Salimos de Oreoi por segunda vez, rumbo suroeste, camino de Limni. Son poco más de las siete y media de la mañana y el viento empieza a despertarse. Tenemos cuarenta y tantas millas por delante, con previsible buen viento en la primera parte del recorrido (más o menos la mitad) y una incógnita en la segunda.
En condiciones normales éste sería un día de navegación divertida y tranquila por el norte del canal de Evia, con vientos portantes y sin ola. Algo así como un paseo por el Mar Menor.
Pero no es el caso. No tenemos motor y eso lo cambia todo. Habrá que navegar como en nuestros tiempos de vela ligera en el pantano de Valmayor. Como navegaban los fenicios, manejando con pericia vientos cambiantes para seguir un rumbo.
Será relativamente fácil hasta llegar a la isla de Monolia. Más allá, el canal vira hacia el este y la cosa puede que no sea tan sencilla. Nuestro plan es tratar de llegar al puerto de Limni o al menos a una de las boyas del varadero de Livaditis. No nos queda otra alternativa, el mecánico nos espera en Limni para arreglarnos el motor y aquí aplica el dicho de Mahoma y la montaña.
Bajamos sin muchos problemas hasta Monolia, en poco más de tres horas. No hay sorpresas y, como ya esperábamos, más allá el viento amaina y entra por la proa. Toca ceñir y hacer bordos. Avanzamos trabajosamente, muy despacio, entre encalmadas en las que flotamos como corchos, impotentes, a merced de la corriente que nos lleva donde quiere y a veces nos hace retroceder.
Nos concentramos en velear como si estuviésemos en una regata. Lucía hace uso de todas sus habilidades de trimado para exprimir las velas y ganarle al viento décimas de nudo.
Ocho horas después, a las siete de la tarde, ya casi no tenemos viento. Nos faltan tres millas hasta Livaditis. Nos llevaría poco más de media hora si funcionase el motor, pero a vela podemos acabar flotando toda la noche.
Tenemos suerte. Un último arreón del viento en la puesta de sol nos permite llegar a una de las boyas de Livaditis ya avanzado el crepúsculo. Podemos dormir y aprovechar la ligera brisa del amanecer para llegar hasta el puerto de Limni al día siguiente. Prueba superada.
En el puerto nos espera Lefteris, el mecánico. Un chaval jovencísimo y muy simpático, del que todo el mundo se deshace en elogios. No les falta razón: al final de la mañana el diagnóstico del problema está claro y tenemos una solución provisional. Hay una fuga de líquido refrigerante en los tubos del circuito cerrado que une el motor con el termo de agua caliente. Lefteris instala unas válvulas que nos permitirán condenarlos hasta que pueda reemplazarlos, durante el verano, antes de volver a navegar en septiembre y octubre. En verano ducharse con agua fría es una necesidad más que una contingencia.


Todo vuelve a la normalidad. Nos quedan cuatro días para tomar el avión de vuelta a casa. Decidimos sacar de inmediato el barco del agua antes de la llegada de otro episodio de vientos duros, mucho calor y tiempo incierto previsto para los próximos días. Eso nos permite tomarnos con calma el proceso de desmontaje y preparación del barco.
Dejamos al Sargantana en Livaditis hasta finales de agosto. Tal como ya anticipábamos en nuestra visita de hace un mes, nos parece un varadero estupendo. Sin alardes tecnológicos, dos personas con una excavadora y un remolque ejecutan una maniobra de varada rápida y profesional. Instalaciones quizá un poco cutres, sí, pero suficientes. De hecho hemos acabado por renunciar a alquilar alguna de las habitaciones tipo motel que tienen disponibles y hemos seguido viviendo en el barco sin demasiadas incomodidades.





Y aquí acaba la historia de esta temporada de primavera de 2024. Escribo esto mientras esperamos para embarcar en un vuelo hacia casa. Ya aprieta el calor, los dos últimos días hemos tenido que soportar más de 38 grados y un viento norte muy seco que te agobia y te obliga a beber continuamente. Este verano apunta al mismo patrón insoportable que el de 2023. Qué bien haber decidido descansar.
Volvemos a casa. Más episodios en septiembre.
Cambio y corto.