro días. Ya es capaz de moverlo un poco.
Nos explica que todo pasó en una maniobra de amarre en puerto, una de tantas. Al tratar de separar el barco vecino, su dedo se enganchó con la pasarela y ésta se lo arrancó de cuajo.
Nos cuenta que tuvo suerte, que pudieron encontrar el dedo y que ahora la cirugía hace milagros.
Nos confiesa: “Che, qué boludez. A quién se le ocurre meter la mano así para separar otro barco. Después de tantos años… Soy un pelotudo… Me lo merezco…”
Etapa Livaditis a la isla de Atalandi el día 29 y de ahí a Limni el 30
Etapa nocturna del 30 haciendo bordos a vela hasta llegar a la boya de Livaditis de amanecida
Viernes, 30 de agosto de 2024