“Cease the violation immediately!”
Esta frase es el final de una larga parrafada que oyes por el VHF todos los días, a todas horas, cuando navegas cerca de la isla de Lesvos. Es la bronca del operador griego, con voz de “estoy hasta los güitos”, al barco turco que (según parece) ha invadido aguas territoriales griegas, violando el “derecho de paso inocente”. La primera vez que lo escuchas, te impresiona. Te imaginas a un barco de guerra griego preparando los cañones para disparar al intruso. Pero claro, no suenan cañonazos. Al poco rato escuchas otra vez la parrafada, se supone que a otro barco, quizás al mismo, a saber. Cuando la has oído unas cuantas veces acaba por resultar un tanto cómica, como de comedia de Monty Python.
En Lesvos te das cuente de lo compleja que sigue siendo la convivencia entre griegos y turcos. Una más de las relaciones tormentosas entre vecinos en este Mediterráneo. No es la más violenta, pero sí una de las más tensas. Aparentemente, los turcos disfrutan paseándose por el lado griego del estrecho pasillo que separa Lesvos de la costa turca. Se ignora si además les obsequian con una peineta a los guardacostas griegos. Pero queda más que claro que a los griegos estos jueguecitos les tocan bastante las gónadas. Y reaccionan como esas madres que amenazaban a sus churumbeles a voz en grito: “Mustafá, ¡te voy a dar con la zapatilla si me pisas lo fregao!”
Los turcos, callaos como putas, no dicen ni mu. Los imagino partiéndose de risa, tomándose unos cafés con aguardiente, mientras el pobre operador griego tiene que añadir una línea más en la casilla con epígrafe “Violaciones de aguas territoriales por los turcos” de su parte diario. Si le cabe, claro…
Dedico un rato a enterarme de los detalles sobre la bronca regional entre griegos y turcos. Como todo ese tipo de conflictos entre vecinos, un foráneo lo entiende entre poco y nada. La sucesión de afrentas, peleas, incidentes, acuerdos incumplidos y declaraciones altisonantes es confusa e interminable. Puedes elegir quiénes son los buenos y quiénes los malos, como en un partido de fútbol, pero te costaría explicar las razones.
La historia es compleja. Lo que ahora llamamos Grecia formó parte durante mucho tiempo del imperio otomano (y antes de otros imperios, no lo olvidemos). La independencia fue cruenta y bastante reciente, una guerra llena de masacres y de tragedias, con la intervención de todas las potencias de la época (como es habitual). El reparto de territorios tras la separación, bastante extraño. Y, como siempre, un popurrí de religiones, una sucesión de guerras regionales, intercambios masivos de población entre ambos países, muertos y más muertos. La miseria inevitable cuando los imperios colapsan.
Por simplificar: prácticamente todas las islas del Egeo se integraron en el estado griego, incluso las que están literalmente pegadas a la costa turca (como Lesvos, Chios, Rodos o Simi). Claramente a los negociadores turcos no les repartieron buenas cartas aquel día.
Para los turcos, Grecia y el Egeo debe ser un dolor de muelas que dura ya 200 años y genera una sucesión de broncas de difícil solución. Se supone que el acuerdo era que las islas iban a estar desmilitarizadas y, sin embargo, a día de hoy todas y cada una tienen su aeropuerto militar y/o su destacamento de soldados griegos. Los turcos, cabreados como monas. A cambio, los turcos mandan sistemáticamente pateras llenas de refugiados sirios hacia las costas de las islas griegas que tienen cerca.
Turquía y Grecia no son capaces ni de ponerse de acuerdo en los límites de las aguas territoriales, más ahora cuando se están descubriendo posibles yacimientos petrolíferos en las zonas limítrofes. Si no fuera porque ambos forman parte de la OTAN y Turquía sueña con integrarse en la UE, tendríamos bombardeos en el Egeo de vez en cuando.
Pero lo más estrambótico es que la isla de Lesvos, y en general las islas griegas del este del Egeo, están llenas de turcos. La marina Mitilene, donde pasamos dos noches, pertenece a una cadena de puertos deportivos turcos. La mayoría de los veleros y motoras atracados portan enseña roja con su media luna blanca. Parece irreal que oficialmente los dos estados estén casi en pie de guerra y sus gentes compartan sin muchos problemas las mesas de los restaurantes.
Lesvos ha sido una de esas islas famosas que queríamos visitar desde la primera vez que llegamos a Grecia. Famosa por muchas razones. Algunas, digamos, “positivas”, como su bosque petrificado, sus sitios arqueológicos o sus monasterios. Otras no tanto, como sus campos de refugiados. Es una isla muy grande y nos gustaría recorrer todo su perímetro, pero no tenemos tiempo. Este año nos limitaremos a su costa sureste y, sobre todo, a su capital, Mitilene. El año que viene intentaremos ver el resto.

La travesía hasta Mitilene desde la isla de Psará es tranquila y cómoda. Los vientos son favorables, del oeste, y nos permiten hacer casi todo el recorrido a vela. Planificamos una recalada intermedia al norte de Chios (Marmaro) y otra en la cala de Skala Loutron, ya en Lesvos.
También recalamos frente al famoso campo de refugiados de Moria donde viven los sirios que los turcos facturan en pateras hacia Lesvos, como regalos indeseados, desde hace más de una década. En realidad no es una parada intencionada sino la mejor alternativa que encontramos para pasar una noche al ancla antes de atracar en una marina de pago. Moria es un lugar un tanto sombrío, una sucesión de hileras de pequeñas casas blancas prefabricadas entre las que se divisa ropa tendida y grupos de chiquillos jugando. Quizá algo menos lúgubre de lo que esperas para un campo de refugiados, pero bastante triste por su significado como emblema de la gestión desastrosa de la inmigración ilegal hacia la Union Europea.
Lesvos es una isla muy interesante que todavía no podemos decir que conocemos y tiene una capital (Mitilene) que nos parece cómoda y agradable, aunque quizá algo impersonal. Visitamos su fortaleza y sus calles ruidosas y llenas de tráfico. Nos sorprende gratamente la marina privada de su puerto (Mitilene Marine), cómoda y muy agradable, precios asequibles y que podríamos considerar como un lugar de invernada para el Sargantana en el futuro.
No confraternizamos con nadie en Mitilene. Recalar en una marina privada no ayuda mucho a socializar y conocer gente.
El viento vuelve a soplar del norte y nos permite velear de regreso hacia Chios y Oinousses, con la sensación de querer volver algún día. Y seguimos escuchando al operador griego que se desgañita con las “violaciones turcas”. Como cada día. Inasequible al desaliento.






















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